CULTURA
Edición celebrada

Enciclopedia medieval

Otro de los legados mayores del desaparecido Umberto Eco es su coordinación para el desarrollo y la concreción de “La Edad Media”, publicado en cuatro tomos por el Fondo de Cultura Económica. Cónclave de especialistas y con algunos de los investigadores medievalistas más prestigiosos del mundo, se trata de una exhaustiva y sólida enciclopedia sobre uno de los momentos centrales de la historia de Occidente. En definitiva, un emprendimiento ecuménico, como las vastas catedrales.

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Esfuerzo coordinado por Umberto Eco, la publicación en cuatro tomos de La Edad Media. | pablo temes

Este extenso y admirable trabajo, coordinado por Umberto Eco en colaboración con medievalistas expertos, reúne en cuatro tomos todas las esferas (política, social, económica, geográfica y artística) de un período histórico que abarcó más de un milenio.

Pese a lo difuso y categórico del término, la Edad Media se inició con la disolución del Imperio Romano, fundió la cultura latina con la de los pueblos que gradualmente invadieron el imperio –con el cristianismo como su elemento de unión– y dio nacimiento a lo que hoy llamamos Europa, con sus países, con los idiomas que aún hablamos. 

De esta manera, así como lo plantea Eco en la introducción, suele diferenciarse una Alta Edad Media, que abarca desde la caída del Imperio Romano hasta el 1000; un Medioevo Intermedio, que incluye el Renacimiento, posterior al año 1000, y una Baja Edad Media, donde se forjó el inicio de la poesía moderna en lengua vernácula de los trovadores, y en la que Dante concluyó la Divina Comedia. 

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Pese a su infinita erudición e inabarcable apariencia, estos volúmenes tienen un origen de tinte folletinesco y divulgador. Así hoy lo recuerda Loredana Chines, profesora de la Università di Bologna y autora de algunos de los capítulos: “Los volúmenes editados por Umberto Eco salieron para Encyclomedia con el deseo de crear una enciclopedia multimedia en la que especialistas de los distintos campos del conocimiento dieran su aporte de alta divulgación científica. No es casualidad que los volúmenes, antes de estar en librerías y de forma autónoma, además salieran en quioscos vinculados a importantes diarios y semanarios, como La Repubblica y L’Espresso. Uno de los objetivos de Eco era el de una alta divulgación científica, que también actuaba como barrera para la peligrosa difusión de información superficial, si no falsa e incorrecta, que a menudo se difunde en el mundo de la web”.

En 1990, Umberto Eco pensó en diseñar una enciclopedia multimedia de la cultura del siglo XVI al XIX, con visiones críticas de los grandes temas y episodios de la literatura, la filosofía, la ciencia, las artes figurativas y la música. A la dimensión multidisciplinar e interdisciplinar se le agregó la dimensión multimedia. Fueron precisamente los años de los CD-ROM, de presentaciones multimedia que abrieron nuevos espacios para la comunicación científica y cultural.

Las ediciones del CD-ROM de la Encyclomedia se vendían en quioscos junto con periódicos y, por tanto, se dirigieron a un público amplio y no especializado, y tenían una alta y noble intención de difusión. Después de unos años, los CD-ROM cayeron en desuso y todo el trabajo fue reeditado exclusivamente en formato papel. Fue recién hacia 2005 cuando se decidió completar el proyecto con una nueva obra que complementaría la anterior, abarcando primero el 900, y luego el largo milenio medieval, es decir, del 500 al 1500. Así lo recuerda Guiseppe Ledda, profesor asociado de la Università di Bologna y coordinador de la sección de literatura junto a su maestro Ezio Raimondi: “Soy especialista en Dante y literatura italiana medieval. Por tanto, fue muy interesante y estimulante para mí diseñar una historia de la literatura medieval en términos más amplios, reuniendo la literatura latina medieval y las nuevas literaturas en las diferentes lenguas vernáculas europeas”.

La literatura latina medieval se suele estudiar de forma aislada, así como las distintas literaturas nacionales (italiana, francesa, española, inglesa, etc.). Aquí, en cambio, a través de una multiplicidad de reflexiones críticas monográficas, se intenta reconstruir su pluralidad y riqueza a través de una yuxtaposición de lenguas, culturas y géneros literarios. Al respecto, Guiseppe Ledda señala: “Por ejemplo, los artículos que escribí sobre la literatura del más allá están dispersos en los tres primeros volúmenes y tocan textos en latín medieval escritos en diferentes épocas, pero también textos en francés e italiano, traducciones latinas de textos de origen celta e irlandés. Y toda esta multiplicidad de textos y perspectivas ofrece entonces un trasfondo cultural para comprender una de las mayores obras maestras de la literatura mundial como es la Comedia de Dante Alighieri. Y podrían darse muchos ejemplos similares para la filosofía, la ciencia, las artes visuales y la música. Creo que a través de esta gran imagen, conmovedora y múltiple, se puede dar una idea de la riqueza y complejidad de la Edad Media. En definitiva, surge una nueva idea de la Edad Media y de lo importante que puede ser todavía hoy reflexionar sobre las raíces de nuestra modernidad. Por eso, creo que este trabajo se puede considerar uno de los grandes legados que nos ha dejado un maestro e intelectual extraordinario como Umberto Eco”.

 

Castillos, mercaderes y poetas. Podría decirse que el tercer tomo, titulado Castillos, mercaderes y poetas (cuya atención se deposita entre los siglos XII y XIV, Baja Edad Media), resulta el más interesante en lo que respecta al desarrollo de la historia literaria. Ya desde los últimos años del siglo XII comienza el primer movimiento poético y cultural de la Europa moderna: la lírica de los trovadores. La explicación, además de estética, es en primera instancia estructural. El crecimiento de las ciudades, con el éxito de la clase mercantil, y el nacimiento de municipios y repúblicas marítimas son causa de la necesidad de una memoria compartida en la que se pueda apoyar la identidad de las comunidades ciudadanas. Dicho de otro modo, son los municipios los que se imponen como protagonistas culturales y autónomos por encima de los antiguos centros de poder, donde solo se escribía en latín. Porque si algo caracteriza a este período, tanto en las esferas de traducción, enciclopedismo, creación lírica y narrativa, es la irrupción de las lenguas vulgares.

Procedente de las cortes meridionales de Francia, la lírica de los trovadores en lengua vulgar occitana se impuso en Inglaterra, Suiza y Alemania, así como en el oeste de la Península Ibérica y el sur de Italia. Si bien las temáticas religiosas o de amor cortés implicaban para este tipo de lírica una continuidad con la tradición (Horacio, Ovidio y Virgilio), el tratamiento directo de la experiencia no puede desviarse de los hechos reales: los trovadores escriben sobre lo que viven, escriben sobre lo que ven. Y esto es algo muy propio de una estructura del sentir de una época que se percibe de forma similar en el campo narrativo entre los siglos XIII y XIV, verificable en una corriente decididamente real (Renart, Boccaccio, Chaucer) hasta en el teatro que, a partir del siglo XIII, hace un uso cada vez más frecuente de las lenguas vulgares, introduciendo además reproducciones más realistas, ambientadas en lugares profanos como la taberna.

El recorrido literario que realiza el libro es realmente minucioso y en ningún momento estos ejes conductivos desaparecen. Así, retrata la vida y obra de Petrarca, como también la de los primeros trovadores italianos, uno de ellos Sordello, poeta que forjó sus versos en occitano.

Uno de los capítulos que mejor ilustran el traspaso del modelo trovadoresco a la lengua vernácula en Italia, escrito precisamente por Guiseppe Ledda, muestra cómo se forjaron los cimentos de la gran obra literaria de la época, La Divina Comedia. Dante resultaría inexplicable sin pasar por la Escuela Poética Siciliana, donde poesía y música se separan en búsqueda de una “lengua vulgar ilustre” (escuela liderada por Giacomo de Lentini, inventor del soneto), de igual forma que los modos sículos toscanos (representados por Guittone de Arezzo, rimador que se acerca a las experiencias provenzales del trobar clus, estilo artificioso, rebuscado y oscuro, cuyo máximo representante es Arnaut Daniel) desplazaron sus esfuerzos lingüísticos al dialecto municipal del área toscana. Si bien Dante opta por forjar su máxima obra en lengua vulgar, no hay que pasar por alto su propia búsqueda estética “ilustre”, que combinaba rasgos locales regulados por el latín, enriquecidos y ennoblecidos además con provenzalismos y galicismos de la tradición literaria.

Todos los volúmenes, que incluyen numerosos mapas y obras artísticas de la época, no dejan de realizar analogías, incluso entre la historia de las artes visuales y la literatura: “Dante y Giotto, pilares del Medievo, en el que el artista se afirma como personaje histórico, como una visión precisa de la religión y del mundo; y en ámbitos más específicos, con una concepción renovada y subjetiva del espacio, de la naturaleza, de los sentimientos”.

A diferencia del tercero, el cuarto tomo, titulado Exploraciones, comercio y utopías, muestra cómo el 400 literario se presenta como un siglo plural vivo, un laboratorio fecundo en el que, al lado del redescubrimiento de los clásicos y su respectiva apropiación por parte de los humanistas, renacen también las literaturas en lengua vulgar, para las cuales “imitar” significa experimentar códigos y géneros nuevos. Casos de reconocidos poetas como Poliziano, que retoma en su obra géneros y estilos de poetas como Virgilio, Hesíodo y Homero. 

La Edad Media en Argentina. El historiador argentino José Luis Romero no dejó de afirmar categóricamente que la Edad Media no existe como unidad, opinión que compartía el mismo Umberto Eco, cuando decía que existen varios medioevos. Y sin embargo, del legado de aquella época, aparentemente tan lejana, todavía hoy sacamos provecho. La Edad Media inventó las libertades municipales y el concepto de libre participación de todos los ciudadanos en el destino de la ciudad. En esas ciudades medievales nacieron también las universidades: la primera apareció, aunque aún de forma embrionaria, en 1088, en Bolonia; así, por primera vez, una comunidad de profesores y estudiantes (los primeros dependientes económicamente de los segundos) se constituyó con independencia del control del Estado o la Iglesia. Aunque existen muchísimas otras cosas que hoy resultan simples y comunes: la chimenea, el papel (que sustituye al pergamino), los números arábigos, los botones, los calzoncillos, la camisa, los guantes, los pantalones, los naipes, el ajedrez, incluso el vidrio de las ventanas. En la Edad Media, por ejemplo, se inició la costumbre de sentarse a la mesa a comer, a diferencia de los romanos, que comían recostados. Esto es algo que comparte el historiador argentino Roy Hora, doctor por la Universidad de Oxford, investigador principal del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet): “Cada tanto, la Edad Media se mete en nuestras vidas. Sobre todo sucede en tiempos de desconcierto, de incertidumbre. Y Umberto Eco es uno de los promotores de la idea de que para pensar nuestro tiempo es bueno verlo a la luz de esa etapa decisiva de la historia de Occidente. Hace tiempo que el gran erudito italiano insiste con esta idea. En los años 70 escribió que marchábamos hacia una nueva Edad Media. Para Eco, las similitudes entre la Europa medieval y la sociedad contemporánea se dan en varios campos: una sociedad que pierde capacidad de integración y en la que crece la sensación de inseguridad, la proliferación de grupos y sectas marginadas y marginales, el creciente predominio de una cultura de carácter visual, son parte de esa deriva. Lo dijo en 1972, pero esas ideas no han perdido vigencia”.

En lo que respecta a una simple pregunta del porqué en Argentina debemos integrar o repensar la Edad Media dentro nuestro acervo cultural, Roy Hora enfatiza: “En las últimas décadas, novedades como la historia global y un mejor conocimiento de la historia de Asia nos sirven para recordar que Europa no siempre fue el centro del mundo. Pero, en alguna medida, nuestra historia comienza a desplegarse allí, en Europa, con la expansión colonial y la conquista de América por la corona de Castilla. Eso dejó una marca. Y recordemos que hay una valiosa tradición de estudios que intentan situar nuestra experiencia contemporánea en ese marco, cuya figura central fue ese gran medievalista que fue José Luis Romero”.

En 1936, Romero ya dejaba en claro en La vida histórica: “La inmensa riqueza de lo histórico, en cuanto al repertorio de posibilidades que nos ofrece, no consiste en los hechos en sí, sino en la variedad de sus relaciones, con la infinita cantidad de actitudes posibles ante los seres, los marcos culturales, las modalidades colectivas, los caracteres todos de una realidad. Es, pues, imprescindible que la formación histórica abarque la historia universal: no hay otra manera de podernos asegurar la captación de los ritmos con que se ha movido lo humano”.

 

A manera de conclusión 

Umberto Eco 

Mientras que puede parecer relativamente sencillo aclarar lo que la Edad Media no es o identificar qué de lo medieval todavía nos es útil hoy, el recuento de las diferencias que nos separan de aquellos siglos podría continuar por mucho tiempo, mucho tramo. El problema no debería preocuparnos, habida cuenta de las muchas diferencias que nos separan de las décadas recientes en las que vivieron nuestros propios padres. 

En realidad, este período siempre fue diferente incluso de sí mismo, solo que trataba de no decirlo. Nuestra época moderna gusta mucho de mostrar sus contradicciones, mientras que la Edad Media siempre tendió a ocultarlas. Todo el pensamiento medieval procura expresar una situación óptima y pretende ver el mundo con los ojos de Dios, pero es difícil reconciliar los tratados de teología y las páginas de los místicos con la pasión irresistible de Eloísa, las perversiones de Gilles de Rais, el adulterio de Isolda, la ferocidad de Fra Dolcino y la misma ferocidad de sus perseguidores, los goliardos, con sus poemas que ensalzan el libre placer de los sentidos, el carnaval, la Fiesta de los Locos, el alegre alboroto popular que hace escarnio público de los obispos, de las Sagradas Escrituras, de la liturgia y la parodia a todos. Leemos los textos en manuscritos que ofrecen una imagen ordenada del mundo y no comprendemos cómo pudieron aceptar que los márgenes se decoraran con imágenes que mostraban el mundo de cabeza y monos vestidos como obispos.

Se sabía perfectamente bien qué era el bien y se exhortaba a perseguirlo, pero se aceptaba que la vida fuera diversa y se confiaba en la indulgencia divina. En el fondo, la Edad Media daba un vuelco al aforismo de Marcial: “Lasciva est nobis pagina, vita proba” (“Nuestros escritos son lascivos, pero nuestra vida es casta”). Fue una cultura en la que se daba público espectáculo de ferocidad, lujuria e impiedad y se vivía, al mismo tiempo, según un ritual de piedad, creyendo firmemente en Dios, en sus premios y castigos, y persiguiendo ideales morales que podían transgredirse con todo candor.

La Edad Media se declaraba, en el plano teórico, contra el dualismo maniqueo y rechazaba, teóricamente, la existencia de todo mal en el plan divino de la creación, pero puesto que, a su vez, llegaba a practicar ese mal y de hecho, lo experimentaba cada día, tenía que hacer pactos con su presencia “accidental”. Así pues, también los monstruos y las bromas de la naturaleza podían ser definidos como bellos puesto que formaban parte de la sinfonía de la creación, del mismo modo que las pausas y los silencios, exaltando la belleza de los sonidos, revelaban, por contraste, los aspectos positivos. Así pues, no el individuo aislado sino la época en conjunto daba la impresión de estar en paz consigo misma.

Fragmento de “Introducción a la Edad Media”.