CULTURA
vigente, universal

Kant a la vuelta de la esquina

Esta semana se cumplen tres siglos del nacimiento de uno de los pensadores centrales en la historia de Occidente. Aún hoy, sus postulados son enarbolados y difundidos a escala planetaria; su huella es diversa e innegable; su influencia en el pensamiento moderno, incalculable. Porque el legado kantiano, como la luz del sol en su cenit, se derrama en una red contemporánea de disciplinas, como en la lingüística, la psicología, la filosofía de la mente, la física o la ética, e incluso un pensamiento universalista y utópico. La fuerza del pensar kantiano se mantiene intacta.

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Kant. | pablo temes

La fuerza del pensar kantiano sigue intacta. Este año se cumplen tres siglos de su nacimiento, un 22 de abril de 1724, en la ciudad de Königsberg, Prusia.

La huella kantiana es diversa e innegable; su estudio y difusión también. Henry E. Allison, profesor de la Universidad de San Diego en California, uno de los estudiosos kantianos más importantes en lengua inglesa escribe El idealismo trascendental de Kant, una interpretación y defensa (1992, Anthropos); o el filósofo Kenneth R. Westphal, Kant’s Transcendental Proof of Realism” (2004); o Kant, cerebro y antropología, de Pedro Jesús Teruel (2008, Tecnos). O la atracción kantiana no cesa en el ámbito anglosajón, como en el caso de Charles Taylor o Martha Nussbaun; y, de forma más prominente, en el horizonte franco-germano, por intermedio de Heidegger, Hannah Arendt, Derrida, Foucault, la Escuela de Frankfurt. O Gadamer, el filósofo hermenéutico, quien asegura que “la filosofía de Kant es el gran legado que hemos heredado. Su influencia en el pensamiento moderno y contemporáneo es incalculable”.

 

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Los libros y la rutina de un hombre magnánimo

Kant aparece en este mundo en la prusiana Königsberg que, desde 1946, es la ciudad de Kaliningrado, en Rusia. Hijo de un talabartero y nieto de un herrero escocés, vive bajo la monarquía prusiana del ilustrado Federico II. 

La religión impregna vivamente su atmósfera familiar. Se forma en el pietismo, rama del protestantismo luterano que preconiza la devoción, la humildad y la exégesis literal de la Biblia. Y rechaza la religión reducida a formalismos vacíos. En su juventud, en la Universidad de Königsberg, se empapa en la filosofía racionalista y en la ciencia que exhala Newton desde la física matemática. 

El primer foco de su interés es la astronomía. En La historia general de la naturaleza y teoría del cielo (1755), propone la hipótesis de la nebulosa protosolar en la que afirma, como hoy se acepta, que el sistema solar emerge de una gran nube de gas de una nebulosa. Y un años después publica un opúsculo sobre el apocalíptico terremoto en Lisboa, y su posterior maremoto, ocurrido en 1755. Su espíritu científico conjetura que el gran temblor de la Madre Tierra es provocado desde incendios en cavernas subterráneas. Y también, como Voltaire, escruta el sismo desde sus repercusiones filosóficas. En su mencionado opúsculo escribe: “el hombre tiene que aprender a conformarse con la naturaleza, pero quiere que ella tenga que conformarse a él”.

Su vuelo filosófico ya bate alas en su obra de juventud Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime (1764), con claro influjo en la estética romántica posterior. Es nombrado profesor en la Universidad de Königsberg; y en 1770 refiere que David Hume, el pensador empirista escocés, lo saca de su “sueño dogmático”. Despierta al hecho de que la metafísica no puede conocer una realidad invisible por puros conceptos y sin arrojar anclas en la experiencia. Entonces asegura que “la metafísica no ha avanzado un paso desde que comenzó a existir, y permanece aún en la misma ignorancia de siempre”. En su distanciamiento del saber metafísico, en 1766, escribe: “Los sueños de un visionario explicado por los sueños de la metafísica”. Aquí fustiga al místico sueco Emmanuel Swedenborg, quien dice ver al cielo y el infierno por canales visionarios, y a simple voluntad. 

Kant navega entonces en las aguas de su primera etapa pre-crítica. Y se adentra en una década de silencio y aislamiento. El filósofo no se distingue por un temperamento antisocial, más bien lo contrario, pero su retiro solitario es condición necesaria para subir escaleras hacia su obra monumental: La crítica de la razón pura, en 1781 (con una segunda edición en 1787). Uno de los pináculos de la filosofía occidental. Flota entonces en la bahía de su etapa crítica, el tiempo de su madurez. La primera edición de la Crítica... es de ochocientas páginas. Su recepción es decepcionante. Se lo acusa de oscuridad, de sequedad académica, de abandonar su claro estilo pre-crítico. Pero, al año siguiente, el público aprueba su ensayo ¿Qué es la Ilustración? (1785).  Aquí analiza el ser ilustrado como “la mayoría de edad” que se atreve a pensar por cuenta propia. La razón ilustrada se construye desde dos “usos”: la obediencia de un funcionario a una institución (uso privado) que, a la vez, puede y debe criticarla públicamente mediante un escrito y desde su condición de docto o entendido (uso público). No reconocer esta libertad crítica sería oponerse al progreso moral de la humanidad. En su filosofía  de la historia suscribe ese impulso de progreso, aún cuando el humano sea dominado  por su inclinación  natural hacia el egoísmo. El filósofo cree en una vía reformista y gradual como llave hacia una mayor libertad en una sociedad ilustrada.  

Kant se asienta en el centro del escenario intelectual desde una inesperada controversia. Spinoza, el gran pensador judeo-holandés del siglo XVII, es acusado (falsamente) de cultivar una razón que niega a Dios. El filósofo alemán Friedrich Jacobi ataca al dramaturgo Lessing por su spinozismo, al tiempo que otro pensador, Karl Reinhold, publica una serie de cartas, de vasta circulación, en las que declara que Kant resuelve el enfrentamiento entre el orden divino y la razón mediante la imposición a ésta de infranqueables límites. Kant es leído ahora como faro de una razón moderada, no absoluta.

Y aparecen otras obras del  pensador de Königsberg, como Crítica de la razón práctica (1788), y la cuestión moral; la Metafísica de las costumbres (1797), sobre la virtud y el derecho; y la fundamental Crítica del juicio (1790), en la que se aúnan estética y teleología. La estética remite a los juicios del gusto, a la experiencia de lo bello que es también símbolo de lo moral. La experiencia de la belleza no busca ninguna finalidad, ningún fin práctico; es el placer del puro de-sinterés. La teleología estudia las cosas que parecen adaptadas a fines y propósitos, lo que no significa, para Kant, y para la ciencia, que haya una intención o diseño divino detrás de la naturaleza.

Y en el pensamiento kantiano brillan cuatro preguntas claves: “¿Qué puedo conocer?”, en Crítica de la razón pura; “Qué debo hacer”, la problemática ética en Crítica de la razón práctica y Metafísica de las costumbres;​ y “¿Qué puedo esperar?”, proyectada hacia el futuro de la humanidad, pero enlazada principalmente con la aceptación de una ley moral en nosotros en detrimento de mandatos religiosos. Y todos estos interrogantes se concentran en la última pregunta “¿Qué es el hombre?”.

Ya después de la Revolución Francesa, en El conflicto de las Facultades (1798), Kant observa que la respuesta de los intelectuales a este hecho crucial no es el rechazo, sino el entusiasmo; es decir, la libertad e igualdad revolucionarias desencadenan un cambio histórico incontenible hacia sistemas republicanos de gobierno.  

Y la vida de Kant transcurre en medio de una soltería apacible y su consagración al estudio y el pensamiento. Y su famoso apego a la rutina. Los habitantes de su ciudad natal ajustan sus relojes según su puntual paso en sus caminatas diarias. 

Kant nunca viaja. Sin embargo,  su imaginación evoca con profusión de detalles muchos lugares. En una oportunidad, describe con exactitud el puente de Westminster, en Londres, al punto de que un oyente se convence de que estuvo antes en la capital inglesa.

Y el hombre que mucho piensa es de constitución frágil, y siempre atento a los perros callejeros con los que se topa a diario, y a los que, con incansable compasión, siempre les acerca algo de comida.

Una revolución con el nombre de Copérnico

El hombre magnánimo y rutinario agita nuevas olas al fundamentar el conocimiento de la ciencia moderna, la físico-matemática de Newton. La ciencia con sus objetos de estudio y la enunciación de leyes naturales universales, da por presupuesto el espacio y el tiempo. La presuposición de un realismo filosófico: primero es la realidad ya desplegada, luego, el sujeto que la estudia. 

Todo esto cambia con el “idealismo filosófico” kantiano. Según esta posición el sujeto construye la realidad a conocer. Kant estudia “las condiciones de posibilidad”, lo que hace posible la existencia del espacio y el tiempo, y la capacidad de formular juicios o enunciados con valor de conocimiento. Lo real tal como es conocido es construcción del sujeto, de la mente humana a través de facultades “a priori”, que anteceden a la experiencia. Es decir, el espacio euclidiano, el de tres dimensiones, el tiempo tal como lo experimentamos, y la capacidad de hacer juicios, son parte del “sujeto trascendental y a priori” de la mente que construye el horizonte de los objetos que estudia la ciencia.

En esta construcción, Kant ensaya una síntesis entre dos filosofías esenciales del siglo XVII: el racionalismo de Descartes (y su valoración del sujeto de conocimiento racional y sus ideas innatas), y el empirismo de David Hume. Así, la meditación kantiana reconoce que el sujeto construye el conocimiento desde sus facultades a priori, y también desde la experiencia.

Kant asocia su teoría del conocimiento con la revolución de Copérnico en la astronomía, a comienzos de la modernidad. El sacerdote y astrónomo polaco dice que la Tierra se mueve alrededor del Sol. No es un centro inmóvil. Es el salto del geocentrismo al heliocentrismo.  

Y en el prefacio de la Crítica de la razón pura, Kant alude a esta Revolución copernicana y replica, a su manera, su inversión de los términos: el sujeto ya no gira en torno al objeto, sino al revés, construye al objeto, desde su espacio y tiempo, y sus categorías a priori.

Luego de la reacción adversa a la Crítica de la razón pura, para aclarar la verdadera intención de su obra escribe Prolegómenos a toda metafísica futura (1783), en la que insiste en que el sujeto sólo conoce lo que le es posible según sus estructuras cognitivas y no la realidad en sí misma, por lo que nunca es posible un conocimiento total, como sí sostendrá luego el idealismo absoluto de Hegel, en el siglo XIX.

Así, para Kant, el humano solo percibe y conoce lo que él mismo construye. Thomas Kuhn, el historiador y filósofo de la ciencia, el autor de La estructura de las revoluciones científicas (1962), confirma: “Kant nos enseñó que el mundo que conocemos no es el mundo ‘en sí mismo’, sino el mundo tal como es percibido y concebido por nosotros”.

Por eso el pensador de Königsberg separa con grueso marcador lo que se puede conocer (lo fenoménico), y la “cosa en sí” (lo nouménico), lo incognoscible, la realidad en sí misma, lo que no se puede conocer. A su vez, la noción de crítica de la razón pura implica el determinar los límites de esa razón. Así, Kant establece los postulados de la razón pura que se los puede pensar, pero no conocer, por no tener experiencia de ellos, como Dios, la inmortalidad del alma, o la libertad humana.

El conocimiento nunca es absoluto 

Y Kant modula también, en lo moral, en la razón práctica del sujeto que se da a sí mismo una ley moral de valor universal. La autonomía de la voluntad, la razón que se da a sí misma una ley. Esto es distinto a la heteronomía, los valores impuestos desde afuera. 

El itinerario de la Crítica de la razón práctica se enfila hacia la acción moral. Esta acción es “por deber”, bajo el imperativo categórico de la ley moral (actuar de forma tal que “la máxima de la acción”, lo que nos mueve a actuar, llevada a un plano universal no genere contradicción. Por ejemplo, si alguien justifica mentir, entonces todos podrían hacerlo y la mentira se tornaría universal). Y lo que Kant llama la “buena voluntad” es fundamento de la moralidad dado que ésta es la “única cosa buena en sí misma”, la voluntad de obedecer la ley moral de magnitud universal, el actuar “por el deber mismo”, sin importar las consecuencias.

El humanismo kantiano pregona también que la persona siempre es valor en sí mismo, nunca solo un medio o un instrumento a manipular. En la Fundamentación metafísica de las costumbres (1785), otra obra donde piensa la moralidad pura, asegura que el ser humano “existe como un fin en sí mismo”. 

Modos del pensar que conducen a la arquetípica frase kantiana: “Dos cosas llenan el ánimo de admiración y respeto … el cielo estrellado sobre mí y la ley moral en mí”. El mundo construido por la mente desde los límites de nuestra capacidad de conocimiento (“el cielo estrellado sobre mí”), y la ley moral como timón racional de la acción.

El legado kantiano en el tiempo de lo interdisciplinario y de lo digital

El legado kantiano, como la luz del sol en su cenit, se derrama en una red contemporánea de disciplinas, como en la lingüística, la psicología, la filosofía de la mente, la física o la ética, e incluso un pensamiento universalista y utópico.

En el siglo XX acontece el giro lingüístico de la filosofía. El pensamiento siempre está mediado por el lenguaje. El célebre filósofo austríaco Wittgenstein, en su obra Tractatus, sostiene que los límites de nuestro mundo son los de nuestro lenguaje. Posición afín a la postura kantiana que alude a lo limitado de nuestras estructuras de conocimiento. La presencia kantiana en la lingüística contemporánea se la puede ejemplificar también, en Noam Chomsky, en su obra Conocimiento del lenguaje: su naturaleza, origen y uso (1986), donde afirma que su postura de una gramática universal que determina el acceso al lenguaje, “refleja directamente la influencia de Kant en mi enfoque teórico”. Esta influencia se la puede extender también a la filosofía de la mente, en posiciones como las de Jerry Fodor o Daniel Dennett.  

En la llamada psicología genética o psicología del desarrollo de Piaget se observa, asimismo, el trasfondo kantiano, cuando se afirma que los niños no reciben solo pasivamente información, sino que también construyen el conocimiento mediante la interacción con el entorno y desde las estructuras propias de la mente.

 

La física contemporánea también es alcanzada por la lucidez kantiana 

Werner Heisenberg establece el famoso principio de incertidumbre. Y destaca que las micropartículas sólo pueden ser estudiadas a través del sujeto observador. No se puede conocer la materia en sí misma, sino sólo por la mediación del sujeto y sus límites.

Y en La paz perpetua (1795), un Kant utópico propone una confederación de países basada en la cooperación internacional, y animada por el compromiso a regirse como repúblicas,  y con un plan para la paz mediante la resolución de conflictos mediante la negociación y los acuerdos. Antecedente de grandes asociaciones de países (Naciones Unidas, Unión Europea). Una idea preñada de universalismo, cosmopolitismo. Y de perspectiva utópica. Esto, junto con la ética kantiana de la autonomía individual, influyen en posiciones de filosofías políticas como las de John Rawls y Jürgen Habermas, en búsqueda de una idea racional de justicia.

 

Y en este tiempo digital, Kant es permanente ejemplo de libre pensamiento. Por esta actitud, sufre amenazas como cuando publica La religión dentro de los límites de la razón (1794). Aquí defiende que la religión es, en esencia, práctica ética y moral, no ritos y autoridad eclesiástica. Lo religioso debe subordinarse así a la moralidad. Por este “atrevimiento” el ministro Wöllner le exige no despreciar “algunas doctrinas fundamentales de las Sagradas Escrituras y del Cristianismo”, caso contrario “nos veríamos precisados inevitablemente a adoptar medias desagradables”.

 

Kant acude a una respuesta diplomática, pero se mantiene fiel a su pensamiento hasta su partida. Luego de subir altas escaleras, muere en la misma ciudad de su llegada a esta vida, en 1804, a los 79 años.

El longevo filósofo de Königsberg mantiene su decisión, muchas veces riesgosa de, entre los días, las noches y las lluvias, siempre pensar desde el propio entendimiento. Una forma de no ceder al autoritarismo, y de buscar la libertad, en todos los caminos.

 

*Filósofo, escritor, docente, su último libro es La red de las redes, ed. Continente; creador de la página web La mirada  de Linceo (www.estebanierardo.com).