Vladimiro: —Entonces, ¿nos vamos?
Estragón: —Vámonos.
(No se mueven. Telón)
Final de “Esperando a Godot” (1952), de Samuel Beckett (1906-1989).
Detesto los finales obvios.
Bogart deja que Ingrid Bergman se vaya con su marido y camina en la niebla junto al policía francés que le salvó la vida mientras el avión despega y él dice: “Espero que éste sea el inicio de una larga amistad”. Casablanca. Ese sí es un gran final. El de la primera Rocky también lo era. La de 1976, dirigida por John Avildsen. Porque perdía. Hacerlo ganar era ridículo, inverosímil. Pero no para Stallone ni para el american dream, que exigía una revancha y el final feliz. Pronto le darían el gusto.
El guión original era de Stallone y estaba inspirado en Chuck Wepner, un tragabollos apodado “el Sangrador” por lo fácil que se cortaba. Chuck era gordo, boxeaba cuando podía, se ganaba la vida vendiendo licores y era el rival perfecto para un Muhammad Alí mal entrenado. Wepner casi lloró de alegría cuando firmó el contrato. Eran 100 mil dólares para pelear por el título mundial y servirle de puching ball a Alí. La pelea se hizo en Ohio y era un trámite. Pero algo salió mal. En el noveno Wepner, bañado en sangre como siempre, embocó un voleo y tiró al campeón. Alí, avergonzado, furioso, le dio una paliza impiadosa. La pararon recién en el round 15, poco antes del minuto final.