CULTURA
Crítica

El golem letrado

Perfil
. | CEDOC

Con Nigredo se interrumpe el gozo cómplice en el escenario de un circo sin territorio: a la lengua argentina la azotó su propia historia. Concurre así un niño tasado, sin valor, niño taza sin manija, pero manijeado. Hijo de inmigrados en una Buenos Aires paralela, o para lelos. ¿Pero qué es lo que ocurre y no perciben? La infamia de la existencia. Bruto el padre italiano, la madre costurera, la hermanita esclavizada, hogar triste hogar en conventillo, también en el decir de los otros, la chusma. Es la toma por asalto del sainete, la profanación de Poe hasta acanallarlo en un mistongo Bartolomé de las Casas; es la puesta en calor del pensamiento mísero, otro tipo de ruina a transitar en el espontáneo sarcasmo de lo real.

Como recurso inicial, abandonado a su decadencia, la bildungsroman muta en el aprendiz del mensaje que no cesa entre las paredes mentales, danzando la locura y la expiación de todos los pecados concebibles. En la falta de amor, la imposibilidad de alimento, un aspecto social apropiado, una nada diminuta e incómoda: nuestra conciencia en la culpa de ser lectores. Y el vacío mismo, un privilegio con lujos como el tiempo de la intimidad.

Casi rama sacrílega de la lógica, la metafísica es el descarne, la primera víctima de la imaginación literaria. Francisco Tario sobrevuela el camposanto, remueve la osamenta lingual de la doxa espiritista

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El material lingüístico resulta malversado: del barroco hispanista al informe de Indias. O al romanticismo de José Mármol (apellido para escribir epitafios y cancelar todo futuro al decir). ¿A qué mercaderes expulsa Conde de Boeck del templo lector? ¿No es acaso un Zar(miento) nocturno delirando entre las tumbas para absorber la memoria de los escritores de la patria? En un fin egoísta se destaca el más altruista: salvar el acto de escritura. Aquí he venido, me pongo a gestar. Y poco antes: sacrifiqué a todos los santos de la teoría.

Para el personaje que enuncia, el hijo lóbrego, el espiritismo como oficio fracasa, como el dominio del conjuro. Casi rama sacrílega de la lógica, la metafísica es el descarne, la primera víctima de la imaginación literaria. Francisco Tario sobrevuela el camposanto, remueve la osamenta lingual de la doxa espiritista. La exhumación resulta una fiesta fantástica que anuncia la cripta del estilo, su eje girando en la locura de todos estos locos años proclives a la farsa literaria. Y el tiempo no para, ni tiene miramientos, fatal como la criptográfica acción de un teatro sin sombras, carente de trascendencia.

El suceso nigredístico es la anunciación de la obra, la instalación del tendal. Aquí está el poeta sin mantra, la amorfa instancia de otro exilio donde se hace el rengo para escapar de lo universal, de lo categórico que tanto asola al ser escritor en Argentina. Bosque, laberinto, catacumba y pozo ciego, se deshace del atavío doctoral, institucional, escapa en la lucidez del basta, hasta acá llegó el olor de la flor más dulce y venenosa. Conde de Boeck abrió la ventanita, asoma sin el rizoma de la verba inconsistente, excomulga a las páginas del placebo que adormece, sataniza ágrafos. Es la buena nueva que dice: “llegó el escritor a pesar de los lectores”. Zás, otro novelista.