CORONAVIRUS
Políticos y Medios

Las metáforas del coronavirus: ¿Es correcto hablar de “guerra” para definir la crisis actual?

Un especialista en comunicación analiza la manera con la que los medios y la sociedad se refieren al coronavirus. ¿Hablar de enemigo sirve para entenderlo mejor y actuar en consecuencia?

Emmanuel Macron conferencia 20200415
MACRON. La semana pasada confesó que hay muchas cosas que el poder no sabe sobre la pandemia y sus efectos. | AFP

Pasado un mes desde la declaración del covid-19 como pandemia por la OMS están activos diversos tipos de discurso y enunciadores. También modos de procesar esos discursos y reenviarlos al circuito comunicacional. Vivimos en un sistema híbrido de medios (Chadwick), en donde los contenidos de los medios interactúan con las publicaciones de los usuarios. Ellos comparten, editan, comentan los contenidos mediáticos y difunden los propios. 

En primer lugar se encuentra la comunicación gubernamental de riesgo. Esta apela a un modelo lineal y casi conductista de la información, debido a que debe comunicar eficazmente a toda la población mensajes destinados a cambiar comportamientos. Y lograr la colaboración, por vía persuasiva o de control, de todos los actores sociales. Los medios broadcasting, como la televisión, con el confinamiento obligado de las audiencias en sus hogares, recuperan centralidad y son el canal privilegiado de la información oficial. Al mismo tiempo suministran sobreabundancia de información sobre la evolución de la pandemia en otros países y sus efectos tremendos. Abundan también las reacciones verbales a la información o a las medidas, de los intelectuales del mundo y de los políticos locales.

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Excepcionalidad. La metáfora que prevalece en esta comunicación pública es la de la guerra. George Lakoff ha explicado que tendemos a estructurar nuestro pensamiento sobre temas públicos con metáforas. La estrategia explicativa de la metáfora consiste en comprender una realidad, que se presenta extraña a nuestra experiencia, a partir de una realidad más familiar. El mismo Alberto Fernández, en su primera conferencia de prensa habló de guerra contra un enemigo invisible. Que el combate contra el virus sea una guerra advierte sobre su excepcionalidad, justifica las medidas drásticas y la centralización del mando y apela a la heroicidad. Se trata de una guerra global. Los líderes mundiales adoptan este lenguaje: Trump habla de “enemigo”, Macron “le declara la guerra” al virus, Italia “está perdiendo la guerra” contra la pandemia. Los medios también privilegian ese encuadre. El coronavirus es “un nuevo frente de guerra” entre Estados Unidos y China, es una crisis comparable a “las guerras mundiales”. Hay también guerra entre las interpretaciones que los medios recogen. Por ejemplo, la lectura economicista, que a su vez habla de “economía de guerra”, se opone a la lectura sanitarista. Los grandes pensadores críticos del mundo tratan de encajar un fenómeno inédito dentro de sus teorías previas, con cierto eco en el mundo intelectual local. La teoría del “estado de excepción” de Giorgio Agamben y la “doctrina del shock” de Noamí Klein, por ejemplo, abrevan en el cantero de la beligerancia y llaman a combatir un nuevo ajuste del sistema capitalista autoritario. 

En Argentina llegó un poco más tarde esa “guerra que empezó a librarse en otros países”, con una módica ventaja para crisis tan arrasadora, pero que alcanzó para que el gobierno decidiera tempranamente la cuarentena obligatoria. Esta medida fue bien acogida por todo el espectro político y los anuncios del Presidente, siguiendo a los expertos, le granjearon la confianza de la población en su liderazgo de la crisis. La grieta entró en una tregua. Fue necesario, sin embargo, desplegar por las calles las fuerzas de seguridad y pedir ayuda a las fuerzas armadas para asegurar el cumplimiento de la cuarentena. Las imágenes de las calles son efectivamente propias de una guerra. Con el paso de los días, empezaron las críticas desde algunos medios y algunas posiciones políticas de oposición y cacerolazos a los políticos que le dieron cauce a estas expresiones. 

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Aclaraciones que oscurecen. El Big Data, el análisis estadístico de gran volumen de información de la trazabilidad de los casos y sus recorridos, forma parte de la lucha contra el covid-19, ya que le permite a los expertos monitorear en tiempo real la evolución del virus y la curva de contagios. Pero hay también una guerra contra la desinformación, la cual opera en sentido contrario. La circularidad entre medios, redes sociales y WhatsApp facilita que proliferen mensajes errados, maliciosos o que toman como buenas hipótesis improbables. Las teorías conspirativas sobre la fabricación intencional del virus en China, se difunden sin pudor desde un canal de noticias argentino. También consignas paranoides locales, como la cantidad de muertos que el gobierno estaría ocultando. La metáfora bélica desciende hasta la conversación, hoy virtual, de la calle. El personal de salud “combate” el virus desde “la línea de fuego”, es un enunciado repetido. 

Como todas las metáforas, la de la guerra ilumina un aspecto y oscurece otro. Hay víctimas mortales, secuelas irreparables y frente a ello se requiere unidad, cooperación de todos. El lado oscuro de la metáfora bélica es que, como ya vimos que dijo el Presidente al inicio de su narrativa sobre el covid-19, el enemigo es invisible, y lo es porque se infiltra a través del cuerpo de nuestros semejantes. De repente, extranjeros, ancianos, médicas y médicos, son sospechoso. Empiezan a surgir discursos xenófobos, prejuiciosos, inesperadamente egoístas. La presentación de los agentes sanitarios como héroes, por ejemplo, es ambigua. Son también quienes pueden traer el virus a nuestra casa, a nuestro edificio. El rótulo de héroe tapa esta nueva vulnerabilidad, que le agrega dolor al contacto abrumador con el dolor. 

Cuidado: ¡alguien te está cuidando! Otra metáfora posible es la del cuidado. También Fernández la usó desde el comienzo. Si se analizan los discurso que circulan horizontalmente, en las comunicaciones entre la gente común y corriente, que de vez en cuando emergen en público, pareciera prevalecer este léxico por sobre el bélico. En la cuarentena las tecnologías de la comunicación a distancia han hecho comparecer, paradójicamente, el cuerpo de nuestro prójimo: la voz, el rostro, el gesto, transmitiendo sin máscaras las emociones, la ansiedad, el temor o el afecto. Esa fragilidad es una invitación a cuidarnos entre todos. En esos otros discursos y en los memes, en las canciones corales, en los aplausos, en las conversaciones de balcón a balcón, hay un deseo de comunidad donde las expresiones violentas desentonan. 

La metáfora del cuidado se conjuga con la de la hospitalidad. Como nunca somos anfitriones de nuestros seres queridos y tenemos el imperativo ético de cuidar de los más débiles, de los ancianos, de los niños, de los excluidos. Daniel Innerarity señalaba que la hospitalidad tiene una ética propia que no es la del deber, con la que crecimos, si no la del recibir. Recibir al huésped inesperado o inoportuno sacude nuestra precaria estabilidad. Ese huésped hoy son los más vulnerables a la pandemia pero también es la pandemia misma. En un provocador libro sobre la hospitalidad Jacques Derrida postulaba que la llegada del extranjero cuestiona lo que era ley en nuestra casa, el contraste con la extrañeza le formula una pregunta a algunos de nuestros supuestos, como la pandemia está haciendo con las falsas seguridades y prisas de nuestro estilo de vida hasta hoy desatento. Y con un nuevo giro de la metáfora, la pandemia proyecta por un momento el cuidado que deberíamos tener por la vida

 

*Director de la Escuela de Posgrados en Comunicación de la Universidad Austral