Con un traje naranja y grandote, me paro nerviosa a la orilla de un ancho río de agua glaciar y, mientras la corriente pasa fuerte y constante, lo beso a Javi, le doy un abrazo a Andrés y me subo al bote para experimentar junto a ellos mi propio camino hacia un nuevo imposible. Habíamos llegado a El Chaltén, en la provincia de Santa Cruz, a principios de marzo con la convicción de realizar la bajada del río homónimo en modalidad bikerafting, que consiste en fusionar travesías en bici con otras sobre agua, utilizando packraft, unos botes inflables que pesan menos de tres kilos y nos dan la posibilidad de cargarlos en las bicicletas, pero en los que además también se pueden transportar las bicis y todo el equipo necesario para continuar el viaje sobre ríos o lagos. La idea había surgido algunos meses atrás y, aunque contábamos con mucha experiencia en cordillera y por zonas alejadas o de climas complejos, el no tenerla viajando sobre agua nos hacía tomarlo con excesivo respeto y cuidado aunque había un dato que la volvía urgente: la inminente construcción de dos megarepresas estaba por cortar el río para siempre.