CULTURA
CINE

Matías Piñeiro: cine, mujeres y Shakespeare

El director radicado en Nueva York acaba de estrenar su última película, Hermia y Helena.

0824_piñeiro
El cineasta Matías Piñeiro. | Gentileza Noticine.com

Tras su paso por festivales y salas de cine internacionales, Hermia y Helena ya puede verse en Buenos Aires. Inspirada en Sueño de una noche de verano, es la cuarta película en la que el joven director Matías Piñeiro juega con alguna comedia de Shakespeare. Es también la primera filmada parcialmente en inglés. En una charla con PERFIL, el director de Viola (2012) y La princesa de Francia (2014) habló de su pasado familiar, de su futuro artístico y de su presente en la ciudad de Nueva York.

- Pregunta odiosa pero obligada: ¿qué tanto hay de autobiográfico en Hermia y Helena? Vos también emigraste a los Estados Unidos por una beca…

- Mis películas parten de elementos de mi propia vida, pero tampoco me entusiasma el calco: busco distanciarme de ese punto de partida. En Hernia y Helena la protagonista viaja gracias a una beca otorgada por un instituto para artistas y académicos y esa idea surgió, sí, porque fui becado por el instituto Radcliffe (Harvard), pero yo estaba en Cambridge y ella en Nueva York y el proyecto en el que trabajé durante ese tiempo no tiene nada que ver con el suyo: yo edité Viola y empecé a guionar otra película y ella se enfoca en la traducción.

- Otra divergencia, entonces: pareciera que hiciste buen uso de tu tiempo, mientras que ella no termina haciendo demasiado.

- Sí, es que las becas suelen tener una estructura muy rígida, como de laboratorio: tenés una idea y te brindan el espacio “ideal” para desarrollarla, entonces la expectativa es que termines haciendo algo interesante, pero es demasiado fácil pensarlo así. A veces la cosa no funciona y me interesó explorar esa posibilidad: romper un poco la estructura retratando a alguien como Camila que, aún en las mejores condiciones, no logra hacer nada. Si no, todo acaba estando ligado al éxito. Quise contrariarlo un poco, anteponer lo individual o sentimental a lo profesional.

- El exitismo es una actitud bien norteamericana, así que está bueno que lo hayas “contrariado” en tu primer película filmada (en parte) acá. ¿Tenés pensado rodar algo exclusivamente en los Estados Unidos?

- No sé si me interesa porque soy director de cine en tanto y en cuanto tengo un contexto de producción que me lo hace posible: mi fotógrafo, mis actores, mi productora. Además mis películas existen al margen del mercado: reciben ayuda de muchas personas y algunas instituciones pero no dejan de ser pequeños “Frankenstein”, pequeños mutantes. Acá, en cambio, el cine es una industria pura y dura. ¿Cuántos directores norteamericanos con varias películas de ficción bajo el brazo conocemos que no caigan en esquemas comerciales? Lo que arranca como cine de autor deviene en una especie de marca. No quiero tener que trabajar con un actor que no me gusta o agregar una escena porque me la pide un estudio; tampoco quiero que mi economía personal dependa de mis películas. Obviamente no quiero que sean grandes fracasos económicos (ríe), pero tampoco tengo la necesidad de generar un superávit enorme. No tengo esa gula.

- Hablás de ciertas diferencias entre el acá y allá a la hora de hacer cine. ¿Qué pasa a la hora de enseñarlo? Fuiste profesor en la Universidad del Cine en Buenos Aires y ahora lo sos en el Pratt Institute de Nueva York.

- Sí, acá en realidad empecé dando clases de cine en MassArt, en Boston, y desde hace un año en Pratt. Ambas son escuelas de arte con un departamento de cine y en ese sentido la gran diferencia es que hay menos estudiantes, lo cual es muy bueno, y además tienen que cubrir hasta cinco horas de taller en las que los alumnos muestran y discuten su material en bruto. Se elabora más sobre el proceso que sobre los resultados. También surge algo positivo de la corrección política, que es la necesidad de diversificar: ver más, integrar más. Como cinéfilo, eso me parece clave. Si no, se acaba teniendo una visión muy limitada de lo que es el cine. Hace poco, por ejemplo, vi las películas de Alice Guy-Blaché, la primera cineasta. Era una francesa que mandaron de Gaumont a New Jersey, una locura… y la mitad de mis alumnos, por ejemplo, son mujeres.

- ¿La Argentina es más machista en ese sentido?

- El mundo del cine en general es machista. ¿Cuántas mujeres figuran en los grandes festivales? En Argentina hay más conciencia y el cine femenino es bastante pujante, pero igual no alcanza. No hay que conformarse. Es importante que haya salas de cine que muestren películas de todo tipo. En ese sentido son interesantes el Malba o la Lugones (que por suerte ha vuelto a abrir sus puertas), y también festivales como el Bafici y el de Mar del Plata.

- Pasemos de la mujer como cineasta a la mujer como personaje: tus Shakespeariadas, como las llamás, le dan un rol preponderante. ¿De dónde surge ese interés?

- Yo accedí a Shakespeare por el lado de la lectura y me llamaron la atención sus comedias, en las que el rol femenino es el principal motor. Además venía trabajando con un grupo de actrices con las que tenía una fuerte relación de amistad y encontré por ejemplo que me gustaría ver a María (Villar) interpretando a Rosalinda, o a Agustina (Muñoz) como Viola. También me interesa trabajar sobre lo que creo que está subdesarrollado: si le pedís a cualquiera que nombre cinco personajes de Shakespeare, estoy seguro de que van a ser hombres.

- Y todos trágicos…

- ¡Tal cual! Y si llegan a ser mujeres van a ser locas o suicidas (ríe). La mujer tiene un rol bastante inquietante.

- No ayuda que las tragedias lleven por título el nombre de sus protagonistas masculinos — Hamlet, Macbeth, Othello— y las comedias, en las que brilla la mujer, no. Me gusta que te hayas rebelado contra eso, que tus películas se llamen Rosalinda y Viola en vez de Como gustéis y Noche de reyes, por ejemplo.

- ¡Es cierto, no lo había pensado! Bueno, y también fui criado por mujeres muy fuertes: mi abuela, mi tía, mi madre. Hace un año estuve en Barcelona, de donde viene mi familia materna, y conocí a una prima de mi madre que me habló de “las Montesas”. Resulta que mi abuela se apellidaba Montes y tenía varias hermanas, todas muy fuertes, y en el pueblo de Chantada, en Galicia, las llamaban así. Es increíble que eso haya sido parte de mi biografía sin que yo lo supiera.

- Da para película…

- Sí, después de las Shakespeariadas se vienen las Montesas (ríe). Cuando las descubrí pensé que había algo ahí, en lo de los roles femeninos en mi familia —no en sentido psicológico sino casi literario, porque sólo conocí a mi abuela y a una hermana, al resto no—.

- Claro, esa distancia las convierte menos en personas que en personajes… aparece de nuevo esta idea de partir de lo personal para luego enrarecerlo, ¿no?

- Sí, que es lo mismo que hago con Shakespeare: tomo elementos de sus comedias pero luego ejerzo una composición: los invierto, los altero, los alargo, los desvío. Por eso hablo de Shakespeariadas y no de adaptaciones.

- ¿Te molesta que en muchos casos se pierdan esas referencias? Es probable que gran parte del público no haya leído a Shakespeare…

No, no es fundamental que se reconozcan. Si no, habría que entrar al cine con diplomas. Yo mismo no soy experto en Shakespeare: no siento que tengo que hacer un doctorado para hacer una película. Ojo, tampoco hago un culto de la ignorancia; trato de alimentarme cada vez más pero al mismo tiempo gana la producción.

- De todos modos, el hecho de que tomes elementos muchas veces periféricos de las obras y los subviertas denota cierta maestría —mucho más, pienso, que la que se requiere a la hora de hacer una adaptación obediente—.

- Es que no hay nada más lejano a Shakespeare que alguien como yo, nacido en Argentina en el ‘82, y es justamente esa distancia la que me permite no tener ataduras. Para mí la gracia es meterle mano y traducirlo y volverlo a traducir. Por eso sigo haciendo “Shakespeariadas”, porque lo escrito caduca. Si tuviera que volver a hacer Rosalinda o Viola, por ejemplo, revisaría la traducción; igual la gracia es justamente ese vitalismo, ese presente exaltado.

- Además de la traducción, parecieras poner el foco en la estructura narrativa de tus películas. Pienso en la manipulación del tiempo y el espacio que lográs a través del montaje, no sólo en Hermia y Helena sino también en Viola o La princesa de Francia.

- Sí, soy bastante “estructuralista" cuando empiezo a elaborar una película: lo que me lleva a querer rodar es siempre la estructura. No disfruto mucho de la escritura; necesito un guión sobre el cual montar la producción, claro, pero lo escribo muy cerca del rodaje.

- Así y todo, cursaste una maestría en escritura creativa en la Universidad de Nueva York.

- Sí, y la verdad es que me sirvió muchísimo —sobre todo en tanto que, como la beca en Cambridge, me dio el tiempo y el espacio para elaborar sin preocupaciones económicas, lo cual es un privilegio enorme—. Durante ese tiempo escribí La princesa de Francia y también una especie de nouvelle sobre la que está basado un proyecto que quisiera hacer; igual no estaría mal que en algunos años una Shakespeariada fuera un librito en lugar de una película.,,

- ¿Pensás tus Shakespeariadas como comedias? Te lo pregunto porque casi todas las de Shakespeare, aunque empiecen con embrollos o amores no correspondidos, culminan en pasiones inequívocas o matrimonios. Tus películas, en cambio, giran en torno al engaño y la indecisión; no hay finales prolijos ni felices. Más bien son híbridos tragicómicos.

- Quizás estén más del lado de lo híbrido, sí, porque me gusta que las cosas se armen como una especie de cruce paradójico entre lo cómico y lo angustioso. Me parece que eso produce cierto movimiento. Además la vida es así, es decepcionante (ríe). Igual en algunas de las comedias de Shakespeare eso aparece: en Love’s Labor’s Lost (Trabajos de amor perdidos) no hay matrimonios sino arreglos medio frágiles a futuro, y en El mercader de Venecia Bassanio va con Porcia más por dinero que por otra cosa.

- Cierto. De hecho, tengo entendido que te gustaría trabajar con El mercader de Venecia y ahí ya hablamos de una tragicomedia hecha y derecha.

- Sí, a medida que Shakespeare va madurando, se pone más oscuro.

- ¿Y te interesa recorrer ese mismo arco estético —pasar de las comedias más “livianas” a las más “oscuras”—?

- Me parece que eso se da naturalmente a partir de la experiencia y de los porrazos que te da la vida. Aparece un interés por la oscuridad que, como bien decís, ya está en mis películas. Creo que estoy entrando en ese cambio de tono, sí, porque en vez de elegir seguir con La fierecilla domada o Mucho ruido y pocas nueces, por ejemplo, pienso trabajar sobre el El mercader de Venecia y La tempestad.

- ¿Y después? ¿Te ves trabajando sobre alguna tragedia? ¿Retratando, por ejemplo, a Lady Macbeth? Mujer fuerte, si las hay.

- Pero es justamente una loca suicida (ríe).

- Loca suicida pero brillante, manipuladora, corajuda (aunque para mal).

- Cierto, y tampoco quiero decir que no porque, por ejemplo, nunca filmé una muerte y en algún momento lo tengo que hacer, es todo un hito. Además no hay que decir que no por amor a la variación. Creo que más bien llegaría hasta una comedia “oscura” como Measure for Measure (Medida por medida), en la que hay decapitaciones; ahí tengo para divertirme (ríe). Si hiciera alguna tragedia pienso que sería por los actores, porque me interesaría ver cómo interpretan a ciertos personajes trágicos.

- Venís trabajando desde hace años con más o menos el mismo grupo de actores. ¿Pensás seguir haciéndolo, o en esto también gana el “amor a la variación”?

- Es un honor trabajar con ellos y me gustaría seguir haciéndolo porque ya nos conocemos, hay un código y un terreno marcado; en ese sentido cambiar de gente sería una picardía, como volver un poco a cero. De todos modos en Hermia y Helena incorporé a nuevos actores como Keith Paulson y Mati Diop, con los que me gustaría volver a colaborar (de hecho Mati va a actuar en Ariel, una nueva película basada en La tempestad que voy a co-dirigir con el director español Lois Patiño). Pero sí, al trabajar con la misma gente el material se refina y se potencia. Hace poco leí que Shakespeare hacía algo parecido: trabajaba con la misma compañía de actores y escribía específicamente para ellos. Me pregunto si en mis películas les estaré dando los mismos roles a mis actrices que Shakespeare les daba a sus actores. Me gusta pensar que la energía de cada personaje se transpone a la de cierto actor o actriz. Es algo que quiero seguir explorando.

Funciones restantes de Hermia y Helena:

Malba: sábado 26 de agosto

Sala Lugones: hasta el 30 de agosto

Gaumont: a partir de septiembre