CULTURA
encuentro fortuito

Frescas pinceladas de surrealismo pop

Paula Otegui, flamante ganadora de la prestigiosa Beca Pollock, expone en Pabellón 4 una serie de pinturas en gran formato, dibujos y una instalación, la cual nació a partir de un sueño real que tuvo la artista. “Reuniones imposibles” consigue un tenso equilibrio entre flora y fauna, dispuestos en un entramado onírico.

Mixturas. En sus obras, la artista intuye y explora las dicotomías que nos constituyen: vegetal y mineral, natural y artificial, animal y humano, industrial y artesanal.
| Pabellon 4

R euniones imposibles, el título de la muestra de Paula Otegui, remite directamente al surrealismo y su invención combinatoria que se resume en “bello como el encuentro fortuito, sobre una mesa de disección, de una máquina de coser y un paraguas”, la tan conocida frase de Isidore Lucien Ducasse, más conocido como el Conde de Lautrémont. Como la vanguardia que era, además de manifiesto y tabula rasa con el pasado, las operaciones de rescate y creación de sus propios precursores hicieron del pensamiento y la obra del poeta franco-uruguayo una verdadera fuente de inspiración. Sin embargo, Otegui sabe coquetear con este leve malentendido y sacarle su propio beneficio. En todo caso, en las abigarradas telas que presenta en Pabellón 4, el surrealismo es una cita como alusión, menos a una manera de producir su arte que a la historia de este movimiento. Porque si bien pareciera que la composición es el resultado de un ejercicio de asociación libre por la aparente “inconexión” de sus motivos, la factura de estos cuadros está rigurosamente controlada. Cada uno de ellos tiene un comienzo y un final, no sólo en términos de trabajo con las formas y figuras sino con una narración que van hilvanando. Las escenas, por llamarlas de algún modo, van tejiendo un relato que puede empezar con un hecho real y contemporáneo (la explosión del edificio en Rosario) y se va combinando con otras secuencias que viene a relacionarse, aunque distantes en tiempo y espacio, con la violencia, las catástrofes, la historia del arte, por mencionar algunos tópicos posibles. Asimismo, esas “historias” que se cuentan con pinturas dentro del mismo cuadro vuelven a fusionarse en el uso de las técnicas y el color: Otegui pinta como si estuviera escribiendo con manchas, texturas y figuras. Sus obras son para ser leídas pero de una manera radical. Mientras que la lectura occidental implica un desplazamiento lineal en el plano y los ojos van y vienen por las letras que describen un sistema paratáctico, sincrónico e in praesentia, la que promueven las obras de Paula Otegui es una lectura total y obliga a la vista a aprehender todos los intersticios, todas la partículas en un solo momento. Esta simultaneidad, la práctica que su obra exige, también refiere al collage que simula ser. Porque muchos de los cuadros de Otegui parecen abrevar de esta técnica, aunque sólo uno en esta muestra, lo sea de manera cabal. Sin embargo, en las demás obras, la superposición de texturas que logra por medio de la pintura, los climas que atraviesa y los encastres perfectos parecieran estar en consonancia con el montaje de elementos de diversas procedencias. Pero también, en el collage hay un ejercicio de yuxtaposición de tiempos y de tradiciones, si lo pensamos en un sentido metafórico. La heterogeneidad, tanto de temas como de técnicas, que sus obras proponen habilitan a pensar su pintura en el espacio que lo latinoamericano pudo ser definido por Nelly Richard cuando escribe que: “La heterogeneidad cultural latinoamericana (mestizaje de identidades; hibridismo de tradiciones; cruzamientos de lenguas) habría incluso conformado -por fragmentación y diseminación- una especie de posmodernismo avant la lettre, según el cual Latinoamérica, tradicionalmente subordinada e imitativa, pasaría a ser hoy precursora de lo que la cultura posmoderna consagra como novedad: por amalgamiento de signos, por injertos y trasplantes histórico-culturales de códigos disjuntos, el mosaico latinoamericano habría prefigurado el collage posmodernista.” En ese mismo sentido, Néstor García Canclini reconoce que la posmodernidad latinoamericana no viene después de la modernidad, ya que esta última aún no ha sido atravesada. En todo caso, esos tiempos conviven en algo que invierte el sentido original de la frase de Ernst Bloch: ya no es para Latinoamérica la simultaneidad de lo no simultáneo como fue útil para describir la coexistencia de reacción y progreso en los años de la Europa de principio de siglo XX sino la no simultaneidad de lo simultáneo. Esa es la cifra de los tiempos en Latinoamérica e híbridas, sus culturas. Que, como en las Reuniones imposibles de Otegui, encuentran su razón de ser y su condición de posibilidad.