Una cifra no oficial de 3.500 detenidos, de los que más de un tercio fueron menores de edad; al menos 250 gendarmes y policías con diferentes heridas; más de un millar de edificios atacados; dos mil vehículos incendiados y varios almacenes, comisarías y hasta alcaldías vandalizadas u objeto de la furia y la rebelión que se extendieron más allá de las periferias.
La intensidad del nuevo estallido francés parecía atenuarse en los últimos días u horas, pero muchos de quienes habitan en París, Marsella, Lyon y otras importantes ciudades galas, temen que solo sea la calma que anteceda a otra tormenta si no se atienden cuestiones de fondo que alimentan un cóctel social explosivo.
En el origen de la furia desatada en la última revuelta emerge el nombre de una víctima de gatillo fácil, Nahel Merzouk, un joven de 17 años hijo de una familia de origen argelino, abatido cuando trató de eludir un control policial por infracciones de tránsito en el distrito de Nanterre, suburbio de la capital cuya universidad tuvo un papel clave en la gestación del ‘Mayo Francés’ de 1968.
Más allá de las afirmaciones del uniformado (detenido y acusado en forma preliminar de homicidio voluntario), acerca de que cumplió con todos los protocolos, testigos y videos grabados revelaron que aquel disparó al pecho del adolescente, pese a que la actitud del joven no ponía en riesgo la vida o integridad de los policías. Para cuando el presidente Emmanuel Macron calificó lo ocurrido como “inexcusable”, las calles habían vuelto a agitarse y poblarse de rabia, como aconteció en la primera parte del año a raíz de la reforma con que el mandatario subió por decreto la edad jubilatoria de los franceses de 62 a 64 años.
Esta vez, sin embargo, el detonante de la crisis tiene diversas connotaciones. El origen inmigrante y la corta edad de la víctima. El racismo y la segregación que, negados oficialmente, se hacen sentir de modo particular en diferentes estratos y pegan de manera especial en los jóvenes. El desempleo creciente en las Banlieues o periferias de las principales urbes, donde la pandemia del Covid primero y la guerra en Ucrania después, incrementaron alquileres y costos de energía y dejaron a la mitad sin trabajo estable ni expectativas de lograrlo. Hasta afloró una estela de miradas críticas y revisionistas del papel colonialista de Francia en los que, como Argelia y otros países del Magreb o el resto de África, fueron territorios expoliados y dominados a sangre y fuego.
Licencia de mano dura. Esta escalada de enfrentamientos callejeros también sirvió a quienes desde la derecha o la ultraderecha pregonan siempre discursos de mano dura y estigmatizan a los extranjeros o sus descendientes como la raíz de males como desocupación o inseguridad. Discursos que, por ejemplo, llevaron a que en 2017 Francia flexibilizara las condiciones en que los agentes pueden disparar contra vehículos que intentan huir de un control. En el último año y medio, 18 personas fueron abatidas a tiros en controles policiales; 13 de ellas, en 2022. Un triste récord.
Nahel no fue el primero ni será el último. Al menos así lo cree el profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Versailles-Saint Quentin, quien en declaraciones a la radiotelevisión germana DW explicó: “La degradación de las relaciones entre la policía y los jóvenes de clase trabajadora, pertenecientes a minorías étnicas, es un elemento clave de la situación en Francia”.
“Cuando se amplían las posibilidades de lo que se puede hacer, el problema es que se crea el riesgo de interpretaciones extensivas de esta norma”, dijo este politólogo.
A su vez, el sociólogo Fabien Truong, profesor de la Universidad París-VIII sostuvo en una entrevista con el diario Le Monde que muchos de quienes se manifestaron en estos días fueron adolescentes muy jóvenes que sintieron que la víctima del martes 27 de junio en Nanterre podría haber sido cualquiera de ellos. En declaraciones citadas por la BBC, Truong afirmó: “Todos los adolescentes de estos barrios tienen recuerdos de altercados negativos y violentos con la policía. En estos barrios, la pobreza y la inseguridad son realidades concretas, por eso este enfado es político”.
Estigmatizados de ‘zonas rojas’. En estos días no faltaron voces que evocaron como antecedente lejano el caso de dos jóvenes que murieron electrocutados en el barrio de Clichy-sous-Bois cuando intentaron evadirse de una persecución policial escondiéndose en un transformador. Los disturbios desatados entonces precedieron a la llegada al poder de Nicolas Sarkozy, que alguna vez usó términos más que despectivos para referirse a quienes pueblan los contornos de las metrópolis galas.
Otro pico de estigmatización devino a mediados de la década pasada junto con la ola de ataques yihadistas que golpearon al país y después de que trascendiera que algunos de los autores de esos terribles atentados provenían de las Banlieues. Allí habrían sido reclutados y adoctrinados por miembros del Estado Islámico y otros grupos fundamentalistas para perpetrar golpes en diferentes ciudades.
El estupor y el miedo alimentaron en ese momento la xenofobia y sumaron adherentes a políticos como Marine Le Pen, quien en las dos últimas elecciones ha logrado disputar el balotaje frente a Macron y hoy tiene una intención de voto que la habilitaría para un nuevo intento por llegar al Palacio del Elíseo. Aunque para 2027 falta mucho.
Mientras, la hija de Jean Marie Le Pen, fundador del ultraderechista Frente Nacional –hoy reconvetido en Reagrupación Nacional (RN)–, guarda estratégicos silencios y mira cómo esta crisis, al igual que la de principios de año por las jubilaciones, o la de antes con los chalecos amarillos, desgasta al segundo Ejecutivo de Macron. Un Macron que difícilmente cumpla su sueño de suplir a Angela Merkel en el liderazgo de esta Europa sujeta a los designios de la Otan frente a Rusia.
El Comité para la Eliminación de la Discriminación Racial de las Naciones Unidas instó este viernes a Francia a llevar adelante “una investigación imparcial sobre el asesinato de Nahel”. La abuela y otros familiares del joven renovaron días atrás los pedidos de que su recuerdo no se traduzca en hechos de violencia, pero demandaron justicia.
Anticipos inquietantes. Por su parte, el radicalizado polemista Jean Messiha, quien fuera el año pasado vocero de campaña del excandidato presidencial Éric Zemmour (situado más a la derecha que Le Pen), reivindicó al policía detenido por el crimen del adolescente. “Hizo su trabajo y hoy paga un alto precio”, disparó Messiha, gestor de una colecta destinada a la familia del agente momentáneamente preso. En apenas cuatro jornadas recaudó más de 1,1 millón de euros en donaciones. Mucho más que las ayudas reunidas hasta ahora en diferentes ámbitos para la familia de la víctima.
Las imágenes de la revuelta francesa traspasaron fronteras y no faltaron líderes de otras derechas extremas, como Santiago Abascal, de Vox, quien intentó sacar un rédito proselitista infundiendo temores sobre los ‘peligros’ de un contagioso ‘brote violento’ de aquí a 10 años, si desde España no se controla el ingreso de extranjeros.
Otros prefirieron centrar sus comparaciones en la similitud de lo acontecido a partir de la muerte de Nahel con lo que es la trama de la película Atenea, del cineasta griego Romain Gavras (hijo de Costa). El filme se escenifica en un suburbio imaginario de Francia, donde un cóctel social bastante parecido al que quedó al desnudo a fines de junio deriva en una especie de guerra civil.
“Si te sientes excluido, discriminado, reaccionas destruyendo… Estos jóvenes consideran que estos lugares no son para ellos sino para otros”, alegó el sociólogo francés Michel Wieviorka al sitio RFI. “Francia es un país donde el poder, las élites, los periodistas, muchos intelectuales, dicen que la república es de todos. Pero los jóvenes no lo sienten así”, sentenció.
Lo que no está del todo claro es si la ficción de Gavras fue un anticipo de lo que se vio en los alrededores de París y otras ciudades en estos días, o si la chispa trágica que se encendió en Nanterre podría ser apenas el preludio de una película que muchos preferirían no ver.