CULTURA
Cambio climático

Thoreau y la tragedia de la desforestación

Henry David Thoreau (1817 1862) es hoy ícono de pensamiento ambientalista, de la conciencia de que la vida no es solo en una burbuja de dispositivos e inteligencia artificial, sino alimento y aire. Y bosques, hoy al borde de la extinción.  

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En 2014, Naciones Unidas acordó reducir la desforestación a la mitad para 2020, y su eliminación para 2030. Ilusión evidente. Desde 1990, ya se han perdido 420 millones de hectáreas. Thoreau no pudo imaginar semejante destino para los árboles. | Cedoc Perfil

Los árboles se alzan fuertes, poderosos. Thoreau, un filósofo del bosque del siglo XIX, medita en Walden, cerca de Concord, en Massachusetts. No puede sospechar el destino de los árboles en el siglo XXI… 

Destino de la tala indiscriminada; masacre de los troncos, ramas, raíces, hojas; tierra arrasada. Tragedia y furia de la desforestación. Sufrimiento en la naturaleza. Desequilibrio climático. Y doble monitoreo de los bosques hoy por la alta tecnología: primero, la vigilancia forestal mundial (Global Forest Watch), la aplicación web de código abierto para monitorear, casi en tiempo real, los bosques del mundo; y, segundo, la misión GEDI de la NASA y la Universidad de Maryland que, mediante la emisión de rayos láser desde las alturas, consigue mapas en 3D de todas las extensiones forestales del planeta. Recursos sofisticados, que en parte parecen de fantasía, a los que volveremos al final, tras acompañar primero a Thoreau que, a pesar de su respirar profundo en el bosque, no puede sospechar el porvenir de los árboles… 

Henry David Thoreau (1817 1862) es hoy ícono de pensamiento ambientalista, de la conciencia de que la vida no es solo en una burbuja de dispositivos e inteligencia artificial, sino alimento y aire que, en su origen, siempre proceden del complejo mundo natural, con su tierra, mares, desiertos, selvas, praderas, ríos. Y bosques.  

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Thoreau heredó de su padre el arte de fabricar lápices. Nació en el pueblo de Concord. Estuvo próximo a otros personajes asentados en Massachussets, como Ralph Waldo Emerson, el filósofo y poeta, autor de Representative Men; Margaret Fuller, la periodista activista de los derechos de la mujer; y Amos Bronson Alcott, pedagogo y escritor, y padre de Luisa May Alcott, la autora de Mujercitas.  

Y Thoreau fue trascendentalita. El trascendentalismo fue un movimiento romántico norteamericano, bajo la influencia de la metafísica alemana y oriental, que percibía a la Naturaleza como un ser vivo, rebosante de espíritu. 

Thoreau conoció también a Nathaniel Hawthorne, el autor de La letra escarlata; y estudió en Harvard College. Debía costear su diploma, y la leyenda dice que se negó a pagar los cinco dólares por el trámite. Pero sí es cierto que rechazó pagar el aumento de impuestos decretado para financiar la guerra que Estados Unidos inició con México (1846 1848). Conflicto bélico por el que el País del Norte se apropió de Nuevo México, Texas, California, Arizona, Nevada, Utah, Colorado, y parte de Wyoming. Fue entonces encarcelado. En contra de su voluntad, su tío pagó sus impuestos atrasados. Pasó un día en la cárcel. Luego de liberado, dictó una célebre conferencia, hoy conocida como Ensayo sobre la desobediencia civil. Hito de los derechos civiles ante la prepotencia estatal; punto de referencia para anarquistas, o para Gandhi, León Tolstoi, o Martin Luther King, quien en su Autobiografía aclara que la idea de la resistencia no violenta le vino de la lectura del mítico discurso de Thoreau en favor de los derechos individuales  

En su defensa de la individualidad, Thoreau se inspiró en La máscara de la anarquía (1819), escrito por el poeta romántico inglés Percy Shelley, luego de la masacre en la Plaza de San Pedro de Manchester, desatada contra quienes se manifestaban contra el hambre, el desempleo y el reclamo de acceso al voto en Inglaterra; un poema que rechaza el autoritarismo gubernamental y reclama nuevas formas de convivencia.   

Thoreau siempre repudió la esclavitud y el sometimiento de los nativos americanos; e intentó trabajar en la escuela pública, pero renunció a esta para no aplicar castigos corporales. Fundó entonces la Concord Academy de gramática, en 1838, en la que introdujo, como parte de una pedagogía innovadora, caminatas a cielo abierto, adentrándose en la naturaleza. 

El camino trillado de las leyes, la Iglesia, la medicina o los negocios no le interesaba. Prefirió así el trazo de las letras, las palabras sobre el papel. La literatura, la reflexión, una escritura que fluyera entre raíces y troncos de árboles, en el borde de un lago. El lago Walden. En 1845, tomó una decisión crucial: 

“Fui a los bosques porque quería vivir solo, deliberadamente, para afrontar los hechos esenciales de la vida (…) Quería vivir profundamente y extraer toda la médula a la vida, vivir de una forma tan intensa y espartana que pudiese prescindir de todo lo que no era vida…” (1). 

Su intención era vivir dos años en soledad, de forma austera, en el medio natural, para demostrar que el ser humano podía bastarse con lo mínimo. Thoreau reparó en el ejemplo de la ex esclava Zilpah White, quien residía cerca del lago Walden; y sobrevivía del hilado de fibras de lino. Rodeada por el bosque, Zilpah White vivía, sin lamentarse, solo con lo rigurosamente necesario. Bajo la inspiración parcial de aquella mujer solitaria, Thoreau se lanzó a una experiencia que mucho se ha idealizado. En realidad, nunca perdió contacto con la civilización, con su prójimo, con los vecinos. Su estadía en el lago Walden transcurrió a una milla de Concord, pueblo al que finalmente regresó, para vivir allí hasta su muerte.  

Pero su intención era lo significativo. Sin saberlo, por un lado, se asemejó a los filósofos cínicos antiguos. Tras la Grecia clásica, tras la mezcla cultural entre lo griego y lo oriental por las invasiones de Alejandro Magno, los cínicos vivían a la intemperie, o en toneles, solo con lo indispensable, en el desprecio del lujo y las comodidades. Por otro lado, Thoreau reaccionaba ante la industrialización y mecanización de la vida, la devaluación del individuo respecto a la máquina entronizada por la Revolución Industrial, y contemporánea a los mercados que tendían a engullirlo todo. Su actitud era la del espíritu romántico enfrentado a la despersonalización, el pragmatismo y materialismo de la modernización económica capitalista, asociada a la actitud tecno científica de control y transformación de los entornos naturales. Descartes habló del animal y de la naturaleza como desprovista de alma, como entidades mecánicas. El sapiens podía así expoliar el mundo natural, sin reparos éticos. Consecuencia de esto, en el tiempo de Thoreau, y en su propio país, aconteció la matanza descomunal de búfalos por sus preciadas pieles. Y como contraste con el encierro en las ciudades modernas de masas que empezaban a imponerse, Thoreau no olvidaba la íntima pertenencia del humano a su entorno ambiental:  

 “Voy y vengo con una extraña libertad por la Naturaleza, siendo parte de ella misma…Todos los elementos me son extraordinariamente afines”.  

Y en una tierra propiedad de Emerson, Thoreau construyó una cabaña, una choza de pino, cuyas ruinas hoy se preservan como lugar histórico, cerca de las costas del lago Walden Pond, que surgió al retirarse los glaciales hace más de diez mil años. Thoreau alababa su espejo de agua, su variedad de aves y rocas; y su belleza fundida con el cercano latido de los árboles. 

Y al tiempo que velaba por su autarquía, Thoreau leía, escribía, cultivaba sus propios vegetales, frijoles, papas, maíz, trigo; y se deleitaba en observar la naturaleza. Deseo de ser por la observación de las libres, ardillas rojas, los búhos y otras aves; fascinación por el bosque en el invierno cubierto de nieve, o el deshielo y el renacer de la primavera cuando los gansos recuperan su vuelo hacia el norte, y los halcones despliegan sus alas como señores del cielo.  

Thoreau el preservacionista, como John Muir (1838-1914), el naturalista escocés, promotor de los parques nacionales en Estados Unidos, y creador del primer grupo conservacionista de la historia, admirador de Thoreau. Thoreau, protector de las regiones silvestres y los animales; conciencia abierta al bosque, al pantano, a la naturaleza salvaje, al sol derramando su luz entre los árboles y la hojarasca. Hoy muy venerado, pero muy poco leído; y, según Henry Miller, ejemplo de una gran rareza: “Thoreau es lo más raro que se puede encontrar sobre la capa de la Tierra: es un individuo”. Un in-dividuo, alguien no dividido entre su actuar y su ser; sentimiento de unidad respecto a sí mismo que Thoreau encontraba en la soledad:  

“Encuentro saludable el hallarme solo la mayor parte del tiempo… Me encanta estar solo. Nunca encontré una compañía tan compañera como la soledad…Un hombre que piensa o trabaja siempre está solo. Encuéntrese donde se encuentre”.   

Thoreau gustaba de la literatura de viajes; él mismo se estimaba un viajero, siempre fiel a su aforismo “vivir en casa como un viajero”. De hecho, recorrió las selvas de Maine o Las Montañas Rocosas; y devoraba los relatos sobre las grandes expediciones en un mundo en el que muchas partes de la Tierra no habían ingresado aún en los mapas.  

Thoreau y su escuchar el croar de las ranas, el canto de los gallos, el mugir de las vacas, y el ulular de los búhos. Thoreau, tan amante del bosque como Tolkien, y sus árboles vivientes en la Tierra media de El señor de los aníllos. Pero el ideal de vida autosuficiente en la naturaleza salvaje era una utopía siempre amenazada. Y esa amenaza, un día, Thoreau la percibió bajo la forma de una criatura de metal, furiosa, que escupía nerviosos penachos de humo. El ferrocarril, con su silbido, locomotora y vagones. La incipiente invasión del bosque. La civilización y sus costos fáusticos, como lo entendió Goethe, ya antes del filósofo norteamericano. 

Árboles hoy cada vez más arrasados para el cultivo de la soja y la nueva tierra de pastoreo para el ganado; y con la consiguiente mayor emisión de dióxido de carbono (CO2), por la menor cantidad de árboles que absorben el carbono, uno de los gases de invernadero responsables directos del calentamiento atmosférico y el cambio climático.  

Debacle forestal que la Global Forest Watch, la red mundial de monitoreo forestal, nacida en 1997, pone en evidencia, momento a momento; rastreo constante de la deforestación, de la tala y quema ilegales. En 2014, Naciones Unidas acordó reducir la desforestación a la mitad para 2020, y su eliminación para 2030. Ilusión evidente. Desde 1990, ya se han perdido 420 millones de hectáreas. Los principales países de la tala son Brasil, Indonesia, República del Congo, Bolivia, Perú, y otros.  

Pero el monitoreo desde la alta tecnología busca también aportar datos sobre los bosques reverenciados por Thoreau para enfrentar la destrucción de los árboles… El antes mencionado proyecto GEDI consiste en un satélite de 500 kilos acoplado a uno de los módulos de la Estación Espacial Internacional. Su nombre técnico es Dynamics Investigation o Investigación sobre la Dinámica Global de los Ecosistemas. La función del satélite en órbita, desde 2019, es el disparo de rayos láser hacia la superficie terrestre, para luego medir su tiempo de regreso a la fuente. El sistema Lidar, que permitió descubrir restos de viejas ciudades ocultas en el Amazonas o en Centroamérica. En este caso, esta tecnología permite determinar diversos elementos de los bosques: su altura, densidad, su capacidad actual de retención de carbono. Un conocimiento cada vez más exhaustivo del reino de los árboles, no solo para su comprensión, sino también para su mejor conservación, y la eventual recuperación de un equilibrio ya perdido. Ruptura que cumple un vaticinio del propio Thoreau: la más pequeña modificación del entorno natural sería fuente de futuras calamidades para la humanidad. Rotunda clarividencia.   

La presencia humana es, sin duda, una continua fuerza depredadora de los árboles. El estrago al mundo arbóreo por el exceso de la tala es agresión en el orden de lo natural, y debilitamiento en lo simbólico… Por un lado, la desforestación implica la pérdida del hábitat de multitudes de especies de animales vertebrados e insectos; por otro lado, la reducción del árbol y el bosque a mero recurso es empobrecimiento de su simbolismo. Para la mentalidad pagana, por ejemplo, entre celtas y germanos, el mundo de los árboles era santuario, altar en manantiales o claros del bosque; puerta misteriosa hacia el otro mundo; lugar de elfos y gnomos; de caballeros en búsqueda del Grial; de dragones guardianes de tesoros ocultos en cuevas; de refugios de brujos, dioses, o sabios druidas. Hoy, el bosque es territorio de ecocidio, árboles asesinados, tierra aplanada; laberintos de vida destrozados, troncos derribados entre el jabalí, el castor o el ciervo. 

Thoreau no pudo vislumbrar este destino de los bosques; la tragedia y furia de la desforestación, que hoy conocemos, entre las topadoras y el fuego.  

 

(1)Todas las citas de Thoreau de Walden. La vida en los bosques

(*) Esteban Lerardo es filósofo, docente, escritor, su último libro La sociedad de la excitación. Del hiperconsumo al arte y la serenidad, Ediciones Continente; creador de canal cultural “Esteban Ierardo Linceo YouTube”. Aquí en Perfil, escribe para las secciones “La ciudad pensada”, e “Ideas y creencias”.