El foco estaba puesto en otro lado. En otro estadio, en otra ciudad, en otro partido. Las miradas y las expectativas estaban en Mendoza, el miércoles a las 21.10. Pero el duelo contra Tigre, por todo lo que pasó en el final, se transformó en un trampolín emocional, en un haka bostero: en el último minuto de descuento, luego de un ida y vuelta, Jara puso el 2-1 definitivo. Un 2-1 que vale bastante más que eso: es un triunfo que da fuerzas y se evidenció en la arenga de Guillermo Barros Schelotto cuando terminó el partido, y en la cara de todos los jugadores.
El inicio fue muy distinto al final. En el primer tiempo no sucedió demasiado. Más allá de un dominio lógico de Boca, pero un dominio mínimo, muy distinto al que marca la tabla de posiciones: el local en la cima, el visitante en el fondo. Esa diferencia no se reflejó en la cancha. Quizás porque Tigre se replegó bien, y porque Boca no logró conectar al mediocampo con sus delanteros, es que todo terminó en un desarrollo deslucido, aburrido, sólo interrumpido por una jugada en la que Cardona –con más empuje que talento, con más convicción que elaboración– pegó la pelota en el palo izquierdo del arco que defendía Chiarini.
Antes de eso, Boca había llegado pero sobre todo por individualidades: una avanzada de Jara por el costado, un tiro de Pablo Pérez y no mucho más. ¿Tigre? No pudo nunca ni siquiera arrimarse al arco de Rossi, algo que cambió al principio del segundo tiempo, pero solo al principio: porque desde los 15 minutos, un poco porque la Bombonera contagió, y otro poco porque el equipo de Guillermo Barros Schelotto creció en su juego, Tigre quedó acorralado.
Sin demasiada prolijidad, con más ímpetu que juego, Boca empezó a sumar situaciones, a acumular argumentos para ganar el partido. Llegaron algunas situaciones de gol, o de casi gol, un cabezazo de Magallán que sacó Chiarini para la foto, hasta que Pavón punteó la pelota en el borde del área y Delfino cobró penal. Hay que decirlo: fue penal. Cardona convirtió ese penal en gol, ese gol convirtió a la Bombonera en un desahogo. Y cuando toda la Bombonera ya se relamía por el superclásico del miércoles con River, llegó lo inesperado: el gol que Tigre casi nunca había insinuado, pero que finalmente logró con un zapatazo de Pérez Acuña. Pero eso no fue lo último: lo último fue el gol de Jara, y el delirio de toda la Bombonera.