CULTURA
Libro / Reseña

Clásico de la semana: "Al desnudo", de Chuck Palahniuk

Al pegar un strike con su primera novela, “El club de la pelea” (1996), no alcanzamos a saber de inmediato si Chuck Palahniuk era bueno, malo o más o menos. "Al desnudo" devela el misterio.

Chuck Palahniuk 20201027
Charles Michael "Chuck" Palahniuk (Washington, 1962) y la tapa de "Al desnudo". | Cedoc Perfil

Al pegar un strike con su primera novela, El club de la pelea (1996), no alcanzamos a saber de inmediato si Chuck Palahniuk era bueno, malo o más o menos. De arranque se hubiera  podido suponer que era pésimo, justamente por el éxito que comenzó en su escritorio de Portland, Oregon, y terminó en una película protagonizada por Brad Pitt. Después se supo de su admiración por Gordon Lish, el editor ultraminimalista que le toqueteaba los cuentos a Raymond Carver. Todas noticias dudosas sobre la enésima nueva estrella de la literatura norteamericana, que atacaba el mercado de lectores con su realismo ultra y su grandes números de taquilla.

Después de una seguidilla de novelas que postulan la incorrección, la violencia y las conversaciones de asombro entre sus lectores luego de deambular por sus peligrosas selvas verbales, en 2012 apareció Al desnudo y, por así decirlo, el autor giró un poco hacia atrás en busca de la experiencia historiográfica por vías indirectas. 

Si nos preguntaran si esta novela de Palahniuk cuenta la historia de Hollywood (la del máximo poder de representación simbólica global hasta hace pocos años), deberíamos decir que sí, que la cuenta a cambio de hacerlo “desde atrás”. En ese atrás, las estrellas que conquistan el mundo dependen de la mano que mecen sus pastilleros, las que tramitan en secreto las cirujías, las que oyen como paredes y las que ponen y sacan la chata de platino debajo de lo que, al cabo, queda de la humanidad de estos héroes sin cabeza.

De la sorpresa al estupor: la reacción de Mauricio Macri al libro de su hermano

En Al desnudo, Palahniuk cuenta la historia de Hazie Cogan, secretaria de la estrella Keterine Kenton (inspirada en Greta Garbo, o sea en todas las reinas del mundo), que comienza a ser frecuentada por un escritor que oculta -sin mucho talento- sus intenciones de escribir la biografía de quien acaba de aceptarlo como amante y espectador de su gloria crepuscular, que se va poniendo en el Pacífico. Es una historia modesta, sin demasiadas ramificaciones, que sucede en el encierro dorado de Los Angeles, y donde las actividades más importantes son la extracción y distribución de chismes de mala fe y las conspiraciones “cortas” destinadas a destruir a los íntimos.

Todo estos elementos ya estaban en todos lados, también en la literatura “atractiva” que le gusta meterle el dedo en el ojo al mercado de lectores. Pero es lo que brota del interior de ese montaje de banalidades lo que puede ser visto como una monstruosidad formal, que es el nombre de laboratorio de  las novedad artística. No se trata de nada del otro mundo (salvo por la violencia psicópata de sus inserciones). Son cientos de nombres. Dicho de este modo, no pareciera que la operación tuviera más mérito que la de quienes arman una guía telefónica que, como sabemos, es una novela con todos los personajes y ninguna historia. La diferencia -si Palahniuk se mete con nombres es, justamente, para plantear una diferencia- es que son nombres de los que conocemos la cosa que designan. Todos hicieron su fama en la “realidad” del entretenimiento y la historia. Por lo que a Palahniuk le alcanza con aludirlos sin ninguna profundidad para que Al desnudo nos revele, a través de nuestra memoria sobre el mundo exterior, casi todo lo que ha sido capaz de hacer la civilización en los últimos siglos.