“El mal que aqueja a la República Argentina es la extensión: el desierto la rodea por todas partes, y se le insinúa en las entrañas; la soledad, el despoblado sin una habitación humana, son, por lo general, los límites incuestionables entre unas y otras provincias. Allí, la inmensidad por todas partes: inmensa la llanura, inmensos los bosques, inmensos los ríos, el horizonte siempre incierto, siempre confundiéndose con la tierra, entre celajes y vapores tenues, que no dejan, en la lejana perspectiva, señalar el punto en que el mundo acaba y principia el cielo.”, se lamentaba Sarmiento en el Facundo y describía esa pampa que nunca había visto, pero sí leído en los libros de los viajeros. Ese libro, también, le bastó para cifrar el fin de la civilización y el comienzo de la barbarie: el horizonte de la Pampa fue el trazado a conquistar para la certeza civilizatoria del sanjuanino.
Deudor de ese cruce fundamental para entender y configurar una suerte de poética del ser nacional fue Borges; “El escritor argentino y la tradición”, su manifiesto. Allí señaló que “podemos creer en la posibilidad de ser argentinos sin abundar en el color local”. Quien parece haber adherido a esa creencia, en más de un sentido, es Luis F. Benedit y una prueba está en Benedit a contrapelo, el libro resultado de una extraordinaria investigación y trabajo de escritura de Alejandro Manara.
Por su parte, un minucioso trabajo de archivo permite seguir la ruta del artista argentino, por momentos a caballo, en aviones o auto, remontando el Paraná en un barco a rueda, por la geografía y el pensamiento. Un libro que se empareja con las largas y azarosas peregrinaciones de autor de “Carreras de cuadreras” y presenta el ensamble cuidadoso entre los huesos de vaca y de caballo, cruces entre temas criollos y estilos de vanguardia, collages de osamenta y neón, ranchos de piedra. Entre el objet trouvé y la ironía, Benedit se da varios lujos al mismo tiempo: desconcertar la ortodoxia del ser nacional, parodiar a Don Segundo Sombra y hasta reivindicar a próceres modestos que la historia oficial sigue ninguneando.
Manara tiene un vínculo personal e intelectual con Benedit que lo lleva a la escritura de este libro, “en 1985 conocí a Juana Benedit, la hija mayor de Tatato y en 1986 nos casamos en Venecia. Él estaba invitado a la Bienal y nos propuso que nos casáramos en esa ciudad. Hasta que en 1993 viajamos a Carolina del Norte donde yo iba a hacer un doctorado en literatura comparada, nos veíamos regularmente como mínimo una vez por semana para comer en Buenos Aires o en el rancho que él tenía en Santa Coloma a una hora y media de la ciudad. Charlábamos de todo un poco: diseño y literatura, viajes y arte”.
Benedit va a buscar al campo respuestas sobre la identidad nacional; su creación está relacionada, en algún sentido, con un ensayo de interpretación nacional hecho desde las artes plásticas: “entra en el campo desde muy joven, en una época, los años 40s donde el campo era bastante parecido al campo de Guillermo E. Hudson cien años antes. Parte, sólo una parte de su creación, está relacionada con una búsqueda de entender qué es ser argentino y esa búsqueda la encara a través de sus primeras experiencias en contacto con la tierra.”
Tal vez, esa busca la siguió haciendo de manera “borgeana” y la elección de Max Beckmann, la serie de retratos del autor alemán que hizo Benedit y que tiene tanta importancia en el libro, es parte de esto mismo. Una afinidad electiva, como se dice: “Me parece que se puede utilizar muy apropiadamente el concepto de “afinidad electiva”. En el libro hablo de la fascinación de Beckmann con el autorretrato y la comprensión de Benedit por el uso de la ambigüedad para jerarquizar la labor del artista, retratándose con esmoquin. Pero, sobre todo, el uso de disfraces en los más de 40 autorretratos del pintor de “Retrato de un argentino” (1929)”
En esta pintura que hizo Beckmann de un joven que conoció en Saint Moritz, cuando los argentinos y su riqueza eran una “fuerza de la naturaleza, como los definió Louis-Ferdinand Céline, Marcelo Pacheco encuentra un sistema en la línea azarosa que descubre Manara. El retrato del retrato que hace Benedit de Beckmann en sus diferentes series es “una conexión inesperada que penetra el dúo de identidades y se multiplica en una tercera existencia”, escribe en su ensayo en Benedit a contrapelo. O, para decirlo con Borges, de nuevo, Benedit crea a su precursor que, a su vez, ya estaba prefigurado en ese retrato.
Ficha del libro
Alejandro Manara
Benedit a contrapelo
El Ateneo
2022