CULTURA
el regreso del intransigente

Hoy se cumplen treinta años de la muerte del escritor Charles Bukowski

El 9 de marzo de 1994, el escritor falleció en la ciudad de Los Angeles. Había nacido en Alemania 73 años antes, había tenido una infancia difícil, como la de todos los hijos de padres golpeadores, y había coleccionado los oficios más disímiles. Pero la lectura de John Fante lo llevó por otros carriles, que lo convirtieron en una estrella de las letras, capaz de atraer a multitudes en sus presentaciones y lecturas. En Francia publican un cómic inspirado en su vida.

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Hank. El escritor en su departamento de Los Angeles. | cedoc

El poeta y novelista Henry Charles Bukowski nació en Alemania en 1920 y falleció en Los Angeles el 9 de marzo de 1994. De esto último hoy se cumplen 30 años. El mundo no ha mejorado desde su ausencia definitiva, todo lo contrario. Acaba de ser noticia que en la feria de arte española conocida como ARCO se exhibe una carta escrita de puño y letra por Charles Manson. Está expuesta en el Salón de Arte Moderno y Contemporáneo (SAM) para su venta junto a obras de Picasso, Miró o Matisse. La ilegible carta manuscrita, que no es de un escritor, sino de un psicópata, es propuesta como un objeto de arte.

Festeja el mercado del arte al ideólogo e instigador de múltiples crímenes ocurridos en Los Angeles en 1969, entre ellos el de Sharon Tate, esposa embarazada del director de cine Roman Polanski. ¿Qué mierda es esto?, preguntaría con alguno de sus seudónimos –Buk, Hank o Henry Chinaski (alter ego de las novelas autobiográficas)– el mismísimo Bukowski, y diría más: ¿se están burlando del arte sin mirar la imagen que les devuelve el espejo?

“Enfermo de leucemia, ya hospitalizado, escribió poemas como ‘My last winter’, ‘A summation’ y ‘Like a dolphin’. Esperó a la muerte con la misma tranquilidad con la que siempre esperaba otra cerveza. Pocos escritores fueron tan radicalmente solitarios y originales como él.” Así lo evocaba el poeta y traductor argentino Juan Arabia en el número especial de la revista Buenos Aires Poetry (2017) en homenaje a Charles Bukowski. Excelente edición que rescata no solo los momentos decisivos de su existencia, sino también la delgada trama de relaciones con otros escritores.

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Arabia mismo cita el poema sobre el delfín, clave porque destaca la valía de esa honestidad del poeta: “Morir tiene su lado difícil./ No hay escapatoria./ El guardián tiene su ojo en mí./ Su ojo malo./ Estoy cumpliendo la condena ahora./ En soledad./ Encerrado./ No soy el último ni el primero./ Solo te estoy diciendo cómo es./ Me siento sobre mi propia sombra./ El rostro de los ancianos oscurece./ Las viejas canciones todavía suenan./ Con una mano en mi mentón, sueño con nada/ mientras mi perdida infancia/ salta como un delfín/ en el mar congelado”.

Víctima de un padre tiránico impiadoso, Bukowski recibió terribles palizas durante la infancia. Era la crisis del 30, la Gran Depresión en Estados Unidos, donde el hambre, la pobreza, la indefensión resultaban moneda corriente entre los desplazados. A los 13 años, parco, asocial, comenzó a escribir bajo las lecturas de Henry Miller y John Fante, más precisamente con Pregúntale al polvo, novela de 1939. Para la misma época, así como la tinta impresa entra por los ojos, el alcohol ingresa a su organismo como bálsamo para tolerar el dolor, el abuso.

Fueron las mujeres quienes le dieron momentos tristes y sublimes. Desde una alcohólica 11 años mayor con la que tuvo una relación tóxica, hasta otras que le dieron instantes de paz, una hija, tal vez momentos claves para asumir el propio final en el hastío de todo. Conoció el éxito de manera tardía, luego de transitar por todo tipo de trabajos para subsistir, entre ellos como empleado del correo. Vida de motel, vida al margen, una úlcera, la nueva adicción por las carreras de caballos, todo esto cede ante el editor John Martin, que lo ayudó para que escribiera a rajatabla éxitos como Diario de un viejo repugnante (1967), la novela El cartero (1971) y veinte libros de poemas.

En su entorno se produjo un halo de misterio y liderazgo, leía poemas y los concurrentes saturaban las salas. Una fama que lo llevó, tal vez, a dejar que el “borracho irreverente” lo precediera, malentendido para seguir alimentando la cadena económica que le evitaba una pobreza conocida. Se lo identificó con la Beat Generation (Kerouac, Burroughs), movimiento al que detestaba y al que mantenía ajeno. No obstante, guardó toda su admiración y reconocimiento hacia John Fante, con el que mantuvo correspondencia, así como instigó a la lectura de su obra en el público que le respondía.

La buena noticia, en este aniversario de su ausencia, resulta la aparición, en febrero pasado, de un libro de 160 páginas, ilustrado en color, un cómic en francés de las autoras italianas Michele Bonton (textos) y Letizia Cadonic (dibujos), que lleva por título Bukowski, de liqueur et d’encre (Bukowski, de licor y tinta), editado por la casa Petit à Petit. En diez capítulos, a la manera de semblante biográfico, se destacan escenas determinantes en la vida del autor. Oscuridad psicológica, decadencia social, actitudes irreverentes, comentarios escabrosos, el atormentado ritual autodestructivo de la bebida y el juego son rasgos que toman forma visual y hacen honor a la crudeza con que vivió, y escribió, Bukowski, consciente también de su búsqueda del amor, del páramo para enfrentar el final.

Tal vez el epitafio para el siglo XXI –que tanto afán cultural encuentra en celebrar a un psicópata demoníaco como Manson– lo escribió él mismo, y así evitar homenajes aduladores, repletos de hipocresía. Se trata del poema Los sustitutos, extraído de The Pleasures of the Damned, Poems, 1951-1993, Harper Collins, 2017, traducción de Juan Arabia: “Jack London malgastando su vida en la bebida/ mientras escribe sobre heroicos y extraños hombres./ Eugene O’Neill emborrachándose inconsciente/ mientras escribe sus oscuros y poéticos trabajos./ Ahora nuestras modernas/ lecturas en las universidades/ en traje y corbata,/ los niños pequeños sobriamente estudiosos,/ las niñas con ojos vidriosos/ mirando/ hacia arriba,/ el césped tan verde, los libros tan aburridos,/ la vida tan muerta de/ sed”.