
Cuando
Juan Rulfo tenía ocho años, en 1926, estalló la “
rebelión cristera” en el estado de Jalisco, donde vivía con su familia, y en
otros cinco estados de México: los sacerdotes, acompañados de grupos de fanáticos, se alzaron en
armas para protestar contra el gobierno. El cura de San Gabriel, que además de oficiar las misas
había sido durante años el censor del pueblo –llevándose de las casas aquellos libros
prohibidos por el Index Papal–, debió convertir su iglesia en un cuartel, y trasladó su
biblioteca a la casa de la abuela de Rulfo. Así fue como este
chico pobre de Jalisco
tuvo acceso a una literatura que de otra manera hubiera tardado en conocer, o tal
vez nunca hubiera conocido: desde las novelas de aventuras de
Emilio Salgari y
Alejandro Dumas hasta la obra completa de
Víctor Hugo.
También por esa época una
sucesión de muertes en su familia determinó su vida: cuando tenía cuatro años
murió
su abuelo materno, dos años más tarde
asesinaron a su padre, y
su madre murió cuatro años después; en esos meses
dos tíos suyos fueron asesinados y al poco tiempo murió
su abuelo paterno. No había cumplido doce años cuando se enteró de que otro de sus
tíos se había
ahogado en un naufragio. En una charla con
Fernando Benítez, Rulfo se refiere a esos años de manera contundente: “
De 1922 a 1930 sólo conocí la muerte”.
Juan Rulfo nació en Apulco en 1917, pero pasó su infancia en otro pueblo del estado de
Jalisco, en San Gabriel.
Cuando murió su madre, sus familiares lo mandaron a un internado en Guadalajara
para que cursara la preparatoria –no existía el secundario. Al terminarla,
intentó inscribirse en la universidad, pero no pudo hacerlo porque había una
huelga. Por este motivo se mudó a la ciudad de México, pero tampoco pudo entrar a la UNAM porque
no le reconocieron los estudios que había cursado en Jalisco. Parece significativo
que la universidad le haya
cerrado sus puertas al escritor mexicano más influyente del siglo XX.
Pero Rulfo ya tenía lo que necesitaba para escribir: Jalisco, esa tierra árida y caliente en
algún tiempo fértil, y todo lo que había vivido y leído en su niñez. “
Lo único que hice fue ubicarme en esa región porque la conozco, y porque la infancia es lo
que más influye en el hombre”, declaró.
La forma perfecta. En la segunda mitad de la década del 40 Rulfo publica sus
primeros cuentos en dos revistas literarias, primero en
Pan
, de Guadalajara, y después en
América
, de la capital. Curiosamente, Rulfo –como cualquier autor que quisiera dar a
conocer su obra en
Pan–
debía pagar para que aparecieran sus cuentos. Más tarde diría que, aunque en
aquellos años deseaba publicar, no podía hacerlo con frecuencia porque
carecía de los medios económicos para pagar sus colaboraciones. De todas maneras,
los cuentos que dio a conocer en esas revistas formaron parte, después, de
El llano en llamas
(1953) –salvo
La vida no es muy seria en sus cosas
, recopilado recién en su
Obra Completa
.
Antes, Rulfo había escrito una novela que nunca publicó. El título era
El hijo del desaliento
, y aunque sus amigos lo estimulaban para que la editara, él decidió no hacerlo porque le
encontró
un defecto central: estaba escrita en secuencias, es decir,
había un argumento lineal y estaba desarrollado convencionalmente. Rulfo entendió
que, para lo que él se proponía contar, ése era un obstáculo: “
La vida no es una secuencia”, explicó, “
pueden pasar los años sin que nada ocurra y de pronto se desencadena una multitud de
hechos”. Leyendo novelas españolas había notado que sus autores rellenaban esos
“
espacios desiertos” –los momentos en los que no les pasa nada a los
personajes– con sus propias “
divagaciones y elucubraciones”. Y comprendió que debía deshacerse de eso
para alcanzar la forma perfecta.
Sus primeras medidas fueron: limitarse a los hechos y
evitar la adjetivación. Después notaría la conveniencia de
eliminar el espacio y el tiempo, y acabaría por instalarse en el territorio de los
muertos. Los cuentos de
El llano en llamas, escritos a lo largo de varios años, sin duda fueron los primeros pasos
calculados –aunque firmes– hacia la perfección de
Pedro Páramo (1955), obra que Rulfo escribió en apenas
cuatro meses, y de la que
debió quitar cien páginas.
Para el escritor
José Emilio Pacheco, la maestría de Rulfo como narrador reside fundamentalmente en
el
manejo y la alternancia de los puntos de vista: “
alterna monólogos, diálogos, narraciones en tercera persona...”; y en la
precisión musical de su prosa: “
el tono que usa nunca presenta una nota falsa”. Para
Carlos Monsiváis, por su parte, su gran acierto fue la creación de un “
habla rulfiana”: “
el hilo que va resumiendo, con la sabiduría de los refranes milenarios que recién se
inventan, el cierre de las posibilidades agrarias, la miseria, el aislamiento geográfico, los
caciques, el abandono del Centro, la ausencia de conocimientos técnicos, las supersticiones, el
fanatismo, el encierro y la humillación de las mujeres”.
El cine. El interés de Rulfo por las imágenes se manifestó primero en la
fotografía. A fines de la década del cuarenta
publicó once fotos en la revista
América, y en 1952,
otra serie sobre Metztitlán en la revista
Mapa. El escenario y la temática
no varían demasiado en relación con su obra literaria, aunque, a diferencia de
ésta, el Rulfo fotógrafo cuenta con una producción monumental:
su archivo personal incluye más de seis mil negativos.
Sus contactos con el cine empezaron a mediados de la década del cincuenta. De una u otra manera
Rulfo se encuentra vinculado a once películas. Algunos de sus cuentos fueron
adaptados para el cine –
Talpa
(1955);
¿No oyes ladrar los perros?
(1974);
El hombre
(1978)–, así como su novela
Pedro Páramo, al menos en dos ocasiones (1966 y 1976). También participó como actor en la
adaptación del cuento de García Márquez
En este pueblo no hay ladrones
(1964), con algunas apariciones junto a
Carlos Monsiváis,
Abel Quezada y
Luis Buñuel.
Sin embargo, según el crítico
Jorge Ayala Blanco, “
su filmografía la integran mediocres y serviles, cuando no grotescas o muy alejadas
versiones de sus obras narrativas”. Sólo se eximen de esta valoración dos trabajos
experimentales a los que Rulfo aportó breves textos pensados como líneas argumentales: un corto de
doce minutos titulado
El despojo
(1960), de
Antonio Reynoso; y el mediometraje
La fórmula secreta
(1964), de
Rubén Gámez.
Pero el aporte más interesante de Rulfo al cine fue el
argumento que redactó, a principios de los sesenta, para el productor
Manuel Ponce, titulado
El gallo de oro
. Escrito en un estilo liso, sin pretensiones, muy diferente al de su narrativa anterior,
este guión cuenta la historia de dos personajes marginales, el gallero Dionisio Pinzón y una
cantadora de palenques apodada La Caponera. Ambos deambulan por separado por las ferias de los
pueblos de México, y después de algunos encuentros ocasionales terminan por casarse. Dionisio, en
sus comienzos un humilde pregonero, se ha vuelto rico con las peleas de gallos, pero su ambición
termina por destruirlo y en su caída arrastra también a su mujer.
Si bien los personajes y los escenarios de
El gallo...
son claramente rulfianos, este argumento resulta
extraño dentro de su producción por dos motivos: en primer lugar, Rulfo
desarrolla en secuencias –como lo había hecho en su primera novela
inédita– una
historia demasiado previsible en sus giros y resoluciones; y, por otra parte, en
este relato olvida aquello que, según Monsiváis, constituye uno de los rasgos distintivos de su
manera de narrar: “
Rulfo no conoce la estrategia del clímax. Lo suyo es el desfile de lo anticlimático, y, por
así decirlo, la normalización de la tragedia”.
Los borradores. En 1994 apareció por el sello Ediciones Era, en México, un libro
titulado
Los cuadernos de Juan Rulfo
. Y ya en el texto de presentación, firmado por su viuda,
Clara Aparicio de Rulfo, nos enteramos de la polémica que precedió a esta
publicación: “
Al parecer es algo terrible lo que estoy haciendo”, escribe. Y explica que
algunas personas a las que consultó sobre la conveniencia de dar a conocer esos manuscritos se
habían escandalizado. Lo que parece entendible: a ocho años de la muerte de Rulfo, y después de
casi cuatro décadas sin que apareciera ningún texto de ficción con su firma, estos borradores
representaban un milagro: la posibilidad de leer algo nuevo del autor de
Pedro Páramo.
El libro está compuesto por nueve apartados, en los que aparecen ordenados cronológicamente
textos más o menos breves agrupados bajo títulos explicativos. Los más interesantes son:
El escritor y la escritura
,
Camino a la novela
,
Fragmentos de Pedro Páramo
,
Manuscritos de relatos
y
Apuntes para conferencias
, aunque todos resultan valiosos. También hay, en reproducciones facsímiles, una veintena
de manuscritos de Rulfo, en los que su caligrafía clara y menuda salpicada de tachones y agregados
deja entrever un meticuloso proceso de escritura. Nada de lo que permanecía inédito hasta la
publicación de estos cuadernos alcanza la calidad literaria de lo que Rulfo publicó en vida. Pero
una y otra vez, incluso en los fragmentos más breves, nos sorprenden su
sensibilidad, su
honestidad y su
ironía. Y descubrimos, en esa totalidad ilusoria que dan los borradores, una
coherencia en su pensamiento y en sus inquietudes siempre vinculadas a México y a Latinoamérica, y
al deseo de mostrar el estado de orfandad en el que vive buena parte de la población. En el
apartado
Camino a la novela
, entre otras anotaciones encontramos una lista de
Palabras, dichos y frases
recogidos por Rulfo. Y leemos:
“La vara (el cargo-poder) es lo que respetan los indios, no al portador”.
Y más adelante, dentro del mismo apartado, algo que parece expresar su más íntimo deseo
de artista:
“Inventar un paisaje / o un nuevo paisaje de México”.
Es evidente que lo inventó: la
Media Luna y Comala
forman parte de un paisaje completamente nuevo, fruto de su imaginación. Rulfo se sonreía
cuando le comentaban que había profesores universitarios de los Estados Unidos en Jalisco
preguntando por sus personajes. Decía que estaban perdiendo el tiempo, que no iban a encontrar lo
que buscaban simplemente porque él lo había inventado todo. Incluso el habla de los lugareños:
“
Tal vez oí su lenguaje cuando era chico, pero después lo olvidé, y tuve que imaginar cómo
era por intuición”, aclaró. Y quizás ésa sea, cuando está lograda, una de las formas
más asombrosas y perdurables de la literatura: la recreación intuitiva de mundos perdidos en nuevos
espacios, situaciones y personajes verosímiles, ya que, después de todo, como lo explicó el propio
Rulfo: “
La literatura es ficción y, por tanto, mentira”.
La influencia en García Márquez.. Cuando tenía treinta y dos años,
Gabriel García Márquez se mudó con su mujer y su hijo a México. Venía de vivir en
París y en Nueva York como periodista, y ahora
quería escribir guiones para cine. En ese viaje leyó por primera vez, siguiendo la
recomendación de
Alvaro Mutis, la novela
Pedro Páramo. “
Aquella noche no pude dormir mientras no terminé la segunda lectura. Nunca, desde la noche
tremenda en que leí La metamorfosis de Kafka en una lúgubre pensión de estudiantes de Bogotá
–casi diez años atrás–, había sufrido una conmoción semejante”,
escribió. Poco tiempo después un productor le encargó la adaptación para el cine de
El gallo de oro
, y más adelante trabajaría con
Carlos Fuentes y
Carlos Velo escribiendo el guión de
Pedro Páramo. Para ese entonces, García Márquez ya había publicado
La mala hora
, y tenía dos libros inéditos, pero estaba en un momento de sequía como escritor de
ficción, “
en un callejón sin salida”, según dijo, “
y estaba buscando por todos lados una brecha para escapar”. En una
entrevista de 1979, le preguntaron a Rulfo si consideraba que sus libros habían tenido influencia
sobre la obra de García Márquez, y contestó que no. “
García Márquez es otra cosa –dijo–, un gran novelista, un gran escritor que
también fue trabajando su obra escalón por escalón.” E incluso fue más lejos:
“
No conozco ningún autor en quien yo haya influido”. Es evidente que Rulfo
era un hombre modesto, y no hubiera dicho jamás lo que el propio García Márquez se encargó de
aclarar al final de un texto de 1986, publicado en la revista
Araucaria, en el que se refiere a aquellos años en México y sus trabajos de adaptación de
Pedro Páramo y
El gallo de oro: “
He querido decir todo esto para terminar diciendo que el escrutinio a fondo de la obra de
Juan Rulfo me dio por fin el camino que buscaba para continuar mis libros, y que por eso me era
imposible escribir sobre él sin que todo pareciera sobre mí mismo”.