Cuando le avisaron que iba a ser ministro, estaba en la plaza hamacando a su hija. La decisión no lo tomó por completo de sorpresa: después de octubre empezaron a convocarlo a reuniones, que él interpretaba como un sondeo.
Durante su gestión como secretario de Cultura y Creatividad en el Ministerio de Cultura de la Nación –cargo que dejó en agosto de este año–, tuvo un perfil muy bajo; sin embargo, ahora empieza a ser reconocido en la calle, y todavía no termina de acomodarse a esa situación. Tampoco quiere que lo llamen “ministro”.
Licenciado en política internacional y magíster en políticas públicas y en gestión de contenidos, Enrique Avogadro tiene un perfil técnico que lo diferencia de su antecesor, Angel Mahler, cuya salida del ministerio era, desde hace meses –se sabía–, cuestión de tiempo.
—¿Qué es lo que te encontraste en el Ministerio de Cultura de la Ciudad? ¿A qué políticas culturales creés que hay que darles continuidad y cuáles habría que modificar?
—Yo rescato de todos los ministros que me antecedieron cosas interesantes en términos de continuidad. Hernán (Lombardi) fue ministro por más tiempo y realmente hizo un trabajo extraordinario. Le dio a Buenos Aires un brillo fundamentalmente a través de los eventos, pero también de muchas otras actividades. En general las más visibles son los eventos. Creo que hoy la Ciudad tiene, y es gracias a Hernán y todo su equipo, una plataforma de festivales públicos que no se compara con otra ciudad en el mundo. Cuando yo hablo de los eventos, lo que digo es: no puede ser el único énfasis de las políticas culturales. Pero lo rescato, y mucho.
—¿Pero no fue un énfasis demasiado fuerte?
—Claramente era un tema que faltaba en la Ciudad y sin ninguna duda se hizo, y se hizo de una manera muy profesional, y me parece que es algo que hay que rescatar. Yo tuve la oportunidad, este año y el anterior, de estar en Edimburgo, por ejemplo, que es la capital de los festivales del mundo, y es muy claro el impacto que tienen los espectáculos públicos en la movilización de la cultura de la ciudad.
En cuanto a su gestión, sostiene que tendrá cuatro ejes: pensar a la cultura como un factor de desarrollo, apostar a la cultura local, incentivar la inversión privada y potenciar las expresiones culturales independientes, algo que en el PRO, hasta ahora, nunca pareció ser una prioridad.
En los últimos años, los centros culturales fueron un problema: se cerraron muchos, después sacaron una ley, pero siguen teniendo problemas para la habilitación.
—Claramente es un tema pendiente. La buena noticia, y esto en parte es mérito también de Mahler, es que hoy hay una mesa de trabajo en la que participa no solo el Ministerio de Cultura sino también la AGC, la agencia de control comunal, liderada por Felipe Miguel, que es el jefe de gabinete de ministros. Lo que planteó es que nuestra agenda con la cultura independiente no puede pasar por algo que es nuestra obligación y nuestro interés, que es que cualquiera que quiera desarrollar sus actividades en la Ciudad de Buenos Aires lo pueda hacer. Con normas claras, velando por la seguridad, pero también con agilidad en los trámites.
—¿Creés que tenés un presupuesto acorde a tus expectativas de gestión?
—Sí, por supuesto que sí. La verdad es que el presupuesto de cultura son 4.300 millones de pesos; eso incluye, por supuesto, al Teatro Colón. Buenos Aires es una de las ciudades que más invierten en cultura en términos relativos respecto del resto de su presupuesto. Por otro lado, las políticas culturales no se limitan al Ministerio de Cultura: hoy hay políticas culturales en diferentes áreas dentro de todo el gobierno, y mi intención es trabajar en equipo con mis colegas para que todas esas grandes políticas culturales tengan más impacto.
—¿Por qué no hay programas, como sí los hay para el teatro, para otras disciplinas artísticas, como la literatura? Los editores están un poco a la deriva.
—En relación con el tema del libro, la lectura, etcétera, hoy el foco está puesto en todo el desarrollo de la red de bibliotecas públicas, que está viviendo una transformación muy interesante en la ciudad. Porque el desafío de las bibliotecas es pensarse como espacios del siglo XXI. Hace muy poco se inauguró la Casa de la Lectura, y me parece que es un ejemplo muy claro de hacia dónde vamos. El desafío es trascender la mirada de las bibliotecas públicas para pensar todas las bibliotecas que hay en la ciudad: públicas, privadas, independientes, institucionales, porque en realidad lo que debería ser nuestra medición en términos de impacto es si aumentamos el hábito de lectura en la ciudad, que es mucho más complejo: depende también de educación, etcétera.
—La pregunta apuntaba más a la actividad profesional.
—En términos de actividad profesional hay un programa, Opción Libros, que hoy está en el Ministerio de Modernización. Trabaja directamente con las editoriales, y fundamentalmente con las independientes. Está además La Noche de las Librerías, que es un evento muy grande que brinda apoyo a escritores pero también a editores y librerías. Hay apoyo para la participación en ferias internacionales, que se combina además con muchas acciones que se desarrollan a nivel nacional. El Fondo Nacional de las Artes es una institución a la que se le metió un envión muy importante: se cuadruplicaron los premios, los subsidios, etcétera. Dicho eso, por supuesto que nos interesa apoyar a todos los sectores del campo artístico en paralelo, hoy estamos revisando todo el sistema de subsidios que tiene la Ciudad. Existe un fondo local, el fondo metropolitano, que está abierto a artistas y gestores culturales.
—Respecto de las librerías, fue un año difícil: perdieron bastante. ¿Cuál es tu visión de la crisis del sector?
—Más allá de reunirnos, la idea es pensar un plan de trabajo no tanto generado desde nosotros sino cocreado con ellos. Muchas veces no es solo una cuestión de asistencia financiera, que es importante darla, sino también pensar el desarrollo del sector, que, como todo el resto de los sectores, está atravesado por cambios en los hábitos de consumo: pensemos cómo comprábamos y leíamos libros hace unos años y cómo lo hacemos ahora. Por suerte, el objeto libro, a diferencia de lo que se creía antes, que parecía que iba a desaparecer, se sostiene y mucho, pero la forma de encontrarse con los libros está cambiando, y me parece que el rol de los libreros es más importante que nunca.
—¿Leés habitualmente?
—Sí. Menos de lo que me gustaría en este momento. Pero sí. La decoración, entre comillas, en casa básicamente son libros. Nos mudamos hace muy poco, en mayo. Nosotros alquilamos; vivíamos en un PH en Chacarita que lo vendían, no lo podíamos comprar, nos mudamos a otro PH ahora en Palermo, y el gran problema fue qué hacer con los libros.
—¿Seguís leyendo físico, en papel?
—Sí. Tengo un iPad, que uso básicamente para leer revistas de afuera y algunos documentos de trabajo. Pero en general es más una cuestión de trabajo que algo lúdico. Estoy suscripto a algún diario internacional; aproveché una oferta que había del New York Times hace unos años, y lo leo ahí porque no tiene sentido comprar un diario de afuera en papel.
—¿Leés narrativa o ensayo?
—Narrativa más que ensayo. La vinculación con el hecho artístico es una vinculación que es precapitalista en un punto, porque justamente es el tiempo no productivo, o sea: ¿cuánto vale estar leyendo una novela? Nada, digamos. Si te ponés en términos productivos, es tiempo que le estás sacando entre comillas al trabajo, y a mí me hace muchísimo bien, como me hace bien irme a caminar por un parque.
—¿Qué estás leyendo ahora?
—Estoy por la mitad del último libro de Duran Barba y Santiago Nieto. También estoy leyendo, que no lo había leído, Respiración artificial, de Piglia.
—Cuando asumiste dijiste que ibas a tomar una cerveza con Avelluto para dirimir algunas rispideces. ¿La tomaste?
—No, no dije que iba a tomar una cerveza para dirimir las rispideces. Me preguntaron cómo estaba el vínculo con Pablo y yo dije “perfecto, de hecho ahora nos vamos a tomar una cerveza”. Iba a ser una cerveza de a tres, la cerveza tardó en llegar, y las terminamos tomando el Conejo (Alejandro Gómez, minsitro de Cultura de la provincia de Buenos Aires) y yo. Pablo estuvo un rato; se quejó porque lo dejamos sin la cerveza. A ver, yo me fui del Ministerio de Cultura en agosto, en una decisión que fue consensuada con Pablo. Para mí la oportunidad de trabajar con él fue realmente una oportunidad de aprendizaje.
—Pero tenían visiones distintas...
—Lo que tuvimos fue un desgaste natural de la gestión. La figura del viceministro es compleja porque no existe en la práctica. ¿Qué quiere decir ser viceministro? Yo era secretario de Cultura y Creatividad. Pablo fue muy generoso. Lo que nos pasó es que, como puede pasar en algunos trabajos, en el día a día hubo algunos roces.
—¿No tuvo que ver con lo ideológico?
—En absoluto. Por eso fue tan fácil recomponer. Ni siquiera me costó, porque yo desde el momento en que hablé con Pablo se me fue el enojo que podía haber acumulado, y que cualquiera tiene en función de un vínculo que se va desgastando. A mí lo que me pasó es que dije “ah, bueno, listo, ya está”. Me saqué de encima algo que al principio yo lo viví como un fracaso: tener que dejar el Ministerio de Cultura de la Nación, para el cual me había preparado. Pero yo realmente creo mucho en la idea del cambio como constante. Mi frase de cabecera es de un poeta austríaco que se llama Rilke, que dice: “Deja que la vida te suceda; créeme, la vida está en lo correcto, siempre”.