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De la cancha al calabozo

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Marche preso. Así, sin reparos. Nada de contemplaciones. Del césped a una celda de tres por tres, sin escalas. Curioso, pero ocurrió. Hubo futbolistas que a las cuatro de la tarde de un domingo soleado estaban arrancando un partido y tres horas después padecían la sombra de un calabozo. Llegaban a la cancha en micro y se retiraban en patrullero. Eran tiempos en que algunos partidos terminaban en batallas campales y no había autoridad que escuchara justificaciones ni VAR que aclarara las cosas. Entonces, los combates se resolvían de manera drástica: marche preso.

El caso más emblemático es el de los jugadores de Estudiantes en la final de la Copa Intercontinental del 69 que perdieron ante el Milan en la Bombonera. No debería sorprender, está claro, pero repasar esas imágenes es asomarse al salvajismo en estado puro. Los jugadores estaban enajenados. Pegaron con pelota y sin pelota, pegaron por las dudas, pegaron durante el partido y siguieron pegando cuando terminó. El bochorno terminó con otro bochorno: el presidente de facto Juan Carlos Onganía aplicó un edicto que condenó a Alberto Poletti, Eduardo Manera y Ramón Aguirre Suárez a 29 días de cárcel. Sin juicio previo ni defensa, un mes en cana en el penal de Bariloche.

Un dato para no pasar por alto: el rústico Aguirre Suárez era reincidente. Un año antes, en un partido ante Racing que derivó en una batalla campal, el defensor también terminó preso. Aunque la sacó barata: solo cuatro días.

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Un par de años después la Bombonera volvió a ser el escenario de otro papelón. Boca recibía a Sporting Cristal por la Copa Libertadores del 71. Un penal a Roberto Rogel no cobrado impulsó la batalla. Todos contra todos. ¿El resultado? Fueron expulsados 18 jugadores, que terminaron presos en la seccional 24ª. Jorge Coch, puntero derecho del Xeneize, zafó del calabozo porque recibió siete puntos de sutura, y dos de los peruanos quedaron internados en el Argerich.

Ferro también atesora en su historial un episodio vergonzoso. Ocurrió en el Metropolitano del 75, cuando visitó a Newell’s. El equipo de Caballito venía prendido y no estaba para resignar puntos. Pero perdía 2-0. Sobre el final se la juegan, logran el descuento de penal y cuando faltaba un minuto empatan. Algunos hinchas de Newell’s no quedaron conformes con las decisiones del árbitro y se trenzaron con jugadores de Ferro. Otra vez, cárcel para tres. El Burro Rocchia, la Chancha Arregui y Oscar Luraschi terminaron pagando por un Código de Faltas que por entonces solo estaba vigente en Santa Fe.

Claro que si hablamos de batallas campales y destino tras las rejas no puede faltar un uruguayismo. Y lo hubo. Adivinaron: fue un Peñarol-Nacional. El clásico se jugó en noviembre de 2000 en el estadio Centenario, finalizó 1-1 y la gresca se armó después del final. En la tribuna había un juez que, horrorizado, ordenó detenciones bajo el delito de “riña agravada”. Seis jugadores de Peñarol y su entrenador más tres futbolistas de Nacional terminaron en la Cárcel Central de Montevideo. Los liberaron ocho días después con una condena firme que pagaron con trabajo comunitario.