Semanas intensas las de este fin de año, con varios de mis clientes reclamándome de manera urgente trabajos que en otro momento hubieran requerido de semanas de elaboración y que ahora deben estar listos más rápido que la evacuación de turistas de Buzios. Por eso, en previsión de encargos que pueda llegar a tener, me he puesto a pensar excusas para no ponerse la Sputnik, porque después de lo que hizo Vladimir Putin, nadie le quiere poner el glúteo a la jeringa, no vaya a ser que los efectos colaterales conviertan al remedio en algo peor que la enfermedad, como ese que perdió el barbijo y no tuvo más remedio que quitarse un zoquete para usarlo como tapabocas.
Si Alberto Fernández me lo pidiera, le recomendaría que aluda a que la vacuna rusa todavía no ha sido probada en hinchas de Argentinos Juniors y que por eso él, como jefe de Estado, no debería exponerse a semejante riesgo. Juan Schiaretti podría excusarse diciendo que le han advertido acerca de probables consecuencias irreparables para quienes pretenden inmunizarse usando pantalones de botamanga corta, en tanto que Martín Llaryora estaría en condiciones de argumentar que no existen estadísticas suficientes sobre los efectos que esa medicación produciría en las personas nacidas en ciudades ubicadas muy cerca del límite entre una provincia y otra.
Lo que sin duda ha decaído en estos días es el ánimo optimista que la supuesta inminencia de una campaña de vacunación masiva desparramó en la clase política, en vísperas de un año electoral. En ese sentido, fue oportuno que en Río Cuarto y Despeñaderos se eligieran autoridades antes de que llegue la segunda ola, porque corrían el riesgo de que la prórroga de los mandatos dure más que el propio mandato. “Esto va para largo”, me dijo un analista político. Y arriesgó que “en caso de que no se pueda votar, habría que ir pensando en otros sistemas de gobierno, como la monarquía hereditaria, un triunvirato, un directorio… o por qué no un rey inca, como proponía Manuel Belgrano”.
Y hablando de Belgrano, también en Alberdi cortan clavos, tachuelas y tornillos a la espera de que (con viento a favor y las velas desplegadas del bergantín pirata) se puedan llevar a cabo los comicios en el club, previstos para el 6 de febrero. “Al virus no le tenemos miedo, porque en el partido con Barracas Central, a nosotros ya nos vacunaron para toda la eternidad”, se quejó un dirigente del oficialismo, después del encuentro que disputaron contra el team del Chiqui Tapia, donde a la escuadra cordobesa sólo faltó que le expulsaran al utilero y al local le convalidaron un gol cuyo autor estaba más adelantado que Sebastián Caboto.
Pero no fue esa la única afrenta a la cordobesidad en los últimos días. Ante la declaración del chamamé como Patrimonio Cultural de la Humanidad por parte de la UNESCO, funcionarios del área de Cultura del municipio local, mientras hacían una ronda y batían palmas, elevaron su queja y se preguntaron por qué el tunga tunga cordobés no podía hacerse acreedor a una distinción equivalente. De inmediato aprovecharon que Tristán Bauer estaba en Córdoba para convencerlo de que iniciara las gestiones. “Eh, tío, no te ortivés, ¿me vai a decir que el cuarteto no e’ matrimonio universal?”, le habría preguntado al ministro del gabinete nacional uno de los operarios que trabaja en la reconstrucción del teatro Comedia.
Al que se lo vio muy ofuscado en la semana fue al exalcalde Ramón Javier Mestre, quien recordó que por un aumento del boleto mucho menor al que instrumentará la actual gestión, a él lo insultaban más que a la empresa provincial de energía después de la tormenta del viernes. Como reacción a su reclamo, desde el Palacio 6 de Julio estarían estudiando responderle con los números en la mano: no hay quejas porque mucha gente ya se olvidó de lo que era un bondi. Y prefiere desplazarse en auto, en bici, en moto, en tabla de skate, en monopatín, en karting a rulemanes y hasta en esquí tirado por un sulky, aunque quienes optan por este último medio de transporte, lo hacen disfrazados de Papá Noel para disimular.