CULTURA
Entrevista a Benjamin Stein

Construcción forzada de la memoria y la verdad

Antes de su llegada al país, el escritor alemán Benjamin Stein dialogó con PERFIL sobre “El lienzo”, su novela basada en un hecho real: un sujeto que falsificó sus memorias como si hubiera sido víctima del Holocausto.

20160924_1137_Cultura_image.cid1
Agendado. Stein llegará al país invitado por Adriana Hidalgo Editora, el Instituto Goethe y Filba. El martes 4 de octubre, a las 18.30, en el Instituto Goethe dialogará con Damián Tabarovsky. Con entrada libre y gratuita. | Chris Kanik
El lienzo guarda los recuerdos de dos personajes que hablan en primera persona y que dan su versión de los hechos. El punto de vista de cada uno es central, a tal punto que ambas versiones se superponen y se desmienten. El presunto escritor Jan Wechsler, amnésico, reconstruye, desde el pozo negro del olvido, su relación con el caso de un autor más famoso y menos honesto, Minsky, quien, según el propio Wechsler, ha inventado sus memorias como sobreviviente del Holocausto. En la otra cara de la historia y del libro, el psicoanalista Amnon Zich-roni llega, casi por azar, hasta la casa de Minsky, y escucha, conmovido, la verdad de este último. Y le cree. El lienzo no sólo pone en jaque las versiones de la verdad sobre Minsky, sino que inventa una forma diversa de la ficción de la impostura, ya que, como en la reproducción infinita de los espejos de La dama de Shanghái, los narradores también pueden ser vistos como mentirosos. Y la mentira prolifera como el viento helado de la noche y, si seguimos la paradoja de Epiménides, si todos son mentirosos, nadie lo es.
El lienzo es una novela sobre el lado oscuro de la memoria y es una prueba fehaciente del poder de la ficción y de las trampas que crean la memoria y el olvido. Pero el juego de espejos del recuerdo se convierte en un problema político si se lo piensa en relación con el Holocausto: “En el pasado, incluso en el más reciente, se han dado casos en los que la memoria del Holocausto es adulterada. El problema salta a la vista: a los negadores del Holocausto, tales ejemplos les sirven en bandeja la posibilidad de poner en duda los testimonios de los sobrevivientes en su conjunto. De esta manera, cada caso de engaño en este ámbito no sólo repercute sobre el impostor, sino sobre todos los muertos y sobrevivientes del Holocausto. Así, cada uno de estos casos de falso testimonio adquiere automáticamente una dimensión política amplia y no puede reducirse nunca a un asunto privado”.

El caso que suena de fondo en la novela de Stein es la historia real de un impostor verosímil, Wilkomirski. En este marco, ¿la literatura debe reflexionar sobre la cuestión ética? “La literatura no está obligada a nada. En cuanto tiene una ‘obligación’, se ve limitada a cumplirla y ya no puede arriesgar nada más. Me crié en un país en el que todo el arte debía estar supeditado a un mandato social. No quiero tener nada que ver con eso. Y en términos generales, no creo haber escrito un libro sobre un impostor. ¿Cuál de las figuras de El lienzo lo sería? ¿Minsky? ¿Wechsler? Lo que cuento es la historia de distintas personas que padecen considerables problemas de identidad. Mi privilegio en tanto artista es que no me veo obligado a ocuparme de las consecuencias políticas o jurídicas del accionar de mis personajes, sino que puedo interesarme pura y exclusivamente por el plano humano, el psicoanalítico. Y la ‘verdad’ humana es otra: tanto Minsky como Wechsler formaron y moldearon su memoria –el fundamento de su identidad–, la convirtieron en una memoria con la que pueden vivir. Se trata de una estrategia muy humana”.

El lienzo cuestiona un concepto que puede parecer simple (y que no lo es): la identidad. “La memoria no es estática. No conservamos el pasado en nuestro cerebro como una fotografía o un documento digital. Nos contamos lo que pasó una y otra vez, y en ese proceso se transforma. En ese contexto no me gusta el concepto de falsificación. Por un lado, porque se trata principalmente de accionar inconsciente. Además, ni siquiera está del todo claro si no se trata de algo que quizás sea absolutamente legítimo”.
La novela se estructura a partir de dos historias independientes que se tocan. La composición depara lecturas cruzadas a partir del uso deliberado de la primera persona. “Por lo general narro en primera persona. En El lienzo sabía que tenía que haber dos narradores: el analista, amigo de Minsky, y el periodista que pone al descubierto el engaño y así destruye en los hechos la vida de Minsky y Zichroni. Pero si son dos narradores que ofrecen su punto de vista muy personal sobre la misma historia, es inevitable la pregunta acerca de cuál de los dos tomará primero la palabra y cuál tendrá la última. Mientras reflexionaba al respecto cayó en mis manos una edición germano-hebrea del Mesilat Yesharim de Moshé Jaim Luzzatto. Como el alemán se escribe de izquierda a derecha y el hebreo de derecha a izquierda, este libro tenía dos portadas, y el texto original y su traducción de cierta medida convergían en su forma impresa. Así se me ocurrió la idea de diseñar El lienzo como libro con dos entradas, de manera que quede supeditado al lector o también al azar con cuál de las versiones de la ‘verdad’ comienza la lectura, quién tiene la primera palabra, quién la última”.

En su novela filosófica, Stein auscula los conceptos de verdad y mentira pero en el terreno resbaladizo de la ficción, y muestra que tienen un costado “demasiado humano” y que pueden alcanzar un sentido extramoral: “Una falsificación consciente deforma la verdad para obtener una ventaja para el falsificador. La ficción es otra cosa. En el arte no existe algo así como una verdad objetiva, y la configuración consciente de la realidad en la obra ficcional tiene –espero– el propósito de concederle una ventaja al lector: conocimiento, comprensión profunda, que se experimenta a través de lo emocional. A veces hay que mirar un espejo que deforma para poder reconocer algo con veracidad. La ficción, la literatura, la poesía pueden ser espejos de este tipo, que nos ayudan a comprendernos mejor a nosotros mismos, a otros o algo del mundo”.

Traducción: Martina Fernández Polcuch, Goethe-Institut.