Juli mira los botines Nike nuevitos. Están en el ropero. Brillan. Los ve y le da una bronca. Se los compró a los pocos días de decidir que era momento de volver a jugar al fútbol. Había pasado unos tres años desde la última vez que pisó una cancha con la casaca de Racing de Nueva Italia. El embarazo, la crianza del pequeño Lautaro y alejarse del juego que amó desde niña en su Colinas de solymar natal.
Y empezó a extrañar romper redes, su especialidad. Entonces, ya estaba: era tiempo de volver. La ‘Academia’ le abrió las puertas. Volvía a sonreír con la pelota en los pies. Por eso se compró los mejores botines que podía. Los sentía cómodo y le gustaba cómo le quedaban. Los usó dos veces, nada más, ya que a la semana, se decretó la cuarentena. Se frenó toda actividad deportiva. Por eso, cuando pasa cerca del ropero y los ve, le da una bronca, que no lo puede explicar.
Algunos la llaman “Ala”, pero a ella le gusta que le digan “Juli”. Julieta Alaides Bonilla es delantera, de las mejores que pasaron por las canchas de la Liga cordobesa. A pesar de tan solo tener 23 años, la uruguaya tiene un pedigrí en el fútbol femenino importante. Desde niña jugó al fútbol en equipos con varones, como en Colinas Solymar o Cruz Azul. Ya en el femenino se desempeñó en Nacional de Montevideo (donde jugó dos Copas Libertadores), Alumni, River Plate, de Uruguay, y Colón.
Gracias a mamá. “Arranqué jugando a escondidas de mamá, la cancha quedaba atrás de casa así que era más fácil escaparme. Jugué con varones hasta los 11 años. Mi mamá nunca me iba a ver porque no le gustaba. Ella me llevaba a la iglesia de vestido y colitas, y yo me escapaba por otra puerta y me iba a la cancha”, relata y se ríe al rememorar, en diálogo con PERFIL Córdoba, sus inicios jugando a la pelota. Se emociona al repasar sus orígenes. “Hasta que un día mi mamá me fue a ver y desde ahí jamás me dejó sola, me llevaba a todos lados”, dice al rememorar a su mamá Silvia, pilar fundamental en su historia. Y continúa: “Me llevaba a todos lados, a veces en bicicleta. Una vez me llevó a un partido atacada de asma. Yo no entendía porqué parábamos cada dos cuadras para darse disparos. Llegamos para el segundo tiempo. Jamás se quejó. Una vez le dije, mamá alguna vez me voy a ir del país para jugar al fútbol, me vas a tener que ir a despedir a un aeropuerto, vas a ver. Y ella me decía, hija no te ilusiones. Y así fue, no paró de llorar”.
Fue en el 2014 que dejó su Uruguay natal. Destino: Córdoba, Argentina, y vestir la camiseta de Racing de Nueva Italia. Y desde que llegó sorprendió con su juego ofensivo. En los primeros dos años ya había marcado 80 goles en la Liga cordobesa.
Pasó el tiempo y aconteció un sinfín de situaciones en su vida y en el fútbol. Y llegó el tiempo de ser mamá. Entonces, la decisión de tener que dejar el fútbol, ese que tanto la apasionó desde “gurisa”.
Fueron unos tres años, más o menos. “Extrañé muchísimo jugar, amo el fútbol, soy feliz en una cancha y hace poco decidí volver. Gabriel Pereyra fue parte de mi regreso, me escribía todo el tiempo, no se cansaba nunca de mis ‘no’, luego Walter Luna me habló y me motivó mucho. Pero el gran empujón fue de mamá, que me llamó un día y me dijo basta, volvé a jugar, siempre amaste jugar y te hace feliz, deja de dudar; y ahí dije listo vuelvo. Lo hablé con Mario, mi pareja y papá de mi hijo... y me apoyó”, relató. Otra vez mamá Silvia fundamental.
Esto es parte de la historia de Bonilla. No es exageración, la vida de “Juli” da para un libro. Esto sería tan sólo un capítulo. Y ojo, que faltan muchos por escribir, por ejemplo cuando vuelva el fútbol y pueda estrenar esos coquetos botines que están arriba del ropero.
“Me hacía mal ver fútbol y no poder jugar”
- HIJA APLICADA. Junto a su madre, pilar fundamental para su retorno a las canchas.
Jugadora de Selección
Actualmente Alaides Bonilla trabaja de moza en un bar y está pronta a un nuevo emprendimiento con una despensa. Probablemente muchos de los clientes a los que le lleva el café no sepa que quien la atiende tiene un pasado como jugadora de la Selección de Uruguay.
“La Selección fue mi gran sueño, por el cual luché muchísimo y todas y todos soñamos con representar a nuestro país. Y también quería demostrarle a mi mamá que las mujeres también podemos, que no era imposible y ese fue el gran premio para ella que se sacrificó mucho”, cuenta “Juli”, que a los 13 años fue citada por primera vez para ponerse la Celeste. Jugó un Sudamericano Sub-17, donde las charrúas salieron subcampeonas y clasificaron al Mundial de la categoría que se disputó en Azerbaiyán y ella fue protagonista. Luego jugó un Sudamericano sub-20 en Uruguay y otro en Brasil. Además, con la Mayor participó de los Juegos Odesur. Toda una carrera con la Selección. “Siempre sueño con volver a representar a mi país, pero ahora tengo un hijito de dos añitos y él es mi prioridad. Además, tengo mi trabajo”, reflexiona. Así es el fútbol femenino, que aún lucha por la profesionalización.
- DE SELECCIÓN. “Se me pone la piel de gallina cada vez que recuerdo los momentos que me regaló mi Selección”, expresó.