CULTURA
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Viaje fantástico

¿Qué tiene Edgardo Giménez en la cabeza para que se le ocurran esas piezas? ¿Cómo piensa? ¿Desde dónde construye esos mundos de ilusión, inventivos, llenos de creatividad e ingenio? Hay una clave en el nombre de la exposición: “No habrá ninguno igual”. En la muestra, con curaduría de María José Herrera, que es exhaustiva, inteligente, y logra armar un recorrido cronológico y de motivos, repeticiones, secuencias, además de intentar responder de qué está hecha la materia de las iluminaciones de Giménez, el espectador puede apreciar, incluso, el culo del artista. Queda poco tiempo: cierra mañana.

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Rompió el molde. En el nombre de la exposición hay una clave: no habrá ninguno igual. Al tiempo que presenta la pincelada popular, de la sonoridad del tango, en el verso que abreva y lo conjura con la pócima de la felicidad que esparce con sus obras. | cedoc

Hay un cuadro de Salvador Dalí que se llama Le voyage fantastique, en el que podemos ver la cara duplicada de Raquel Welch y a ella misma, desnuda, en un costado de la pintura, que tiene como fecha 1965. Tanto el año como la bella actriz remiten a la película Viaje fantástico, dirigida por Richard Fleischer, que fue poco menos que el debut de la preciosura nacida en Chicago, de madre norteamericana y padre boliviano. Con todo el pop a la parrilla, la serialización de Andy Warhol y los puntos benday que refieren a Roy Lichtenstein, Dalí confirma con esta obra que atendió el llamado a participar en la supervisión artística por parte de los estudios 20th Century Fox que produjeron el film que se estrenó en 1966, aunque el pintor nunca apareció en los créditos.

Esa película siempre me fascinó. La vi muchas veces por televisión en blanco y negro, ya que la repetían mucho, los días dedicados a films en alguno de los cuatro canales locales a fines de los 70; tal vez, durante los 80, pudo haber sido. El recuerdo indeleble de Proteus, ese submarino creado para expediciones oceánicas, que se achicaba hasta el punto de poder entrar en el cuerpo humano. Es que el Centro de Miniaturización Norteamericano había logrado la fórmula para la reducción de objetos, aunque por apenas 60 minutos.

Sin embargo, el científico Jan Benes consiguió que la duración del efecto fuera ilimitada. Lamentablemente, un intento de asesinato lo dejó en estado comatoso por un hematoma en el cerebro. Hasta ese órgano es donde tiene que llegar el equipo médico y técnico que cuenta con Cora Peterson, la mencionada Welch, para “reparar” el daño y que Benes pueda sobrevivir. Sin embargo, andar por las rutas de cuerpo humano del hombre no fue tarea fácil: entraron por el torrente sanguíneo hasta que se alteró el recorrido y tuvieron que pasar por el corazón y los pulmones. Llegaron al cerebro –¡los minutos cuentan y mucho!–, lograron solucionar la falla. Consiguieron salir siguiendo el trayecto del nervio óptico hasta la parte externa del ojo. Justo a tiempo, como Cenicienta, antes de que la ínfima embarcación se volviera un buque normal. Un ejercicio de asociación libre, el deliberado juego preferido del Surrealismo, se me desata al entrar a la exposición antológica de Edgardo Giménez que duplica su nombre en el título: Edgardo Giménez. No habrá ninguno igual. El museo como el cuerpo humano de este artista, que es pintor, escultor, diseñador gráfico y de objetos, escenógrafo, creador de imagen y personajes. Un viaje fantástico por el torrente de su producción artística que abarca más de sesenta años y más de ochenta obras e instalaciones y emular esa fantasía de meterse en el cuerpo de obra de Giménez. A bordo de un pequeño submarino imaginario, el recorrido por la muestra resulta impactante. Es alegre y simple, exuberante y prolijo, fascinante en el despliegue de una imaginación infinita, desbordante.

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¿Qué tiene Giménez en la cabeza para que se le ocurran esas piezas? ¿Cómo piensa? ¿Desde dónde construye esos mundos de ilusión, inventivos, llenos de creatividad e ingenio? En el nombre de la exposición hay una clave: no habrá ninguno igual. Al tiempo que presenta la pincelada popular, de la sonoridad del tango, en el verso que abreva y lo conjura con la pócima de la felicidad que esparce con sus obras, instruye que Giménez ¡rompió el molde! Otra frase usada para demostrar lo único y original.

Que conlleva el trabajo con la serie, con lo modelado, pero que se desprende de esa variante. Que se vuelve excepcional, singular, impar, extraordinario. De una exclusividad para muchos, tal como se desprende de esa configuración de la conciencia pop que empieza con la escucha infantil del radioteatro de Tarzán y termina en la Mona, divas, divinas, emperifolladas, acicaladas, embellecidas. Emblemas de una vida alegre y ornamentada. “Deliciosas criaturas perfumadas, quiero el beso de sus boquitas pintadas”, escuchamos a Gardel al ritmo del foxtrot, vuelto tango, y lo leemos en Manuel Puig, otra de las referencias (imaginarias) del mundo de Edgardo.

A diferencia de Dalí, Giménez fue convocado, mentado y pieza clave de dos películas. Para el cine realizó la escenografía de las primeras películas pop: Psexoanálisis, 1968, y Los neuróticos, 1971. Ambas dirigidas por Héctor Olivera, confirman que el ideario pop está en las imágenes indelebles salidas de la cabeza (y el corazón) de Giménez. Funcionan en nuestra mente como si alguien las hubiese puesto sin que sepamos, pensamos en ellas, quizá sin haberlas visto, forman parte de nuestra experiencia del mundo, por suerte, de esa zona feliz, confortable, llena de colores, que nos da alegría.

En el transcurso de la filmación de Psexoanálisis, que contaba la historia de un embaucador, Norman Briski, que se hacía pasar por psicoanalista para conquistar preciosas mujeres con traumas sexuales como Elsa Daniel y Libertad Leblanc, hacía falta una imagen de espalda de un hombre desnudo a la que Edgardo aceptó sin más. Por lo tanto, en la exposición curada por María José Herrera, que es exhaustiva, inteligente, que logra armar un recorrido cronológico y de motivos, repeticiones, secuencias, además de intentar responder de qué está hecha la materia de las iluminaciones de Giménez, podemos ver, incluso, ¡su culo!

Iniciamos el viaje extraordinario en el submarino miniatura y del museo salimos con los ojos llenos de ilusión y de belleza. Quizá necesitemos más de la hora estipulada y volver será siempre una fiesta.

 

Edgardo Giménez. No habrá ninguno igual

Hasta el 13 de noviembre

Fundación Malba.

Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires

Av. Figueroa Alcorta 3415