CULTURA
Libro conmemorativo

Arqueología fílmica

El Museo del Cine cumplió 50 años de existencia y para celebrarlo convocó a cincuenta personalidades del cine y la cultura para escribir sobre una pieza particular del nutrido acervo. En el acoplamiento entre determinado autor y objeto, se buscó producir una fricción particular, un encuentro que alumbrara, a veces desde un ángulo insospechado, algún aspecto de la colección. ¿El resultado? Un libro-catálogo original y sofisticado del que reproducimos –a la manera de adelanto– algunos pasajes enhebrados por Edgardo Cozarinsky, Raúl Manrupe, Graciela Borges, Martín Kohan y Elvio Gandolfo.

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| pablo temes

‘Los argentinos iban al cine para aprender a ser argentinos”, aparecía como eslogan de las películas nacionales de las década de los treinta, en una invitación a soñar y construir juntos una identidad en salas bañadas por la imaginación colectiva. Alertado rápidamente Pablo Ducrós Hicken de la importancia para los tiempos futuros de la cultura cinematográfica, inició una colección que desde 1971 es patrimonio de la Ciudad de Buenos Aires, en el pionero museo de Latinoamérica que justamente porta su nombre. Y para sus 50 años, el Museo del Cine presenta 50x50, un libro-catálogo que reúne cincuenta voces de la cultura argentina que provocan, desafían y multiplican las miradas a los tesoros de la institución pública de La Boca. 

A partir de la idea original de la directora del museo, Paula Félix-Didier, en colaboración con el equipo de la institución, se definió un influyente listado de variopintas disciplinas, que estuviera familiarizado con las colecciones, y no tanto. “El objetivo era una mirada insólita del objeto. Incluso, en algunos casos, primero pensamos estratégicamente en el qué contar, como el afiche de la película Invasión –texto del escritor Elvio Gandolfo– o la publicidad de Cinzano –líneas del bartender Martín Auzmendi–, y fuimos en busca del autor. Aunque no sea especialista en cine. Y, sobre todo, queríamos dar cuenta de la variedad y el rango de las piezas del museo, y difundir de manera amplia y novedosa”, sintetiza Sebastián Yablón, el coordinador junto a Daniela Kozak. 

Y entonces, imprevisto, uno se encuentra en las poco más de cien páginas de esta cuidada edición, a Graciela Borges recordando su propio Club de Admiradores, a través del carnet con foto de Annemarie Heinrich y, vuelta de página, una reversión de un boceto de vestuario de Libertad Lamarque firmado por Thomas Hay, reimaginada por el diseñador Pablo Ramírez: “En mi trabajo rescato mucho la historia de la moda y la escenografía nacional, y suelo consultar seguido al museo. Ha sido un placer colaborar en el libro y dibujar a la Lamarque, paisana hollywoodiana”, cierra. 

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“Mi cine es memoria”, repetía una y otra vez el gran Leonardo Favio. Y en el Museo del Cine, ahora portátil con este dispositivo mágico y maravilloso que invocaron 50x50, nos llega el reconocerse y diferenciarse en los sueños, y en los recuerdos de celuloide, que se hacen a diario realidad compartida. 

 

FOTOGRAFÍA

Cabezas cortadas

Edgardo Cozarinsky

Cineasta, narrador, ensayista y dramaturgo

Me pregunto en qué pensaba Torre Nilsson con esa cabeza de indio entre las manos.

En La vuelta de Martín Fierro, Hernández celebra:

Las tribus están deshechas;

los caciques más altivos

están muertos o cautivos,

privaos de toda esperanza,

y de la chusma y de lanza,

ya muy pocos quedan vivos.

En su primera parte, el Martín Fierro que el film adapta, el poema consagra como héroe a ese gaucho que la ilustración iba a relegar y la devoción popular iba a enaltecer; estaba lejos tanto del poeta como del estadista que le fueron contemporáneos la noción de “pueblo originario” que un siglo y medio más tarde persigue, con la fuerza de lo reprimido, a una sociedad que no termina de desbarrancarse.

No creo que en 1968 esta perspectiva inquietara al cineasta. Su mirada, sin embargo, parece desviarse del objeto que examina. Acaso esa cabeza de cartapesta y pelaje de utilería le trasmitiera, más allá de su artificio, un presagio que su vida, truncada diez años más tarde, no llegaría a confirmar.

 

CAJA

El cine en una cajita de cartón

Raúl Manrupe

Investigador, archivista y curador

Una pequeña caja de cartón impresa en azul y negro. Los dibujos que la decoran prometen viajes, aventuras, maravillas del mundo natural y el encuentro con personajes animados. Antes de la televisión, cuando ir al cine era una actividad masiva a la que la población acudía más de una vez por semana, hubo una manera de llevar esos mundos a los hogares. Los proyectores de películas de 16 mm fueron, después de la Segunda Guerra Mundial, el vehículo para acceder a ese misterio: el cine en casa.

En Buenos Aires, los pequeños rollos se alquilaban o adquirían en comercios como, por ejemplo, Casa América. Ese era el negocio de CINEPA, una firma constituida con ese fin, una actividad que la mantendría activa por décadas. Sus ambiciones no se limitaban a comercializar cortos de cine silente como los de Charles Chaplin, Carlitos para los argentinos, o viejos dibujos de Disney. El plan inicial era producir material original para su recorrido hogareño y, si era posible, ocasionalmente, con exhibición en cines, ambición por demás difícil en aquellos tiempos, pero que en algún momento se logró.

Todo podía caber en el interior de ese rollito de entre doce y quince metros, en un pequeño carrete de cartón, con el CINEPA S. A. PRODUCTORES estampado en plata.

Podía ser un viaje al Norte, un compilado de temas de Oscar Alemán, el reportaje a algún ídolo del box, el fútbol o la natación. O el fuerte de la productora: dibujos animados argentinos como Plácido, la vizcacha creada por Jorge Caro, o los refranes animados de Jorge Burone Bruché. Leemos a los costados del estuche: dibujos animados, temas de divulgación general: documentales, deportivas, variedades. Un mundo. La Warner y la Metro podían estar a miles de kilómetros de las casas porteñas, pero en ellas CINEPA jugaba de local, con personajes que vestían alpargatas o ropa de gaucho y se permitían chistes como renombrar a conocidos puntos de referencia de la calle Corrientes.

Diversión garantizada.

Los videocasetes y los DVD también estaban muy, muy lejos. Como ahora. Unos años después cajas similares alojaron copias en 16 mm de los spots publicitarios enviados a los diferentes canales, como tiraje a ser incluido en las tandas. Pero esas ya son otras cajas y otra historia.

 

CARNET

La emoción de las cosas

Graciela Borges

Actriz

Hay una frase que me define, obviamente no es mía, que dice: “Solo recuerdo la emoción de las cosas”. La emoción de las cosas, en algunos casos, tiene que ver con la adolescencia.

Para mí empezó a los 14 años, probablemente con la foto de este carnet que perteneció a un señor, a quien le agradezco infinitamente que lo haya conservado para luego donarlo al Museo (ver página 62).

Hugo del Carril fue mi primer director. En Una cita con la vida (1958) interpreté a una niña que iba al colegio con Gilda Lousek. Ella era más grande que yo, era la protagonista de la película y era la más linda de las dos. Siempre sentí un agradecimiento enorme por Hugo, que vino a mi fiesta de 15 con su madre y su hermana. Bailar con él me produjo una emoción increíble.

Enseguida llegaron los primeros admiradores. Me da mucho pudor decirlo. Aparecieron cuando Chas de Cruz y Clara Fontana me eligieron Miss Diario del Cine en su programa de Radio Belgrano. Conocí a gente muy divina gracias a mi Club de Admiradores, a mis padrinos Hugo del Carril y Elida Gay Palmer, y a sus socios de honor: Enzo Viena, Chiquita (¡Qué bueno haberla tenido ahí!), Paquita Muñoz y el querido Pablo Moret que vive muy lejos, en Chile, pero a quien vi durante casi toda mi vida.

No me cuelgo mucho de esas cosas producidas por el ensueño del ego porque me parece que no son buenas. Sin embargo, hay otras que me hacen sentir muy bien: estar contenta con lo que hago, que la gente acepte mi trabajo, que lo manifieste cuando me ve… Siempre hace falta eso porque, finalmente, el amor es lo único que nos queda, lo único que nos une realmente.

Por eso doy las gracias por este carnet tan gracioso, con esa foto que debe ser de las primeras que me sacó Annemarie Heinrich. Ese corte de pelo me hace ver parecida a Audrey Hepburn. Entonces yo no debía tener más de 15 años… quizás menos.

En fin, no soy fanática de los números. Pero sí del recuerdo de todo lo linda y lo buena que fue la gente conmigo. No podría quejarme jamás de mis compañeros, de mis directores, del amor profundísimo que recibí. Revivir mis comienzos ha sido muy gratificante.

Todo gracias a este pequeño carnet.
 

 

NOTICIERO

Tácitamente campeones

Martín Kohan

Escritor y docente

Lo que se oye y lo que se ve coinciden y divergen, se superponen y se disocian, confluyen y se bifurcan, se complementan y se refractan. Lo que se oye: la marcación vigorosa de una marcha deportiva con predominio de metales en una orquesta que enfatiza fanfarria. Lo que se ve: un hincha que, en la tribuna, empuña su sencilla corneta y la suma al fervor general. Está entonces la banda sonora que aportan los medios masivos, en este caso en un segmento de información deportiva; y está (inaudible pero visible) la música de la popular, la música de lo popular. Son dos planos, pero se combinan: la cultura de masas en los medios y la cultura popular en la cancha.

Trompetas y trombones como música de fondo de la noticia, y entretanto la corneta en primer plano de la pantalla, carnavalizando la escena.

Dos planos, siempre dos planos. Dos vehículos: por un lado, un auto de colección, de avance sereno y elegante; por el otro, un camión abarrotado, desbordado y desbordante.

Dos figuras: por un lado, una mujer laxa y espléndida (y no cualquiera, es Zulma Faiad, estrella de la cultura de masas); por el otro, una novia en plena celebración, tradición de travestismo de las fiestas populares, tradición de la novia travesti en las fiestas de campeonato de Boca. Dos fuegos: por un lado, los fuegos artificiales diseñados para ofrecer un espectáculo en el cielo del triunfo; por el otro, las fogatas populares encendidas con papel de diario en la escalones de una tribuna. Dos vueltas: la de los jugadores en el campo de juego, la de los hinchas en las calles del barrio. Dos expresiones: la oficial y la popular, el rito y su carnavalización.

¿Puede algo ser recurrente y a la vez excepcional? ¿Puede algo ocurrir una y otra vez y al mismo tiempo ser, cada una de esas veces, un hecho fuera de lo común, un hecho siempre extraordinario, un suceso argentino en su máxima expresión? Es posible, sí.

Es posible. Si hay algo por demás recurrente en la historia social argentina es que Boca salga campeón. Y cada vez que sale campeón, se desata en el país una fiesta popular que es única y es fabulosa.

El archivo aporta su imagen del año 1964: derechazo de Rojitas, las manos del arquero vencidas, la explosión en la tribuna, la fiesta de Boca campeón. La memoria reciente le adosa otra imagen, de marzo de 2020: en ese mismo arco, el del Riachuelo, y desde ese mismo lugar, otro derechazo, esta vez de Carlos Tevez, otras manos doblegadas de un arquero, la explosión en la tribuna, la fiesta de Boca campeón. Pasado y presente, sí; o una especie de eternidad en la que un mismo acontecimiento se repite y se repite sin perder singularidad.

“Somos la mitad más uno, somos el pueblo y el carnaval”. No se dice por decir, no se canta por cantar. Festejos existen varios, incluso en el mundo del fútbol. Pero la fiesta de lo popular como tal, con su corrosión carnavalesca a pleno, tiene su sede en la cancha de Boca. En la visión en blanco y negro de una filmación de otro tiempo o en la experiencia infinita del título de tal año o de tal otro, el título de cada vez, de cada tiempo, de todos los tiempos.

 

AFICHE

La letra moderna

Elvio E. Gandolfo

Poeta, narrador y periodista

Estrenada en 1969, Invasión, de Hugo Santiago, fue un film único, como otros productos de la cultura argentina: El Eternauta, de Héctor G. Oesterheld; Operación Masacre, de Rodolfo Walsh; Los pichiciegos, de Rodolfo Fogwill. Todos sus creadores tuvieron carreras ricas y complejas, pero esos títulos se volvieron a la vez sintéticos de su energía y legendarios o de culto con el paso del tiempo.

El afiche de la película se insertó con su propio estilo dentro de una tripulación ya conformada por Borges y Bioy Casares, el fotógrafo Ricardo Aronovich, la música y sonidos de Edgardo Cantón, las actuaciones centrales del músico Juan Carlos Paz, Olga Zubarry, Lautaro Murúa y un vasto elenco secundario. Lo diseñó el griego Juan Andralis, que llegó muy joven a Argentina. Más tarde se fue a Europa y allí fue uno de los integrantes del grupo surrealista dirigido por Breton. Ya de regreso, se interesó cada vez más en la tipografía. La modernidad fresca del afiche aún hoy depende justamente de los tipos de letra elegidos, las palabras escasas (en negro, informativas) y un recorte de la cara de Murúa sobre el cual sobresale en rojo el nombre del film, en un tipo de letra grande bien distinto al de los nombres en negro. La imagen destaca los ojos mirando desde abajo, al acecho, aunque solo se ve plenamente uno de ellos, y un mechón de pelo despeinado. La relación ancho y altura tiene cierta tensión oculta, que es auxiliada y a la vez suavizada por las puntas redondeadas de esa imagen.

Una extensa entrevista de David Oubiña al realizador, incluida en una edición especial que el Malba realizó en DVD, permite reconstruir el proceso de guionado y filmación de la película. En ella Hugo Santiago, convertido casi en la imagen misma de un director europeo (con chambergo blanco a la italiana), narra, como si lo estuviera volviendo a vivir, el proceso lento y minucioso del guion, elaborado día a día, y frase a frase, en un cuarto de la Biblioteca Nacional con Jorge Luis Borges (Bioy Casares había emprendido un largo viaje a Europa con Sivina Ocampo). Pocas veces se cuenta con un relato tan apasionado y a la vez informativo, que Oubiña convirtió en un río sin orillas, al eliminar las preguntas.

El film tuvo dos finales. El segundo adquirió ribetes proféticos, con Olga Zubarry entregando armas a los jóvenes que heredan la rebelión de los mayores, sistemáticamente eliminados en imágenes y sonidos de extraordinaria complejidad, belleza y dibujo de la acción. El último, al recibir el arma, avisa: “Ahora nos toca a nosotros, pero tendrá que ser de otra manera”. La banda sonora incluye chirriantes cantos de pájaro que preanuncian la muerte, o sonidos electrónicos que semejan los gritos o aullidos de animales inciertos y macabros. A su vez un anuncio de la época, en el mismo sentido, anunciaba: “La imaginación toma el cine // INVASIÓN / Un film líder // Venga a luchar al Cine Hindú // EL NUEVO CINE ARGENTINO DECLARA LA GUERRA”.

Un dato especial es el continuo percutir de los pasos, grabados en un sonido un poco más alto, incluso cuando se trata de representar a alguien que pasa cargado con una bolsa, que no aparece nunca más. La pareja protagónica pisa fuerte todo el tiempo.

Cada vez que la vuelvo a ver se me predisponen los oídos y el cuerpo para ese concierto de zapatos sobre las mismas veredas y pavimentos.