A comienzos de 1994, en el diario Clarín, encontré un artículo firmado por Jorge Camarasa, donde se mencionaba a un exoficial de las SS hitlerianas que había pasado los últimos años de su vida en Santa Rosa de Calamuchita. Al leer su nombre, Ludolf von Alvensleben, comprendí que ese nazi era ‘don Ludolfo’, un alemán del que siempre contaba anécdotas mi tío Oscar, quien como ingeniero agrimensor y residente calamuchitano, no solo lo había conocido sino que había hecho trabajos de mensura para él.
En ese momento, yo realizaba investigaciones periodísticas para el diario Página/12 Córdoba y se me ocurrió que esta historia podía interesarle a mi jefe, Luis Rodeiro. Lo primero que hice fue viajar a Santa Rosa y preguntarle a mi tío más detalles de este extranjero tan particular. Sin darme cuenta, empezaba a transitar un camino de ida en procura de develar un enigma atrapante.
Junto al hermano solterón de mi papá, fuimos al cementerio del pueblo y llegamos hasta la tumba de Alvensleben, ubicada en la cabecera del sector protestante. En su lápida, consta que había nacido el 17 de marzo de 1901 y que había fallecido el 1 de abril de 1970, una fecha de la que el próximo miércoles se cumplirán 50 años.
Ya anciano en ese entonces, mi tío Oscar tenía recuerdos ambiguos sobre el criminal de guerra: si bien me confesó que desde que este hombre arribó al pueblo, a mediados de la década de 1950, siempre se rumoreó que había sido un militar nazi, el propio alemán desmentía esas versiones diciendo que lo confundían con “un primo que vive en Brasil”.
Gracias a las gestiones de mi pariente, conseguí hablar con la señora que había sido ama de llaves de la familia Alvensleben, quien me brindó precisas descripciones sobre la vajilla y los manteles con la esvástica que se usaban en la casa. Y me certificó que ella lo había visto morir de leucemia, postrado en su cama y rodeado de sus perros bóxer.
Boina blanca. ¿Qué tiene de distinto Ludolf von Alvensleben con respecto al resto de los nazis que entraron a la Argentina después de la Segunda Guerra? Para empezar, bastaría con decir que este militar de casi dos metros de altura fue el oficial de mayor rango dentro del nacionalsocialismo que se radicó en nuestro país durante el primer mandato de Juan Domingo Perón.
Pero, además, a poco de venir trajo a su familia y comenzó a explotar un campo cerca de Villa María, donde conoció al exgobernador de Córdoba y caudillo radical Amadeo Sabattini, quien lo convenció de que se afiliase al partido.
El imposible idilio entre una de sus hijas y un peón de la estancia habría sido motivo suficiente para que el inmigrante abandonara el departamento San Martín y se estableciera en Calamuchita. En vez de quedarse en Villa General Belgrano, donde habitaba una nutrida comunidad germana, prefirió un lugar menos sospechoso como Santa Rosa. Y allí inició un ciclo desopilante de actividades para un personaje de sus características, porque sus vínculos con el radicalismo lo ayudaron para que fuese nombrado en el departamento de Caza y Pesca de Embalse.
Y en las elecciones de 1963 se dio el insólito caso de que su nombre apareciera en la boleta municipal de la UCR de Santa Rosa como concejal suplente, para finalmente acceder a la banca cuando se produjo el fallecimiento del edil que la ocupaba. Complementaba su militancia política con el ejercicio de la presidencia del club Unión, que competía en los torneos de la Liga Calamuchitana de Fútbol.
Todos estos datos, que fui recogiendo de artículos periodísticos y testimonios de testigos directos, enriquecieron la nota que publiqué en abril de 1994, en coincidencia con el estreno de la película ‘La lista de Schindler’. Pero había otros elementos para sospechar que Alvensleben no había sido uno más entre los nacionalsocialistas que atravesaron el océano siguiendo la llamada ‘ruta de las ratas’.
Y esos condimentos, cuyo misterio no pude desentrañar en aquellos años, todavía tienen final abierto, lo que le agrega una cuota de suspenso a la aventura de acabar con la intriga. Energía nuclear.
Junto a fotos del alemán, mi tío conservaba un plano que había sido presentado en la Dirección Provincial de Minería, donde se solicitaba autorización para que Ludolf von Alvensleben realizara un cateo en busca de uranio en campos de su propiedad.
Resulta extraño que a nadie le llamara la atención que un hombre que había sido lugarteniente de Heinrich Himmler y al que se había condenado en ausencia por su responsabilidad en la muerte de miles de personas, quisiera extraer de las sierras cordobesas el mineral que ser vía como combustible para la generación de energía nuclear.
Finalmente, el geólogo rumano Neda Marinescu determinó que el uranio estaba, pero que su extracción resultaba inviable, y el emprendimiento se interrumpió. Diez años después de haber escrito mi artículo para Página 12/Córdoba, Jorge Camarasa fue designado como director del diario La Mañana, donde yo trabajaba, y no pude menos que contarle de mi interés por las andanzas de este sujeto que, proveniente de una familia prusiana de alcurnia, había ordenado matanzas en masa en territorios que estaban bajo su control en Polonia y Crimea.
Si bien en un principio se resistía a creer que el papel de Alvensleben fuera tan trascendente como yo pensaba, Jorge me acompañó desde entonces en la búsqueda de mayores precisiones sobre el devenir del ex-SS en Córdoba.
Producto de esa pesquisa, que incluyó recorridas conjuntas por el paraje llamado Unión de los Ríos donde estaba el fallido yacimiento de uranio, Camarasa elaboró notas periodísticas para La Voz del Interior y le dio forma a un capítulo de su libro Historias secretas de Córdoba, en tanto que el realizador cinematográfico Mario Gómez me proponía rodar un largometraje inspirado en la biografía cordobesa de Alvensleben, con Jean Pierre Noher como protagonista.
En Alemania ya se había exhibido en la Berlinale del año 2000 el documental Mit Bubi heim ins Reich, donde Hubertus von Alvensleben, nieto de Ludolf, intentaba averiguar por qué su abuelo había hecho lo que hizo. No hablé con ella. Si estas peripecias alrededor del alemán no fuesen suficientes, hay indicios de que de aquel romance entre la hija del nazi y el peón villamariense, nació una bebé que fue entregada en adopción, en tanto que su madre era enviada de regreso a Alemania y su padre sufría un castigo incierto.
Esa nieta no reconocida habría averiguado su identidad a l llegar a la edad adulta y habría realizado infructuosos esfuerzos para vincularse con la familia de su supuesto abuelo. El periodista Germán Negro la contactó y, poco antes de morir, el propio Camarasa recibió de ella la invitación para escribir un libro sobre su desdichado destino.
Pero Jorge falleció en marzo de 2015 y nunca se supo más nada de esta mujer. Desde entonces, he visto un documental de la BBC sobre el proyecto Lebensborn promovido por Hitler, donde para mantener la pureza racial se forzaba a jóvenes arias para que concibieran hijos con oficiales alemanes, entre los que se contaba… ¡Ludolf von Alvensleben! Y he leído el libro Adolf Eichmann. Historia de un asesino de masas, de Bettina Stangneth, donde se incluye la desgrabación de charlas en Buenos Aires entre Alvensleben y el responsable de la ‘solución final’.
Al cumplirse medio siglo de su deceso en Santa Rosa de Calamuchita, parece que el ‘señor de Schochwitz, Krimpe y Wils’, como reza su tumba, todavía sigue reservando sorpresas para los historiadores.