Hace unos, en una reunión de escritores agremiados, un poeta aficionado a la gastronomía, delgado, alto, de unos 70 años, que enarbolaba cierto origen eslavo, destacó su mayor mérito que no era literario: su caligrafía. Podía imitar cualquier letra manuscrita, al punto que expertos peritos dieron por buenas sus falsas copias. En la sinceridad relajada del festejo admitió que sus servicios fueron requeridos por, al menos, dos anticuarios de libros de Buenos Aires, más precisamente en la reproducción de textos (poemas, conferencias, artículos, etc.), de Jorge Luis Borges. Lo hacía sobre papel envejecido, con plumines y tintas apropiadas. De eso sustrajo algún dinero. También dedicó y autografió primeras ediciones del mismo escritor. En sus palabras: “Los gringos coleccionistas pagan cualquier cosa por eso”.
Finalizando 2015, otro autor sin resonancia ofreció información para que se escribiera una nota de tapa para el Suplemento Cultura de este diario; era sobre la edición facsimilar (cien ejemplares), ilustrada por Carlos Alonso: Los Rivero, señalada como novela trunca de Borges, publicada en España como tal en 2010. Pidió reserva de su nombre como fuente, no quería decir cómo uno de esos ejemplares numerados había llegado a su biblioteca. Todo se esfumó cuando se le requirió fotografiar páginas del libro. Se negó a ello porque en realidad –información facilitada por otro escritor–, el sujeto pretendía la acción de prensa para vender a mayor precio ese ejemplar a cierto círculo de coleccionistas extranjeros. Es más, el mismo “vendedor” puso en contacto a este medio con el “descubridor” del original de Los Rivero, quien nunca respondió. Consultada María Kodama sobre dicha edición fue tajante: “Jamás Borges intentó escribir una novela, ni en pesadillas”.
Según declaró Fernando Soto, abogado de Kodama, a Radio Mitre, los objetos que Alejandro Roemmers ofreció donar al presidente electo Alberto Fernández tienen dudosa procedencia.
Más allá de los falsificadores, la historia de ciertos objetos personales de Borges se remonta a su viaje a Suiza, posterior internación y muerte. Es sabido que partió hacia allá para no volver, de hecho el departamento donde vivía en la calle Maipú fue cerrado y Fanny, su “ama de llaves”, indemnizada por los años de servicio. Esto ocurrió mientras Borges ya estaba en Suiza. Según declaró Fernando Soto, abogado de Kodama, a Radio Mitre, los objetos que Alejandro Roemmers ofreció donar al presidente electo Alberto Fernández tienen dudosa procedencia. Y recordó la sustracción de Fanny: “Cuando [Borges] la indemnizó, ella no abandonó el departamento y tuvo que dar un poder judicial para desalojarla. En el momento se hizo el desalojo por un error material: no se hizo el desalojo de la baulera del edificio donde había una enorme cantidad de objetos personales de Borges, manuscritos de sus cuentos, documentos personales y condecoraciones, medallas y distinciones que le regalaron.” Y agregó: “Epifanía Uveda [tal el nombre verdadero de Fanny] tenía llave, ingresó, cargó todo en unas bolsas de consorcio y se las llevó en un flete. Cuando se ingresó a la baulera, ésta estaba vacía. Todo quedó documentado en un acta judicial. Esas cosas no aparecieron más, aunque se las vio luego exhibidas en diversas exposiciones como, por ejemplo, su pasaporte personal, su documento, unas dagas que le regaló la Universidad de Texas.”
Parte de la presunta colección “auténtica”, según Roemmers, proviene de una venta que le realizara Alejandro Vaccaro (presidente de la Sociedad Argentina de Escritores, SADE). El vínculo de éste último con la ama de llaves quedó registrado en El señor Borges, libro de “memorias” que firmaron Fanny y Vaccaro, publicado hace más de 15 años por Edhasa. Según fuentes del medio editorial, el texto se realizó mientras el autotitulado biógrafo le daba refugio habitacional a la ya anciana señora en el piso superior de un local partidario boquense que él promocionaba. También, que en tal texto intervinieron Roberto Alifano, supuesto secretario de Borges, y María Esther Vázquez, alguna vez supuesta novia de Borges. Esta tríada operó durante años conjeturando a María Kodama como heredera de los derechos universales de su obra.
El Museo existe en la Fundación Internacional que lleva su nombre, sito en Anchorena 1660, Buenos Aires. Sería apropiado que, como gesto de respeto, el Estado argentino entregara a la Fundación la donación ofrecida por Roemmers, ampliando las instalaciones de la misma, evitando el horror borgeano ante la duplicación. Así, las instalaciones de la vieja biblioteca de la calle México, en vez de destino como museo pueden tenerlo con fines humanitarios: 16 millones de pobres así lo exigen.