CULTURA
ENTREVISTA AL ARTISTA PLSTICO DANIEL SANTORO

Una estética peronista

El artista expone La leyenda del descamisado gigante, muestra de pinturas inspiradas en el protagonista del monumento de 137 metros que se proyectó durante el segundo gobierno de Perón. Dueño de una obra que combina iconografía popular, referencias a la historia del arte, la escritura china, el Tao, la Cábala y el análisis lombrosiano, dispara: “El descamisado es el negro que nunca es bienvenido a la fiesta”.

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MUNDO RCULA. Dice que su hiperbarroquismo se opone a un mundillo artstico "liviano y sofisticado". | Cedoc
El descamisado gigante irrumpe en un jardín cultivado, entre los bustos de Jorge Luis Borges, Victoria y Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares, entre pinos prolijamente podados y una escultura de un angelito rococó, con un edificio racionalista de la CGT entre las manos. El descamisado gigante ayuda a cruzar el Riachuelo a la mamá de Juanito Laguna –el celebérrimo personaje de Antonio Berni–, cuando ella es todavía una niña de delantal blanco que porta la foto de Evita. O el descamisado realiza el Vuelo de prueba del “Pulqui OVJ (Objeto Volador Justicialista)”. La saga continúa. Después de haber pintado a la mamá de Juanito, a la ciudad justicialista o al avión creado en 1951, Daniel Santoro (Buenos Aires, 1954) presenta en la galería Palatina otro personaje de su universo mitológico: un morocho enorme que mantiene los rasgos rígidos del futurismo y del constructivismo soviético y la estética de la propaganda de los dos primeros gobiernos de Juan Domingo Perón (entre 1946 y 1955).

El personaje –explica– surge del monumento al descamisado, una mole de 137 metros que nunca se terminó. El primer proyecto fue de 1950. Cuando murió Eva Perón se fortaleció la idea y se empezó a construir, pero en el ‘55 fue arrasado. Encarno al descamisado en un gigantón que es símbolo del asedio que sufren las clases medias y altas de hoy con los cartoneros, esa especie de renovado aluvión zoológico… El descamisado es el negro que nunca es bienvenido a la fiesta.”

¿Por qué pintar exclusivamente sobre el peronismo?
Me quedó un desafío desde la militancia en la Juventud Peronista en los 70. Apareció como tema en el ’98, y alrededor de 2000, con la crisis, se instaló. Quiero reconstruir aquel peronismo fundacional, esa gesta colectiva que ya se convirtió en política tradicional. Le da cuerpo a todo un aspecto de la sociedad argentina que no tiene entidad en el mundillo del arte.

—¿A qué lo atribuye?
El peronismo es el tiburón basurero de nuestra cultura. Absorbe violencia, muerte, manipulación de cadáveres. Pero el del arte es un “mundo rúcula”, liviano y sofisticado, y todo eso le resulta excesivo. Lo que tiene algo del tono popular local suele ser rechazado por barroco o por cache. Hay entonces todo un aspecto de nuestra cultura que no tiene imagen. La cumbia villera se escucha fuera de las villas para reírse un rato, pero cuesta reconocer que ese mundo puede estar en un cuadro.

¿Sólo lo peronista constituye la identidad cultural argentina?
—No, es difícil de definir. El tema es la integración. Pero también hay una mirada muy severa con los pobres, no se perdona que quieran participar del goce capitalista. Cuando aparece un negro con un traje Armani, la mayoría piensa: “¡Mirá como afana!”. Es un hecho: que la negrada esté en la fiesta no se tolera. Sin embargo, el Che Guevara no molesta. ¿Por qué? Porque no es de la negrada. Detrás de todo esto está el racismo inconfesable que nos “condena”, a nosotros que pretendemos ser europeos, a reconocernos como latinoamericanos.

—¿Por qué parte del “mundo rúcula” compra su obra?
—Es raro, no sé. ¿La destruirán? (Se ríe). Pienso que si el mundo de la pintura fuera pujante, podría ser uno más. Pero como se hacen generalmente refritos, reparan más en mí. Me dejan pasar como el raro.

La pintura de Santoro cita también a la cultura tradicional: el arte religioso, Giotto, Masaccio, Durero, Xul Solar, De Chirico o Magritte. Y a la Cábala, el Tao, la escritura china –que aprendió en viajes a Oriente a mediados de los 80– y la búsqueda de la biología del delincuente que emprendió Césare Lombroso. “Me dicen que soy hiperbarroco y a mí me gusta. Creo que lo que está detrás de un pañuelito que se despliega como si fuera una sábana, detrás del minimalismo estético, es el miedo a aceptar lo que somos. Y tengo una ambición: que todos puedan encontrar algo en una obra".