CULTURA
Juan Rulfo (1917-1986)

De páramos y llanos

Noventa años atrás nacía el escritor mexicano más importante del siglo XX, autor de una obra tan breve –un libro de relatos, “El llano en llamas ”, y una novela corta, “ Pedro Páramo ”– como influyente. Creador de un lenguaje propio, puso en palabras la normalización de la tragedia latinoamericana y el estado de orfandad en el que vive buena parte de su población.

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Pese a sus deseos , al escritor se le hizo imposible entrar en la universidad para seguir estudios formales. | Cedoc

Cuando Juan Rulfo tenía ocho años, en 1926, estalló la “ rebelión cristera” en el estado de Jalisco, donde vivía con su familia, y en otros cinco estados de México: los sacerdotes, acompañados de grupos de fanáticos, se alzaron en armas para protestar contra el gobierno. El cura de San Gabriel, que además de oficiar las misas había sido durante años el censor del pueblo –llevándose de las casas aquellos libros prohibidos por el Index Papal–, debió convertir su iglesia en un cuartel, y trasladó su biblioteca a la casa de la abuela de Rulfo. Así fue como este chico pobre de Jalisco tuvo acceso a una literatura que de otra manera hubiera tardado en conocer, o tal vez nunca hubiera conocido: desde las novelas de aventuras de Emilio Salgari y Alejandro Dumas hasta la obra completa de Víctor Hugo.

También por esa época una sucesión de muertes en su familia determinó su vida: cuando tenía cuatro años murió su abuelo materno, dos años más tarde asesinaron a su padre, y su madre murió cuatro años después; en esos meses dos tíos suyos fueron asesinados y al poco tiempo murió su abuelo paterno. No había cumplido doce años cuando se enteró de que otro de sus tíos se había ahogado en un naufragio. En una charla con Fernando Benítez, Rulfo se refiere a esos años de manera contundente: “ De 1922 a 1930 sólo conocí la muerte”.

Juan Rulfo nació en Apulco en 1917, pero pasó su infancia en otro pueblo del estado de Jalisco, en San Gabriel. Cuando murió su madre, sus familiares lo mandaron a un internado en Guadalajara para que cursara la preparatoria –no existía el secundario. Al terminarla, intentó inscribirse en la universidad, pero no pudo hacerlo porque había una huelga. Por este motivo se mudó a la ciudad de México, pero tampoco pudo entrar a la UNAM porque no le reconocieron los estudios que había cursado en Jalisco. Parece significativo que la universidad le haya cerrado sus puertas al escritor mexicano más influyente del siglo XX.

Pero Rulfo ya tenía lo que necesitaba para escribir: Jalisco, esa tierra árida y caliente en algún tiempo fértil, y todo lo que había vivido y leído en su niñez. “ Lo único que hice fue ubicarme en esa región porque la conozco, y porque la infancia es lo que más influye en el hombre”, declaró.

La forma perfecta. En la segunda mitad de la década del 40 Rulfo publica sus primeros cuentos en dos revistas literarias, primero en Pan , de Guadalajara, y después en América , de la capital. Curiosamente, Rulfo –como cualquier autor que quisiera dar a conocer su obra en Pandebía pagar para que aparecieran sus cuentos. Más tarde diría que, aunque en aquellos años deseaba publicar, no podía hacerlo con frecuencia porque carecía de los medios económicos para pagar sus colaboraciones. De todas maneras, los cuentos que dio a conocer en esas revistas formaron parte, después, de El llano en llamas (1953) –salvo La vida no es muy seria en sus cosas , recopilado recién en su Obra Completa .

Antes, Rulfo había escrito una novela que nunca publicó. El título era El hijo del desaliento , y aunque sus amigos lo estimulaban para que la editara, él decidió no hacerlo porque le encontró un defecto central: estaba escrita en secuencias, es decir, había un argumento lineal y estaba desarrollado convencionalmente. Rulfo entendió que, para lo que él se proponía contar, ése era un obstáculo: “ La vida no es una secuencia”, explicó, “ pueden pasar los años sin que nada ocurra y de pronto se desencadena una multitud de hechos”. Leyendo novelas españolas había notado que sus autores rellenaban esos “ espacios desiertos” –los momentos en los que no les pasa nada a los personajes– con sus propias “ divagaciones y elucubraciones”. Y comprendió que debía deshacerse de eso para alcanzar la forma perfecta.

Sus primeras medidas fueron: limitarse a los hechos y evitar la adjetivación. Después notaría la conveniencia de eliminar el espacio y el tiempo, y acabaría por instalarse en el territorio de los muertos. Los cuentos de El llano en llamas, escritos a lo largo de varios años, sin duda fueron los primeros pasos calculados –aunque firmes– hacia la perfección de Pedro Páramo (1955), obra que Rulfo escribió en apenas cuatro meses, y de la que debió quitar cien páginas.

Para el escritor José Emilio Pacheco, la maestría de Rulfo como narrador reside fundamentalmente en el manejo y la alternancia de los puntos de vista: “ alterna monólogos, diálogos, narraciones en tercera persona...”; y en la precisión musical de su prosa: “ el tono que usa nunca presenta una nota falsa”. Para Carlos Monsiváis, por su parte, su gran acierto fue la creación de un “ habla rulfiana”: “ el hilo que va resumiendo, con la sabiduría de los refranes milenarios que recién se inventan, el cierre de las posibilidades agrarias, la miseria, el aislamiento geográfico, los caciques, el abandono del Centro, la ausencia de conocimientos técnicos, las supersticiones, el fanatismo, el encierro y la humillación de las mujeres”.

El cine. El interés de Rulfo por las imágenes se manifestó primero en la fotografía. A fines de la década del cuarenta publicó once fotos en la revista América, y en 1952, otra serie sobre Metztitlán en la revista Mapa. El escenario y la temática no varían demasiado en relación con su obra literaria, aunque, a diferencia de ésta, el Rulfo fotógrafo cuenta con una producción monumental: su archivo personal incluye más de seis mil negativos.

Sus contactos con el cine empezaron a mediados de la década del cincuenta. De una u otra manera Rulfo se encuentra vinculado a once películas. Algunos de sus cuentos fueron adaptados para el cine – Talpa (1955); ¿No oyes ladrar los perros? (1974); El hombre (1978)–, así como su novela Pedro Páramo, al menos en dos ocasiones (1966 y 1976). También participó como actor en la adaptación del cuento de García Márquez En este pueblo no hay ladrones (1964), con algunas apariciones junto a Carlos Monsiváis, Abel Quezada y Luis Buñuel.

Sin embargo, según el crítico Jorge Ayala Blanco, “ su filmografía la integran mediocres y serviles, cuando no grotescas o muy alejadas versiones de sus obras narrativas”. Sólo se eximen de esta valoración dos trabajos experimentales a los que Rulfo aportó breves textos pensados como líneas argumentales: un corto de doce minutos titulado El despojo (1960), de Antonio Reynoso; y el mediometraje La fórmula secreta (1964), de Rubén Gámez.

Pero el aporte más interesante de Rulfo al cine fue el argumento que redactó, a principios de los sesenta, para el productor Manuel Ponce, titulado El gallo de oro . Escrito en un estilo liso, sin pretensiones, muy diferente al de su narrativa anterior, este guión cuenta la historia de dos personajes marginales, el gallero Dionisio Pinzón y una cantadora de palenques apodada La Caponera. Ambos deambulan por separado por las ferias de los pueblos de México, y después de algunos encuentros ocasionales terminan por casarse. Dionisio, en sus comienzos un humilde pregonero, se ha vuelto rico con las peleas de gallos, pero su ambición termina por destruirlo y en su caída arrastra también a su mujer.

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Si bien los personajes y los escenarios de El gallo... son claramente rulfianos, este argumento resulta extraño dentro de su producción por dos motivos: en primer lugar, Rulfo desarrolla en secuencias –como lo había hecho en su primera novela inédita– una historia demasiado previsible en sus giros y resoluciones; y, por otra parte, en este relato olvida aquello que, según Monsiváis, constituye uno de los rasgos distintivos de su manera de narrar: “ Rulfo no conoce la estrategia del clímax. Lo suyo es el desfile de lo anticlimático, y, por así decirlo, la normalización de la tragedia”.

Los borradores. En 1994 apareció por el sello Ediciones Era, en México, un libro titulado Los cuadernos de Juan Rulfo . Y ya en el texto de presentación, firmado por su viuda, Clara Aparicio de Rulfo, nos enteramos de la polémica que precedió a esta publicación: “ Al parecer es algo terrible lo que estoy haciendo”, escribe. Y explica que algunas personas a las que consultó sobre la conveniencia de dar a conocer esos manuscritos se habían escandalizado. Lo que parece entendible: a ocho años de la muerte de Rulfo, y después de casi cuatro décadas sin que apareciera ningún texto de ficción con su firma, estos borradores representaban un milagro: la posibilidad de leer algo nuevo del autor de Pedro Páramo.

El libro está compuesto por nueve apartados, en los que aparecen ordenados cronológicamente textos más o menos breves agrupados bajo títulos explicativos. Los más interesantes son: El escritor y la escritura , Camino a la novela , Fragmentos de Pedro Páramo , Manuscritos de relatos y Apuntes para conferencias , aunque todos resultan valiosos. También hay, en reproducciones facsímiles, una veintena de manuscritos de Rulfo, en los que su caligrafía clara y menuda salpicada de tachones y agregados deja entrever un meticuloso proceso de escritura. Nada de lo que permanecía inédito hasta la publicación de estos cuadernos alcanza la calidad literaria de lo que Rulfo publicó en vida. Pero una y otra vez, incluso en los fragmentos más breves, nos sorprenden su sensibilidad, su honestidad y su ironía. Y descubrimos, en esa totalidad ilusoria que dan los borradores, una coherencia en su pensamiento y en sus inquietudes siempre vinculadas a México y a Latinoamérica, y al deseo de mostrar el estado de orfandad en el que vive buena parte de la población. En el apartado Camino a la novela , entre otras anotaciones encontramos una lista de Palabras, dichos y frases recogidos por Rulfo. Y leemos: “La vara (el cargo-poder) es lo que respetan los indios, no al portador”. Y más adelante, dentro del mismo apartado, algo que parece expresar su más íntimo deseo de artista: “Inventar un paisaje / o un nuevo paisaje de México”.

Es evidente que lo inventó: la Media Luna y Comala forman parte de un paisaje completamente nuevo, fruto de su imaginación. Rulfo se sonreía cuando le comentaban que había profesores universitarios de los Estados Unidos en Jalisco preguntando por sus personajes. Decía que estaban perdiendo el tiempo, que no iban a encontrar lo que buscaban simplemente porque él lo había inventado todo. Incluso el habla de los lugareños: “ Tal vez oí su lenguaje cuando era chico, pero después lo olvidé, y tuve que imaginar cómo era por intuición”, aclaró. Y quizás ésa sea, cuando está lograda, una de las formas más asombrosas y perdurables de la literatura: la recreación intuitiva de mundos perdidos en nuevos espacios, situaciones y personajes verosímiles, ya que, después de todo, como lo explicó el propio Rulfo: “ La literatura es ficción y, por tanto, mentira”.

La influencia en García Márquez.. Cuando tenía treinta y dos años, Gabriel García Márquez se mudó con su mujer y su hijo a México. Venía de vivir en París y en Nueva York como periodista, y ahora quería escribir guiones para cine. En ese viaje leyó por primera vez, siguiendo la recomendación de Alvaro Mutis, la novela Pedro Páramo. “ Aquella noche no pude dormir mientras no terminé la segunda lectura. Nunca, desde la noche tremenda en que leí La metamorfosis de Kafka en una lúgubre pensión de estudiantes de Bogotá –casi diez años atrás–, había sufrido una conmoción semejante”, escribió. Poco tiempo después un productor le encargó la adaptación para el cine de El gallo de oro , y más adelante trabajaría con Carlos Fuentes y Carlos Velo escribiendo el guión de Pedro Páramo. Para ese entonces, García Márquez ya había publicado La mala hora , y tenía dos libros inéditos, pero estaba en un momento de sequía como escritor de ficción, “ en un callejón sin salida”, según dijo, “ y estaba buscando por todos lados una brecha para escapar”. En una entrevista de 1979, le preguntaron a Rulfo si consideraba que sus libros habían tenido influencia sobre la obra de García Márquez, y contestó que no. “ García Márquez es otra cosa –dijo–, un gran novelista, un gran escritor que también fue trabajando su obra escalón por escalón.” E incluso fue más lejos: “ No conozco ningún autor en quien yo haya influido”. Es evidente que Rulfo era un hombre modesto, y no hubiera dicho jamás lo que el propio García Márquez se encargó de aclarar al final de un texto de 1986, publicado en la revista Araucaria, en el que se refiere a aquellos años en México y sus trabajos de adaptación de Pedro Páramo y El gallo de oro: “ He querido decir todo esto para terminar diciendo que el escrutinio a fondo de la obra de Juan Rulfo me dio por fin el camino que buscaba para continuar mis libros, y que por eso me era imposible escribir sobre él sin que todo pareciera sobre mí mismo”.