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REACCIONES EXTERNAS

El tsunami, el rompecabezas y las frágiles copas del brindis

Mientras la atención local se centra en el impacto que podrían tener las medidas impulsadas por el gobierno de Javier Milei, algunas miradas sobre estas dos semanas y su incidencia en otras piezas del tablero regional y más allá.

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SANTIAGO ABASCAL. El líder de VOX fue uno de los invitados a la asunción de Javier Milei. | CEDOC PERFIL

“Una Argentina distinta es imposible con los mismos de siempre”, repetía como mantra Javier Milei en campaña proselitista y su latiguillo se expandía a través de un ejército de influencers y tiktokeros que ahora ocupan puestos clave en las controvertidas redes sociales oficiales.

El efectista discurso ‘anticasta’, que le sirvió para capitalizar el descontento en primera instancia y abroquelar el voto bronca en el round definitivo, quedó en evidencia con el correr de los días que transcurrieron entre su victoria del 19 de noviembre y esta víspera de Nochebuena en otro diciembre agitado para este país y la región.

No sólo algunos apellidos, como Caputo, Sturzenegger o Bullrich, tienen en su foja de servicios subrayados en rojo de gestiones fallidas que el mismo actual presidente se encargó de resaltar hace apenas unos 65 días, sino que las recetas que se presentan hoy como remedio de todos los males ya se aplicaron décadas atrás en Latinoamérica, con luctuoso final para los pacientes.

Por el “consenso”
En esencia, las medidas impulsadas en el mega decreto anunciado el miércoles, considerado inconstitucional por la mayoría de juristas de cualquier signo consultados, se entroncan con los postulados del Consenso de Washington, aquel decálogo de “soluciones” que el economista británico John Williamson patentó en 1989 para que instituciones como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Departamento del Tesoro de Estados Unidos impusieran en los años ’90 en los países de su “patio trasero”.

Tres décadas después, como si se tratara de un tsunami, la irrupción del economista de La Libertad Avanza remeció las piezas de un tablero político casi siempre inestable ante vaivenes pendulares, en el que los otros actores no permanecieron indiferentes y lo hicieron saber por acción u omisión.

Como pocas otras veces, con la expectativa por la campaña primero y por el resultado después, las elecciones presidenciales de Argentina dividieron aguas y fueron eje de disputas políticas incluso más allá de este continente.

En la también hoy polarizada España, el gobernante Partido Socialista Obrero Español (Psoe), con el recién reelegido presidente Pedro Sánchez a la cabeza, fustigó los mensajes de Milei en su forma y contenidos, mientras que la impronta del libertario argentino era ensalzada por el Partido Popular y, sobre todo, por el ultraderechista Vox, cuyo máximo referente –Santiago Abascal– fue uno de los invitados en la toma de posesión del 10 de diciembre en Buenos Aires. Allí Abascal resaltó el papel del nuevo mandatario argentino en lo que considera la ‘batalla cultural’, según la cual los nuevos referentes de la derecha y extrema derecha en el mundo tildan de “comunista” a prácticamente todo lo que no piensa como ella.

Ausencias que hicieron ruido
Hablando de invitados, ‘comunistas’ y ‘batallas culturales’, aún hace ruido la ausencia más ostensible en la despoblada foto de mandatarios que asistieron a la asunción de hace sólo dos semanas. Luiz Inácio Lula da Silva, presidente del país más poblado, extenso e influyente de América latina y principal socio comercial de nuestro país, declinó viajar luego de actos y alusiones de su nuevo colega a los que consideró ofensivos y por los cuales reclamó una disculpa. Entre esos hechos está el que el equipo de Milei cursara invitaciones a su aliado ideológico y expresidente Jair Bolsonaro, antes que al actual jefe de Estado de Brasil.

A pesar de gestiones de última hora de la flamante canciller Diana Mondino para limar asperezas, la ausencia de Lula, quien tampoco había ocultado su apoyo a Sergio Massa en el balotaje, dejó claro que cierta verborragia estridente o recursos simbólicos como la motosierra ya cumplieron su fin de seducir a votantes distópicos pero pueden cortar vínculos tan históricos como necesarios. Y en este sentido también se inscribe el entredicho diplomático con otro socio comercial de fuste como China, primer actor en la economía global, al que en su momento metió junto a Brasil, Venezuela, Bolivia o Nicaragua en la misma bolsa de aquellos con los que no quería tener trato.

Lo concreto es que el 10 de diciembre en su asunción sólo estuvieron el ecuatoriano Daniel Noboa, el paraguayo Santiago Peña, el uruguayo Luis Lacalle Pou, hijo de Luis Lacalle Herrera, el expresidente que en los ’90 aplicaba al otro lado del Río de La Plata los mismos postulados del Consenso de Washington que por aquí ejecutaba el gobierno de Carlos Menem. Sólo el chileno Gabriel Boric pareció ser el mandatario de un signo ideológico-político diferente al de los presentes en la soleada mañana porteña de hace dos semanas.

Ausentes con aviso y/o sin invitación, el venezolano Nicolás Maduro y el nicaragüense Daniel Ortega, pero también el boliviano Luis Arce, la peruana Dina Boluarte, o el colombiano Gustavo Petro, quien en su momento había calificado el triunfo de Milei como algo “triste para América latina”.

El posicionamiento de Petro contra Milei contrastó con la celebración del resultado electoral por parte del exmandatario Iván Duque y todo el espectro ligado al exgobernante derechista Álvaro Uribe. E incluso del presidente salvadoreño Nayib Bukele, cuyas políticas de seguridad y carcelarias son ensalzadas por autoridades argentinas (como el flamante ministro de Defensa, Luis Petri) y reprobadas por organismos y entidades internacionales de Derechos Humanos. El mandatario salvadoreño usó las redes sociales para enrostrar a su par colombiano el veredicto de las urnas argentinas. Sin embargo, Bukele no vino a la asunción, como tampoco ningún jefe de Estado de América Central o del Norte.

Aparte de los cuatro gobernantes sudamericanos nombrados antes, fueron testigos del traspaso entre Alberto Fernández y Milei, el rey Felipe VI de España (noticia por estas horas por una presunta infidelidad en el pasado de la reina Letizia); el presidente de Armenia, Vahagn Jachaturian; el primer ministro de Hungría, Viktor Orban, y el presidente de Ucrania, Volodomir Zelensky, acaso la presencia que más interés internacional concitó por tratarse del primer viaje que este gobernante realizaba a Latinoamérica.

Batallas culturales y de las otras
Más allá de los obsequios (dos helicópteros y objetos ligados a la religión judía) que el exactor, productor y comediante que hoy gobierna a la Ucrania en guerra se llevó consigo desde Argentina, Zelensky escuchó bajo el sol la afirmación de Milei de que “no hay plata”, que en otro idioma, forma y contexto le repetiría horas después el presidente Joe Biden, para comunicarle que la ayuda económica estadounidense a Kiev tiene plazo de vencimiento.

Inciden en esa decisión la falta de resultados y la presión de la oposición republicana, que se acentuará en el año electoral que se avecina. Y así como el partido de Donald Trump cuestionó seguir sosteniendo con fondos la resistencia ucraniana frente a Rusia, otro aliado de Milei en la “batalla cultural” como Orban vetó más envío de dinero a Kiev por parte de la Unión Europea (UE). Además de encarnar a la nueva derecha europea, el mandatario húngaro tiene estrechos vínculos con Moscú o más precisamente con Vladimir Putin. Otro signo de que no todo es blanco o negro en política internacional.

En esa política y partiendo de remanidas polémicas acerca de la inserción argentina en el mundo, habrá que decir que la del 10 de diciembre fue una asunción sin líderes del G-20, ni del G-7. Tampoco hubo presencia de los principales gobiernos de la UE ni gobernantes o personalidades controvertidas pero de relevancia como la primera ministra italiana Georgia Meloni, el propio Trump o el ultramillonario Elon Musk. Menos aún del Brics, el bloque comercial que busca ser un contrapoder en el mundo multipolar y al que el nuevo gobierno de Argentina avisó que desistirá de sumarse el próximo 1 de enero.

Miradas externas
En estas semanas vertiginosas en el poder, las repercusiones internas de las medidas anunciadas por el nuevo gobierno eclipsan cualquier posible repercusión externa. Vecinos, socios, aliados y hasta países más que distantes no sólo en lo geográfico, observan con diferentes miradas lo que ocurre en nuestro país, como si se tratara de un experimento.

No se sustrajeron a ello Chile, que acaba de abortar en las urnas un segundo intento (esta vez mucho más conservador) de reformar la Constitución de 1980. Ni Perú, presidido por quien era vicepresidenta de Pedro Castillo, destituido en diciembre pasado tras una disputa con el Congreso que derivó en enfrentamientos y letal represión.

Allí, la puesta en libertad de Alberto Fujimori, condenado por corrupción y crímenes de Lesa Humanidad, y ejecutor de aquellos postulados del inglés Williamson en la década que gobernó con mano dura, también trajo a los ’90 al presente.

Pero quizá es en Brasil donde más se presta atención a lo que pueda suceder aquí y eso se refleja en informes y opiniones en diferentes medios. Días después del triunfo de Milei, Celso Rocha de Barros, doctor en Sociología por la Universidad de Oxford (Inglaterra) escribía en Folha de Sao Paulo: “Los cambios ideológicos en la Argentina siempre fueron más extremos que los brasileños. Menem fue mucho más neoliberal que FHC (Fernando Henrique Cardoso) en los años ‘90. Los Kirchner siempre estuvieron a la izquierda de Lula y Dilma. Hagamos fuerza para que ahora esta tendencia se revierta. Nadie quiere imaginar a alguien más fascista que Jair”.

Hay quienes creen que el espejo del flamante presidente argentino no es, sin embargo, Bolsonaro, sino Fernando Collor de Mello. El abogado y politólogo Rafael Favetti, en un artículo publicado el pasado 12 de diciembre en el diario O Globo, halló numerosas coincidencias y paralelismos entre el discurso de asunción de Milei y el pronunciado en Brasilia en 1989.

Favetti indicó contextos parecidos, de abultada deuda externa y galopante inflación, palabra que tanto Collor como Milei nombraron 15 veces en sus mensajes de toma de posesión. Ambos necesitaron del apoyo de otras fuerzas para llegar al poder en segunda vuelta (Collor con el 53 y Milei con el 55,6%) y basaron sus promesas en un fuerte ajuste fiscal.

El viernes pasado, el periodista Vinicius Torres Freire, en un artículo en Folha en el que indicaba que el Congreso argentino podría derrumbar el mega decreto de Milei, sostuvo que el gobernante, cuyas primeras medidas han generado rechazo en las calles y de juristas, podría sufrir el “síndrome de Collor”, cuya fulgurante estrella se diluyó rápidamente hasta acabar de modo drástico, previo impeachment en su contra a inicios de los ‘90, una década desempolvada de modo abrupto.

 A horas de sus primeros brindis de Fin de Año en el poder son riesgos que deberían sopesar quienes prometen futuros de cambio mientras sirven pasado en copas nuevas.