La lectura de la obra del inglés Wystan Hugh Auden (1907-1973) pudo haber tenido destinos muy dispares. El poeta, ganador de un Pulitzer en 1948, pudo ser recordado como un decrépito coleccionista de arcaísmos, un libretista testigo de un fracaso histórico, un virtuoso documentador de la opresión capitalista, un escritor atormentado en busca de una redención religiosa; y también como el gran poeta de lengua inglesa del siglo XX. Cien años después de su nacimiento, parece imponerse la última opción, aunque las otras posibilidades estén al acecho.
Sus palabras sobre el poeta augusto John Dryden dan la pista de su vigencia: “ El traje de salón es una posibilidad abierta que la tradición le ofrece al poeta contemporáneo”. Esa pudo haber sido la clave que tomó para sí mismo a partir de su residencia en Nueva York, en la década del 40. Lejos de su patria y del compromiso estrecho entre lo que se defiende y lo que se escribe, Auden eligió –hasta su muerte– la “ política de salón”: el uso del diálogo y de la ironía. Apartado de los conflictos pero sin perder seriedad, intentó trazar, mediante una vida de excesos y una obra vigilada por el gusto de los clásicos, el camino a la sabiduría.
Poesía y ciencia. Auden se sirve de una anécdota potente –casi inverosímil– para hablar de sus primeros pasos en la carrera poética. En una entrevista publicada en 1972, cuenta que no pensaba dedicarse a la poesía sino al trabajo científico; quería ser geólogo o ingeniero en minería. En esa declaración puede leerse un rastro de lo que será su ars poética. Por un lado, la obsesión por el trabajo formal visible en toda su obra. Y, por el otro, una asociación que funciona como una declaración de principios: la que vincula al poeta con la incontinencia romántica, y al científico con la mesura clásica.
De niño, cuenta Auden, su diversión principal consistía en jugar a la explotación de minas. Para eso, se valía de reglas tan duras como las de la física. Gracias a este juego “infantil”, imaginó una refinería que hiciera el trabajo de extracción. La contemplación del funcionamiento de una de ellas lo detuvo por su belleza. Sabía que por las exigencias del trabajo debía elegir la más eficiente: estaba frente a una “elección moral”. En la construcción de las normas de su mundo privado dijo haber aprendido cómo se escribe la poesía.
En el artículo Hacer, conocer y juzgar, Auden escribe: “ El aprendiz de poeta hace su primer trabajo en la biblioteca”. Fueron los libros de Thomas Hardy los que acompañaron al joven Auden en sus primeros versos: el parecido físico con su padre, confiesa, favoreció la relación con su maestro sin quitarle identidad. Auden valora en Hardy la inclinación por las estrofas complicadas y la variedad de su métrica. Esto, escribe, le ahorró la decepción de creer que era más simple escribir en verso libre.
Llegó a decir que The Dynast (el poema épico de Hardy) contiene los peores versos escritos por “ un gran poeta”. Esto, lejos de desalentarlo, le sirvió de motivación. Sus primeros textos, según cuenta, se ampararon en el consuelo de un arte no del todo perfecto. “ Su ritmo era lento y forzado y muchos de sus poemas eran sencillamente malos. Eso generó esperanzas allí donde otro poeta hubiera generado desesperación.”
El poeta y la ciudad. Para Auden, las ciudades fueron tan importantes como las lecturas del Dante, Shakespeare o Blake. Si en sus ensayos rinde tributo a aquellas influencias, habrá que hurgar en su biografía para aventurar una lectura más completa. Las etapas creativas del autor podrían dividirse –y nombrarse– según los lugares que conoció. A fines de la década del veinte pasó aproximadamente un año en Berlín, en ese momento una de la capitales culturales de Europa.
Junto a su amigo, el novelista Christopher Isherwood, tuvo su contacto fuerte con el psicoanálisis y aprovechó el clima de libertad de la ciudad alemana para descansar de la presión de la conservadora sociedad inglesa. Su primer libro, Poemas, se editó en 1930. T.S. Eliot ya había presentado a Auden en su periódico The Criterion. El antecedente fue vital para la publicación comercial del poemario: hasta aquel momento, Auden era un desconocido fuera de los jardines de Oxford, universidad en la que fue alumno. Este primer libro, de breves poemas sin título, algo más crípticos que los que suelen recoger antologías posteriores, poco anticipaban sobre el futuro poeta, capaz de escribir con magistral soltura en todas las formas imaginables.
El libro Mira, extranjero (1936) estrechó los lazos entre su militancia antifascista y su obra poética. Por aquel entonces, la relación directa entre su nombre y el contenido político de sus poemas llegó a tal extremo que sus amigos y compañeros de escritura – Isherwood y Spender, entre otros–, también marxistas y defensores de los derechos sexuales, fueron conocidos como “ el grupo Auden”.
Poco más tarde, con la intención de contribuir con ayuda económica a los republicanos de la Guerra Civil, Auden donó la recaudación de las ventas de su libro España (1937). En su estadía en la península, el poeta fue chofer de ambulancia y asistente médico. Allí conoció la miseria en la que estaban sumidas las zonas rurales. Más tarde, al hablar de esta época, Auden sólo relataría el dolor que le provocaba ver iglesias en llamas y el autoritarismo del Partido Comunista para con los voluntarios independientes.
Leer España hoy provoca una interesante sensación de extrañeza: la austeridad formal les confiere a esos versos, escritos bajo la influencia de la “ revolución”, una potencia que envidiaría cualquier propaganda política. La palabra “lucha”, enfática y repetida en el cierre de cada uno de los cuartetos, pierde su sentido original y se vuelve un gruñido que completa las sílabas que exige la forma de la stanza. Con este libro, Auden esquiva el cepo “consignista” y logra que el poema –pasado el contexto de enunciación– se lea más como una variación sobre el género que como un documento revolucionario. Algo que lo acerca más a los ejercicios de estilo de Raymond Queneau que a la poesía social de Blas de Otero.
España iría poblando diversas compilaciones y sorprendería al poeta, en los últimos años de su vida, convertido al cristianismo y alejado de aquellas firmes convicciones revolucionarias. De hecho, fueron contadas las apropiaciones políticas de su obra. Sus versos suelen citarse en reuniones de Estado – Auden es autor de la letra del himno de las Naciones Unidas– y en eventos sociales –a veces, omitiendo su ironía, como sucede en la película Cuatro bodas y un funeral. Al parecer, las enseñanzas de sus maestros, doctos en la balística poética, ayudarían al inglés a planear su perfecta coartada: imponer la unidad clásica a la dispersión contemporánea.
La edad media. Luego de errar por España, Alemania y China, Auden llega a Nueva York en 1939 sin saber que aquella ciudad, al igual que Birmingham, dejaría hondas marcas en su poética. Sus compatriotas tomaron este exilio como una traición y un abandono, y utilizaron en su contra las proclamas antiinglesas que el poeta de York había proferido pocos años antes. Con la publicación de su libro Otro tiempo, en 1940, prepara el terreno para el viraje de su obra hacia exposiciones éticas. A la voz clásica, ahora sostenida en poemas de largo aliento, suma la ironía, la impresión de artificialidad y cierto extremismo de la rima como parodia. A partir de este poemario, los epigramas y lo banal se vuelven más frecuentes en su obra y lo alejan para siempre de la épica del combate social, el tono que lo hizo famoso.
En Nueva York conoce a Chester Kallman, un odontólogo de 19 años, quien sería su compañero por el resto de su vida. Juntos viven una relación sacudida por las infidelidades del joven, relatadas al detalle en innumerables biografías no autorizadas. Kallman le contagia su pasión por la música clásica y juntos escriben varios libretos de ópera, como el famoso La carrera del libertino, inspirado en grabados del poeta inglés William Hogarth, y con música de Igor Stravinsky.
El drama de su conversión al cristianismo y las críticas por el abandono de su país fueron el soporte empírico para la escritura de los largos poemas de su período americano. Los versos de Carta de Año Nuevo (1940) abundan en referencias a la cultura clásica y alusiones a las catástrofes recientes. En el poema compara el clima de su época con una rueda de sospechosos y se presenta ante un tribunal de poetas notables (Rimbaud, Blake, Hardy, Rilke, Dryden, Catulo y Tennyson, entre otros) donde da cuenta de todos sus versos. Frente a ellos diserta y da cuenta de la totalidad de su obra, al tiempo que dialoga con su amiga británica Elizabeth Mayer –a quien está dedicado el poema. Con esta afectación formal que debilita la perturbadora sensación de juicio, se distancia casi clínicamente de la escena.
Luego de una juventud llena de compromisos políticos, escribe en una anotación de Carta...: “ La frivolidad intrínseca a toda poesía, incluso en el caso del Dante, es más perturbadora cuando trata el más serio de los asuntos”.
De 1956 a 1961, trabaja como profesor en la Universidad de Oxford. Reúne parte de sus clases en Las manos del teñidor, un libro delicioso que se desliza entre la rigurosidad de la crítica y la libertad del ensayo. Estas notas sobre escritura, lectura, teatro y ópera, que no excluyen su propia biografía, pudieron influir sobre Pier Paolo Pasolini. En Gianariello, el poeta italiano –otro extraño operador de la cultura clásica– adopta el mismo tono, pedagógico e íntimo a la vez.
La bestia pop. Auden despreciaba la televisión, el cine –salvo películas de sketches– y el rock. Las Dos canciones para Hedli Anderson, sátira de la muerte de un político, fueron citadas por el cine a manera de réquiem; sus comentarios sobre la lectura de poesía se incluyen en los diálogos de películas como The History Boys (de próximo estreno).
Incluso el cantante pop inglés Morrisey lo señaló como referente y varios críticos confirmaron el parentesco. El poeta intentó tener casi todas las variables en cuenta a la hora de escribir. Pero no previó que la cultura de masas iba a sumar una nueva coartada para la supervivencia de su obra. Los veinticuatro años que se extienden desde la muerte del poeta invitarían a pensar que el artificio y el dominio tienen juridisdicción. O, en todo caso, que el fantasma del viejo Auden, desde sus propias páginas, sigue ajustando el tono de sus poemas.