No son los contactos, no es la capacidad de análisis, tampoco lo que esté dispuesto a hacer con tal de contar una historia: lo que distingue a un cronista, su recurso intransferible, es la mirada que proyecta sobre el mundo, el modo en que lo revela. A fuerza de ser repetida, sin embargo, la consigna se da por sobreentendida y rara vez se especifica en qué consiste ese rasgo definitorio. La edición reciente de las Crónicas completas, de Hebe Uhart, y de El presente, una antología de Ana Basualdo, entre otras lecturas posibles, permite observar precisamente ese secreto del oficio: cómo se construye una mirada.
Crónicas completas (Adriana Hidalgo) reúne cinco libros de Uhart y un apéndice con inéditos que Pía Bouzas y Eduardo Muslip rescataron entre sus papeles. “Para Hebe la posibilidad de viajar es la posibilidad de mirar, de ver mundo y por lo tanto de escribir. Esa es la secuencia. A veces el aspecto más difícil de aprehender en su obra, y mejor que no se lo pueda definir tanto, es una mirada que se resiste a una clasificación, una mirada que descoloca, que sorprende”, dice Bouzas.
En El presente (Sigilo), Basualdo selecciona crónicas publicadas en Buenos Aires, donde se inició como reportera bajo la enseñanza de Enrique Raab, y Barcelona, ciudad en la que vive desde 1975. “Un punto de vista implícito y firme respecto de lo narrado”, dice, como condición básica de la escritura, no se sostiene sin otro requisito, “un armado narrativo de información” que hace verosímil la mirada. La frase condensa un aprendizaje, y un recorrido del género en la práctica de sus grandes escritores.
Ver, escribir. En las aguafuertes y columnas periodísticas de Roberto Arlt, la forma de mirar comienza a definirse como forma de escribir. “La escritura de Arlt funciona casi como un espejo de su mirada. Los verbos ver y mirar siempre en primera persona y en una amplísima gama de posibilidades temporales articulan la crónica”, dice la ensayista Cristina Iglesia, quien analizó crónicas de Arlt y de Rodolfo Walsh en la compilación El país del río (Eduner).
La vida cotidiana en la gran ciudad es el campo de observación de Arlt. A diferencia del costumbrismo, que refleja ciertos hechos o comportamientos singularizados por su carácter pintoresco o extraño, descubre personajes y zonas de la realidad desconocidas. Mientras el costumbrismo apela a un consenso tácito y confirma las ideas y los prejuicios del lector, las crónicas y aguafuertes de Arlt avanzan en un terreno propio.
“La mirada de Arlt busca varias cosas. Por un lado, sorprender al lector con algún descubrimiento, alguna novedad que lo enfrente a su comodidad sedentaria, a su lógica bienpensante, a su lógica de sentido común”, agrega Iglesia. En las aguafuertes del río, “esta novedad puede ser, también, una boutade, un juego de escondidas: el cronista puede elegir llegar a un puerto y no bajar, no describirlo, que es lo que el lector espera, y, mientras tanto, convertir la ropa colgada de los marineros en el barco en centro de la mirada”.
El cronista veía mejor que el escritor. “Otra constante es mostrar que lo que se mira, lo que se ve, una ciudad, un río, un barrio, una conducta social o individual, es muy diferente en la realidad de la crónica que en la literatura entendida como artificio embellecedor. Y que las palabras muchas veces no son suficientes para conocer lo que se mira”, dice Iglesia.
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El registro hojaldrado. En “Las crónicas ejemplares de Enrique Raab”, uno de los textos de El presente, Ana Basualdo reconstruye el contexto del periodismo argentino en los años 60 y recuerda voces de autoridad, como las de Pedro Larralde, el director de Panorama que pedía a los redactores “alegría, agresividad, sexo, swing” en los artículos, o la de Tomás Eloy Martínez y su exigencia de “detalles, detalles”. En ese marco, “la instantánea, el aguafuerte, se convirtió en indagación de contenidos y de formas: investigaciones trabajadas como relatos, crónicas complementarias de la información política, económica, cultural o científica”.
“El reportero más dinámico de cualquier redacción”, agrega Basualdo, “era el que mejor daba cuenta de una manera de entender el periodismo, la cultura, la política y la calle”. Enrique Raab es el periodista que resume esa tendencia, el que está en las grandes redacciones de diarios y revistas de la época. En su escuela los cronistas ponían a punto la mirada personal, que “no es ni el ojo avizor ni el olfato certero sino aquello que hace realmente distinto a un periodista entre otros: su posibilidad de ver en ciertos hechos lo que otros no ven”, según Carlos Ulanovksy, también citado por Basualdo.
Si en Arlt el cronista tenía algo de visionario, en el sentido de anticiparse y escrutar el más allá de las apariencias, en las crónicas de Rodolfo Walsh para Panorama y otras revistas de los 60 se trata de reconstruir una trama que permita observar aquello que, sin contexto social ni antecedentes históricos, sería apenas una nota de color. “Carnaval caté”, crónica de los festejos de carnaval en Corrientes, muestra en acto ese modo de mirar que parece desviarse de lo que está a la vista (el folclore de las comparsas, el rito de la celebración) para mirar hechos aparentemente desconectados (el avance de una inundación, los datos de la pobreza en la provincia) que terminan por iluminar de un modo nuevo lo que parecía conocido.
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El periodismo de los 60 y los 70, donde se formó, es para Basualdo un punto de vista crítico sobre los ejercicios actuales de la profesión. En el revés de esa crítica pueden leerse un modo de entender la crónica como “el registro hojaldrado de un momento (novedoso, revuelto) de la realidad social”; no es la simple curiosidad lo que enciende la mirada del cronista sino “el interés sensible”, y en esa disposición hay bastante más que competencia profesional porque “no deja uno de mirar (escuchar, leer) como reportero, si alguna vez lo fue”.
En “Ada Falcón en Salsipuedes”, Basualdo pasa por una prueba: lograr la palabra de un personaje que no quiere hablar en público y rehúye al periodismo; en “Logia Anael, espiritismo peronista”, el desafío es inverso: despejar, a través de una proliferación de discursos que van desde el delirio místico a la amenaza, el carácter de una sociedad secreta. En ambos casos, la mirada personal es ese margen de distancia que conserva en la máxima cercanía con su objetivo.
El asunto entre manos. “Habría que pensar qué ve, cuál es la posición que toma y cuál es la ética de su mirada”, dice Pía Bouzas a propósito de las crónicas que Hebe Uhart escribió desde Viajera crónica (2011) hasta Animales (2017). “Elige ver desde un lugar de testigo, aunque ella misma sea protagonista, hay una partición entre el sujeto y el objeto de la mirada”, agrega.
En “Asunción, Paraguay”, la primera crónica que dedica a esa ciudad, Uhart escribe que “Asunción no es una ciudad para develar misterios, es para ser celebrada en sus pequeñas cosas (…) y en la charla incesante de sus calles, con la hermosa cadencia del guaraní”. No presenta algo desconocido, en los términos convencionales del periodismo, porque la revelación concierne ante todo a sí misma: Uhart descubre algo de su propia personalidad, de lo que le atrae, del mismo modo en que, según confía, “a veces lo que me lleva a hacer una entrevista es más la situación social, estar con alguien, charlar, que lo que voy a encontrar”.
“Le gustan los detalles, está atenta a lo mínimo, a lo que parece menor pero que revela algo mayor –destaca Bouzas. Y tiene también una preferencia por los mestizajes, le interesa el lugar donde se mezclan lo antiguo con lo moderno, lo tecnológico con lo rural, y ese lugar puede ser una persona, un objeto y fundamentalmente el habla: la curiosidad por el mundo está relacionada con la fascinación con el lenguaje como un objeto”. El registro de refranes, maneras de hablar y dichos asociados con animales muestran su oído, un sentido tan importante como la vista para escribir.
Uhart decía que para explorar un lugar era conveniente tener contactos locales, pero no tanto que esos contactos la acompañaran a todas partes. En “Almeyra”, crónica de su visita a un pequeño pueblo bonaerense, prefiere caminar sola, “para no contaminar la mirada, imbuida de lo que los romanos llamaban la importancia del asunto entre manos”. En una crónica sobre Ecuador describe la “mirada ática”, que atribuye a Aristófanes: “Es una mirada que no se posa en lo inmediato sino en lo que se está por hacer o en lo que pasó antes. Es una mirada preocupada”. Entre los caracteres que describió Teofrasto, discípulo de Aristóteles, se ubicaba en el rústico, al que el filósofo griego describe diciendo que “por ninguna razón se detiene o se inquieta en la calle, pero en cambio se queda parado mirando cuando ve un buey, un asno o un macho cabrío”. Era otro descubrimiento: “Así hago yo”.
Bouzas dice que la mirada de Uhart puede vincularse también con sus lecturas de Simone Weil y de su teoría de la atención en el arte. “Sería básicamente mirar al objeto sin atribuirle cualidades, para dejar que se manifieste –explica. No anticiparse con la imaginación sino colocarse frente al objeto y percibir sin juzgar. Hebe tiene una mirada armonizadora”.
De viaje por Perú, Uhart participa en una excursión a la alta montaña para avistar cóndores. Al llegar, pese a las indicaciones del guía y de sus compañeros, no alcanza a ver nada. La escena es justamente reveladora del secreto de su mirada, una forma de percibir que se ajusta a lo cercano, a lo pequeño, a lo desapercibido, y que en la inmensidad se pierde, porque además necesita su tiempo: “cuando me dicen que mire, ya el ave voló”. Pero lo que había para ver solo ella lo registró.
Un relato alucinatorio
Especialista en literatura argentina, ensayista y narradora, Cristina Iglesia escribió el estudio preliminar de El país del río. Aguafuertes y crónicas (2016), volumen que compiló textos de Roberto Arlt y Rodolfo Walsh escritos en distintos puntos del Litoral. Su último libro es Dobleces. Ensayo sobre literatura argentina (2018).
—Las notas que Walsh publicó en la revista “Panorama” suelen quedar al margen de la consideración de su obra. ¿Qué nos muestran? ¿Hay una mirada específica en esas crónicas?
—Creo que es posible volver a leer a Walsh desde estas notas. Mi hipótesis, como lo he dicho en el prólogo de El país del río, es que esas notas se escriben en un intersticio casi mágico entre las dos etapas en las que él mismo divide y nombra su relación con la literatura: la primera de “sobrevaloración y mitificación” hasta 1967 y la segunda de “desvalorización y paulatino rechazo” a partir de 1968. Estas notas son exóticas, extrañas en el conjunto de una obra que separa nítidamente ficción y periodismo y, a la vez, son un mixto de verdad y ficción que construyen nouvelles como “Alcaraz: el desprecio”, “Ramona: el amor”, “Vallejo: la soledad” o “Palamaszuck”, encerradas en “La isla de los resucitados”, una crónica sobre el leprosario de la Isla del Cerrito. Estas nouvelles confirman una estética que juega con la elipsis, con lo no explícito pero también revelan una verdad imaginaria que tiene una función crítica. Estas historias de cuerpos mutilados, de vidas desgarradas de sus lugares y amarradas a esa isla en medio de dos ríos cuyos colores no se mezclan se acercan mucho a la novela de Walsh, a la novela que buscó hasta antes de su asesinato: una forma nueva (una nueva novela) que fuera contemporánea de su tiempo. Un ejemplo es cómo Walsh arma el relato de Palamaszuck. Allí el personaje propone una verdad de otro tipo, armada de datos ciertos, entramados a relatos de su pasado que pueden ser o no inventados, un relato que resulta alucinatorio, literario. La literatura y la crónica (que no se oponen) es ese entramado de relatos, de voces para Walsh.
Aguafuertes inagotables
Las aguafuertes de Roberto Arlt parecen inagotables. Ya se publicaron las porteñas, las españolas, las gallegas, las madrileñas, las andaluzas, las vascas y las cariocas; las nuevas, las inéditas y las dedicadas a la cultura, la política, el cine y las mujeres; y las escritas en viajes a la Patagonia, por el Delta y por el río Paraná. En 2019 salieron las Aguafuertes silvestres (Hemisferio Derecho), notas de Arlt en un viaje a las sierras de la Ventana, y ahora acaban de publicarse en edición artesanal las Aguafuertes de la delincuencia (Homo Faber).
Aguafuertes de la delincuencia presenta crónicas escritas para el diario El Mundo y publicadas entre 1929 y 1938, en versión corregida y anotada, provista de un glosario con lunfardismos y arcaísmos y con dos textos inéditos: “El alegre secuestrado” (sobre el secuestro del médico Jaime Favelukes, en 1932) y “¿Está loco o se hace el loco Al Capone?”. La edición incluye una tarjeta de época, con la imagen de herramientas requisadas a un escruchante.
Una apertura al mundo
Pía Bouzas asistió al taller de Hebe Uhart y después se convirtió en su amiga. Narradora (Una fuga en casa, de 2018, es su último libro) y profesora de escritura creativa, trabaja en el ordenamiento del archivo de Uhart, junto con Eduardo Muslip.
-—Cómo ves la relación entre cuento y crónica en la obra de Uhart?
—Crónica y cuento, como género y como pulsión de la mirada del viaje, estuvieron siempre presentes en su manera de escribir. Hay cuentos de sus primeros libros como “Un viaje a Bahía” o “Iorá” que son crónicas de viaje, y por el contrario una crónica como “Un viaje desusado” se ubica temporalmente en los años 70 y podría haber sido un cuento. Sí creo que ella encontró en la crónica una apertura mayor al mundo y un modo de vivir los últimos diez años de su vida, que era viajando y escribiendo. “La vida siempre está afuera”, decía.
—¿Qué materiales conforman el archivo? ¿Ella manifestó alguna curiosidad o algún deseo respecto de su posteridad?
—No tenía ningún tipo de curiosidad. Cuando ella falleció nos pidieron que desarmáramos su biblioteca y revisáramos sus papeles. Encontramos cuadernos de notas (no muchos en relación a lo que uno podría imaginar de un escritor), una computadora que hubo que arreglar porque se había perdido el disco rígido, diskettes con archivos de los años 90 y materiales terminados, crónicas inéditas que lo entregamos a Adriana Hidalgo. También encontramos tres nouvelles terminadas, que por algún motivo no fueron publicadas y que tienen la singularidad de aludir a los años 70, 80. También revisamos sus subrayados, su biblioteca y sus papeles para ordenarlos. Hay un proyecto de libro, y la posibilidad de publicar las nouvelles.