Acaban de aparecer los últimos números de dos revistas culturales, cada una con un dossier imperdible. Una es Las Ranas, dedicada a Néstor Sánchez, la otra es Tsé-Tsé, sobre Virgilio Piñera.
Néstor Sánchez nació en Buenos Aires en 1935 y murió en 2003. Cuando se conoció la noticia de su muerte, muchos se preguntaron: “¿Pero no había muerto ya?”. Ocurre que durante mucho tiempo nada se supo de él, atrapado por sucesivas crisis y alejamientos voluntarios. Autor de varias de las mejores novelas de los 60, su obra estuvo olvidada durante años. Precisamente en estos días, la editorial Paradiso reedita Siberia blues, seguramente su mejor libro junto a Nosotros dos. Todo en su literatura ocurre como si Roberto Arlt fuese revisitado por la psicodelia y el free-jazz, como si la tradición de la literatura como un cross a la mandíbula pudiera reinventarse bajo la forma de una vanguardia experimental que sospecha del núcleo básico del realismo: la capacidad de la literatura de comunicar, de ser inteligible, de contar una historia.
Sin embargo, ¿saldrá Sánchez del olvido? Hay algo irreductible en la obra y el nombre de Néstor Sánchez, algo que no se deja atrapar por ningún rescate, por ningún dossier. Incluso por uno tan inteligente como el de Las Ranas. Los artículos de Américo Cristófalo y de Hugo Savino son muy agudos, y la cronología preparada por Pablo Gianera es muy buena (al pasar, hay que mencionar que son excelentes las fotografías que ilustran todo el número). Pero la estrella de la revista son los textos del propio Sánchez, en especial El lenguaje jazzísitico, publicado por primera vez en la revista Primera Plana en 1967: “Porque el resto, la cultura, los escritores con tema y estilo –de escritura y de vida–, se parece demasiado a ese señor vestido de negro que se trepa al escenario, por ejemplo, del Teatro Colón. Antes de sentarse al piano, practica una reverencia ante la platea, que reconoce en él los beneficios de la cultura, y lo aplaude. Casi sin lugar a dudas podría asegurarse que no va a suceder nada nuevo –sucederá, a lo sumo, Mozart–, que nadie va a salir de allí con los contradictorios sentimientos que llevaron a nuestro último novelista al infarto. Y a partir de las primeras notas todos, incluido el ejecutante, también entrecierran los ojos, pero en este caso porque los convoca el recuerdo. Es el mismo recuerdo que los reconcilia con la propia serenidad cuando leen una novela, o se les muere un pariente, o han decidido que el día menos pensado van a hacer, encerrados en una casa, el amor”.
En 1999 la revista Tsé-Tsé ya había dedicado un dossier a Néstor Sánchez. Ahora publica uno sobre Virgilio Piñera. Es un trabajo excelente, lleno de textos inéditos y materiales poco conocidos. Piñera nació en 1912 y murió en 1979. Fue ensayista, novelista, poeta y dramaturgo, y en cada una de esas disciplinas demostró un talento inigualable. Si no afirmo que es el más grande escritor cubano del siglo XX es simplemente porque está Lezama Lima y, sobre todo, porque detesto ese tipo de afirmaciones clasificatorias (lo propio de la literatura debería ser escapar de toda clasificación).
A diferencia de la de Sánchez, la obra de Piñera goza de un prestigio sólido. Hay muchas ediciones mexicanas de sus libros, la editorial Alfaguara reunió en España sus Cuentos completos, y aquí Tusquets reeditó hace algunos años La carne de René, su primera novela, donde todo es asunto de miedo, engaño, temores, opresión, y del cuerpo (la carne) como un lugar donde la historia deja sus terribles marcas. Su estilo es seco, despojado, irónico, antibarroco, absolutamente opuesto al de Lezama Lima, su maestro odiado (y también amado).
Pero lamentablemente, misterios de la globalización, sus libros están agotados o son difíciles de encontrar. Por lo tanto, el dossier de Tsé-Tsé puede servir también como una excelente introducción a su obra, un llamado a los nuevos lectores. Como escribe Piñera en el comienzo de Elíjanme, relato incluido en la revista: “Si alguien quiere salvarme, estoy a tiempo todavía”.