CULTURA
Apuntes en viaje

Acá en Uruguay

Desperté de los pensamientos y me encontré mirando el mar y a la pequeña galaxia de familias. Cada madeja es en sí misma un mundo independiente que flota a la ventura en el luminoso atardecer.

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Acá en Uruguay. | marta toledo

Lo que Rubén quiere asegurarse es la plata del envase, de manera que vuelve a preguntarle a la cajera si luego, con solo presentar el ticket, alcanza para recibir el dinero. Tiene los ojos moriscos diminutos, metidos detrás de una cara espaciosa que se estrecha en el centro; el pelo ligeramente ensortijado. Volvió ayer de Buenos Aires, a donde se estiraba cada cuatro o cinco meses para hospedarse en un departamento céntrico y comprar productos de higiene personal en la farmacia de Corrientes y Alem. Rubén no viajará más a Buenos Aires, al igual que miles de uruguayos sacudidos por la mega devaluación y el tarifazo (incipiente) que padecemos de este lado.

Hasta noviembre de 2023, en el comparativo entre los dos países, un alquiler en Uruguay era un 128,5% más caro que en Argentina. Durante todo el año pasado, como consecuencia de la diferencia cambiaria, las ciudades fronterizas argentinas de Colón y Gualeguaychú –por nombrar solo dos– experimentaron como fenómeno que cientos de uruguayos se mudaran para vivir allí mientras mantenían sus empleos al otro lado del río. Vivir en Montevideo, catalogada como la ciudad más cara de América Latina, era un 90,8% más costoso que hacerlo en Buenos Aires. De acuerdo a los indicadores del índice Numbeo, se necesitaban alrededor de 1.914,60 dólares en Buenos Aires para mantener el mismo nivel de vida que requiere 3.608,30 dólares en Montevideo, incluyendo alquiler. Los costos mensuales para una familia de cuatro integrantes, sin tener que pagar alquiler, era de 2.945,80 dólares (114.296,40 pesos uruguayos, según el tipo de cambio que maneja la publicación).

Su cuerpo es más bien cónico, suele meterlo en camisas amplias de telas sedosas y colores vesperales; ostenta unos 55 años, cabello entrecano, al igual que la barba bouquet. Rubén es el único hijo de Mirta, la dueña del complejo de departamentos donde me hospedé esta semana en La Paloma, Rocha. El mío contiene una habitación sobria; además de las mesas y sillas del afuera, en la construcción rectangular bañada con los tintes del ocre pardo, hay un adentro con sanitario detrás de la barra extensa; en el rincón donde habita una lámpara de pie, un tenue foco decanta la baba lumínica fofa. (Me parece oír el silbido de un mosquito, el aroma descansado de las lentejas se mete por la nariz). Los días son tibios y calmos. Y sobre todo pasan; el pulso atenuado que exhiben los pueblos de provincias.

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El complejo está vacío. Mirta perdió el entusiasmo. Me cuenta que en los últimos años debido el altísimo costo de vida, Uruguay se ha vuelto invivible. Los montevideanos que tiempo atrás pasaban largas temporadas en la playa de ocasión, hoy solo picotean dos o tres días por temporada. Cierra los párpados y comprime los ojos con la base de las palmas duras (una mancha difusa ligeramente pastiche había tomado parte del rostro hinchado, entre el pómulo derecho y la sien).

Desperté de los pensamientos y me encontré mirando el mar y a la minúscula galaxia de familias. Cada madeja es en sí misma un mundo independiente que flota a la ventura en el luminoso atardecer. Mueven de un lado a otro el palito con el celular pegado en el extremo, buscando la mejor imagen que propagar en las redes. Sobre la olvidadiza arena, bañistas corren enfrentando el último chorro de luz. La playa también está prácticamente vacía, como los paradores, restoranes, almacenes, y así. Puro dolor de vivir. Antes de volver al chiringuito con el envase de cerveza, Rubén hunde la mirada en el abismo, sin miedo a sumergirse en lo insondable.