Ingresa la literatura y, de pronto, algo tan reconocible, mundano y rutinario como un supermercado comienza a mostrar las dimensiones de un mundo desconocido, pero que se percibe al alcance de cualquiera. Por supuesto, las cosas no son tan sencillas como parecen porque hablamos únicamente de los supermercados chinos que desde los 90 comenzaron a formar parte de la escenografía cotidiana de nuestro país, y hoy los ciudadanos chinos ya están perfectamente integrados a nuestra economía y son una comunidad con sus propios espacios de acción. Y es en ese sentido, en la irrupción de una nacionalidad tan alejada de esta dulce tierra, en el que la imaginación literaria intenta descubrir y develar una cultura milenaria y, por otra parte, comprender los diversos modos que tienen de relacionarse.
César Aira estuvo desde siempre fascinado con aquello que escapa a la comprensión inmediata por ser considerado un material de escaso valor literario. Es por eso, quizás, que los chinos aparecen en sus textos como puerta de entrada a lo inesperado. Ya sea como una historia de amor que sirve de excusa para recorrer un período de veinte años en Una novela china, o con Chin Fú como uno de los protagonistas silenciosos del clásico de los 90 La guerra de los gimnasios. Y hace poco volvió a reincidir en El mármol (La Bestia Equilátera). Una novelita, tal como él decide llamarlas, donde el supermercado es la zona de anclaje para dar rienda suelta a la aventura, el juego y la ciencia ficción. Es un texto absolutamente “aireano” donde el escritor utiliza, en términos narrativos, a los chinos como un elemento que desajusta el verosímil para darle la posibilidad de explorar la constancia de su improvisación, y de ahí la sensación de inmediatez de sus escritos. Pero no es el único que utilizó a los chinos como protagonistas de sus creaciones.
Se acaba de reeditar Un chino en bicicleta (Interzona) de Ariel Magnus, una novela ganadora del premio La Otra Orilla en 2007 en el que, nada es casualidad, Aira estuvo de jurado. Cuenta Magnus: “Mi idea era escribir sobre los chinos en Argentina. Primero quise hacer una crónica, pero eso no funcionó y entonces hice ficción, a partir de un caso real, el del chino Fosforito Li, acusado de quemar mueblerías. A este personaje de Li casi no lo elaboré, aparece apenas al principio y de nuevo al final para explicar sus teorías conspirativas. A esas sí que las elaboré con mucho cuidado y placer, usando mapas y paranoia”. El narrador de la novela recorre el Barrio Chino en épocas donde era un lugar alejado del virtuosismo exótico que tiene en estos días. Es por eso que Un chino en bicicleta hace del humor, algo complejo de lograr, una herramienta para imaginar la cotidianidad de los chinos en territorio extranjero: “Los chinos ciertamente son un misterio, pero mi sensación es que a nadie le interesa demasiado desentrañarlo, con lo cual quizá no lo es: sin ganas de saber qué hay detrás, se evapora lo misterioso. Esta novela es la primera que aborda el tema de los chinos acá y en ese sentido puede funcionar como guía, también por las descripciones de aquel Barrio Chino, el que aún no tenía arcada ni veredas limpias, ni estaba de moda ni era carísimo. Pero el libro más bien nos pasea, como decía, por nuestras propias xenofobias y complejos de inferioridad, ignorancias y soberbias.”
Por su parte, Luciana Czudnowsky es la autora de la novela Chuan (Conejos), una historia romántica y oscura en la que una adolescente se enamora del joven chino que atiende el supermercado hasta que misteriosamente desaparece y empieza la búsqueda. Explica Czudnowsky su debut en el género: “Surgió a partir de algunas imágenes y un conjunto de detalles que recordaba de un almacenero chino de mi barrio. La voz de la protagonista fascinada por ese mundo se fue imponiendo a medida que avanzaba, y me fue guiando. El personaje de Chuan está elaborado a partir de pequeños detalles observables dentro del mundo-supermercado, vistos desde la perspectiva de una chica preadolescente, y también desde los preconceptos con los que nos criamos sobre los que creemos que son diferentes a nosotros.”
Tratándose de extranjeros y la mirada que hay sobre esta población es posible que se caiga en la exaltación del preconcepto y el lugar común. Pero la literatura tiene otras leyes. Magnus dice: “Agarro a todos los prejuicios, los meto adentro de la novela y me mofo de ellos. Por eso salió un libro que tal vez relate menos sobre los chinos que sobre nuestros prejuicios y clichés sobre los chinos.” Y Czudnowsky cuenta esto: “En la vida cotidiana la corrección política impone un ‘deber ser’, o ciertas reglas de conducta para evitar entrar en conflicto. Pero en el terreno de la ficción me animo, por ejemplo, a tomar un prejuicio o algún ‘mal pensamiento’ y exprimirlo con total impunidad de la mano de un personaje. Los prejuicios son como atajos para creer que conocemos el mundo.”
Por último, para quienes quieran investigar narrativa china contemporánea apareció hace poco en la mesa de novedades un libro extraordinario: Después de Mao (Adriana Hidalgo). Una antología de cuentos traducida, seleccionada y comentada por el poeta Miguel Angel Petrecca. Una forma de comprender una de las culturas más fascinantes, y en apariencia lejana, que desde hace tiempo está entre nosotros.