De más de cien vuelos y 20 mil pasajeros diarios, el Aeropuerto Internacional de Ezeiza pasó a tener una actividad de uno o dos vuelos humanitarios en un día. La postal es inédita. El aeropuerto desierto, los locales y free shops cerrados, los mostradores de las aerolíneas vacíos. En el estacionamiento conviven autos, cuyos propietarios aún no pudieron volver a buscarlos porque quedaron varados, con zonas desocupadas.
El único movimiento que se ve por estos días en el Ministro Pistarini es el del personal que trabaja allí, en los organismos que intervienen en la operatoria: Dinesa, Anmac, Policía de Seguridad Aeronáutica (PSA), Senasa, AFIP, Aduana, Sanidad de Frontera, la Dirección de Migraciones, Interpol, Policía Federal, Bomberos, EANA y Airco, un proyecto implementado por una división de Naciones Unidas, en asociación con Interpol y la Organización Mundial de Aduanas (OMA).
Desde que se decretó la pandemia hasta el cierre de fronteras pasaron jornadas extensas en las que llegaron miles de pasajeros. Ya para mediados de febrero la PSA había dispuesto una mayor presencia de efectivos para intensificar controles. De 122 policías se pasó a 160 por día. Y de 110 a 147 por la noche. Se reestructuraron funciones y se pusieron en marcha controles preventivos. Después se empezó con el operativo conjunto entre todos los organismos en el que se requirieron las presentaciones de las declaraciones juradas y medición de fiebre para quienes llegaban, entre otros puntos.
Llegaron a haber unos veinte micros para sacar gente del aeropuerto, se elaboraban informes.
Directivos y personal de PSA auxiliaron a viajantes que llegaban de todos los puntos del planeta. Habilitaron un lugar en el que coordinaron necesidades y salidas. La supervisión fue del hombre que había quedado poco antes a cargo de los efectivos de la fuerza, el inspector Oscar Cardozo. Jefe de Unidad y primer Casco Azul de la fuerza, Cardozo venía de una misión en Haití y la declaración de pandemia lo encontró en Argentina, antes de viajar a Sudán del Sur.