CULTURA
Dudar de todo

Filosofía en 3 minutos: Pirrón de Elis

Griego de la Antigüedad clásica, se lo considera el primer filósofo escéptico.

Pirrón de Elis. 20220406
Pirrón de Elis (circa 360/5 - 270 a.C.). | Wikipedia.org

Existe en la espontánea y popular antropología de nuestro tiempo la idea, entre otras, que es innato a la naturaleza humana la necesidad de creer en algo, no importa en qué. Por supuesto, hay diferencia de jerarquía entre la creencias, ya que no da lo mismo, ni tiene igual prestigio, la credulidad  de las masas que la creencia fundada de un eminente científico. Pero eso no quiere decir que no se crea en que la creencia, en una especie de reflexión circular, constituye un principio vital propio de la humanidad, sin el cual ésta se encontraría perdida en la telaraña de la realidad. Dicho de otra manera, nadie conseguiría vivir razonablemente privado de alguna creencia. Este credo, por lo tanto, que afirma que todos los hombres (genéricamente hablando) son por naturaleza creyentes tiene la misma forma lógica que la proposición “Todos los cisnes son blancos”, con lo quedaría refutada si aparece un único cisne negro. Tal el caso. Se crea o no, hubo uno de estos cisnes en la antigua Grecia, que además hizo escuela: Pirrón de Elis (circa 360/5 - 270 a.C.), el padre del escepticismo.

Si bien no fue el fundador, ya desde la antigüedad se acepta que con él la filosofía escéptica llega a su plenitud, en la medida que desarrolla todas sus consecuencias. Las principales fuentes acerca de su pensamiento, porque Pirrón no escribió ningún texto filosófico, provienen de Diógenes Laercio, en el libro IX de Vida de los filósofos (siglo III d.C.), y del peripatético Aristocles de Mesina (siglo I d. C.), cuyo capítulo sobre los pirronianos se encuentra en Preparación evangélica de Eusebio. Se confía en estas fuentes tardías, según los eruditos,  en cuanto ambas se basan en parte en la biografía de Pirrón escrita por Antígono Caristio, contemporáneo suyo. Respecto del pensamiento pirrónico se reconocen como fiables los escritos de Timón de Fliunte, que se consideraba su seguidor y portavoz. Antígono consigna que Pirrón fue pintor en su juventud y se inició en los estudios filosóficos y dialécticos con el sofista Brisón de Heraclea. También menciona que el atomista Anaxarco de Abdera (discípulo de Diógenes de Esmirna, a su vez formado por Metrodoro de Quíos, oyente de Demócrito) indujo a Pirrón a leer los libros de Demócrito, a citarlo y a participar de la expedición de Alejandro Magno a la India. Allí, se dice, conoció a los ascéticos gimnosofistas (en griego gymnosophistai: “filósofos desnudos”).  

El vínculo entre Pirrón y la tradición atomista democrítea a través de Anaxarco y Metrodoro se registra con mucha claridad en un testimonio de Aristocles, probablemente sobre una obra de Timón, donde se afirma que Pirrón enseñaba que las cosas son indiferenciadas, indeterminadas, inestables, confusas y que, por eso, ni nuestras sensaciones ni nuestras opiniones son verdaderas o falsas. Por lo tanto, aconsejaba no confiar en ellas sino permanecer sin creencias, inclinaciones, prejuicios ni miedos. De allí la afasia (la imposibilidad de pronunciarse sobre algo), la imperturbabilidad del ánimo –la ataraxia–, noción al parecer concebida por Demócrito que se transforma en el ideal ético de las filosofías helenísticas posteriores, y la epojé –la suspensión del juicio–, quizá la característica básica del escepticismo. Según Antígono, Pirrón afirmaba que nada es ni bello ni feo, ni justo ni injusto, y que decía lo mismo de todas las cosas, y que los hombres actuaban sólo por convención y costumbre. La fórmula ou mâllon, “no más es que no es” (esto y aquello), aparece como un lugar común en los textos escépticos y usada repetidamente por Timón.

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Desde antiguo, el pensamiento y la vida de Pirrón han suscitado numerosos comentarios, leyendas e interpretaciones. Dejando de lado las fuentes principales, hay que señalar como autores respetados a Cicerón, que no era escéptico, y al médico y filósofo Sexto Empírico, uno de los notables exponentes del escepticismo tardío, el cual se extiende del siglo I a. C. al siglo III d. C. Cicerón, no obstante, ni una sola vez hace referencia a la duda escéptica o a la epojé con relación a Pirrón sino se la adjudica a Arcesilao de Pitane, escolarca de la Academia media platónica (316-241 a. C.) que deriva hacia un escepticismo teórico más que práctico. Para Sexto Empírico, Pirrón pertenece a un grupo de filósofos que han construido históricamente el escepticismo, y de todos quien mejor ha realizado los principios escépticos ha sido él. En otras palabras, el escepticismo no es una doctrina sino una actitud, de tal modo que sería inadecuado atribuirle un fundador. La importancia de Pirrón, a juicio de Sexto, consiste en que fue el primero en distinguir la actitud escéptica de cualquier otra filosofía. No inició un movimiento filosófico. Más bien planteó un nueva manera de pensar que se ocupaba del conocimiento, de las creencias, de la racionalidad de ellas y de su insuficiencia.

En el libro IX, Diógenes Laercio presenta uno de los testimonios más citados sobre la vida y la filosofía de Pirrón, y de los primeros pirrónicos. Lo extraño es que Pirrón y Timón se incluyen al final de una genealogía, supuestamente “escéptica” de cierta manera, compuesta por Heráclito, Jenófanes, Parménides, Meliso, Zenón, Leucipo, Demócrito, Protágoras, Diógenes de Apolonia y Anaxarco. Algunos estudiosos explican esta lista extravagante donde se mezclan eleáticos y atomistas junto a la herencia heraclítea por la ausencia de un legado escrito pirrónico. Diógenes, en consecuencia, dispone para su trabajo de doxógrafo sólo de los documentos de la escuela pirronista, en muchos casos muy aislada en el tiempo entre sí y del maestro. Por otra parte, cabe dudar que lo fuera, al menos en el sentido tradicional. Pirrón no sólo no dejó ningún escrito, también pretendía no enseñar dogma alguno y carecer por completo de doctrina. Desde esta perspectiva, muy posiblemente el ejemplo de su vida adquirió más valor que sus teorías, lo cual habría sido para sus discípulos la mayor enseñanza filosófica.

El problema, entre otros, es que el libro IX de Diógenes Laercio testimonia poco y nada del pensamiento y la biografía de Pirrón. Según dice, introdujo cierta incomprensibilidad e irresolución respecto del mundo y decía que realmente no hay nada cierto, sino que la humanidad procedía de acuerdo con las leyes y las costumbres, y que no hay ni más ni menos en una cosa que en otra. Su vida era consecuente con esta actitud de incertidumbre y así llegó a los noventa años. El resto, basado en gran parte en Antígono Caristio, da la impresión de una exagerada caricatura del sabio escéptico que no cree en nada, imperturbable e indiferente ante cualquier tarea doméstica (limpiar lechones o pollos) o acontecimiento peligroso (mordeduras de perros, carros que se le venían encima, precipicios, borrascas en el medio del mar, Anaxarco caído en un ciénaga), salvo un episodio en que se retira de la ataraxia y reacciona furioso ante alguien que maltrata a su hermana, Filistia, con quien vivía.  Diógenes también cuenta que nadie se molestaba con el hábito de Pirrón de contestar a las preguntas con largas digresiones, y que por eso se convirtió en su discípulo el atomista Nausífanes de Teos, maestro de Epicuro.    

El interés por la biografía de Pirrón se legitima tanto en que es el único de todos los escépticos antiguos al que los doxógrafos le conceden la práctica de una techne tou biou escéptica, vale decir, un arte de vivir sin creencias –con lo que dista del estilo convencional de vida de los demás escépticos, sean radicales o moderados–, como en la evidencia de que ese modo de vida ejerció una extraordinaria influencia en la escuela escéptica. Pirrón no enseña ningún dogma pero sí una modalidad de pensamiento para el buen vivir. En rigor, sólo en esa medida se puede sostener que los pirrónicos componen una escuela que reconoce la vida de Pirrón como modelo ético. El pirronismo supone como primordial, no una concepción filosófica, sino un vivir incrédulo como vida virtuosa. En realidad, el escepticismo pirrónico no se define ni en una teoría del conocimiento (desde todo punto de vista, dudosa), ni en una filosofía de la naturaleza (sólo hay sensaciones cambiantes y engañosas), ni en una ontología (todo juicio es una convención), sino en una ética de la vida feliz, a condición de no creer en ninguna creencia. La influencia del atomismo, si se quiere, está en la base de todo esto. En Demócrito, el conocimiento de la realidad no se logra a través de los sentidos sino de la razón, la única posibilidad de acceder a los átomos y el vacío, mientras que para Pirrón la sospecha involucra también a la razón y lo conduce a una ética harto difícil de llevar a cabo, por decir lo menos, lo cual despertó la admiración de la antigüedad.

En todo caso, ese arte de vivir de Pirrón como modelo ético se extingue después del escepticismo antiguo.  Ya la Academia platónica media y nueva (a partir del 160 a. C.) gira hacia un escepticismo teórico con Arceliao y Carnéades de Cirene. A propósito de este último escolarca, es muy ilustrativa la anécdota de los discursos que pronunció en el senado romano en el 155 a. C., en oportunidad de viajar junto con dos filósofos atenientes (un estoico y un peripatético) para solicitar la exención de un impuesto. Las alocuciones de Carnéades, un día a favor de la justicia y al siguiente en contra, impresionaron tanto a Catón el Viejo (censor de la república), que pidió que se enviara de inmediato a los filósofos de regreso a Atenas. Si bien en el escepticismo tardío se produce un renacimiento del pirronismo, en particular con Enesidemo de Cnosos y Sexto Empírico, los tópicos pirrónicos de la ataraxia y la epojé – que equivale a no afirmar ni negar – adoptan otro sentido y se ponen al servicio de un vivir sin preocupaciones que acepta las convenciones y costumbres.

Las sátiras de Timón contra los filósofos dogmáticos, la dialéctica aporética de Carnéades, el fenomenismo de Enedesimo, la relatividad universal de Agripa, las argumentaciones contra toda teoría de Sexto Empírico indican el desarrollo de un escepticismo más intelectual y refinado que el de los comienzos. Aun así, las viejas escuelas escépticas conservan cierta alianza entre la teoría (no hay conocimiento indudable) y la práctica (la epojé), entre los principios y la “actitud” pirrónica. Esto se pierde por completo en los escépticos moderados de la modernidad como Descartes (quien aprendió la lección del escepticismo tardío respecto de la aceptación de las costumbres ante lo incierto del mundo exterior), Montaigne, Charron, Hume o Kant. Incluso el mismo Nietzsche, que celebraba a Pirrón como la última manifestación de la auténtica filosofía griega, no presta suficiente atención al arte de vivir sin creencias.  

Se ha dicho que el escepticismo moderno y contemporáneo no consiste en una “actitud”, como sostenía Sexto Empírico, sino en una “posición” que defiende la concepción de que la verdad de un juicio es incognoscible, de la misma manera que niega toda certeza absoluta, con lo que todavía –a pesar de la renuncia a la ética– se mantiene uno de los rasgos duros del pirronismo: la no creencia. En cuanto la palabra “escéptico” proviene del adjetivo griego esceptikos y este del infinitivo esceptomai, cuyo significado alude a dudar o vacilar, aunque también puede originarse en el sustantivo skepsis, cuyo sentido es el de mirar o contemplar inspeccionando, el escepticismo puede definirse como una “posición” que duda de toda certidumbre subjetiva y de cualquier verdad objetiva. Sin embargo, entendido en esos términos, no se trata más que del inicio de la filosofía, una forma de pensamiento que llega al mundo desconfiando de todo artículo de fe, dogma, mito o creencia, con o sin razones.  

 

*Doctor en filosofía, profesor de UBA.

La era del kitsch (Alción Editora, 2021) es su último libro

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