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Aguante y camisetas

¿Qué más se le puede pedir al hincha? Si es incondicional, fiel, no falla nunca. Está en todos lados, hace el esfuerzo, no hay crisis ni tormenta que lo detenga. ¿Acaso no sería un exceso exigirle algo más?

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Con camisetas de la hinchada. | cedoc

¿Qué más se le puede pedir al hincha? Si es incondicional, fiel, no falla nunca. Está en todos lados, hace el esfuerzo, no hay crisis ni tormenta que lo detenga. ¿Acaso no sería un exceso exigirle algo más? Son los auténticos protagonistas de la pasión inexplicable. Dan todo, ¿y a cambio qué piden? Ganar un clásico, alguna alegría cada tanto, jugar alguna final. Con eso se conforman. Por eso, que se les reclame otro tipo de aporte sería, por lo menos, abusivo. Pero ocurrió. Hubo momentos en que la demanda no tuvo límites. Como si las tribunas estuvieran repletas de sometidos dispuestos a ceder todo. Sucedió por lo menos en dos partidos, uno de Chacarita y otro de Huracán. Tal vez haya más, quién sabe. Lo cierto es que en aquellas dos fechas los hinchas tuvieron que entregar hasta las camisetas. Y no es una metáfora: entregaron las camisetas que llevaban puestas. ¿Requisa policial, tal vez? No: se las entregaron a los jugadores para que se puedan disputar los partidos. A veces ciertas penurias son crueles.

El episodio Chacarita ocurrió el 26 de marzo del 94, ante Almagro. Eran los dos equipos fuertes de la B Nacional, y además de disputar los tres puntos correspondientes también pusieron en juego la Copa Penalty, propuesta de la marca de ropa que vestía a los planteles. El conflicto arrancó cuando salieron a la cancha: los jugadores de los dos equipos tenían puestas las camisetas suplentes, blancas con detalles de color, rojos en Chacarita y celestes en Almagro. Con veintidós jugadores vestidos casi iguales era imposible. Pero no había otros juegos de camisetas. Entonces desde la voz del estadio les pidieron a los hinchas de Chacarita que aportaran sus prendas. Los jugadores se acercaron al alambrado de la popular y les llovieron camisetas. Solo les faltó una con el 4 en la espalda: tomaron una con el 14 y le taparon el 1 con cinta. Por supuesto que eran de distinta marca, con distinto diseño y distintos sponsors en el pecho. Chacarita ganó 3-2, sumó tres puntos y se quedó con la Copa Penalty. Cuando terminó el partido y el capitán recibió el trofeo, tenía puesta una camiseta marca Taiyo.

Once años después, en mayo de 2005, ocurrió algo parecido en el Tomás Ducó. Huracán recibió a Sarmiento, que vaya uno a saber por qué viajó solo con las camisetas suplentes, que son blancas como la del Globo. El equipo local, entonces, debía salir con un modelo alternativo. Pero en utilería no había ni un par de medias usadas. ¿El recurso? Otra vez la voz del estadio, otra vez el pedido a los hinchas para que aportaran camisetas rojas. Sin embargo, no prosperó: la donación no llegó a once. El plan B fue salir a comprar de apuro remeras negras, a las que les pusieron números con cinta adhesiva blanca.

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La camiseta es el manto sagrado, el símbolo más intenso de amor a los colores. La camiseta se transpira, se defiende. A la camiseta se le pone el cuerpo. Por la camiseta se entrega la vida. Aunque a veces, lo que hay que entregar es la propia camiseta.