CULTURA

Estado ausente | Falta de políticas culturales para la producción literaria

Una investigación de PERFIL ponen en evidencia concursos insuficientes y condicionados, presupuestos minúsculos y desinterés de las autoridades. El atraso argentino con respecto a otras realidades latinoamericanas.

Falencias. Tanto a nivel nacional como municipal, el apoyo estatal a la creación literaria escasea.
| Cedoc Perfil

Es tan decepcionante conocer las respuestas y los números que se les pide, como la misma carrera de obstáculos a la que uno debe someterse para conseguirlos. Embarcarse en la tarea de trazar, de alguna manera, un mapa de las políticas del Estado en todos sus niveles, en pos del fomento y el desarrollo literario, parece poner a los funcionarios responsables en la peor de sus predisposiciones.

No obstante, tras conseguir la información anhelada —o parte de ella— el descontento aflora nuevamente al ver que las letras, en materia de política pública y cultural, están tapadas de mugre en un rincón oscuro al que las carteras responsables parecieran mirar de vez en cuando.

Las cifras son en general humildes, los sistemas de premios casi perversos; abundan actividades de costo mínimo (todos se jactan de los talleres que implementan y la verdad es que cuestan pocas monedas) y respecto de otras partidas subsidiarias y crediticias como las del cine y el teatro, por ejemplo, la literatura está en situación de indigencia.

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En algunas oportunidades el escenario se tornó bochornoso. Tal fue el caso del Gobierno de la Ciudad con los llamados Premios Municipales: en Diciembre de 2012 todavía había escritores, músicos y teatreros reclamando que Mauricio Macri firmara el decreto para comenzar a cobrar los premios obtenidos entre el 2004 y el 2007. En el camino, la Ley hizo ajustes: sancionada en 2009, la 3014 establece que los primeros premios de este Régimen de Reconocimiento a la Actividad Literaria deben tener una edad mínima de 60 años, acreditar una trayectoria de al menos 10 años o cinco libros registrados y residir desde hace al menos 15 años en la ciudad.

Si todo eso se cumple, y además obtiene el primer premio, el afortunado cobrará mensualmente (desde que se firme el decreto y no antes, por eso los artistas que reclamaban aún en 2012 no cobraron los seis o siete años impagos, jamás) un salario mínimo de trabajador municipal, que hoy ronda los seis mil quinientos pesos.

La misma legislación, que perfectamente podría renominarse como “Régimen de Pensión para Escritores Veteranos de Subsistencia Precaria”, (porque tampoco puede acceder al premio quien ya posea ingresos públicos por ese monto o más; si da clases en la UBA, por ejemplo) establece en su artículo séptimo que todo el presupuesto destinado para este fin no puede nunca superar el 0,0147% del presupuesto total de la Ciudad, mucho menos de una décima de un uno por ciento.

En definitiva, la Ciudad gastó el último año solo $2.413.000 en apoyo a la producción literaria. Sabrá el lector juzgar la suficiencia del monto si se tiene en cuenta que fueron más de $450 mil los que puso la misma gestión para financiar un DVD en vivo de la banda de reggae Los Cafres, o que cedió el predio del ex parque Interama para la realización de un festival de rock en menos de $200 mil, cuando el evento fue patrocinado por una gran marca de cerveza, y cuya ganancia superó con creces las siete cifras.

En la órbita del Estado Nacional el panorama no es muy distinto. Básicamente hay dos opciones a las que puede aspirar el talento del literato: una a través del Fondo Nacional de las Artes que otorga anualmente un Régimen de Fomento, y la otra, reactivada en 2011 luego de una década suspendida, que es el Premio Nacional, y viene directamente de la Secretaría de Cultura. En 2013, el Fondo Nacional de las Artes (FNA) destinó en total para el Área de Letras $823.800, de los cuales $322 mil  fueron en subsidios y solo $164 mil en premios. “El Fondo no dispone de grandes sumas de dinero, no tiene mucha plata. Fue perdiendo algunos recursos y básicamente nos financiamos con lo que se llama el Dominio Público Pagante”, dice Virgilio Tedín Uriburu, Presidente de la institución.

Un primer premio otorgado por el FNA, en cualquier categoría literaria, no supera los $20 mil, y eso recién a partir de este año, puesto que el pasado fue de  $11 mil para los máximos ganadores del Concurso Régimen de Fomento. Solo la mitad es entregada al contado, el otro 50% va directamente a la publicación (es la consigna del premio).

“Los Premios Nacionales volvieron a entregarse luego de 11 años de interrupción”, responde Rodolfo Hamawi, a cargo de la Dirección Nacional de Industrias Culturales. Sin dudas un acierto, aunque tardío, el premio consiste para el primer puesto en $50 mil en efectivo y una pensión vitalicia al momento de jubilarse equivalente al monto de cinco jubilaciones mínimas. No se trata de una cifra menor, pero las categorías rotan por períodos (no todos los años hay un premiado en novela, otro en ensayo, otro en poesía y demás). Segundo y tercer puesto se llevan dinero en efectivo mas no jubilación. Hamawi sostiene que desde la cartera que conduce Jorge Coscia, el Estado nacional ha llevado a cabo otras acciones de fomento al mundo literario, pero éstas radican en programas de apoyo a revistas y traducciones, sin constituir un incentivo directo para el escritor que quiera trabajar en su obra.

El funcionario se refiere así al Programa Sur de la Cancillería que financia traducciones a otras lenguas de títulos de autores nacionales, o al denominado Programa de apoyo a las Revistas Culturales. “Además, en marzo de 2014, se lanzará junto con la Universidad de General Sarmiento una convocatoria de apoyo a la edición, por un monto de $2.500.000”, promete. Sin embargo, no hubo respuestas de su parte para otras preguntas del mismo cuestionario, a saber: ¿Cuál es el presupuesto anual total de la Secretaría de Cultura destinado a la producción literaria? ¿Cree que el presupuesto asignado al área de las letras es considerablemente menor al destinado para la producción cinematográfica y/o teatral a través de INCAA e INT? ¿Cómo se encuentra la Argentina en materia de fomento y fondos destinados a la producción literaria respecto de otros países de Latinoamérica como México o Colombia? Silencio stampa.

Es menester pensar, más allá de lo revelado, realmente en qué posición estamos respecto de otras latitudes. México es un paraíso al que los escritores de estas pampas miran con deseo como un beduino a una máquina de gaseosas en medio del desierto. La Argentina está a años luz –y a varias decenas de millones— de alcanzar una estructura de fomento como la de los hermanos del norte (ver recuadro). En el caso de Colombia, el Gobierno nacional destina en total 817 millones de pesos colombianos, que equivalen a US$ 400 mil (esa fue la cifra oficial del 2013). La mayor parte de este monto está distribuida en dos programas; la Red de Escritura Creativa RELATA, que son casi 60 talleres en todo el territorio donde se financia la producción de escritores en diferentes niveles de carrera; y el Programa Libertad Bajo Palabra, talleres de escritura en 14 cárceles del país. Unos cien mil dólares son los que se destinaron el último año a través de becas para escritores, investigadores y editores de distintas áreas de producción y difusión literaria. En esa cifra, además, está el Premio Nacional de Literatura entregado a autores colombianos, uno por año, pero que asciende a casi US$20 mil.

Santa Fe y Córdoba, un tester federal. Las dos provincias más pobladas luego de Buenos Aires pueden ser un buen indicio para echar un ojo al resto del territorio, teniendo en cuenta además que son plazas productivas, con buena recaudación tributaria y no se trata de regiones con densidad de población pero escasos recursos.

Sin embargo, allí tampoco sorprende el espacio que ocupa la literatura en las partidas de dinero que manejan las carteras culturales. Córdoba acusó un presupuesto destinado al área, en 2013, de alrededor de medio millón de pesos. “Se instrumentan a través de premios literarios anuales (novela, poesía y cuento) que consisten en una remuneración económica y la publicación de la obra”, aseguran desde la Agencia Córdoba Cultura, y dicen que el presupuesto también incluye talleres, conferencias, y publicaciones.

Desde la provincia de Santa Fe, Pedro Cantini, a cargo de Industrias Culturales, sostiene que el eje de la gestión socialista, más que la producción “es la difusión y circulación, con ediciones propias, colecciones, ferias y acciones en bibliotecas”. Asegura que en política editorial su provincia distribuyó en 2013 cerca de dos millones de pesos, a través de un programa que en la web oficial muestra la concreción de no más de una docena de títulos, de muy escasa accesibilidad en librerías.

A diferencia de Córdoba, Santa Fe sin embargo tiene un concurso con pensión honorífica a partir de la edad jubilatoria, que se da en tres géneros (poesía, ensayo y narrativa) uno cada tres años. En Rosario hay una editorial municipal, la EMR, que hace lo propio con un presupuesto anual que el período pasado fue de $ 215 mil.    

Comprender las cifras. Para entender mejor por qué los números hasta aquí expuestos evidencian falta de interés y apoyo hacia la producción literaria, basta hacer algunas —siempre odiosas pero a veces útiles— comparaciones. Por ejemplo, el Instituto Nacional de Cinematgorafía y Artes Audiovisuales, el famoso INCAA, en 2012 tuvo un presupuesto anual de más de $558 millones, de los cuales más de $175 millones fueron destinados a subsidios, es decir, dinero que el Instituto otorgó a realizadores y demás sin pretensión de devoluciones (como ocurre con los créditos).

Hernán Lombardi, titular de la cartera de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, elevó la tentativa presupuestaria para su repartición, para el período 2014, en $1.695 millones, poniendo como principal objetivo el complejo del Teatro San Martín. Hace algunas semanas, se supo que el publicista Fernando Braga Menéndez obtuvo un contrato de la ANSES por $37 millones en concepto de realización de publicidad para ese organismo, por el período de dos años, que además puede ser ampliado por algo así como $18 millones.

Claro que dependencias como el INCAA, el Instituto Nacional del Teatro, las salas emblemáticas de la Ciudad de Buenos Aires, las filarmónicas y demás tienen, naturalmente, un nivel de mantenimiento, gasto y función muchísimo más elevado que, en general, todo lo que se erige en torno al universo literario. También es real que el vínculo de la sociedad con el séptimo arte, la música y el teatro constituyen espacios —y mercados— más populares, de preferencia masiva, de consumo de multitudes.

Pero ¿justifica esto que la brecha sea tan inmensamente grande? ¿No puede destinarse más dinero para premiar escritores, aumentar los concursos, los montos, incentivarlos, aumentar las rentas vitalicias y que aseguren más producción? ¿Pueden los estados, acaso, meter la mano en el mercado y asegurarse que sean más las ediciones que se ofrezcan en los anaqueles, exhibiendo los nombres de decenas, por qué no centenares, de autores argentinos? ¿Por qué no se creó una dependencia nacional como el INCAA o el INT para la industria literaria? “Cuando se creó el Fondo Nacional de las Artes, el mismo promocionaba cine, teatro. Con la creación del INCAA nuestro rol cambia, con la creación del INT lo mismo, cambia el rol y obviamente nuestro financiamiento”, asegura Tedín Uriburu.

El FNA sigue siendo, de algún modo, una institución emblemática para el mundo literario, pero lejos está de serlo por las posibilidades concretas que ofrece, sino por el prestigio que significa, quizás, obtener un galardón suyo. Prestigio que, por otra parte, cada vez parece ser menos atendido por el mercado editorial. Los estados en la Argentina parecen ir tras la lógica de las grandes editoriales, que ya casi no publican literatura vernácula porque es más sencillo vender títulos de no ficción, autoayuda e investigación política polarizada. Que un país con la tradición literaria de la Argentina esté, en materia de fomento, desarrollo y gestión, más cerca de Colombia que de México, no constituye ni se aproxima a un ideal de políticas culturales. Que el Estado, en todos sus niveles, no pueda apostar a la producción literaria, y entre lo poco que aporta lo haga mayoritariamente en la distribución, limita la proliferación de talento, de escritores, de buenos y futuros escritores