Nadie está invitado y This is not an iceberg coinciden en la doble negación y en un mismo artista: Andrés Sobrino. Los títulos de las muestras que están abajo y arriba, respectivamente, de la galería Towpyha, refuerzan una modalidad que advierto en Sobrino como marca de estilo: la negatividad creativa. Para explicarme: no es sólo por el uso de partículas negativas que la indican en los nombres, aunque en ellas está cifrado el juego con el lenguaje, con los sentidos diferidos. Además, de esa alusión tan pregnante a la obra de René Magritte, el artista se interesa en una larga tradición que el pintor surrealista belga llamó “la traición de las imágenes”. De esta manera, Sobrino retoma Ceci n’est pas une pipe, el texto que desafiaba la relación con la pipa pintada en el cuadro, al tiempo que abría la paradoja, hoy ya clásica, sobre la naturaleza de la representación y las imágenes reales, entre el lenguaje y las imágenes y la forma en la que percibimos la realidad.
Aquí, evidentemente, “esto no es un iceberg”. No lo es, de modo alguno, en las esculturas de madera de hechura perfecta o en la chapa blanca que indica, a modo de cédula de una obra, Andrés Sobrino. Sin título, 2025. Esmalte sintético sobre chapa. 90 x 40 cm. Pero en la enunciación se abre un nutrido sistema de citas y alusiones que nos reenvían a la historia del arte. Porque si bien su trabajo ha sido leído en muchas ocasiones con la luz de la tradición local que va del arte abstracto, el constructivismo y el grupo Madi, hasta Rogelio Polesello y Roberto Aizenberg, y también pensando en la filiación de este artista tucumano con el constructivismo de otras partes, y en especial con Blinky Palermo, por sus lienzos monocromos y el uso de cintas coloreadas, Sobrino toca notas de una música propia que no se explica solamente con esa concatenación de menciones. Las artes son combinadas.
En la música, en su sentido específico, un standar es un esquema básico que contiene melodía, progresión armónica, una tonalidad y una medida que son lo suficientemente ambiguas para realizar diferentes interpretaciones. Al versionarlos, como en el jazz, se hará según convenga a los diferentes intérpretes. Esa cualidad de lo ambiguo es, al mismo tiempo, la que permite su extensión y en consecuencia, su popularidad. A Summertime o Round Midnight, de Gershwin y Monk, sólo por citar ejemplos bien conocidos, no les queda nota sin modificar ni ritmo ni tempo sin variar.
Entonces, trabajar con standars es cruzar dos atributos que pueden resultar lejanos y hasta contrarios: lo indeterminado y hasta lo oscuro y difuso con lo que sirve como modelo, patrón o norma por ser corriente y seriado. Ese intersticio que permite la definición, (en ese abuso de sentido, puede ser) es suficiente para acomodar las obras de Andrés Sobrino.
Por eso, la “operación standar” puede ser explicativa tanto del proceso de producción de sus obras como del lugar que ocupan en el espacio artístico. Para trabajar, para hacerlas, es bastante evidente el funcionamiento: Sobrino usa maderas (MDF) que corta, según convenga al tamaño de la plancha y los colores con las que los pinta. Ni la proporción áurea ni la preparación de los colores. Toda una tradición de pintura reemplazada por la ferretería y la pinturería. Por lo tanto, cuando hablamos de su paleta, debemos decir “su Pantone”. Excepto por el rosado, que es en donde el artista incorpora esa ligera variante, porque lo mezcla y logra un tono propio. Al mismo tiempo, ese color aparece en varias de sus obras a lo largo de los años. Entonces, esa derivada, ese rasgo de estilo, se vuelve serie y podría tener su nomenclador: AS para obras de AS.
Mientras que en el origen de los materiales está el consumo seriado y la normalización, el resultado final es otra cosa. Sus cuadros son únicos en la resolución de los contrastes de color y de forma. Sus alusiones a la historia del arte son sofisticadas, como hemos visto. Más aún, en este caso, ya que renueva y tuerce, una vez más, ese conjunto de obras con el que compuso su propia sinfonía. Porque ha pintado sobre otras pinturas y ha utilizado el material que tenía en los tarros. En la simpleza del gesto, anida la referencia final: el pentimento. Que en la versión clásica del arte alude a ese “arrepentimiento”, que viene del verbo italiano pentirsi, que significa arrepentirse o cambiar de opinión. Una alteración o corrección que deja ver, en algunos casos, una versión anterior de la obra. Entre los más famosos, la posición de las manos en The Arnolfini Wedding de Jan Van Eyck y tantos otros en los que esta práctica podía ser considerada con esa definición más ligada al ocultamiento, la corrección y la retractación.
En el caso de Sobrino, prefiero vincularlo con el uso que le da la vanguardia: los pentimenti son intencionales y visibles. Muestran la lucha por alcanzar ese estado de condensación de sensaciones que constituye una imagen. Tapar con otras capas y colores, menos para ocultar sino para exhibir el procedimiento. La huella de lo que estuvo y la nueva versión, repintada. Un fantasma que acecha debajo del esmalte sintético sin atreverse a mostrarse del todo. Una obra que revive a la preexistente, al tiempo que la oculta.
Sobrino es compositor de una melodía a la que luego le dará ligeras variantes. Es el autor de las versiones que, a su vez, son nuevas obras que se continúan y se enlazan. Que mantienen su carácter único, levemente irónico y con algo de sagrado.
Ficha de la muestra
Andrés Sobrino
Nadie está invitado y This is not an iceberg
Texto curatorial de Marcela Astudillo
Galería Towpyha
Piedras 989