Eric Arthur Blair, alias George Orwell, nació en 1903 en la India bajo dominio colonial británico, del cual era funcionario el padre. En 1907 la familia terminó de mudarse a Inglaterra y entre 1917 y 1921 el joven Eric estudió en Eton, célebre colegio de la élite británica. El futuro periodista y escritor comenzó su camino en la escritura publicando colaboraciones en revistas del colegio. Sin medios para hacer carrera universitaria, fue a trabajar para la Policía Imperial India en Birmania entre 1922 y 1927, de donde regresó muy crítico del imperialismo inglés, según consta en su primera novela, Los días de Birmania (1934).
De regreso en Europa, pasó un par de años en Londres y París, ocupado en diversos trabajos que lo mantuvieron en la pobreza: maestro, librero (tema de su novela Que no muera la aspidistra, 1936), lavaplatos. Sobre esa experiencia como parte de la clase trabajadora, que terminó de inclinarlo al socialismo, escribió un libro de memorias, Sin un peso en París y Londres (1933), el primero que publicó. A principios de 1936 le encomendaron investigar y escribir un libro sobre el desempleo masivo en Yorkshire y Lancashire: El camino a Wigan Pier (1937).
A fines de 1936 llegó a España para defender la República en la Guerra Civil. Lo asignaron a la milicia del partido trotskista. Pronto lo hirieron en el frente. Meses después casi pierde la vida durante una represión a los trotskistas por parte del gobierno republicano, dominado ya por el Partido Comunista de España. Esos hechos y la manipulación informativa del estalinismo terminaron de definir sus inclinaciones políticas hacia un socialismo democrático. Sobre su experiencia en la Guerra Civil española escribió Homenaje a Cataluña (1938).
De regreso en Inglaterra, ingresó en un sanatorio por tuberculosis, enfermedad que años más tarde lo llevaría a la muerte. Luego en Marruecos escribió la novela Subir a por aire (1939), según el título de la traducción española. Durante la Segunda Guerra Mundial, formó parte de un grupo de voluntarios para la defensa interna, luego del Servicio Oriental de la BBC y luego fue director literario del semanario izquierdista Tribune. En esa época empezó a escribir la primera de sus dos novelas más famosas, Rebelión en la granja, publicada en 1945 no sin dificultades. Entre 1946 y 1948 escribió la más célebre, 1984, publicada en 1949 en Inglaterra y en Estados Unidos.
1984. De niño, Orwell quedó fascinado por Una utopía moderna (1905) de H. G. Wells. El pensamiento utópico socialista ejerció una notoria influencia en la ciencia ficción fundacional de aquellos años. Hacia 1943 cayó en sus manos la traducción francesa de Nosotros, del ruso Yevgueni Zamiatin, una de las primeras novelas distópicas. Un par de años después la reseñó para Tribune. La considera allí una obra muy fuera de lo común, aunque no de primera calidad. Y le encuentra mucho en común con Un mundo feliz (1932) de Aldous Huxley. Mayores serían las semejanzas con 1984, que toma de Nosotros buena parte del argumento y los personajes y en cierto modo agrega lo que le faltaba: ensamblaje y factura literaria de alta calidad.
Si Rebelión en la granja era la fábula del pasado, de la proyección del pasado en el presente (el recorrido desde la esperanzadora rebelión de los oprimidos hasta su opresión totalitaria por la facción dirigencial que termina detentando el poder), 1984 será la fábula del futuro, de la proyección del futuro en el presente. Un futuro que, sin embargo, no era pura fantasía con aspiraciones proféticas, sino que se inspiraba en hechos anteriores: la omnipresencia y el culto de la imagen del “Hermano Grande” Stalin en la Unión Soviética, las purgas estalinistas y el borramiento de sus víctimas, la propaganda mentirosa y la manipulación de las noticias y de la historia por parte del nazismo y el estalinismo.
Con todo, la fama de esta novela está ligada a su capacidad de proyectar hacia el futuro las sombras de aquellos avasallamientos, advertibles hoy no sólo en regímenes abiertamente totalitarios de cualquier signo, sino también en ciertas oscuridades de las sociedades llamadas democráticas. El reino de la posverdad donde la gente no busca información veraz sino confirmación de sus inclinaciones o expectativas o deseos. Pantallas omnipresentes que transmiten sin cesar informaciones tergiversadas en uno u otro sentido y a menudo incluso falsas. Cámaras de “seguridad” que nos vigilan y cámaras de computadoras personales por donde nos espían clandestinamente. La posible banalización de todo eso en los reality shows, iniciados bajo la invocación del Big Brother. Odiadores en redes sociales y en comentarios a publicaciones periodísticas y en manifestaciones callejeras y declaraciones de prensa, incluso de dirigentes que se muestran como buenos discípulos de aquel Hermano: la apelación a las emociones más oscuras antes que a los argumentos (“El Partido busca poder absolutamente por el poder en sí. No nos interesa el bien de otros; nos interesa únicamente el poder”, predica O’Brien).
Traducciones castellanas. La primera traducción castellana fue de Arturo Bray, paraguayo exiliado en Argentina: Buenos Aires, Kraft, 1950. Excluye unos fragmentos relativos a cuestiones sexuales. Una carta del agente le informa a Orwell que la editorial argentina pretende hacer esos recortes porque “el idioma castellano es más crudo que el inglés” y las autoridades podrían censurar la novela por “irrelevantes cuestiones de moralidad”.
Mayores dificultades tuvo la primera traducción hecha en España, de Rafael Vázquez Zamora (Destino, 1952). Los pasajes extirpados fueron más numerosos y extensos: no involucran sólo cuestiones sexuales sino también religiosas y políticas. El apéndice se suprime por completo.
Ambas traducciones se reimprimieron varias veces, la de Bray incluso en España (Planeta, 1969 y 1973). La de Vázquez Zamora († 1972) fue completada, no es claro por quién, en 1984 y es quizá la más difundida.
La siguiente traducción castellana, primera sin pasajes censurados, debió esperar hasta 1998: a cargo de la española Olivia de Miguel, fue publicada por Galaxia Gutenberg y Círculo de Lectores. También en España, Debolsillo dio a conocer una nueva traducción, de Miguel Temprano García, en 2013. Y la editorial venezolana Lucemar publicó una traducción de Pedro Villalobos en 2018.
Sobre la traducción y el idioma inventado. La expresión inglesa big brother es la manera coloquial familiar de referirse a un hermano mayor; la manera formal es elder brother. Sobre el apelativo Big Brother, dice en la novela “el libro” de la “Hermandad”: “el Partido [...] llama a su conductor con un nombre que es una apelación directa al sentimiento de lealtad familiar”. Bray traduce “Hermano Grande”, posible forma coloquial castellana de referirse a un hermano mayor, que mantiene la apelación emotiva al tono familiar, aunque es de uso menos común que la expresión inglesa. Vázquez Zamora opta por “Gran Hermano”, expresión en absoluto familiar en nuestra lengua, en la que no llamaríamos así a un hermano por ser mayor; pese a la pérdida de tan relevante resonancia, es la versión castellana que se instaló y popularizó y repitieron de Miguel y Villalobos. Temprano García, por su parte, optó por la expresión más formal “Hermano Mayor”. No es fácil salirse de un camino tan transitado como el de “Gran Hermano”, pero como ya Temprano García se permitió, más que apartarse del camino, desandar el desvío, me pareció más importante retener el efecto de familiaridad buscado por el autor, de modo que volví a la misma decisión de Bray: Hermano Grande.
El principal desafío de 1984 para la traducción está en la lengua inventada por “el Partido”, bautizada en el original Newspeak. Las cinco traducciones anteriores mencionadas, más allá de aciertos o desaciertos puntuales que en cierta medida dependerán de la opinión personal de quien juzgue, tienen en común, a mi juicio, alguna desatención al sistema. Es decir, resuelven mejor o peor los casos puntuales, pero sin captar del todo el sistema que los sostiene y organiza. La de Villalobos, de hecho, no se propone ninguna adaptación de ese sistema a nuestra lengua, como se advierte en este pasaje del Apéndice (p. 309 de su traducción), cuya parte entre paréntesis coincide casi palabra por palabra con una nota al pie en el Apéndice agregado a la traducción de Vázquez Zamora (p. 243 de la edición de RBA, 1993):
De manera que en todos los verbos el participio pasado y el pretérito eran el mismo y finalizaban en -ed (en inglés; en cambio en español terminarían con la misma letra o seguirían como los verbos regulares, ejemplo: pensé, robé, hace, pensé, comí, comer. Los ejemplos ingleses pensar, robar, ya son verbos en español y no justifican el ejemplo).
Es una solución muy válida: apunta a dejar traslucir cómo funciona el sistema en el original, en vez de recrearlo acomodándolo al sistema de la lengua de traducción. Pone así en primer plano el hecho de que se trata de una traducción y promueve un esfuerzo del público lector orientado a que entrevea ciertas características intrínsecas del original.
Por lo demás, las cinco traducciones son buenas cada cual a su manera para sus respectivos ámbitos espacio-temporales, la presencia e incidencia del Newspeak en el cuerpo de la novela no es tan determinante para su lectura y siempre es posible que el equivocado sea yo: sólo marco mis diferencias, no por las diferencias en sí, sino para exponer el sistema según lo entiendo; luego el público lector juzgará por sí mismo, seguramente de distintas maneras porque no constituye un bloque uniforme sino una suma de individuos con opiniones y gustos y preferencias personales diversas.
Según el Apéndice, el Newspeak es el idioma oficial concebido para simplificar la lengua en uso con el propósito de volver imposible todo pensamiento alternativo a la ideología del Partido. Organiza el vocabulario en tres grupos:
A: palabras de uso cotidiano, tomadas en su mayoría de la lengua normal precedente pero reducidas en número y acotadas en sentido y regularizadas en su forma; son a su vez transformables en otras palabras de la misma familia mediante el agregado de prefijos y sufijos.
B: palabras compuestas construidas con el objetivo político de imponer una actitud mental; sus componentes pueden mutilarse por razones eufónicas siempre que no deje de notarse de dónde derivan; admiten ciertas irregularidades morfológicas en casos excepcionales.
C: términos científicos y técnicos de casi nulo uso cotidiano.
La gramática está expuesta mayormente en la parte referida al vocabulario A, pero con la aclaración de que vale para los otros dos grupos también.
Pues bien, la clave de bóveda de la organización de esta lengua es que cualquier sustantivo puede funcionar como verbo y viceversa, es decir, verbos y sustantivos son intercambiables. Esto no sólo es válido para el vocabulario A, tanto por la aclaración recién citada como también porque el Apéndice afirma específicamente con respecto al B: “La amalgama resultante era siempre un verbo–sustantivo y se declinaba de acuerdo con las reglas corrientes”. Esto es mucho más sencillo de realizar en inglés que en castellano, porque en castellano los verbos tienen una desinencia específica y en inglés no (salvo en el pasado simple o el participio pasado de los verbos regulares, que terminan en -ed, o la tercera persona del singular en presente, que termina en -s). Veamos un caso concreto. Cuando Orwell escribe en el Apéndice: “No existía, por ejemplo, una palabra como cut [cortar], dado que su significado quedaba bien cubierto por el verbo-sustantivo knife [cuchillo]”, está diciendo que en Newspeak el sustantivo knife funcionaba también como verbo, sin necesidad de ninguna modificación morfológica (de hecho, el verbo to knife existía y existe en inglés con el sentido de “cortar” o “acuchillar”). O sea, en inglés se puede decir We knife cheese con el sentido, restringido en Newspeak, de “(nosotros) cortamos queso”, mientras que en castellano no podemos decir “(nosotros) cuchillo queso”, porque “cuchillo” es un sustantivo pero no un verbo: lo que necesitamos, a la inversa que en inglés, es un verbo que pueda fungir de sustantivo, atribuyéndole en la lengua inventada un sentido acorde. Por esa vía, adoptada aquí, se llega a un resultado como el siguiente: “No existía, por ejemplo, una palabra como cuchillo, dado que su significado quedaba bien cubierto por el verbo-sustantivo cortar”. Para que una palabra pueda funcionar como sustantivo y como verbo, en castellano tiene que ser un infinitivo, que es la forma sustantiva del verbo (el hacer, el caminar, el partir). Y luego hay que aplicar las desinencias correspondientes para transformar ese infinitivo en verbo conjugado, si va a funcionar como verbo, o para declinar el sustantivo en plural (por género no declinará porque el infinitivo no lo marca), o para transformarlo en adjetivo, adverbio, etcétera, todo esto según las reglas enunciadas en el Apéndice.
Veamos otros ejemplos. Newspeak, el nombre de la lengua inventada, es un compuesto formado por el adjetivo new, “nuevo”, y el verbo speak, “hablar”. No entra allí el prefijo neo- (que aparece dentro de la novela en el sustantivo Neo-Bolshevism, Neobolchevismo), sino el adjetivo completo, ni tampoco el sustantivo speech, “habla”, ni mucho menos language, “lengua”. Bray, el más cercano al original en el segundo componente, traduce “neohabla”; Vázquez Zamora, de Miguel y Villalobos, “neolengua”; Temprano García, el más cercano en el primer componente, “nuevalengua”. Aquí se verá traducido “nuevohablar”, palabra que, además de estar formada por los mismos elementos que la original (adjetivo más verbo-sustantivo), puede también declinarse, por ejemplo como adjetivo, “nuevohablante”, cuando Newspeak aparece en posición y función adjetiva, como en la expresión Newspeak word, “palabra nuevohablante”, igual que decimos palabra castellana o palabra inglesa y no palabra en castellano o palabra en inglés. Entiendo que neohabla y sobre todo neolengua son palabras más eufónicas que nuevohablar, pero no responden al sistema. Y en el Apéndice se lee: “En nuevohablar, la eufonía pesaba más que cualquier consideración ajena a la exactitud del significado”; dicho de otra manera, la eufonía era importante, pero la exactitud del significado pesaba más. Por otra parte, en el original Newspeak se contrapone a Oldspeak, “viejohablar”, y en castellano no contamos con un prefijo adecuado para contraponer a “neo-”; de Miguel, que utiliza prefijos también en otros casos, en éste adopta como traducción “primilengua”, pero “primi-” no es un prefijo existente, como sí es “neo-”, y tampoco resulta cristalino a primera vista, como old en el original.
Una palabra muy instalada de 1984 en castellano, desde Vázquez Zamora en adelante, es “crimental”, compactación de “crimen mental”, para traducir crimethink, o sea un compuesto de “crimen” o “delito” y “pensar”. “Crimental” es una hermosa palabra baúl, que quedaría muy bien en una obra de Lewis Carroll o de James Joyce, es decir, en piezas literarias que incitan a la imaginación verbal, precisamente lo que el nuevohablar pretende impedir. Además, think es un verbo y el compuesto es declinable en consecuencia, cosa que no se podría hacer con “crimental”. Mi traducción es, en esa línea, “crimipensar”. Crime, como está dicho más arriba, puede ser “delito” o “crimen” (delito grave), pero, al margen de que la palabra “delito” se presta menos a un compuesto conciso y reducida a “deli” resultaría confusa, no cabe duda de que en esta novela el “crimipensar” es un delito no sólo grave, sino gravísimo. De hecho, pensar es ya un delito grave, como se desprende del cuerpo destinado a su vigilancia, la Thought Police, “Policía del Pensamiento”, otra resonancia asociativa que se pierde, o como mínimo se desdibuja, si se opta por la palabra telescopio “crimental”: la Policía del Pensamiento persigue el crimipensar, y el verbo “pensar” es frecuentísimo en nuestra lengua habitual oral y escrita y en esta novela.
Confío en que estos pocos ejemplos ilustren por sinécdoque la entera cuestión del sistema y su funcionamiento, según lo entiendo y procuré plasmarlo.