DEPORTES
QUINCE AOS SIN EARVIN JOHNSON

El día que el sida contagió a la NBA y le sacó toda la magia

Hoy se cumple un oscuro aniversario: la mañana en que uno de los mejores jugadores de todos los tiempos le dijo al mundo que era portador del virus VIH. Una figura carismática como pocas que, aún por estos días, lejos de las canchas, sigue siendo un sinónimo de la liga. Hoy tiene la enfermedad controlada, y una fundación de lucha contra ese mal. Galería de fotos

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ESA SONRISA IMBORRABLE. Magic con su familia: padre, esposa y madre, en los All Stars Game. | Cedoc
“El peor de todos los momentos fue cuando tuve que manejar desde la oficina del médico hasta mi casa, para decirle a mi esposa que era VIH positivo”. Su esposa, desde hacía un mes, era Earletha, aunque todos le decían Cookie. Ella lo recibió con el televisor prendido y asimiló de a poco sus palabras. Llevaba un mes de embarazo y pensó en su hijo. Lloró. El silencio se rompió cuando él se hizo cargo de su infidelidad: “Entendería perfectamente que te fueras, que me dejaras ahora mismo”. Ella se paró, se acercó a él y le pegó una cachetada. “Yo me quedo”.

Se quedó. Y él, que se llamaba y se llama Earvin Johnson, aunque todos le dicen Magic, sorprendió al mundo con el anuncio de su enfermedad y su inmediato retiro del básquet. Fue hace 15 años.

Ese momento dividió su carrera en dos. Antes, era la estrella que la NBA precisaba para afirmarse como espectáculo. El creador de un estilo: el showtime. Después, se convirtió en un símbolo de la lucha contra el sida. Un deportista-ejemplo que iba y volvía, que era técnico, jugador, empresario. Pero su vínculo con el deporte se había sepultado ante una imagen: la que lo relacionaba con su enfermedad.

Yo, crack. Magic se despertaba siete y media todos los días para jugar en la cancha de su barrio. “Iba al supermercado picando con la derecha, volvía picando con la izquierda y dormía abrazado a la pelota”, recuerda. Su juego brilló en el colegio secundario, también en la universidad. En el último partido de su último año, se enfrentó con el equipo de un tal Larry Bird, que había sido declarado MVP de la temporada. Fue el partido más visto en la historia de ese torneo. Magic lideró a los suyos a la victoria y, campeón, dio el salto a la NBA.

En el primer partido de su primera temporada, los Lakers ganaron con un doble de Kareem-Abdul Jabbar en el último segundo. Magic comenzó a saltar sobre el pivote mientras gritaba: “Sí, capitán, sí”. Kareem lo miró fijo y lo aleccionó: “Primero, nunca vuelvas a golpearme. Segundo, jamás vuelvas a manifestar tus emociones en público. Todavía faltan 81 partidos”. La estrella se iba forjando.
Los Lakers alcanzaron las finales, contra Philadelphia. Cuando estaban 3-2 arriba, Jabbar se lesionó. Magic, que jugaba de base, le pidió al técnico que lo pusiera de pivote en el sexto partido, que podía cerrar la serie. Anotó 42 puntos, tomó 15 rebotes y dio 7 asistencias. Fue elegido MVP de las finales.

Su status de estrella quedó afirmado al año siguiente. Disconforme con el técnico, pidió que lo traspasaran a otro equipo. Los Lakers decidieron que era mejor desprenderse del técnico. Y le prepararon un contrato récord: firmó por 25 años.

Mientras tanto, Magic no dejó de pelear con Bird. “Yo miraba el fixture al principio de cada torneo y hacía un círculo alrededor de los choques contra Boston. Para mí los partidos se dividían así: esos dos y los otros ochenta”, diría. Esa rivalidad terminó con varias finales de NBA repartidas y una audiencia sin igual: la gente quería ver el duelo de los dos mejores, ésos que deslumbraban desde su técnica. La historia siguió su curso hasta el ’91.

7-11-91. La fecha fatídica lo obligó al retiro. Volvió tres veces después del anuncio. Pisó la cancha en el All-Star Game ’92: la gente lo votó aunque él ya no estaba en actividad. Fue MVP y decidió disputar los Juegos Olímpicos de Barcelona. Allí se divirtió con Jordan, Bird, Barkley y compañía. En el ’93 fue entrenador de sus Lakers, y en el ’96 volvió para jugar 32 partidos, como ala pivote, con el mismo equipo. Tenía 36 años y 12 kilos de más, y aún lo unía a Los Angeles aquel contrato multianual. Su última vuelta tuvo un porqué: “Decían que jugar al básquet iba a matarme, pero lo que me estaba matando era no jugar”.