CULTURA
novedad

Aventura a cuatro manos

Compuestos más a la manera de una pieza musical que a la de un artefacto literario, los libros escritos a cuatro manos despliegan preguntas sobre el estilo y la composición no fácilmente discernibles. Es en este sentido que se inscribe “La aventura sobrenatural” (Seix Barral), en el que las escritoras Betina González y Esther Cross diseccionan la narrativa de lo extraño y el ocultismo en ese tránsito fructífero que contiene la clausura del siglo XIX y el comienzo del XX.

2023_06_25_esther_cross_betina_gonzalez_cedoc_g
Logro. Las escritoras Esther Cross y Betina González consiguen confeccionar un libro notable, que conecta historias de personajes de la talla de Freud, Yeats u Oscar Wilde. | cedoc

Un libro escrito de a dos, es quizás uno de los géneros más difíciles de la literatura. Entre nosotros, la antología de Borges y Bioy El Libro del cielo y el infierno, lo podemos referir a lo que se lee en las últimas páginas de En busca del tiempo perdido, la literatura de la infancia está entre la inocencia y la superstición; quizá también el cielo y el infierno.

Cito otros dos títulos: Las crónicas de Bustos Domecq y Los que aman odian, como si la intriga policial exigiera más de una escritora y un escritor. 

Lo primero que me llamó la atención como lector es cómo los que se deciden a escribir un libro a dúo renuncian hasta donde es posible a su estilo, o si prevalece la decisión de mantener cada uno el tono propio. En esta decisión, ¿se impone un delicado equilibrio o una tensión?

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

El solitario Arlt emprende ese tetxo fundante: Las ciencias ocultas en Buenos Aires, donde va de Las flores del mal de Baudelaire a madame Blavatsky.

Aventuras sobrenaturales se inscribe en esta serie, lo cual es una aventura riesgosa. Lo cierto es que se inscribe tan “naturalmente” que no es un exceso ubicarlo en esto que es ya una tradición.

Me costaría diferenciar qué capítulo es de Esther Cross y cuál otro es de Betina González. Las autoras consiguen transmitir el mismo registro con que cuentan estas historias reales de apariciones, literatura y ocultismo, siempre sostenidas en la anécdota que impone un misterio.

El primer texto que quiero citar de este libro, Cómo volverse invisible, se ocupa de textos anteriores a que Wells escribiera El hombre invisible. En la literatura inglesa muchos escritores se ocuparon de otras invenciones o experimentos de la invisibilidad.

Lo psíquico parece invadir no solo el mundo de la literatura, sino el mundo. Los poderes psíquicos que comienzan con el espiritismo y continúan con fenómenos de apariciones del doble, fotógrafos espiritistas, enviados del más allá, revenants, líneas de la mano, tentar la suerte, detectives psíquicos. Al respecto, el ejemplo más célebre son esos días en que Agatha Christie decide ocultarse del mundo y una psíquica que está en Nueva York descubre que está escondida en el hotel Peras Palas de Estambul, última parada del mítico Oriente Express.

Hasta Conan Doyle, que perdió su hijo en la Primera Guerra Mundial, se convierte al espiritismo y es víctima de un engaño por unas niñas escondidas en un bosque, que remontan barriletes que este confunde con la materialización del ectoplasma.

En un capítulo de Aventuras, “El eterno retorno”, sobre Oscar Wilde, un sobrino del escritor cuenta que estuvo tomando un café con su tío después de muerto. “Oscar Wilde está vivo”, reencarnado en Dorian Grey, y se pasea por las calles de Londres.

El misterio, lo oculto a la vista, se desplaza a los poetas y pintores prerrafaelistas y nos cuenta la historia de la modelo Lizzie Siddal, que John Millais utilizó para su Ofelia y que está enterrada en el cementerio de Highgate, y un amigo del poeta Dante Gabriel Rossetti, que fue marido de Lizzie, describe que ya en su tumba ella “estaba en perfecto estado… el pelo brilloso que seguía creciendo en la tumba de Lizzie como una santa”.

Me costó elegir los tópicos preferidos de este libro porque son muchos.

Londres, como está escrita en este libro, no podría ser sin niebla y sin incienso. Basta buscar la puerta por donde se escabullen Jekill o Hyde. O la insólita revelación en “Una rabiosa, complicada e inexpresable locura”, donde un lector de la novela le escribe a Stevenson que tenía que ver con el personaje de Hyde (oculto): “El lector tenía indicaciones para letra de este personaje- debía, decía parecerse a la de Jekill, pero a la vez ser diferente, como si Jekill escribiera con la mano izquierda”. 

Las puertas que ocultan un misterio. El libro se inicia con una pregunta: “¿Alguna vez, en plena vigilia, vio un objeto o un ser vivo o sintió que algo rozaba su cuerpo sin que ninguna presencia física justificara esas impresiones?… La pregunta abre una puerta”.

La metempsicosis, las alucinaciones, la figuración de las rosas, los magos, los exorcismos. El suspenso como está contado nos aleja, felizmente, de un diccionario o enciclopedia de lo oculto.

El capítulo titulado “Verde” comienza de esta forma: “La leyenda dice que Baudelaire se teñía el pelo de verde, el color del pecado”. La frase acerca del pelo teñido sería solo una nota de color o una curiosidad, la poética está dada por “el color del pecado”.

Detengo la lectura en el punto en que el plagio, la mimesis, están al alcance de los ojos. El peligro es quedar fascinado por el libro y atrapado por la mano de Jekill o Hyde, que escriben solas. Y este comentador se vea convertido en un mero copista flaubertiano y copie hipnóticamente este libro-espejo. 

Según lo dicho, la Aventura está escrita al a/parecer por Esther Cross y Betina González. Basta citar el epígrafe del poeta W.B. Yeats en el texto de William Sharp Ladrón de tumbas: “Ninguna mente puede crear nada/ a menos que se divida en dos”. Solo que en este libro, las dos son una. 

En Libro de la magia blanca, Sharp escribe. “Cuando tengas una visión que viene de la oscuridad, lo mejor es compartirla con un vidente, un poeta y un amigo. Si el vidente dice ‘la veo’, el poeta dice ‘la oigo’ y el amigo dice ‘lo creo’, ten por cierto que ese recuerdo de la oscuridad es verdadero”.

Sí, hasta la oscuridad puede iluminarse. Basta recordar el título del poema de Rossetti Luz repentina, que yacía acompañando a Lizzie Siddal.

El texto de Sharp prosigue con esta pregunta: “¿Pero quién es ahora a la vez vidente, poeta y amigo?”. Escribiendo sobre La aventura sobrenatural, podría decir que el ánima se animó a atravesar las tres instancias a las que alude la pregunta de Sharp. Como lector del libro, dejo constancia de que me sucedió.