Miguel tuvo su última clase presencial el 11 de marzo de 2020. Antes del pasado carnaval le dieron la posibilidad de iniciar el ciclo lectivo 2021 en su escuela, con todos los protocolos. Pero en Brasilia esa vuelta a las aulas no fue impuesta de manera obligatoria sino opcional, y en la casa de este adolescente aceptaron su decisión de continuar con una educación remota. De todos modos, el aumento de casos en la capital y en casi todos los estados de Brasil determinó que el lunes pasado las autoridades locales dispusieran un nuevo cierre y la virtualidad para todos hasta nuevo aviso, dice Rodrigo, el padre de Miguel.
Biólogo y consultor ambiental, con un posgrado en Barcelona, Rodrigo no visita a sus padres, que residen en su Porto Alegre natal, desde febrero del año pasado. Confiesa que hoy, sin haberse vacunado aún, no se sentiría seguro en un vuelo que insume unas dos horas y media. Tampoco ha podido adentrarse en estos últimos meses en la Amazonia, a la que acudía cada tanto desde Brasilia y donde interactuaba con pueblos y comunidades a los que esta pandemia y la indolencia cómplice de un gobernante han golpeado especialmente.
“El virus se ha llevado a muchos viejos cuyo papel en los pueblos que siguen tradiciones orales era clave para su identidad y su futuro”, explica. Rodrigo señala que la tragedia devastadora del Covid-19 vino a sumarse a otra peste, la de la especulación de las mineras y el agronegocio que, con la anuencia del actual presidente de Brasil, pretende extender la frontera agrícola y expulsar a los dueños originarios del pulmón del planeta.
Pulmón sin aire. En medio de ese paisaje de selva exuberante emerge Manaos, puerto de entrada para muchos de quienes se aventuran a navegar por el mítico Amazonas, que nace del cercano encuentro entre las aguas frías y oscuras del río Negro y las cálidas y marrones del Solimoes. Una ciudad en cuyas siestas el calor y la humedad son tan altos que hasta los perros parecen desmayarse en las calles y cuesta comprobar si aún respiran. Pero en este verano fueron cientos de brasileños los que pugnaron y mendigaron aquí por un poco de aire para seguir viviendo. La falta de oxígeno –insumo indispensable para pacientes agudos de coronavirus– en los hospitales del estado de Amazonas, mostró otra arista imperdonable de quien gobierna el país más grande y poblado de Sudamérica. La llegada de ayuda con forma de tubos enviada por la Venezuela a la que él tanto demoniza no pareció ni siquiera ruborizarlo.
Tampoco lo conmovió la cifra de 1.910 muertos en un solo día, o de un muerto cada 45 segundos, que en esta semana puso a Brasil otra vez entre los más cruentos registros de la pandemia que azota al mundo desde hace poco más de un año. “Basta de caprichitos, de quejarse todo el tiempo… ¿Hasta cuándo van a seguir llorando?”, vociferó apenas horas después de ese lúgubre recuento Jair Messias Bolsonaro.
Conjunción letal. “Bolsonaro transforma a Brasil en el paria del mundo”, expresó en el diario español El País, la periodista y escritora Eliane Brum. Para esta intelectual brasileña, hoy en su país no hay una pandemia sin control, sino bajo el control del actual gobernante, cuyas medidas y acciones responden a un plan.
Brum deja un inquietante interrogante: “¿Cómo podrá un pueblo acostumbrado a morir (o acostumbrado a normalizar la muerte de otros) detener su propio genocidio?”. Y acota: “La población de Brasil en gran parte se sometió a ser cobaya de un experimento de perversión inédita en la historia”.
Después de Estados Unidos, que ha registrado 523 mil decesos, Brasil es el país del mundo con más muertes por Covid-19. Son cerca de 265 mil al escribirse estas líneas. En la tercera semana de junio de 2020, el gigante del Mercosur alcanzaba las 50 mil víctimas mortales por coronavirus. Para el 8 de agosto, esa cifra se había duplicado hasta las 100 mil, y el 8 de enero pasado llegó a 200 mil. Hubo más de 32 mil muertos de promedio en los últimos dos meses y de 1.500 fallecimientos por día en la última semana.
La evolución de la enfermedad y su letalidad en Brasil tuvo como contrapartida las frases, actitudes y el desdén por parte del ex capitán del ejército. “Todos nos vamos a morir alguna vez” es la versión actualizada de aquella “No me mató una puñalada, miren si lo va a hacer una gripecita”; u otras sentencias de su cuño que instaron a “no ser maricas” o a “no esconderse bajo la cama”. Sus acólitos, a quienes arenga en el acceso al Palacio de la Alvorada sin distanciamiento ni protección antivirus alguna, siguen festejando su verborragia negacionista. ¿Le alcanzará con esto para otros cuatro años en el Palacio del Planalto? Las elecciones de octubre de 2022 son su apuesta.
Ayer, Fernando Henrique Cardoso, quien fuera dos veces presidente y líder del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) decía sentir cierto “malestar” por haber anulado su voto en la segunda vuelta de 2018 en lugar de sufragar por Fernando Haddad, el candidato que suplantó en el Partido de los Trabajadores al por entonces preso, proscripto y favorito de los sondeos previos Luiz Inácio Lula da Silva. Demasiado tarde para lágrimas de arrepentido. Las provocaciones y exabruptos antidemocráticos y fascistas de Bolsonaro se evidenciaban antes de que éste hiciera su presentación mediática global, en abril de 2016, cuando como diputado dedicó su voto en favor del impeachment contra la entonces presidenta Dilma Rousseff al militar que la había torturado durante la dictadura.
Paradójico (o no tanto) que hasta ahora no haya prosperado ninguno de los más de 70 pedidos de impeachment contra Bolsonaro presentados ante Rodrigo Maia y Arthur Lira, el anterior y el actual presidente de la Cámara de Diputados. En su momento, Dilma no cedió ante los pedidos del llamado “Centrao”, que conforman fuerzas políticas de centroderecha y derecha que venden apoyos y votos al mejor postor. Tampoco aceptó la extorsión del entonces titular de la Cámara, Eduardo Cunha, quien le ofrecía cajonear su juicio político a cambio de su propia impunidad.
Bolsonaro ya negoció con ese Centrao como lo hizo con miembros de la bancada de “las tres B” (Bala, Buey, Biblia que representan a sectores castrenses, de los agronegocios y de las poderosas iglesias pentecostales), pero la cifra de víctimas fatales del Covid puede erosionar esos bloques. Sondeos recientes muestran que los efectos colaterales en economía, empleo, pobreza y otros que Bolsonaro decía priorizar para oponerse de modo férreo a un lockdown o cuarentena estricta achican su margen.
Políticos que antes lo avalaron, como Joao Doria –gobernador de San Pablo– hoy emergen como “presidenciables”, gracias a una buena gestión de las vacunas que Bolsonaro boicoteó. Otros, como el bolsonarista Carlos Moisés, quien ganó por paliza la gobernación de Santa Catarina en 2018, son juzgados por el manejo de la crisis y han impuesto toques de queda y restricciones que antes denostaban, luego de que sus sistemas de salud colapsaran y debieran enviar pacientes a otros estados.
También están quienes como el gobernador de Bahía, Rui Costa, del PT, lloran de angustia e impotencia ante la tragedia. Desde la izquierda, constituir un frente por ahora parece tan difícil como hace cuatro años.
Mientras, el establishment económico parece empezar a tomar distancia de Bolsonaro. Una campaña en las redes alega que “con el costo Bolsonaro la cuenta no cierra”. Los nombres de Manaos y Amazonas hoy no se asocian con la imponencia del río o la selva, sino con una variante más contagiosa y mortal del virus. Y otro tanto le pasa a Río, a la que la pandemia le robó hasta el carnaval.