Es un paseo desde Punta Sal, son 25 kilómetros que se recorren en aproximadamente media hora, pero el paisaje y la impronta lo hacen muy diferente. Es Máncora, el balneario vecino, donde mandan las olas.
A media mañana o media tarde, el oleaje dicta los tiempos de cientos de surfistas que toman sus tablas, se meten al agua y comienzan a remar hacia adentro, en busca de esa ola perfecta que les permita ‘cabalgarla’ hasta la playa. O antes, si el viaje termina en un chapuzón en medio de un remolino de espuma.
Es un espectáculo aparte ver esos puntos en el agua en que se convierten las cabezas de los surfistas a lo lejos y, de pronto, llega la ola esperada y se incorporan para deslizarse parados sobre las tablas ante la expectativa de los que, desde la playa, esperan un ‘viaje’ perfecto.
Algunos lo practican enfundados en sus trajes de neopreno y otros solo con sus short de baño; los hay profesionales, competidores de torneos internacionales, y también amateurs, que simplemente lo disfrutan.
Y un dato que marca el ‘alma’ del lugar: con solo 10 años, la mancoreña Catalina Zariquiey se consagró campeona mundial de surf femenino en Brasil. Y la vimos surfear en Máncora, bajo la atenta mirada de su padre, también profesional de este deporte.
Otro detalle que hace distinto a este balneario es la multifacética ‘fauna’ humana que la habita, tanto locales como visitantes, muchos de ellos extranjeros.
Entre los locales, la gente que vive de vender de todo, desde artesanías en telas, ropas, sombreros de tejidos vegetales, comidas varias (desde platos típicos hasta dulces regionales) y lo que se le ocurra, como por ejemplo helados de Tailandia.
Otro trabajo muy pintoresco es la explotación de motos taxi; motocicletas con una rueda delantera y dos traseras, con un habitáculo cerrado y un asiento para tres pasajeros. A razón de tres soles (algo menos de un dólar) por kilómetro, pululan por calles y rutas, con poco apego a las normas de tránsito y valiéndose de la bocina para abrirse paso.
Entre los visitantes, se nota la presencia de extranjeros que también ofrecen artesanías y otros cuya ‘pinta’ los delata: turistas que buscan esa onda hippie que muestra Máncora, bohemia, descontracturada y libre. Y por supuesto, los surfistas.
Para alojarse, la oferta es amplia y muy variada: desde hoteles boutique hasta hostels, pasando por hospedajes y pensiones. En materia gastronómica, el menú es tan amplio como variopinto.
Sobre la playa, bares y restaurantes algunos muy bien instalados, con cuidada decoración, mucha madera y techos pajizos, y otros bien rudimentarios, tipo bodegones, con mesas sobre la playa y sus ‘maitre’ en bermudas y remeras gastadas que ofrecen sus servicios.
Eso sí, en todos los casos con mucho respeto y simpatía. Ante una negativa, no insisten y muestran su agradecimiento.
Sin duda, es un destino para un público joven o de mediana edad, aventurero, sin muchas expectativas de lujo y dispuesto a pasarla bien sin las preocupaciones propias de la vida en las grandes ciudades.
ALL INCLUSIVE ‘PLUS’
En la hotelería de Perú no existía el sistema all inclusive, hasta que inauguró Royal Decameron Punta Sal y lo instauró, destinado a un mercado principalmente nacional (peruano) y ecuatoriano, de clase media.
Hace tres o cuatro años detectaron la demanda de una clase media alta, que requería servicios de alta gama y decidieron desarrollar el ‘all inclusive plus’, un escalón más arriba del todo incluido tradicional.
Se trata de 101 habitaciones, en un ala separada del resto del complejo Royal Decameron, con servicio diferenciado, como un 4* superior; recepción exclusiva; restaurante, bar y piscinas privadas; concierge, y una carta de bebidas y licores de calidad superior.
La ampliación quedará inaugurada el 15 de este mes y las proyecciones de la empresa son captar, además de peruanos y ecuatorianos, un público demandante de Argentina, Brasil, Bolivia y Chile.
Con el nuevo establecimiento y el actual, completarán una plantilla de 520 personas, en su gran mayoría provenientes de la zona de Tumbes.