“Lejos de impugnarlas, la izquierda identitaria valida las categorías que priorizan el componente étnico, propias de la derecha supremacista, y se encierra en ellas. En lugar de buscar un carácter mixto y mestizo, fracciona nuestras vidas y nuestros debates entre “racializados” y “no racializados”, enfrenta a las identidades unas contra otras, termina colocando a las minorías en competencia. En lugar de inspirar un nuevo imaginario, renovado y más diverso, censura. El resultado es visible: un campo intelectual y cultural en ruinas. Que beneficia a los nostálgicos de la dominación”, escribe la francesa Caroline Fourest (1975) en La generación ofendida, un libro donde escruta y vivisecciona la anatomía de lo que llama “la tiranía de la ofensa”, la falta de pensamiento crítico y la deserción del combate por la libertad por miedo a que suba el racismo, “la izquierda le hará el juego a la derecha identitaria y entonces el racismo aumentará”.
Entre los muchos ejemplos de estas prácticas que abundan en las distintas esferas de la sociedad está el de la artista Dana Schutz que pintó Open Casket (Ataúd abierto) en 2016. Era un retrato del cuerpo mutilado de Emmett Till, un joven negro asesinado que su madre pidió que se lo velara a cajón abierto para “Que la gente vea lo que yo he visto”.
En el caso de la pintora lo que se vio es que era blanca y eso la excluía de tomar ese tema. Poco después de la inauguración de la Bienal del Whitney de 2017, el artista afroamericano Parker Bright comenzó a protestar contra la obra parándose frente a la pintura con una camiseta con la frase “Black Death Spectacle” en la espalda. Por su parte, la artista y escritora Hannah Black publicó una carta abierta a los curadores y al personal del Museo para pedir que se la retire y se la destruya.
La respuesta de Schutz fue una metáfora literal: “No sé cómo es ser negra en Estados Unidos, pero sí sé cómo es ser madre. Emmett era el único hijo de Mamie Till. La idea de que algo le pase a tu hijo es incomprensible. Su dolor es tu dolor.”