CULTURA
Clarice Lispector

El mundo íntimo de afuera

El centenario de la escritora brasileña es la excusa para revisar no sólo la vigencia de una obra extraordinaria, sino también las aristas de una vocación literaria única que crece con nuevas lecturas, generaciones y las transformaciones a escala planetaria; esa frágil vibración que Lispector supo percibir de manera más profunda y más terriblemente bella que otros.

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Clarice Lispector. | pablo temes

Nació en Ucrania, “en una pequeña aldea llamada Tchechelnik, que no figura en el mapa de tan pequeña e insignificante”, según declaró, y llegó con sus padres y hermanas a Maceió, en el nordeste brasileño, en 1922, con apenas 15 meses de vida. “Soy brasileña, pronto y punto”, escribiría años más tarde en una crónica autobiográfica. Pese a la pobreza y a la enfermedad de su madre, tuvo una infancia feliz como chica de la calle. “Yo… Yo… Estaba tan viva”, recordó. Devoraba libros y tardó en comprender que alguien los escribía. A los veintiún años, con el dinero de su primer sueldo como reportera de una agencia, compró su primer libro, Felicidad, de Katherine Mansfield. En la librería, descubrió que aquel era un mundo “en el que le gustaría vivir”. Y allí se quedó. El próximo jueves el mundo de las letras celebra el centésimo aniversario del nacimiento de Clarice Lispector, la escritora brasileña que transformó la lengua portuguesa a fuerza de misterio. Un día antes se conmemora el 43º aniversario de su muerte, que tuvo lugar el 9 de diciembre de 1977.

Una de las casas editoriales argentinas de Lispector, Corregidor, llegará este año a los 13 títulos de la escritora. Esta semana se lanzará La pasión según G.H., con traducción de Gonzalo Aguilar, y la semana siguiente, Lazos de familia, en versión de Luz Horne Lazos. Además, publicará El arte de pensar sin riesgos. 100 años de Clarice Lispector, volumen a cargo de Mariela Méndez, Claudia Darrigrandi y Macarena Mallea, con contribuciones de investigadores e investigadoras de América Latina y Estados Unidos, en español y portugués. Este jueves, en el marco de la celebración internacional La Hora de Clarice, que se podrá seguir en redes sociales, Corregidor organizó dos charlas entre especialistas nacionales e internacionales en la obra lispectoriana. Lectores y fans de la autora de Cerca del corazón salvaje podrán asistir a los encuentros de Nuestra Clarice desde la cuenta @corregidorcom, en Instagram. A las 14, conversarán Florencia Garramuño, Márgara Russoto, desde Italia, y la venezolana Eleonora Cróquer Pedrón, y a las 16, Griselle Merced Hernéndez, desde Puerto Rico, Laura Cabezas y Macarena Mallea, desde Chile. 

La intimidad del mundo. Lispector publicó La pasión según G.H. en 1964, año en que comenzó la dictadura militar en su país. Está protagonizada por una mujer y una cucaracha. “Nuca me desahogué en un libro –declaró la autora–. ¡Para eso están los amigos! Quiero la cosa en sí”. Esa novela, que la consagró como escritora y motivó el relanzamiento de sus libros anteriores en Brasil, tendrá una nueva versión al español, a cargo de Gonzalo Aguilar. “El primer libro de Clarice que publicamos en la colección Vereda Brasil fue La araña –dice Aguilar, ensayista y codirector de la colección con Garramuño–. Había sido publicado en 1977, cuando Clarice estuvo en Buenos Aires para participar en la Feria del Libro, y formó parte de una serie de novelas y libros de cuentos que publicaron, además de Corregidor, Santiago Rueda y Sudamericana”. Después de La araña vinieron otros libros suyos en la colección y dieron forma a la Biblioteca Lispector. “Este año publicamos cuatro: Cerca del corazón salvaje, Agua viva, La pasión según G.H. y Lazos de familia –agrega Aguilar–. El interés por la literatura de Clarice viene del hecho de que es una de las indagaciones más radicales de la narrativa moderna acerca de las relaciones entre vida orgánica y vida social, cuerpo y lenguaje, experimentación y relato, pobreza y experiencia. Además, fue una de las primeras escritoras que desplazaron al mal llamado narrador omnisciente (patriarcal, escondido en una objetividad, incorpóreo) para construir narradores que encarnan una percepción femenina del mundo para trastocar las ideas que tenemos de la intimidad, los afectos y las relaciones entre las personas.

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‘El mundo de afuera también es íntimo’, dijo Clarice una vez, y con su literatura transformó para siempre el mundo de afuera y también el de adentro”.

Mario Cámara, investigador del Conicet y profesor de Literatura Brasileña en la Universidad de Buenos Aires, tradujo la novela Agua viva. “Con esa obra, de 1973, volvió a descolocar a lectoras y lectores –indica–. La experiencia de la traducción suele intensificar nuestra lectura, por ello, mientras la traducía percibía la potencia desafiante de una prosa que no se ajustaba a ninguna clasificación. Sin embargo, y quizá de forma paradójica, al mismo tiempo que esta escritura desafía los límites de la literatura, solo la literatura podía contenerla. Dirigida a un otro que también somos nosotros, Agua viva es la historia de una experiencia doble. La protagonista, una artista visual, ensaya una escritura que tenga la consistencia de un sustrato vibrante, de un ‘canto gregoriano’, como dirá casi al comienzo, y a la vez procura hacernos conocer su contacto con un mundo expandido, habitado por animales, plantas y cosas”. Para el autor de Restos épicos: la literatura y el arte en el cambio de época, en esta novela se puede captar un dilema que recorre la literatura de Clarice, “el de una palabra que navega sometida a un doble y contradictorio régimen de existencia: dura materia viviente que despliega sonidos encantatorios y dadora de vidas inauditas”. 

Escritura insurrecta. Desde su juventud, Lispector trabajó como cronista para distintos medios gráficos brasileños. Su obra de no ficción se conoce en el país gracias al sello Adriana Hidalgo, que publicó Descubrimientos y Revelación de un mundo, con traducciones de Claudia Solans y Amalia Sato, respectivamente. “Fue una experiencia de mucho compromiso traducir, prologar y sobre todo seleccionar para la editorial las crónicas publicadas entre 1967 y 1973 en el Jornal do Brasil –confía Sato–. Lamenté no haber incluido entonces la dedicada a Lúcio Cardoso, figura esencial en la vida y formación de Clarice pero no tan conocida entre nosotros. Nombres valiosos se entrelazan en este contacto mío con ella: una charla con Juan García Gayo, donde honrando la memoria de su esposa brasileña me contaba cómo lo había ayudado a capturar los peculiares giros de la prosa de Lispector. Fue justamente él, con Haydeé Jofre Barroso, el que dio inicio a la circulación de buenas traducciones en los años 70. Agrego a Nádia Battella Gotlib, la gran especialista”. Adriana Hidalgo publicó, de esta investigadora brasileña, el imprescindible Clarice. Una vida que se cuenta, biografía literaria que tradujo Álvaro Abós. Sato asocia su experiencia de traducción de Lispector a una alteración en el ritmo de la respiración. “Registro ese uso particular de las preposiciones, el buen oído para las cadencias del habla nordestina, que no solo en ella sino también en otros grandes autores brasileños propicia la creación de universos potentes. Imperdible el coro de empleadas domésticas en una de las crónicas, anticipo de la Macabea de La hora de la estrella, su última novela. Y no quiero dejar de nombrar a Alberto Dines, el editor del Jornal do Brasil, que durante esos siete años amparó el encuentro semanal sabatino de una legión de lectores con la escritura insurrecta de Clarice”.         

Para la profesora brasileña Mara Paulina Arruda Wolff, Lispector es patrimonio nacional. “Es una de las escritoras más leídas en Brasil –dice, desde São José, en Santa Catarina–. Clarice creó en la lengua portuguesa una literatura de calidad. Su escritura es un movimiento continuo que nos sorprende con cada obra que leemos y los enigmas de su obra son del orden de aquellos autores que tienen un ojo en la palabra escrita y otro ojo en la vida real. Clarice no bromea. Es nómada. Va y viene en un lenguaje cuidadoso, misterioso, profundo, tan aterrador como sencillo”. 

En la Argentina, Lispector es una de las autoras extranjeras más amadas por lectores, críticos y nuevas generaciones de escritores. “Leer a Clarice Lispector es como observar siluetas bajo el agua en ese instante breve en el que se aguanta la respiración –grafica la narradora Valentina Vidal–. Es la experiencia de los sentidos, porque ella escribe con el cuerpo arremolinado en la incertidumbre. Cada párrafo arroja la luz de una prosa que no se ajusta a la forma y que reinventa con un lenguaje de sensualidad inherente. Es un reto dulce a las formas de la narración. En Un aprendizaje o el libro de los placeres, su escritura empieza con una coma y una minúscula. Se ofrece. Trata la palabra con belleza y abre un recorrido donde lo absoluto no es una opción, no sin cierta melancolía de la pérdida”. Para la autora de Fuerza magnética, las búsquedas de Lispector nutren y estimulan, “porque nunca se cansó de profundizar en sus emociones como combustible necesario para su despliegue y leerla, de alguna manera, otorga valentía para fluir, demuestra que asumir riesgos trae consigo transparencia y honestidad”.

Si bien disfrutó de la fama en los últimos años, evitaba mitificarse. “Soy una mujer que sufre, como todas las personas del mundo, los mismos dolores y las mismas ansiedades –declaró–. Nunca pretendí asumir una actitud de superintelectual. Nunca pretendí asumir actitud ninguna. Llevo una vida cualquiera. Crío a mis hijos y cuido de mi casa. Me gusta ver a mis amigos, el resto es mito”. Es otra de las razones por las que queremos tanto a Clarice Lispector.

 

Inauguración del futuro

Florencia Garramuño*

En el centenario de su nacimiento, la literatura de Clarice Lispector ha alcanzado una enorme popularidad que contrasta de modo dramático con la recepción que su obra recibió en sus comienzos. “A massa ainda comerá o meu biscoito fino”, la predicción que Oswald de Andrade lanzó sobre su propia literatura, también se cumplió para la literatura de Clarice. Hoy los libros de Lispector son traducidos una y otra vez a diferentes lenguas, y cierto tono clariceano, podríamos decir, impregna una sensibilidad contemporánea para la que su escritura aparece mucho menos exótica o rara de lo que fue percibida en sus comienzos, cuando emergía de un terreno fértil en textos regidos por un “instinto nacional”, según la frase famosa de Machado de Assis. 

¿A qué se debe esta transformación? Las razones son muchas, y hay diversos caminos de investigación para analizar este fenómeno. Esquemáticamente, el itinerario que más me interesa explorar supone interrogar una transformación de la propia literatura de Clarice Lispector, desde sus primeras novelas hasta sus últimos textos. En estos últimos, la debilitación de una trama narrativa y la incorporación de referencias biográficas tienden a construir una intriga que parece desnudarse de sus constricciones formales y ficcionales, como si se escribiera, como ella misma lo propuso, “con un mínimo de trucos”. Se trata de un tipo de literatura que encuentra en el sostén biográfico y, a veces, incluso autobiográfico, no tanto la forma de narrar una vida en particular, sino el modo de narrar la vida como una fuerza impersonal que, si por momentos necesita concretarse, para su relato, en un sujeto, lo hace de modo que este solo implica el sostén de una vida irreductible a la forma individual.

En sus primeros textos, Lispector inventa una lengua propia, rica en metáforas inusuales, cambios metonímicos y efectos de extrañamiento, producidos por un flujo narrativo caracterizado por la descripción alusiva y la atención otorgada a detalles sensoriales. La potencia de su invención narrativa será reconocida y profundizada a lo largo de los años, pero esa torsión, esa intervención radical en la lengua portuguesa, aunque permanece, se va enrareciendo en sus textos posteriores, como si haber alcanzado la radicalidad más extrema que caracteriza su ficción posterior hubiera en cierto sentido aplacado esa furia primigenia de intervención en la lengua. En estos últimos textos, las tramas ralas, los juegos de perspectiva, la transformación absoluta en la construcción de personajes, parecen dejar en un relativo segundo plano a la lengua, que se vuelve más común, más banal, menos extraña en sus relaciones. 

Otro modo de comprender la escritura de Lispector se hace evidente a partir de Agua viva, publicada en 1973. Allí ya es innegable el abandono del molde tradicional de la novela en una escritura que, sin haber dejado de ocuparse de estados interiores, conjuga esta preocupación con algo definitivamente diferente y hasta opuesto: la preocupación por una cierta exterioridad de la escritura que se concentra tanto en descripciones de cosas y objetos como en la incorporación de fragmentos sobre animales, flores y hechos, que no encuentran justificación evidente para su inclusión en una trama que, por lo demás, ya ha dejado de existir en tanto tal, esto es, en tanto articulación de una historia en torno a un planteo, nudo, desarrollo y fin. De algún modo, esa transformación podría entenderse como, para tomar los términos de Lispector en una crónica de los años 60, una “inauguración del futuro”.

Tal vez la fascinación contemporánea por la literatura de Lispector pueda ser vista como síntoma de una insatisfacción de la literatura contemporánea con géneros definidos y estructurados que se concentran en historias individuales, como síntomas de una insatisfacción de la cultura contemporánea por las formas individualizantes y estables y un deseo, una pulsión, por formas más comunes e impersonales que logren narrar, contener e imaginar, más allá del individuo, la noción de una experiencia ajena y al mismo tiempo íntima a la que el mundo contemporáneo nos confronta. Si no se trata de un síntoma, lo cierto es que, al haber llegado al hueso desnudo de la narración, al haber llevado la literatura a poder decirlo todo sobre lo humano, como señaló Evando de Nascimento, Clarice Lispector se convirtió en una inspiración fértil para que la cultura contemporánea fuera ensayando y encontrando formas y dispositivos poderosos para expandir sus fronteras.

*Es directora del Doctorado en Literatura y Crítica Cultural de la Universidad de San Andrés.

 

 

La extranjera

Silvia Hopenhayn*

Todo empezó cerca del corazón salvaje… Así se llamaba su primera novela. A los 23 años la publicó y despuntó su lengua, ferozmente cercana. No se trataba de inventar historias sino de expandir la página, asomarse al límite y espiar la nada, jugar con lo establecido. Parecía tener un contacto especial con el lenguaje, más allá de su formación. Como si alcanzara las frases con las manos, y las dispusiera en la página así como las hallaba (a veces un poco mordidas). Parecido a lo que decía Virginia Woolf de Katherine Mansfield, destacando un rasgo difícil de discernir literariamente: su “espontaneidad”. En Lispector la prosa parece viviente, avanza como animal reconociendo huellas frescas. A veces herido, otras hambriento. Su estilo tiene algo de olfato. De hallar sin significar, de “felicidad clandestina”. Hay un arreglo entre ella y las palabras, la complicidad de una promesa. Cumplirla es escribir hasta el último soplo de vida. Como dice su narradora de La pasión según G.H., “vivir es un lujo”. ¿Advino entonces un estilo nuevo o se impuso lo más concreto de la lengua, una subjetividad plena, desahuciada? Su estilo fue reconocido inmediatamente como desconocido. Extranjera en la Tierra, la llamaron. Quizá por la claridad de sus ojos o el desvío de su mirada.

*Es escritora y crítica literaria.

 

 

Clarice cronista

Las primeras novelas de Lispector se publican en la década del 40, cuando la industrialización y el maquinismo comienzan a instalarse firmemente como baluartes de progreso, como promesas de salvación en un Brasil, y una Latinoamérica, empobrecidos, pero con expectativas de cambio. En ese contexto, aparece una escritura que delinea reflexiones, pensamientos, ideas, conceptos que se conectan más con el ser que con el hacer. Esas palabras, que fluyen en un continuo reflexivo, problematizan las nociones de ser vivo, de ser humano. La escritura poco resolutiva de la escritora que se filtra en libros, periódicos y revistas se gesta, precisamente, como contrapunto a esos ímpetus que instalan la industria y los criterios economicistas como soluciones al subdesarrollo brasileño y latinoamericano. Esa es una de las razones que hacen a Lispector una escritora necesaria, cuyas palabras resuenan fuertemente en el comienzo de este siglo XXI que, como plantea Adriana Valdés, demanda urgentemente una “redefinición de lo humano”.

Aun cuando cultiva el género de la crónica, la autora-narradora aparece más interesada en el ser que en el hacer, en las sensaciones, las emociones, los afectos, modos de ser y estar en el mundo, más que en lo que podríamos llamar de acontecimiento: “Como vou arranjar assunto para uma crônica, que é sempre um comentário de acontecimentos?”. Así, si bien este volumen vuelve a las crónicas, las mira desde otros lugares, mientras expande la mirada más mainstream que se enfocó siempre en la ficción clariceana y, muy de vez en cuando, en las crónicas de los sábados para el Jornal do Brasil. Expandir la mirada significa entonces no solo incorporar nuevas perspectivas para pensar algunos de los textos conocidos de la escritora, sino también aportar lecturas de otros corpus menos explorados como son la narrativa infantil, su epistolario, sus pinturas y sus traducciones.

Anticipo de la introducción de El arte de pensar sin riesgos. 

100 años de Clarice Lispector (Corregidor).