CULTURA
AUTOFICCIÓN AL BANQUILLO

Mirar hacia adentro

Tema recurrente en la narrativa de nuestro tiempo, la escritura autoficcional (o literatura del yo) es un referente insoslayable para entender las directrices que orientan la sensibilidad del presente. Con ejemplos notables –y otros no tanto– en la literatura argentina, surge la reflexión sobre la propia vida como motor narrativo. Los y las especialistas analizan en profundidad el fenómeno.

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Los y las especialistas analizan el fenómeno. Autoficción: ¿sí o no? | pablo temes

¿Hay que usar el material de la propia vida para escribir? La pregunta que planteó el poeta Santiago Llach en una reciente publicación de Instagram suena retórica si se tiene en cuenta la proliferación de literaturas del yo que desde hace años configura una tendencia en la literatura argentina. Pero podría ser leída también al pie de la letra, como un interrogante para cuestionar las derivas actuales del género autobiográfico y el lugar de la ficción en la producción actual.

En el mismo posteo, Llach pasó de la pregunta a una respuesta en tono imperativo: “Para mí no hay manera de zafar, y si uno lo evita no hace otra cosa que perder tiempo. Si quieren ahorrar tiempo, vayan adonde duele”. Una posible consigna para los talleres de la Escuela de Escritura y los Mundiales de Escritura, que él mismo coordina.

Hay narradores que no están tan seguros al respecto y que plantean críticas a la forma en que “la propia vida” se ofrece como escritura y autoriza por sí misma los textos. “Entre los múltiples malentendidos que la literatura o el mercado alimentan a diario –como, por caso, el de confundir o igualar ficción con mentira– está la idea cada vez más explícita de que una historia tiene valor solo por ser verdadera, un dulce que cualquier novelista serio o escritor de non fiction ídem –dos modulaciones del diálogo con lo real– jamás aceptarían”, planteó José María Brindisi en una reseña sobre la novela La herencia, de la noruega Vigdis Hjorth.

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Pero las reglas tienen excepciones, y una de las más logradas es la obra de Diego Meret (1977). El autor de En la pausa (2008) problematiza el género: “En el relato autobiográfico hay una conciencia de la dificultad –afirma–. La intención de contar la propia vida no excluye la conciencia de que el relato puede girar en falso. La vida es el foco, pero la narración puede lograrse o no. En ese sentido también es una reflexión sobre la escritura. O sobre la capacidad de la escritura para alcanzar ese objetivo”. Más que contar la experiencia, apreciar la distancia que va de la vida a la literatura.

Instrucciones de uso. Marina Yuszczuk (1978) reelaboró parte de su adolescencia y juventud, y en particular su vínculo con un culto religioso, en La inocencia (2017). “El punto no es confesarse. Mientras escribía la novela me daba cuenta de que se trataba de la ficción, en el sentido de inventarte una historia”, dice.

“Lo interesante, cuando escribís desde lo autobiográfico, es el momento en que te encontrás con un límite, cuando ya no resulta suficiente escribir de una manera directa. Contás algo que pasó y sentís que no dijiste nada”, agrega Yuszczuk, ganadora del premio Sara Gallardo por La sed (2020). En su libro Madre soltera (2014), “quería contar cómo era amamantar y vivir el cuerpo de una manera salvaje en el puerperio; en esa situación no significa nada decir que te duele”.

Santiago La Rosa (1987) reconoce la importancia de los datos autobiográficos en la escritura pero prefiere la ficción como género. “Me interesa más la verdad que se puede construir en la ficción que las referencias fácticas –afirma–. También me gusta la libertad de correrme, de construir, de pensar en términos de ficción, mucho más que el rigor autobiográfico o el hecho de que se conozca o no se conozca mi vida”. 

En La otra hija (2021), su segunda novela, La Rosa partió de hechos reales. “Fue una referencia autobiográfica que movilizó la escritura, me hizo pensar cómo convertir algo que era pura angustia en una novela y me llevó a leer más que a contar mi vida –explica–. Para mí son importantes las referencias de la ficción, autores como Coetzee o Philip Roth trabajan muy bien la angustia y la paternidad con todas sus faltas, fallas y claroscuros. Una cuestión autobiográfica me llevó entonces a pensar en cómo se habla sobre la paternidad”.

Lo autobiográfico es un material de escritura y no agrega valor en sí mismo a los textos, dice Cecilia Ferreiroa (1972). “La ficción pura tiene elementos autobiográficos, y de hecho los he trabajado. Pero lo autobiográfico es un hecho de lenguaje, un artificio; y para mí son las mismas preguntas, los mismos problemas: reflexionar sobre el lenguaje, sobre el mundo, sobre los vínculos”, destaca la cuentista, autora de Señora Planta (2016) y La parte enferma (2020).

Ferreiroa pasó la última dictadura militar en el exilio. Mudanzas, un cuento de La parte enferma, alude a ese período de su vida sin ser autobiográfico: “El hecho real es una materia para construir un hecho literario. Lo único que importa es el hecho literario. No es contar el exilio en sí, pero eso me constituye y tiene que ver con mi manera de ver el mundo”.

Después de la entrevista, Ferreiroa se queda pensando en la cuestión y redondea la respuesta por WhatsApp: “La autoficción es una categoría difícil de sostener desde el punto de vista del que escribe porque las operaciones literarias, narrativas y con el lenguaje son las mismas que las que se hacen con los textos llamados ficcionales. Además de que siempre hay invención y construcción”.

Un pecado original. Diego Meret ganó el premio Indio Rico de autobiografía con En la pausa. Antes que un ejemplo convencional del género, expuso sus dificultades: el narrador de ese libro no se reconoce en sus recuerdos, no sabe qué contar de su vida, sospecha que más bien “hay que inventarse un pasado” y en definitiva se desentiende de las obligaciones de la literatura del yo. “Cuando la experiencia se me hacía imposible de contar, me agarraba de las lecturas o de la misma imposibilidad –recuerda–. En ese titubeo puede haber ingenuidad o algo así como una seriedad y una permanente indecisión: el relato partido, los puntos suspensivos, las preguntas formuladas o no, etcétera. Ese punto de partida, o esa primera publicación puede que haya calado en mi forma de escribir”.

En El giro autobiográfico en la literatura argentina actual (2008), Alberto Giordano registró las nuevas versiones del género y a la vez expuso una teoría contra simplificaciones hoy divulgadas: “La literatura es, tanto para quien escribe como para quien lee, una experiencia de algo íntimamente desconocido (la secreta extrañeza de lo familiar) que se realiza en las palabras”. Lejos de un material inmediatamente disponible para la escritura, “la literatura es una experiencia en la que algo íntimo e inexpresable pugna por ser dicho” y “solo resultan auténticas aquellas confesiones que se realizan bajo la presión de algo íntimo en busca de un lenguaje que lo deje ser”.

Si el libro de Giordano coincidió con un momento de auge, en Baká (2021), Meret presenta a un escritor que se mueve en un ambiente hostil hacia la autobiografía. “En todos lados se hablaba en contra de la literatura del yo”, dice el narrador. Y no se trata de una ficción sino de una alusión a un estado actual de las cosas: “Se publican por ahí, en diversos soportes, manifestaciones de bronca o de cierto malestar contra lo que pueda considerarse literatura autobiográfica o literatura del yo. Cosas del tipo qué me importa tu vida o lo que te pasa no es interesante. Y todo esto como desde un lugar incontaminado, puro, de lo que debe ser la escritura literaria”, dice Meret, que el año pasado reeditó En la pausa seguido de En los montes, un relato inédito donde lo autobiográfico se reformula a través del humor y el delirio.

Meret piensa que la oposición entre “la escritura de la invención” y “la escritura de la experiencia” es “un enfrentamiento vacío”. Definir la autoficción como una cuestión de moda significaría negar el valor literario de los textos. “Ese enfrentamiento lleva incluso a formas de leer un tanto simplificadas. Para decir que un libro es bueno basta con decir que no es literatura del yo, que no está manchado con ese error de nacimiento”, argumenta. Y en el rechazo encontró un punto de partida para su narrativa: “Me pareció que ahí había algo sobre lo que podía escribir. Entonces llevé todo a un extremo, al campo del humor, y conecté esas observaciones puritanas sobre lo que debe ser la literatura con mi primera publicación. Parto de algo así como de un pecado original, de una especie de error de origen”.

Una lógica pasajera. La literatura del yo parece restringir el campo de la ficción desde el momento en que puede hacer leer cualquier texto como si fuera justamente autobiográfico y llevar a una confusión que parecía superada: la de identificar al sujeto que se construye a través de la escritura con el autor. En esa perspectiva, los textos parecen responder a los criterios de los posteos en las redes sociales: parece tratarse de que sean llamativos, que apelen a las emociones de los interlocutores y que en todo momento exhiban el yo.

Para Pablo De Santis (1963), sin embargo, “lo más autobiográfico es la ficción”. El autor de Academia Belladonna desliza una mirada crítica hacia la literatura del yo: “En los últimos años se remarcó demasiado el hecho de lo real –destaca–. En la ficción uno puede contar cosas de su vida de manera indirecta y libre. Es más autobiográfica porque si uno tiene que ponerse a contar algo real de su vida, justamente por estar tan expuesto, va a ser muchísimo más cuidadoso”.

Para Santiago La Rosa las especulaciones sobre el auge de la autoficción o un eventual regreso de la ficción clásica son cuestiones comerciales. “Hay libros de autoficción muy rigurosos que me hacen pensar mi escritura de ficción. Convertir la autoficción en el registro simple de algo que aconteció realmente es empobrecer el género”, dice. Como editor en Chai, elige justamente libros donde lo autobiográfica “tiene alta calidad literaria”: por caso, entre los títulos que se anuncian para este año, La vida después, de Donald Antrim, Girlhood, de Melissa Febos, y Meteorito, de Harry Dodge.

Marina Yuszczuk tiene otra perspectiva como editora de Rosa Iceberg. “Estoy tratando de darle un giro hacia la ficción, y no es fácil porque no hay mucha gente que escriba ficción ante el imperio de la autoficción –dice–. El mercado se está saturando muy rápidamente. En estos últimos cinco años, la transformación fue absoluta, y lo veo en el tipo de libro que suele llegar como propuesta para la editorial, hay un tipo de libro que se repite. La autoficción me interesa pero también quiero incluir la ficción”.

Yuszczuk no cree que sea para alarmarse: “Como todo en literatura, va a pasar. Hay una tendencia, se satura, aparece otra cosa. Es una lógica de funcionamiento del campo literario y del mercado que no es ni buena ni mala, ni justa ni injusta, y que no controla un autor”. Mientras tanto, el material de la propia vida parece más productivo cuando supone una dificultad, un límite, como le ocurrió con Madre soltera: “No tenía palabras para contar lo que me estaba pasando, y por eso quise hacerla literatura, porque hay que escribir lo imposible”.

 

Una exploración literaria

O.A.

Cecilia Ferreiroa retorna sobre vínculos familiares durante su exilio en los cuentos de un libro en preparación. “Está centrado en vínculos con tíos, y eso me permite pensar en algo de la familia, que es un tema que también me ha interesado, lo que da y lo que no da la familia, lo que habilita, el entramado que construye, y encararlo en la figura de los tíos para salir de padres e hijos”, adelanta.

Las diferencias surgen respecto a su producción anterior. “En mis primeros libros iba a algo más disparatado o absurdo, o el desborde y el exceso estaban más acentuados –destaca Ferreiroa–; en este quizá están menos, pero lo autobiográfico es un material más y las preocupaciones son sustancialmente las mismas, con las diferencias de cada proceso de escritura. Lo que me importa tiene que ver con un trabajo sobre el lenguaje y con captar lo vivo o lograr que palpite como vivo. Tiene que funcionar como un hecho de lenguaje”.

La diferencia con la autoficción convencional es nítida en su planteo: “No es el ego, no se trata de que es importante porque soy yo. Eso no es nada. Cómo construir lo vivo de un vínculo en el lenguaje es una pregunta que me sigo haciendo con este material. Estoy haciendo una exploración literaria, no biográfica. Hay experiencias que tienen un poder narrativo, pero en el texto tienen que realizarse como literatura. Porque, ¿qué aportaría que fueran reales?”.

 

Literatura de la invención y autobiográfica

Diego Meret

No sé muy bien cuándo me di cuenta de que había dos bandos: literatura de la invención, por un lado, y autobiográfica, por otro. Como lector jamás la noté. Leía todo como una sola cosa, como literatura. No necesitaba ver la diferencia. No me molestaba. E incluso me daba cuenta de que algunos libros que me gustaban mucho tenían algo que no podía explicar. Pienso en Pobre Bélgica, de Baudelaire, que es algo a medio camino entre las anotaciones de viaje, de experiencias de un yo de viaje, y la caricaturización o los rasgos tamizados por la ficción de una región y su gente. No lo sabía pero lo que me gustaba era esa mezcla. La fuerza de la experiencia y de su deformación. A partir de ella, poder contar cualquier cosa.

Por eso, darme cuenta de que podía escribir acerca de cosas que me habían pasado fue una especie de alivio. Pero fue un alivio que sentí como escritor, no como lector. Un alivio en el sentido de que para escribir acerca de un barco, por ejemplo, no tenía que saber todo acerca de los barcos, como Conrad, ya que me bastaba con haber visto un barco alguna vez… y contar entonces qué me había pasado al ver ese barco. Y al contar eso, en una de esas, pasaba otra cosa, o no. Igual, me gusta también cuando no pasa nada, cuando la escasez se nota y se ven las costuras, o los hilos, o los bordes no muy bien recortados.

Me gusta ver el proceso en un texto, los problemas de escritura, las dificultades, y sobre todo, o especialmente, en la literatura autobiográfica: el problema de cómo contar la vida. La vida en tanto “vida no espectacular”, como lo plantea Georges Perec en Ómnibus, el libro de Elvio Gandolfo… Gracias a ese libro conocí a Perec, quien, por otro lado, hablaba de su proyecto de escritura como algo dividido en tres partes: los libros del lenguaje, los libros de aventuras para leer de un tirón y los libros autobiográficos. Con el tiempo me di cuenta de que ese era el mismo proyecto de un montón de escritores. Mario Levrero también tenía ese proyecto y publicaba libros que iban por esos tres canales. Yo supongo que debo haber quedado como pegado a mi primera publicación, En la pausa, y trato de ir por esos tres canales pero haciendo una especie de mezcolanza. Quiero las tres cosas, pero no puedo ir por canales separados. En un momento quise escribir una novela policial y me salió algo lleno de cosas autobiográficas, La ira del Curupí. Y eso que escribí esta novela antes que En la pausa.