CULTURA
RICARDO, ADELINA Y EL HINDUISMO

El ashram de Areco

Un libro de reciente aparición recupera la fascinante historia que tiene como protagonistas a Ricardo Güiraldes, su mujer Adelina del Carril y Ramachandra Gowda, el hijo indio adoptivo encargado de difundir la faceta mística y política del autor de Don Segundo Sombra –anclado como escritor costumbrista de lo gauchesco–, vedada por el hombre que armó sus Obras completas, su sobrino, conocido como el ‘Comodoro’, Juan José Güiraldes.

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Ricardo, Adelina y el hinduismo. | cedoc

Cuando Ricardo Güiraldes estampa el punto final de Don Segundo Sombra, en 1926, visita al resero inspirador de la novela que se convertiría en uno de los libros más leídos por los argentinos, el canto de cisne de la gauchesca. Entonces sale al encuentro el puestero Segundo Ramírez, y reconoce respetuoso Güiraldes, el escritor amigo de Jorge Luis Borges y Roberto Arlt, “Don Segundo: yo he escrito un texto con su persona y le hecho hacer cosas que usted ha hecho y cosas que no ha hecho”. Entonces Don Segundo, dicen con una mirada vizcacha como el plano final de la taquillera película de Manuel Antín de 1969, con “los ojitos chiquitos perdidos entre las pestañas”, retruca: “Pero que podría haber hecho”. Una de las últimas lecciones de hospitalidad gaucha para Ricardo Güiraldes, quien fallecería al año siguiente, “el regalo de tu hermandad que mejora al hombre”. Y un camino de sabiduría entre dos mundos, la India y la Argentina, de “guachos a gauchos”, que Los recuerdos vivos (El Ateneo, 2023) de José Rivarola atraviesa con su propia búsqueda espiritual, conmovido y transformado en los augures Ricardo, Adelina y Rama.

Este triángulo luminoso que entremezcla tiempos y espacios, saltando en el relato anfibio de Rivarola que reconstruye vidas y escenarios en tres continentes, a lo largo de más de cien años, presenta de actores principales por supuesto a Ricardo Güiraldes. Domador de caballos, boxeador, guitarrista, poeta y novelista, bailarín de tango, trapecista, pintor y místico, este Güiraldes se engrandece con la comprensión original de las influencias del hinduismo y esoterismo, a lo largo del “gran poema” de la totalidad de su literatura, y que él mismo admitía haber iniciado en Oriente en 1910. Sin embargo, Rivarola, centra más luz en las poco conocidas trayectorias de Adelina del Carril, esposa del escritor o “Mamita”, y su hindú hijo adoptivo desde 1937, Ramachandra Gowda. “¡No entendiste nada, has hecho un mamarracho de todo lo que te entregué, te pedí que escribiera sobre Mamita y te dije mi quinientas veces que yo no existo!”, escucha Rivarola en los sueños, y en la realidad, en intensos cinco años en el cruce de milenios, la voz templo ashram de Ramachandra, que guía arbórea los capítulos.

Nacido en Bengalore, India, Rama o Ramu, fallecido en 2005 en la Patagonia, Argentina, de acuerdo a Rivarola, se encomendó cumplir con la difusión de la obra de Güiraldes, bajo el “rasgo indio del dharma, el cumplimento de la misión que, según afirmaba, le había encomendado Mamita: reflotar el verdadero Ricardo, lejos del Ricardo de la obras completas, que Mamita lo rechazó como un Ricardo sin brazos, sin orejas. Rama se abocó entonces a trabajar en su casucha de Epuyén, Chubut, durmiendo pocas horas, con una perseverancia oriental, sin preocuparse por el resultado como reza de Bhagavad Gita”. Desde el fallecimiento de Adelina en 1967, Ramu se ocupó de editar el material que complementaba la edición oficial que había sido expurgada por el sobrino del autor de Raucho, Juan José Güiraldes, el “Comodoro”, un férreo tradicionalista y “personalidad emblemática de la Fuerza Aérea”. Éste será el antagonista de Ramu desde su llegada de adolescente al país en 1951 hasta el juicio que iniciara en los setenta por “intruso, un pájaro negro dentro de la familia Güiraldes” (sic), debido a que Adelina lo declarara legítimo heredero, y custodia del legado de Güiraldes, con cientos de documentos e inéditos. Un Don Ricardo distinto al escritor estanciero esclerosado de cierta crítica progresista, y que podía escupir contra su clase en los veinte, “desgraciadamente nadie piensa en el pobre del país. Son la columna vertebral del país… que si dejaran de trabajar por un solo día, provocarían un pánico en la ciudad. Pero no hay nadie que simpatice con ellos, nadie que les consuele en su miseria”.

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Hombre mirando el Ser

“Ramu y el Comodoro eran dos personas con una personalidad muy fuertes”, comenta Adolfo Güiraldes, hijo del sobrino del escritor, Adolfo, y la “Tola” Florencia, la mejor amiga de “Cotocha” Adelina del Carril, “Los dos se sentían dueños de algo que, en verdad, era propiedad de Ramu. Él fue el verdadero heredero directo de Adelina y Ricardo, y podía disponer libre de estos papeles valiosos. Y, luego en el remate de los setenta, mi tío Juan José por suerte compra parte de esos documentos, con el apoyo de dos empresas, y lo cede al Museo Gauchesco Ricardo Güiraldes. Pero Ramu era el dueño, insisto, y a “tomar por culo la bicicleta”, como se dice en España”, cierra. Y semblantea a Ramachandra, “era un ser especial. Muy especial. Emanaba una presencia donde iba. Uno entraba a un restaurante y la gente se fijaba en él, y no porque fuera negro o azul. Ramu era azul, je. Una vez me visitó en Tafí del Valle, Tucumán. Y entonces me vino a buscar un mozo de mano, diciendo “Lo busca un raro. Un hombre muy raro”. Y lo veo a Ramu, que se había venido del Sur, caminando. Fuimos a cenar a la noche y terminamos escuchándolo con cuarenta personas. Era un ser que emanaba energía”, comenta de ese halo misterioso que también impulsó al periodista y guía turístico Rivarola a contar un hilo dorado, bordado desde aquel encuentro en Tiruvannamalai en 2000, y el saludo porteñísimo de Rama con un “¿Cómo estás, viejo?” Y el alma de José, rejuvenece, “entrando de la pequeña vida a ser componente de una vida mayor”.

Camino a la India

Otra ruta, distinta, fue la de Andrés Di Tella, que con la película Fotografías de 2007, en la indagación del paso de su madre hindú, Kamala, ya había presentado una punta de esta travesía que atraviesa literatura, historia y vitalidades con senderos reveladores. “Llegué de una manera insólita porque estaba con una película de Adolfo Fernández de Obieta, el hijo de Macedonio Fernández. Me hice muy amigo de Adolfo y, hablando de mi madre hindú, me aconseja que conozca a Rama. Y pasaron los años y me cruzo con José Rivarola, que estaba detrás de esa historia de Adelina, Ricardo y Rama. Y nos hicimos amigos y fuimos a ver a Rama en Epuyén. Yo estaba investigando la vida de madre, mis raíces en la India, y apareció este fascinante paralelo. Además, me encantaba la idea de pensar que el Segundo Sombra estaba inspirado parte en el tropero real de los Güiraldes, Segundo Ramírez; parte en Sri Ramakrishna. Me parece increíble que Sombra, el epítome del gaucho argentino, escondiera un gurú hindú”, destaca el documentalista. Y destaca que esta trama, “que Rivarola profundiza de manera extraordinaria, con una emocionalidad inmensa que impacta directo en la lectura”, permite entrever el fuego y el pensamiento de Adelina del Carril.

“Yo tengo en claro que sin ella, no existiría Ricardo Güiraldes. Eso siempre me lo decía mi padre”, suma Adolfo Güiraldes, quien proyecta en el museo de Areco un sala especial para Mamita, “Adelina también era un ser muy especial, partícipe del proceso de la independencia de la India a principios de los 40, y que junto a la hermana Delia –la brillante esposa de Pablo Neruda– son muy importantes para la cultura argentina ¡Mierda, qué mujeres!”, exclama de Adelina, una mujer que además protegió y mimó a las vanguardias martinfierrista y boedista, a la par de su esposo Ricardo.

Para Mamita

“Adelina fue una mujer que estaba fuera de su tiempo. Pionera en el feminismo, junto con Delia, una de las primeras en contradecir “lo que una mujer debía ser”, dispuesta seguir su propio camino aunque no lo aprobara la sociedad. La familia Del Carril le brindó todas las oportunidades para construir ese camino y la relación con Ricardo potenció a ambos, al punto de convertirse en exponentes artísticos durante el período de las vanguardias”, refuerza Candela Betancourt, investigadora del equipo del Museo Güiraldes de Areco, y asegura que el libro de Rivarola, “nos permite ahondar en la figura de Adelina como mujer, como hermana, como amiga, como esposa, como madre y a comprenderla fundamental en su contexto. Nos hace saber que, seguramente, sin ella la literatura argentina no sería la misma. ¿Ricardo habría seguido escribiendo y publicando luego del fracaso de El cencerro de cristal (1915) sin el apoyo de su esposa? Probablemente no, y con esa respuesta completamos todo lo que necesitamos saber sobre ella. La fuerza creadora que encarnaron juntos es un paradigma dentro de la literatura. En palabras de Ricardo: “Adelina es mi mejor mánager, pero también es mi juez más severo”.

Nada en el tintero del autor escapaba a la revisión y la aprobación de su esposa, y eso fue lo que le garantizó un lugar privilegiado entre los autores nacionales”, remata recordando Betancurt que los estudios biográficos sobre Adelina son casi inexistentes, y por eso Los recuerdos vivos se vuelve imprescindible.

¿Viste, Ramu? José, oteando en el “horizonte que se aleja cada día hasta el infinito”, cumplió. Como Ramu con Mamita, en el juego de Dios, Lila, “¿Si yo me hubiese quedado en la India?, ¿quién iba a reflotar las verdades de Ricardo?, ¿entienden? Ganesha dirige la película, pero de una forma sutil, de pronto vemos que todo está torcido y horrible y no es más que el juego del elefante para que las piezas coincidan en cada lugar”.

La gran luz de amor

Dos energías fluyen en las líneas de Los recuerdos vivos. Apenas arranca Rivarola reproduce una carta que Adelina escribe al poeta Nicolás Olivari, en 1946, desde la India, “Sabrá usted que aquí he cambiado hasta de entidad. Sólo me conocen por “Mamita” gracias a este bendito niñito mío, Ramu. Mi nombre es muy complicado para esta gente; así hasta las cartas me las dirigen: Madame Mamita”. Ese era el título alternativo elegido por el argentino, que vive en Europa desde 1968, y lo justifica, “tuve la impresión de Madame Mamita como la madre universal que abarca todo lo femenino humano y animal, y en el libro se ve repartida en los personajes femeninos: la Mamita Ernestina Lamarca, que Rama la adoptó como su segunda madre, Kamala, la impresionante madre de Di Tella que todavía no tiene quién escriba su apasionante biografía, Delia del Carril; siempre me quejo de la película monumental que está perdiendo el cine argentino con la vida de esta legendaria mujer; las Mamitas como Ana Fernández, como Cecilia Smyth, como Lilith, como la secuestra amores, como Emalís, y tantas a lo largo de las páginas. Mamita Adelina es el eje central, es la Shakti, la femenina energía propulsora de inspiración de este trabajo”. Y recuerda el autor que los hindúes, los que profesan del hinduismo, no tienen patria, sino Matria, Baharat Mata, Madre India.

Otra fuerza natural en letras de molde se hallan ya publicadas en el Don Segundo Sombra, con la iniciación de Fabio Cáceres en la cocina de la estancia, el puntual sentimiento del discípulo que queda prendado del maestro, resumido en “me pareció ver un fantasma, una sombra, algo que es más una idea que un ser…algo que me atraía como la fuerza de un remanso”. Y en esto se marca un camino distinto en la interpretación, quizá para lectores menos contaminados, caso de un Borges que alaba el libro “tan argentino”, señalando de todos modos sus conexiones con Kipling y Mark Twain en 1951, y ridiculizándolo en El Evangelio según Marcos (1970), “el estilo vanguardista se sintetiza con la temática pampeana y muestra la necesidad de trascendencia metafísica.

Nuevamente, no es sorpresa que la India sea una influencia directa, pero está reservado solo para quienes sepan verlo”, aclara Candela Betancourt.

Orgullo. Generosidad. Hospitalidad. Pronunciamiento antes que lucha sórdida. Fatalismo pampeano. Coraje. Una especie de evangelio de los sentimientos más típicos. Duda. Habilidad: adaptación a todo ritmo. Malicia; eran las coordenadas del propio Güiraldes en 1919 antes de lanzarse a la huella elegíaca de Don Segundo y Fabio, y que compartía en sus tiempos de escritura con el Libro de la Raza, un espiritual poemario que Rama y Adelina publicarían en los sesenta con el nombre de El Libro Bravo.

Una lectura menos contaminada que regaló el secretario de Ricardo Güiraldes, y a quien había financiado su primera novela, lanzada el mismo año de Don Segundo Sombra, El juguete rabioso. “Una claridad tan tenaz que todo se vuelve transparente allí. Pero todo esto son palabras para la gran luz de amor que hay en su libro”, en un carta de Roberto Arlt, citada por Sylvia Saítta.

El sendero de Don Ricardo Sombra

En Los recuerdos vivos pulsa en la unión ancestral que existe entre Ricardo, Adelina, Rama y José. Inquietudes, necesidades e intereses que confluyen en la India, la Argentina y filosofías “que tuvo hombres –y mujeres– que a fuerza de ser humanos, dieron fragmentariamente un soplo de grandeza uniforme”.

“Nomás en las primeras páginas vislumbré un esoterismo Vedanta soterrado en esa novela mal tachada de costumbrista: Don Segundo tiene matices de un gurú, Fabio de su discípulo, los dos en una suerte de Krishna con Arjuna, recorren la pampa en una viaje iniciático en el que Fabio atesora las enseñanzas de su padrino.

“Ese hombre que ve allí sabe abre la mano grande, y lo que en ella se puede hallar, señor, no son patacones, pero cosas de la vida “.

Entonces la imagen de Ricardo Güiraldes dio un vuelco, ¿Quién era? ¿Cuándo le llegaron estas enseñanzas que en su tiempo estaban poco menos que ocultas? Qué más escribió en este sentido, sin necesidad de solaparlo con una novela? ¿Cuál fue su camino?”, concluye.

Ricardo Güiraldes escribe El sendero, sumergiéndose en sí mismo, tomando la fuente de la disolución del yo, sombra, consumido por el cáncer y desayunando fosfatina.

Hay referencias al Vacío y la Forma, netamente del budismo Mahayana, asevera Rivarola. José que recuerda tras finalizar el viaje del libro, en un monasterio de Japón, que un “maestro resplandeció en una alegre sonrisa y me dijo “olvida tu yo y ve a lo profundo”.

Cuando volví al zendo me senté en el cojín frente a la pared en la presencia del “no yo” y, de repente, cantaron todos los pájaros de la mañana”.

Como en Areco, Bangalore y Epuyén.

Adelina y Ricardo tienen quien les escriba

Por Paula Pérez Alonso

En uno de sus viajes a la India a José Rivarola le sale al encuentro la historia de Ricardo Güiraldes, su mujer Adelina del Carril y el niño indio que ella adopta allá, Ramachandra Gowda. Aunque Rama/Ramu tiene sus padres vivos, hermanas y hermanos, se deja adoptar y es un gran consuelo para su madre adoptiva cuando Güiraldes muere. Ricardo murió en París en 1927, pero lo entierran en San Antonio de Areco, su tierra natal. Algunos años más tarde, Adelina funda una sede del ashram de Ramakrishna en Bella Vista, y esto le ayuda a levantar el espíritu. En 1937, como devota de Ramakrishna, llega a Calcuta para el Congreso Mundial de las Religiones, donde da una conferencia, y decide quedarse allí porque dice que el alma de Ricardo está en la India. Los recuerdos vivos empieza con una carta que Adelina escribe en 1946 a Nicolás Olivari, en la que le expresa su temor por la invasión a Bangalore, donde ella vivió tantos años y tantas vidas, y la manera en que pudo sobreponerse a la muerte de Ricardo gracias a Ramu.

Adelina y Ricardo habían decidido viajar a la India para encontrar la espiritualidad que, según decían, no veían en Occidente. Rama le cuenta al autor sobre esta mujer tan singular y su marido, comprende cómo la India penetró su espíritu, anquilosado por la Academia como escritor costumbrista de lo gauchesco, y por algunos miembros de su familia.

La historia apasionante que rescata José Rivarola redescubre la obra y los diarios de Güiraldes y muestra su faceta mística y política, que quedó vedada por la figura de escritor que construyó el hombre que se encargó de armar sus Obras completas, su sobrino, conocido como el “Comodoro” o “El Cadete”, Juan José Güiraldes. Cuando Adelina revisaba la publicación lloraba y decía furiosa: “Éste es un Ricardo sin orejas, sin brazos, sin boca”. Y ahí mismo se empacó y no entregó las pruebas ni dio la autorización para que se publicaran las obras. La familia entonces objetará la decisión de Adelina de nombrar a Rama como su heredero.

José Rivarola viaja a la India, a Barcelona y a Buenos Aires para entrevistar a varios personajes que conocieron a Adelina. Pero el personaje central de todo el libro es Rama, quien vivía en Epuyén, en la Patagonia, en cabañas muy precarias y casi heladas, convertido en un indio bohemio.

José se sorprende al comprobar que Rama es tan argentino como él. Durante las noches heladas de los meses que dura su estadía comparten un sinfín de mates y copas, anécdotas y datos secretos sobre “Mamita”.

Rama le encomienda que escriba la historia, le brindará documentación con la condición de que lo excluya del relato, porque el libro debe ser sobre Mamita. Pero es imposible, dado que Rama es el portavoz vivo de Mamita, y tiene además los diarios de Ricardo.

Sin dudas, una historia que reclamaba ser contada. Rivarola relata con intensidad, ternura y maestría unos hechos extraordinarios: Los recuerdos vivos parecen haber encontrado a su autor.