El lugar común dice que en un espacio de 45 mil metros cuadrados habrá mil eventos culturales, más de 1.500 sellos editoriales, más de cincuenta invitados internacionales (divididos en los que participarán en Diálogo de Escritores Latinoamericanos, los que trae la feria para sus eventos y los de la ciudad invitada: Amsterdam) y una veintena de países y provincias acercarán sus catálogos al público de esta versión de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, que se realizará entre el 25 de abril al 13 de mayo en el predio La Rural. El mismo lugar común de la información señala que el discurso inaugural estará a cargo del escritor argentino Vicente Battista, ganador del Premio Casa de las Américas, y que minutos después el Premio Nobel J.M. Coetzee leerá, tal como ya hizo en Chile, un adelanto de su nueva novela y agradecerá por el placer de volver “a esta bella ciudad”. Pero más allá de todo esto, vale la pena preguntarse si es rentable para las editoriales argentinas y trasnacionales estar en la feria; qué estrategias de asociación han tomado algunas; cómo han soportado la crisis europea y la inflación.
Gabriela Adamo es directora ejecutiva de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires desde hace dos años. Reconoce que cuando lanzaron la convocatoria para esta edición estaban preocupados por cómo y qué tan rápido “íbamos a vender los stands”. Para su sorpresa, la respuesta fue positiva e inmediata, y por eso se atreve a hacer una observación: “La tendencia del mercado del libro en 2012 fue buena, hubo un aumento en las ventas y esperamos que esto siga así”. Adamo se excusa de no poder dar cifras de ventas en la feria, porque, a diferencia de otras ferias en los que los expositores están obligados a informar diariamente cuánto venden, aquí no se lleva un control, “así es que nos guiamos por los rostros de los expositores”. Más allá de la tendencia, la directora ejecutiva de la feria cree que no hay que perder el foco de la Fundación El Libro, organizadora del evento: “Nuestro objetivo es promover la lectura, y no una vez al año, sino mucho más allá, y para eso trabajamos mucho con los libreros”.
La Feria Internacional del Libro de Buenos Aires es distinta a otras ferias, como la de Guadalajara, en donde hay un pabellón de venta de derechos, y el editor está en contacto por unos días con agentes literarios y editores de otros países. Leonora Djament, directora editorial de Eterna Cadencia, admite que efectivamente no hay un pabellón de venta de derechos, pero que por el momento le parece innecesario, porque “de todos modos nos visitan agentes y editores de afuera” y agrega que cada feria tiene su punto fuerte: “No se le puede pedir a todas las ferias que desarrollen todos los aspectos: venta al público y actividades para lectores, venta de derechos, exportación de libros, capacitación profesional”. Luis Chitarroni, director editorial de La Bestia Equilátera (LBE), elegido en la feria pasada como el mejor editor, concuerda con Djament en que no todas las ferias deben ser iguales: por ejemplo, a él le encantó el espíritu de la Feria del Libro de Santiago de Chile, porque “tiene algo más acorde a las editoriales independientes”. En lo que no concuerda Chitarroni con la editora de Eterna Cadencia es en el catálogo de ésta, ya que “sus libros los podría publicar cualquier otra editorial”.
Editorial Planeta en 2011 se ubicó como la sexta editorial en facturación en el mundo; su director editorial, Ignacio Iraola [ver recuadro], tiene las cosas muy claras cuando se trata de opinar sobre ventas, industria y la utilidad de la feria: “Lo que siempre le rescato a la feria es que el público que asiste no es un público de librerías”. Para Iraola, La Feria del Libro, más que ser un buen punto de venta, es una obligación: siente que a las editoriales grandes en Argentina, Random House y Planeta, no les queda otra alternativa que estar ahí para salir al encuentro de nuevos lectores, con la esperanza final de salir empatados: “Si sos grande y salís empatado, es un éxito la feria”. Otro elemento negativo es que tanto los equipos de venta como los de prensa de la editorial están abocados por casi tres semanas a este evento y se descuida donde realmente está el negocio: las librerías. En relación a las editoriales independientes o “románticas”, como dice este editor, hay muchas en donde los inversores ponen dinero: “Entonces yo me pregunto: independencia hasta dónde, hasta cuándo. Independencia hasta que se cierre, ¿no?”.
Damián Tabarovsky es uno de los editores de Mardulce, una editorial independiente que el año pasado supo colocar como mejor libro del año a El viento que arrasa, de Selva Almada, y que este año apuesta por una ingeniosa asociación entre siete editoriales independientes: Adriana Hidalgo, Beatriz Viterbo, Caja Negra, Entropía, Eterna Cadencia, Katz y Mardulce. El stand que lleva por nombre Los Siete Logos está en el Pabellón Amarillo y tiene más de sesenta metros cuadrados. Tabarovsky cree que la importancia de esta iniciativa es que históricamente los que han descubierto nuevos autores han sido las editoriales independientes, “pero además casi todas las editoriales convocadas traducimos: somos el principal polo traductor de Argentina”. Este editor señala que le gustaría que hubiera en la feria una zona destinada exclusivamente a las editoriales independientes, porque entre otras razones hay un mercado que lo haría posible. Entre las acciones que realizará esta “asociación” se cuentan reuniones con editores españoles, con Zona Futuro y con editoriales infantiles argentinas y actividades como acercar al stand a autoras, como Selva Almada y Fernanda García Lao, a compartir con el público.
Llama la atención en este punto que La Bestia Equilátera no esté en el stand de Los Siete Logos. Si bien la editora de Eterna Cadencia dijo que la asociación había sido por “afinidad” y otro de los editores de Mardulce, Gabriela Massuh, dijo que nadie había quedado marginado, la sensación que tiene Luis Chitarroni es otra: “A nosotros no nos consultaron, así es que no nos quedó más remedio que ir solos y hacer el stand: a lo mejor pensaron que LBE iba a tener otra estrategia”. Pero más allá de esta “diferencia”, Chitarroni cree que La Feria del Libro es un punto de vista importante, sobre todo para que los nuevos lectores conozcan la editorial: “Aunque yo he estado en editoriales grandes como Random House, y ahí tú sabés que en lo último que se fijan los lectores es en la editorial; esto es importante para la industria o entre editores, pero no como centro de atención para el lector”. Para el editor de LBE el centro de atención es el libro y el lector, por lo tanto la importancia de estar con un stand en La Rural es relativa, aunque no desconoce que es un poco más beneficiosa para las editoriales chicas. Lo que trataría de mejorar Chitarroni es precisamente una de las virtudes de esta feria, esto es la organización: “Me gustaría que fuera menos organizada, pero cuando le pides eso a las autoridades, te tratan de anarquista”.
Zona Futuro es un espacio de los que le gustaría a Chitarroni, porque es el lugar más fresco de la feria. Aquí en cincuenta metros cuadrados el público puede encontrar los ciclos de lectura que hay durante el año en Buenos Aires y también algunas editoriales muy independientes o autogestionadas. Esto es uno de los orgullos de la administración de Gabriela Adamo: “Nosotros los salimos a buscar para que estuvieran ahí”. Quienes coordinan el espacio son Esteban Castromán, Iván Moiseeff y Lorena Iglesias, que a su vez son los editores de Clase Turista. Este año Zona Futuro (detalle de la programación en www.zonafuturo.com.ar) anuncia más de cincuenta actividades, entre las que se cuentan fenómenos cruzados con la literatura como los videojuegos (como el festival Fichin) y el Ciclo 7 Maravillas, en donde escritores, artistas, diseñadores, músicos, y otros agitadores culturales comparten cosas que los estimulan.
Entrevista con Ignacio Iraola, director de Planeta
—Hace poco, en un reportaje en la sección Economía del diario “La Nación”, señaló que las restricciones a la importación de libros favorecieron a la industria gráfica, imprimiéndose en el país durante 2012 siete mil libros de literatura. ¿Cómo afectaron esas medidas a Planeta?
—Lo que digan la Cámara del Libro o la Federación Argentina de Industria Gráfica, que entiendo que aportaron los datos a ese reportaje, nos tiene sin cuidado, nosotros somos una editorial. Nosotros nunca tuvimos una política de importación grosera, y siempre publicamos localmente: tenemos una independencia absoluta de lo que es España: por eso podemos apostar a fenómenos locales y a temáticas locales. Entonces esas medidas no nos afectan ni nos favorecen.
—Como empresa, ¿dónde ponen el énfasis?
—Planeta Argentina es una empresa en donde trabajan cien personas. Con esto digo que tenemos una responsabilidad de generar nuevos lectores, por eso nos diversificamos tanto: ensayos profundos, biografías, novelas y también libros de fácil consumo. No somos ombliguistas como el 100% del mercado. No dependemos de la venta al Estado y apostamos a la venta en librerías.
—La revista “Exame” entrega un cuadro con las 54 editoriales que más facturan en el mundo, entre los años 2010 y 2011, y contrario a lo que se cree, las editoriales españolas no fueron las más afectadas por la crisis, sino las italianas; de hecho Planeta aparece en un sexto lugar con una facturación espectacular.
—El año que tuvo Planeta en 2012 en el global fue excelente. Y ese resultado se explica porque cuenta con los mejores equipos editores en América, tanto en Argentina, como en Colombia y México, en estos países Planeta tuvo un año magnífico, y Planeta España sólo facturó 10% menos. La crisis tiene que ver con la compra del Estado. Nuestra casa matriz redujo las novedades y apostó a éxitos comerciales. Entonces el secreto está en lo que publicás. Si te quedás a ver que pase la crisis, sos un tarado. Hay un concepto romántico de la edición que no es tal, los editores tenemos responsabilidad dentro de una empresa. Y te reitero: hay que diversificar, o si no estás muerto.
Carro de compras
* Desayuno de campeones, de Kurt Vonnegut, fue publicado originalmente en 1973. Ahora lo reedita LBE, y narra el fatal encuentro entre un vendedor de Pontiacs al borde de la locura y un fracasado escritor de ciencia ficción. Lo que ya se plantea como un choque mortal llevará al primero al manicomio y al otro a la fama. A Vonnegut, un autor estadounidense con una obra muy respetable, parece no importarle la gran historia y nos ofrece a cambio pequeñas infinitas historias que nos van conduciendo hacia el final de la novela. El tono elegido es desde el delirio, desde la enajenación de los tipos marginados por el gran sueño americano, donde la gasolina Mobil es un emblema, el trabajo una condena y la imaginación un pretexto. Pabellón Azul. Stand 420
* Mi libro enterrado (Mansalva) es el debut literario de Mauro Libertella y se convierte no sólo en un libro sobre su padre, Héctor Libertella, sino más bien en una indagación, a través de la escritura, del legado de este autor, imprescindible para entender el canon de los ochenta. Hay tristeza, humor, pero sobre todo valentía para enfrentarse a sus propios fantasmas y narrar lo que no pudo contar su padre en La arquitectura del fantasma, publicado días después de su muerte. “Etimológicamente, Libertella quiere decir libro para la tierra”, recuerda Mauro en estas memorias que hablan más de la relación entre padre e hijo que del padre o el hijo por separado. Pabellón Azul. Stand 420
* La gran ventana de los sueños, de Rodolfo Fogwill (Alfaguara), es el primero de los dos libros póstumos que están en carpeta. Parecen microrrelatos, pero a medida que van pasando las páginas se va configurando una delicada nouvelle hecha con el material de los sueños; se podría pensar en un libro de autoayuda, pero no: se trata del desafío de retratar los sueños con palabras y lo que aquellos sueños y aquellas palabras nos evocan. Con un manejo del lenguaje meticuloso, Fogwill aprovecha este material para reflexionar sobre la realidad y también sobre cómo se narran los sueños y por tanto sobre la escritura. Pabellón Verde. Stand 725
* Vidas infames: herejes y criptojudíos ante la Inquisición, de Richard Kagan y Abigail Dyer (Nerea), fue publicado en 2010 pero llegó a Argentina recién en febrero de este año: es un libro que desmitifica a la Inquisición en varios aspectos: el primero es que en sus 350 años de existencia sólo comparecieron ante ella 40 mil personas; el otro aspecto es que con los juicios se inauguró el género de la autobiografía moderna, porque los acusados se veían en la obligación de hacerlo con detalle; y el tercer aspecto es que la Inquisición vendría siendo un antecedente serio de lo que más tarde fueron los servicios de seguridad. Todo esto está ilustrado por actas resumidas de algunos juicios muy singulares que realizó el Santo Oficio. Pabellón Verde. Stand 1120
* Aguafuertes cariocas, de Roberto Arlt (Adriana Hidalgo). Son cuarenta aguafuertes, de las cuales casi la totalidad son inéditas. Después de publicar Los siete locos, el director del diario El Mundo manda a Arlt a viajar; su primer destino es Río de Janeiro y desde ahí va escribiendo, primero, la gran impresión que le provocan las construcciones de piedra de la ciudad, la gentileza de sus habitantes, pero lentamente su impresión cambia hacia lo aburrido que es Río: los bares cierran a las nueve de la noche, y la nostalgia por Buenos Aires se instala en el autor por la falta de teatros, de delitos, de música y prostitutas, en resumen para Arlt el carioca sólo trabaja. Con una estructura similar a Diario argentino, de Gombrowicz, este libro no se puede dejar pasar. Pabellón Amarillo. Stand 1722
* Otras recomendaciones: Cuadernos de lengua y literatura, volúmenes V, VI y VII, de Mario Ortiz (Eterna Cadencia) y Ladrilleros, de Selva Almada (Mardulce); Un silencio menos: conversaciones con Mario Levrero, compilación y prólogo a cargo de Elvio E. Gandolfo (Mansalva); Un día cualquiera, de Hebe Uhart (Alfaguara).