La aceleración de procesos en cuanto al uso de plataformas digitales, nuevos modos de educación personalizada, capacitación básica o perfeccionamiento de docentes en nuevas didácticas y modos de evaluación y muchos otros hechos positivos en la educación universitaria, contrastan con noticias dolorosas de la pandemia y sus enormes consecuencias negativas.
Las universidades que contamos con servicios de vinculación tecnológica desde nuestros espacios de investigación y laboratorios somos protagonistas de la valoración de la ciencia para encontrar soluciones a los desafíos tanto de la salud como de la aplicación de tecnologías a viejos y a nuevos problemas.
Muchas universidades hemos logrado migrar a la virtualidad en pocas semanas: dar clases; generar prácticas y tomar evaluaciones en carreras pensadas originalmente para ser presenciales. Muchos posgrados y cursos de formación continua se han transformado para que tampoco allí se interrumpiera la continuidad pedagógica y la transmisión de conocimientos.
Pero, por otra parte, los problemas de aprendizaje por medio de plataformas no son sólo por falta de conectividad o falta de preparación en docentes y estudiantes, son también por falta de contención en el mismo sistema universitario que tiene dificultades o, a veces, la imposibilidad de detectar los problemas estudiantiles. Especialmente, los de aquellos que tienen menos resiliencia o son más vulnerables.
De ahí que las universidades estamos desafiadas a generar nuevos y mejores sistemas de acompañamiento para que, tanto quienes tienen más talentos puedan crecer en conocimientos, habilidades y, a la vez, en solidaridad, como aquellos que perteneciendo a medios menos favorecidos o teniendo algún límite personal crezcan en oportunidades.
Cooperación universitaria. Los dispositivos de tutorías con profesores y estudiantes avanzados son buenas experiencias en muchas de nuestras universidades. Aunque tales dispositivos, como los servicios de orientación para el aprendizaje o comisiones de bienestar son necesarios y puedan ayudar, serán insuficientes si no generamos una cultura de la cooperación universitaria que supere la tendencia darwiniana de la supervivencia de los aparentemente más fuertes.
La Universidad Católica de Córdoba, junto con tales dispositivos, generó una mejora de planes de estudios en cuanto a la actualización de contenidos en todas sus carreras. Nos preocupa cómo ejercerán su profesión nuestros estudiantes en el 2040. Sabemos que deberán usar herramientas mucho más potentes que aquellas usadas por sus actuales docentes basadas en: inteligencia artificial; análisis de enormes cantidades de datos; cadenas de bloques; biotecnologías; robótica, y muchos otros medios que auguran tanto esperanzadoras soluciones, como complejas tensiones personales y sociales.
Muchas de estas tensiones son ya evidentes, como el crecimiento de la desigualdad educativa y no sólo económica, o la dificultad para un pensamiento crítico y propositivo que nos ayude a generar una ciudadanía que construya ambientes de respeto, no violencia y desarrollo.
Por lo tanto, creo que una de las mayores oportunidades de las universidades en el tiempo de dolor y carestía que produce la pandemia, es ser instituciones capaces de generar y transmitir el conocimiento pertinente para modelar el tiempo presente. Conocimiento que será poco útil si no está acompañado del compromiso que se activa, no sólo por la conciencia sino también por la empatía.
Concluyo con un buen deseo: que el “festival de incertidumbres”, según Edgard Morin, del tiempo presente nos confirme en la certeza de necesitar que cada profesional universitario sea una persona de una valiente altura ética y empatía capaz de poner al servicio del bien común, y no sólo del particular, las potentes tecnologías que deseamos aprenda a dominar sin ser dominado.
Alfonso Gómez es rector Universidad Católica de Córdoba