CULTURA
WILCOCK PARA ESCUCHAR

Rodeados de viejos vinagres

Publicado por la editorial Tren en Movimiento y escrito por Manuel Ignacio Moyano Palacio, el libro-objeto Disco Wilcock se propone como un artefacto notable que reúne una serie de fragmentos sobre Juan Rodolfo Wilcock; rescate luminoso, estudio minucioso sobre la vida y obra de un escritor fuera de serie.

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Juan Rodolfo Wilcock. | pablo temes

Publicado este año por la editorial Tren en Movimiento, edición a cargo de Matías H. Raia, Disco Wilcock, de Manuel Ignacio Moyano Palacio, es un libro objeto cuyo carácter gráfico aspira al homenaje y el rescate de un gesto estético en el que fue la vida del escritor: late e incita a la relectura con obras de Michelangelo Merisi da Caravaggio en color como portada a cada capítulo (ver recuadro), páginas blancas en las que asoma el sol como grafo de moneda, índice de obras publicadas y onomástico, más notas y versiones de texto bilingües (castellano/italiano). A la tapa en dos colores, que emula a la revista Disco, le corresponde una sobrecubierta color con solapas. El libro fue escrito con el apoyo de la beca MAEC-Aecid 2021-2022 para investigadores y creadores de la Real Academia de España en Roma.

Intelectual excelso, pianista secreto, reflejo enceguecedor que opaca el faro borgeano, la trampa de Juan Rodolfo Wilcock (1919-1978) es la única salida: de poeta a novelista. Y a la vez, Disco Wilcock no es una biografía, tampoco un ensayo académico preciso, sino el testimonio del encuentro atemporal con el escritor. Rastros de obra, vínculos, amores, exilio y lenguas (múltiples, como sus intereses). “El ingeniero que se perdió en el mar hace cuarenta máquinas”, los versos de Juan Gelman acuden como referencia, paradoja para quien fuera tan ajeno a su obra. Pero el efecto es enclave de la dispersión, como exilio al salón literario. Poeta premiado y apañado por Borges, íntimo de Silvina Ocampo, acreedor de un misterio criminal sobre Adolfo Bioy Casares. Alguien cayó por un acantilado marplatense.

El tema es el lector. ¿Cómo llega Moyano Palacio a este lugar que es el libro Disco Wilcock? Recurre al diario de viaje, como un explorador, registra el periplo intelectual desde el derrotero de lectura, ya como búsqueda, ya como secuela del ejercicio. Un viaje nocturno pero sin instrumental, puro hallazgo de referencias en estrellas. Cada lector viaja hacia atrás, o en realidad regresa al pasado de sus propias lecturas. Y, a la vez, porta la intención del escalador de cumbres: todo está por descubrir, esa inocencia entre infantil e irresponsable.

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De su tumba se encargó un editor ejemplar: Roberto Calasso, quien agregó a la lápida la palabra poeta, gran verdad. Y el Disco Wilcock también tiene dos caras, A y B, mientras Juan Rodolfo habita en el borde mismo, elude la púa del DJ, danza en el margen para no dejar de ser humano por la faz oficial que desnaturaliza el sistema de la cultura. Su irreverencia social es una ética ante el inevitable fin, por eso la pregunta es filosófica, con la pasión por Ludwig Wittgenstein. En el borde, alejado de los polos, habita la escritura como resistencia, donde se realiza otra pregunta más incómoda: ¿por qué me debo conformar con ser aceptable? 

En este libro se va al encuentro de un intelectual de la desolación, cuyos monstruos alaban a los más peligrosos, esos que nos habitan. Por eso Wilcock concurre a la destrucción de una lengua, para que no reincida; acaso lengua argentina, la madre, patria…

 

Consignas en paredes imaginarias. En las tapas de cada una de las revistas Disco una frase rodea al sol desde los márgenes. En las ediciones número 1, 2 y 3, las mismas se repiten, en las demás se infiere que por extensión completan los cuatro lados del rectángulo. Los diez números de Disco representan algo así como los Diez Mandamientos literarios de la vida por la literatura. La selección editorial de las citas, rodeando cada pintura de Caravaggio, evocan la revista y hacen de portada a cada capítulo de Disco Wilcock, también multiplican lo asertivo. El conjunto anticipa para estallar, más allá del surrealismo, a la intención idealista de Mayo del 68 en su derrota de sangre, a la hipocresía católica de Lacan y, por qué no, a los estragos policiales de la ceguera biempensante actual. Incluso, sugiere el advenimiento del oído de cierto cantante pospunk, italiano educado en Gran Bretaña, exiliado en Argentina, que grabó discos de aspiración literaria y cantó: yo quiero cruzar con la barrera. Y también: yo estoy al derecho, dado vuelta estás vos, revés al panza tu viendo.

DISCO - Revista literaria 

N.° 1 ¡OH SOL, CÓMO TE ATREVES A ILUMINAR ESTA TIERRA DE CRÍMENES! 

N.° 2 HIDRA DE LA IGNORANCIA, SIEMPRE SERÁS EL PÓRTICO DE LAS VIOLENCIAS. 

N.° 3 HACE CINCUENTA AÑOS QUE MURIÓ EN FRANCIA PAUL VERLAINE.

N.° 4 QUIÉN QUEDARÁ, OH CIUDADES, PARA MEDIR LA RUINA DE VUESTRA SOBERBIA. 

N.° 5 LAS INSTITUCIONES DEMOCRÁTICAS EXIGEN UN PUEBLO CULTO, DONDE LA INTELIGENCIA Y LA LEY PREVALEZCAN SOBRE LA ARBITRARIEDAD, EL AZAR Y LA MENTIRA. 

N.° 6 DESDE LO ALTO SOLO SE DISTINGUE EL FUEGO, NUNCA LOS HOMBRES VANOS QUE TRATAN DE APAGARLO, NI EL MATERIAL POBRÍSIMO DE DONDE NACE. 

N.° 7 LOS PUEBLOS QUE ENAJENAN SU LIBERTAD SON COMO LA HIEDRA CORTADA, QUE SE AFERRA AL MURO, PERO NO VERDECE MÁS. 

N.° 8 SI DE LA NADA VAMOS A LA NADA, SEAMOS SIMPLEMENTE LO QUE SOMOS: UN TROZO VIVIENTE DE LA NATURALEZA. 

N.° 9 GUARDAREMOS EN EL TEJIDO DE ORO DE ALGUNOS VERSOS TODO LO QUE HEMOS SOÑADO Y TODO LO QUE HEMOS PERDIDO. 

N.° 10 MEJOR ES MATAR A UN NIÑO EN SU CUNA QUE ALIMENTAR DESEOS NO CUMPLIDOS.

 

Frases con Caravaggio como DJ

LAS NUEVAS GENERACIONES RELEVARÍAN SU PUESTO: EL SUR TRADUCIENDO AL NORTE 

TRADUTTORE, TRADITORE LLEVA DENTRO SUYO UN SCRITTORE, TRADITORE 

HAY UNA TEORÍA DESDEÑOSA DE LA SOLEDAD 

UNA LENGUA DE QUIEN USA LAS PALABRAS COMO SI FUERA EXTRAÑO A ELLAS 

SU JOVEN AMANTE YA SE FUE, SOLAMENTE LE QUEDAN LAS MARCAS 

ESE JUEGO DE LENGUAJE QUE ATRAVIESA LA DEVASTACIÓN DEL MUNDO 

UN DIAMANTE ES UN MONSTRUO TRANQUILO QUE NO SE ESPANTA

LA JUVENTUD COMO CURIOSIDAD PERMANENTE  

LOS VERDADEROS MOTIVOS DEL CRIMEN SE MANTIENEN A LA SOMBRA 

LA FELICIDAD DE SALIR DEL SALÓN LITERARIO 

EL DESEO POÉTICO ES TOTAL Y SE LLAMA AMOR 

EL AMOR LE PARECÍA UN MISTERIO CANÍBAL 

TODOS SOMOS MISERABLES Y ESA ES NUESTRA MISERICORDIA 

UNA PASIÓN AMOROSA POR EL INFIERNO 

AMAR Y DESPRECIAR AL PROPIO LECTOR 

LA MUERTE HABLA 

LAS RUINAS SEÑALAN EL CAMINO DE UNA TIERRA SIN HOMBRES

 

 

El lector que lee mientras escribe que lee

Por Manuel Ignacio Moyano Palacio

Wilcock resumía su oficio con una tarjeta de presentación que rezaba: J.R. Wilcock - Inventor de autores. La invención de autores pone cada cosa en su lugar. Pero ese lugar está siempre dado vuelta. El lector, que por un segundo se creyó menos idiota, se da cuenta de que es el más idiota. Esa ya no es la felicidad del lector, es la felicidad del escritor. Los autores inventados son idiotas construidos como trampas para hacer emerger la idiotez del lector. Y es así como los personajes tienen el mismo rango que los lectores: ficciones idiotas.

En Magias parciales del Quijote, Borges señala un punto que va en esta sintonía: 

¿Por qué nos inquieta que el mapa esté incluido en el mapa y las mil y una noches en el libro de Las mil y una noches? ¿Por qué nos inquieta que Don Quijote sea lector del Quijote, y Hamlet, espectador de Hamlet? Creo haber dado con la causa: tales inversiones sugieren que si los caracteres de una ficción pueden ser lectores o espectadores, nosotros, sus lectores o espectadores, podemos ser ficticios. 

Al equiparar lectores con personajes, Borges revela la estructura de ficción que tiene el lector o espectador al ser imbuido en esas máquinas como Las mil y una noches, Don Quijote y Hamlet. Wilcock, en cofradía con Fantasía y O’Brien, muestra que esa estructura ficticia convierte a quien lee en un idiota del mismo rango que sus solitarios, monstruos o iconoclastas. Su misantropía alcanza su perfección más alta: escribe para el lector libros que le devuelven su imagen, aunque solapada en un espejo negro. Le da una pequeña felicidad, la de saberse objeto de una broma, pero también se la quita y la deja toda para el escritor fraccionado en pedazos. La alegría en el infierno consiste en escribir para incitar a que el interlocutor expanda sus plumas de idiotez y las pavonee con ternura inconsciente. Wilcock se venga de la sociedad humana con una víctima predilecta: su lector. Lo ama y lo desprecia. 

Criaturas idiotas, todos somos miserables. Leer es el precio del infierno, alcanzar su punto idiota. El que lee pierde. Por eso hay que escribir, para encontrar a los propios idiotas y blandirles líneas y frases con una sonrisita de amor y desprecio. El palimpsesto de lectura y escritura es una trampa permanente. La generosidad del escritor consiste en democratizar la idiotez infernal. Amar y despreciar al propio lector con el solo gesto de una poética. Y la respuesta de quien lee de verdad está entrampada: enloquecer o escribir. Se sufre, sí, pero se escribe. En esa escritura sobrevive el santo del infierno. 

Sustituir a las horribles (por incomprensibles e incomprensivas) personas que nos rodean por seres imaginados, comprensibles y comprensivos, por lo tanto agradables, es un privilegio no solo de los pintores (si todavía existen, escondidos), sino también de los escritores importantes, y es una de las características que los hace importantes y felices. Los escritores mediocres sufren, casi como si no fueran ellos escritores, obligados a reproducir defectuosamente a los seres que ya conocen: la mayoría de las veces, a seres humanos (¿qué placer hay en no inventar a la propia mujer, a los propios ángeles y demonios?). Pueden incluso, como Hemingway, suicidarse por este motivo. Felices fueron, en cambio, Kafka, Lewis Carroll, Joyce: breves trazos de vida occidental dedicados, entre un nacimiento y una muerte casi contemporáneos, a la sonrisa y a la diversión desinteresada (traducción de Rosa de Viña). 

La forma de hablar lenta, con sus ademanes y reflexiones tajantes, las pitadas al cigarrillo, sus conclusiones arbitrarias, sus pequeñas risas y los retazos de sus viviendas –la de la periferia romana en Via Demetriade 54 y la de Velletri– lo vuelven refractario para la cámara. La entrevista de la RAI es el único archivo audiovisual que queda de Wilcock. Se despacha contra casi todas sus actividades literarias –la de crítico, la de traductor, la de miembro de la industria cultural–, excepto con el hecho de ser poeta. Se mofa de Italia y Argentina por igual. También de sus contemporáneos. Reivindica, como en muchos artículos, a los clásicos. A Borges y a dos o tres italianos: algo de Morante, algunas páginas de Gadda y las novelas de Tommaso Landolfi. Muestra sus contradicciones con la misma mueca de seguridad con que lanza sus dardos verbales contra todos y cada uno, clavándose fundamentalmente en la cara atónita del entrevistador. 

Wilcock necesita construirse esa comunidad total de la que se distancia para encontrar la felicidad de crear un mundo propio. Como bien titula Camurri el epílogo que escribe para cerrar la compilación de ensayos wilcockianos, hay una “Necessità della sprezzatura”. Esta palabra no significa sencillamente desprecio o desdén, supone antes que nada una actitud de distancia y afirmación. La misantropía wilcockiana está puesta a favor de la felicidad afirmativa de crear en soledad. El eremita construye los espejos que los hombres –y sus literatos– necesitan para encontrar el punto idiota en el que nacen, se desarrollan y mueren. Más cerca de los insectos y de los otros animales, de una frondosa vegetación de nombres únicos y variantes innumerables, en trance de vinculación con una trascendencia amorosa aniquilante, Wilcock encuentra su felicidad creativa en la soledad y el exilio. Un mundo extramundano. Y esta alegría tiene un precio impagable: asumir la muerte y la inmortalidad en el mismo gesto.

 

El fantasma ‘Disco Wilcock’

Por M.I.M.P.

Los ojos de ese astro que expande sus rayos de manera casi xilográfica miran de frente al lector de vidrieras. La nariz del sol, trazada en continuidad con la ceja derecha, es perfecta. La boca de labios finos está cerrada. El astro juzga ominosamente a los ojos que leen tapas. Calla con la boca lo que dice con su mirada de dos escleróticas transparentes. O calla con la boca lo que las frases rectangulares manifiestan enmarcando en un rectángulo vertical el contenido de la cubierta. Como profecías del sol que nace en el día despejado para poner cada cosa en su lugar, las frases son leyendas que una por una condensan toda la literatura wilcockiana. Síntesis de una vida y una obra que tienden al caos. 

Nacida en 1945 y dirigida exclusivamente por Wilcock, Disco. Revista literaria dura solamente dos años y publica diez números. En la segunda página aparecen los datos editoriales: DISCO. Revista literaria mensual. Redacción: MONTES DE OCA 715. TEL. 26 - 2081. BUENOS AIRES. SUSCRIPCIÓN ANUAL $ 10 M/Arg. Talleres Gráficos INDEX - Solís 1405 - Buenos Aires. 

Ahí se lee la dirección de la casa donde Wilcock vivía con su abuela materna. De origen suizo-francés, ella había sido la madrastra de su propia madre. A esa abuela a cargo de su crianza van dirigidas las cartas que el ingeniero envía desde Mendoza, cuando trabajó en el proyecto del ferrocarril trasandino y con las que luego escribe la novela homónima publicada en 1976. Su madre había muerto en 1939 de un problema del corazón. El mismo problema heredará el escritor hasta alcanzar en esa palabra muerte la suya propia casi cuarenta años después. 

Madre, quisiera rastrearte / en la doble hélice genética / que me ha hecho heredero de torres / y batallas y bellísimas mujeres / y, en una palabra, de casi la entera historia, / madre, tengo un escalofrío cuando pienso / que me diste como a todos tus hijos / una palabra al menos en don, una / solamente, de las miles de basalto / que fueron de Dante el Alighieri, / ¿cuál?, no sé, estará bien escondida / en mis versos como la sede del alma / se esconde en el cuerpo más enfermo / de hecho, oh, madre de las inteligencias / se creyó que estabas hecha de paisajes / cuando estás hecha de palabras y pasiones / e incluso de estas al menos una me diste, / ¿cuál?, no sé, se confunde entre las otras. (“Madre vorrei rintracciarti”, en Poesie inedite, traducción propia.)

En aquella casa de Barracas, un barrio casi en los lindes que separan la Ciudad de la Provincia y a un porteño de un bonaerense, también vivía el llamado Tío Belo. Según Montequin, este personaje era un inglés espectral de parentesco dudoso. En el testimonio de Marcelo Abadi, quien conoció a Wilcock en 1950 y lo frecuentó hasta 1952, cuando el ingeniero se fue a Inglaterra, se recuerda la misma casa. Para esos años –señala– habitaba con un tío y un gato al que parecía tratar un poco mejor. El tío, con el cual cruzaba unos monosílabos en inglés, y los continuos tés que preparaba, creaban un ambiente muy británico. En un relato incluido en la primera versión editada en Italia de Il caos, hay un cuento titulado Ricordi di giuventù, donde la narradora señala con frialdad su deseo de envenenar al zio Bello, que de alguna forma había sido un personaje desagradable en la familia, al punto de convertirse en el amante de su madre en un eco quizás hamletiano. En el relato, el tío Belo termina solo, encerrado en un manicomio y el envenenado es otro personaje. Se dice que fue uno de los primeros íntegramente escritos en italiano y en la edición de Adelphi de 1974, luego de la batalla legal que Wilcock emprendió contra Bompiani, es dejado afuera de la selección. 

Por su parte, Ernesto Schoo recuerda la misma casa en Montes de Oca 715, donde lo visitó apenas unos años antes que Abadi: la casa, como suele decirse en inglés, desafiaba cualquier descripción. Wilcock ocupaba apenas una piecita en los altos de un chalet que en otro tiempo estuvo precedido por un jardín. […] Había sido la casa de los abuelos y los padres de Wilcock, nieto (creo, porque nunca lo supe con precisión) de ingleses; la abuela vivía aún con él. ¿Fue una alucinación mía –pues el edificio, oscuro y polvoriento, se prestaba a las alucinaciones–, o una tarde vi a la abuela de Johnny, una señora gruesa y triste, de expresión amenazadora, atravesar una de las salas, siempre en penumbra, y esfumarse, al parecer, a través de la pared? Él, con su habitual reticencia, no me comentó nada, pero hasta creo recordar que habló en inglés con la aparición.