CULTURA
crítica

Escucho y obedezco

Entre El príncipe y el mendigo y Un yanqui en la corte del rey Arturo, en el mismo año de Las aventuras de Huckleberry Finn, Mark Twain escribió 1002, un cuento oriental, que por primera vez llega al lector español.

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En la historia de la literatura aparecen dos o tres libros que bombean savia a los demás, viven en la memoria sin necesidad de ser leídos y, además, comparten la liberadora poliglosia. La Ilíada, la Biblia y Las mil y una noches, nacidos de los pliegues de Occidente y Oriente, dosifican historias y hechos universales, seres mágicos y travesías redentoras, una y otra vez. De ellos, en la última, Scheherezade, estirando su muerte con cuentos cada vez más disparatados a un rey de reyes, inspira a Mark Twain a mitad de su gloriosa cosecha de la década de 1880, que tanto debe a los libros mencionados. Y entre El príncipe y el mendigo y Un yanqui en la corte del rey Arturo, en el mismo año de Las aventuras de Huckleberry Finn, escribió 1002, un cuento oriental, que por primera vez llega al lector español.

Recién después de 1967, acota el traductor y especialista de “textos olvidados” Camilo Perdomo, se conocería este cuento largo que mantuvo muy entusiasmado a Twain en 1884, tanto para que se dedicara a ilustrarlo. Nada de esto se conservó de la sátira de cómo un norteamericano blanco varón del siglo XIX imagina el mundo de los sultanes y visires. Así que en la pionera edición argentina se acompaña por fantásticas ilustraciones de Nacha Vollenweider. El manejo de luces y sombras de la ilustradora, en la misteriosa danza azul persa, iluminan con la contundencia de formas que dialogan con Alberto Breccia y Víctor Rebuffo.

“Ella quería traer vergüenza y confusión sobre el Juree, la reunión de sabios. Ella despreciaba al Juree, no podía pensar en un Juree sin sentir repugnancia. Decía que los Juree siempre estaban compuestos por idiotas. Su intención era avergonzarlos, poniendo bajo sus propias narices este misterio, dejando que lucharon entre ellos, impotentes”, mete la lengua Scheherezade entre líneas de la hegemonía patriarcal, cimitarra a centímetros del cuello. El sultán rebuzna que prosiga la embrollada saga de amantes travestis y jardines esmeraldas. Y ella escucha y obedece hasta que toma la empuñadura, distinta a un cuento anterior de Edgar Allan Poe que reimaginaba el mismo clásico oriental cuarenta años antes, The Thousand-and-Second Tale of Scheherezade.

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Aquel siglo XIX fue pródigo de exotismo orientalista, basta con ver las influencias en la Generación del 37 argentina y, en particular, en el Facundo de Sarmiento y en La cautiva de Esteban Echeverría. Mark Twain no resistió ese influjo de arenas y en 1869 escribió para un periódico californiano las crónicas que integrarán Los inocentes en el extranjero. Este libro de viajes fue el más vendido de Twain en vida, uno de los más famosos de su época, y sigue siendo sumamente discutido por la impiadosa navaja del norteamericano. “La palabra Palestina siempre trajo a la mente una vaga sugerencia de un país tan grande como los Estados Unidos. Supongo que fue porque no podía concebir un país pequeño que tuviera una historia tan grande”. Este cuento oriental, que cuestiona estereotipos y prejuicios, devela tramas y vidas desobedientes por descubrir, sin inocencia.

1002, un cuento oriental

Autor: Mark Twain

Género: novela

Otra obra del autor: Las aventruras de Tom Sawyer; El príncipe y el mendigo; Las aventuras de Huckleberry Finn; Contra la religión; Juana de Arco; El conde americano; Diario de Adán y Eva

Editorial: Caballo Negro, $ 18.000

Traducción: Camilo Perdomo