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El Diego charrúa

En el Uruguay su apellido es todo un símbolo, pero prefiere que lo llamen por su nombre. El delantero, que con 38 años acaba de firmar para el Kitchee SC, de Hong Kong, analiza la actualidad de la celeste, elogia al Maestro Tabarez y reconoce que disfruta el acoso de la gente.

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En el Uruguay su apellido es todo un símbolo, pero prefiere que lo llamen por su nombre. El delantero, que con 38 años acaba de firmar para el Kitchee SC, de Hong Kong. | juan salatino

Es uno de los máximos goleadores en la historia de la selección uruguaya, con la que disputó 112 partidos, hizo un Mundial digno de un genio y obtuvo el Balón de Oro pese a que su país salió cuarto. También con la celeste, ganó la Copa América de 2011, convirtiendo dos goles inolvidables en la final contra Paraguay, y su sola evocación –“Forlán”– produce una sonrisa amplia en la mayoría de sus compatriotas.

Diego, como él prefiere que lo llamen no por una sobreactuación del marketing sino porque verdaderamente es una persona sencilla, jugó, entre otros equipos, en el Inter de Milán y en el Inter de Porto Alegre, en Independiente, en el Manchester United, en el Villarreal y en el Atlético de Madrid. Supo brillar como puntero izquierdo, como número diez, como media punta y hasta como falso cinco por su versatilidad, su inteligencia, su despliegue físico, su capacidad para retrasarse y elaborar juego, su precisión para meter cambios de frente, pases cortos y largos y, naturalmente, por su increíble don para pegarle a la pelota desde casi cualquier distancia y con ambas piernas.

En Villarreal y Atlético de Madrid, los dos clubes donde se convirtió en ídolo inoxidable, este cultor de la ética del trabajo ganó el Trofeo Pichichi que otorga el diario Marca al goleador de la Liga Española, pero además se quedó con la Bota de Oro al máximo artillero de Europa, la segunda vez, con el Atlético en la temporada 2008-2009, anotando 32 goles en 33 partidos.

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Máximo referente del proceso encabezado por Oscar Washington Tabárez, Forlán Corazzo –un apellido que, como el primero, obliga a la responsabilidad de quien lo porta porque implica gloria y responsabilidad– se sacó el gusto de jugar un año en Peñarol, el equipo del que es hincha y con el que el padre ganó todo y, a pesar de que recibió algunas críticas, salió campeón uruguayo.

—¿Qué responsabilidad tuvo su padre, que es una persona cariñosa pero muy exigente, en el hecho de que

usted se convirtiera en un jugador con una gran pegada y con una disciplina de trabajo tan férrea?

—Mucha. Ha sido muy importante la experiencia de verlo y escucharlo desde el momento en que, siendo coordinador general de Peñarol, íbamos juntos a los entrenamientos y en los viajes me hablaba del valor del fútbol, del sacrificio y del trabajo. A medida que fui creciendo, me fui dando cuenta solo de que el trabajo es fundamental, sobre todo cuando lo que se practicaba durante la semana se daba en los partidos. Y ahí me volví un obsesivo de lo que es el trabajo extra (risas). Además, lo disfruto.

—Usted tiene dos características muy admirables, que son la potencia y la precisión para pasar la pelota y para rematar al arco. En ese sentido, cada lector tendrá sus jugadores preferidos. A mí se me ocurre, por ejemplo, Juan Sebastián Verón. ¿Quién es el futbolista con mejor pegada que vio en su vida? ¿Y el mejor pasador?

—Yo tuve la oportunidad de jugar con Paul Scholes y pienso que es un crack. Para mí, es uno de los mejores. Tenía una pegada espectacular, todavía mejor que la de Verón y la de Beckham. No sabés lo que era para pasar la pelota y para rematar al arco: de lo mejor que he visto. A corta y larga distancia, con precisión y con fuerza, con lo que fuera, el tipo agarraba y, en los entrenamientos con tres pelotas por ahí, le pegaba de empeine, la sacaba y la metía en un arquito chiquito que había a 40 metros. Estando frío y caminando, una cosa impresionante. A Beckham y Verón no los veías hacer eso. Después, el estilo y la pegada de Beckham, Verón y Riquelme, eran excelentes. Pero el “colorado” Scholes era un jugadorazo fuera de serie.

—¿Tabárez y, un poco antes, Carrasco, fueron quienes permitieron, por el lugar que le dieron, que en la selección gritáramos tantos goles suyos? Porque sus minutos y su rendimiento mejoraron notablemente, sobre todo desde que asumió el Maestro.

—Creo que es un tema de momentos. El momento de la selección, de Tabárez con otra experiencia, del grupo, de mí mismo mucho más maduro y con mejor rendimiento a nivel europeo, bueno: coincidió todo. Cuando llegó el Mundial 2010, yo en realidad estaba como segundo punta y el maestro hizo un cambio táctico: puso a Edi por la derecha, a Luis un poco más adelante y a mí donde estaba jugando en el Atlético de Madrid, un poco más atrás. Entonces, yo también me fui ubicando solo como una especie de media punta, porque lo que sucedió con Luis como referencia de área fue parecido a lo que estaba sucediendo en el Atlético, donde yo arrancaba más atrás para habilitar al Kun Agüero.

—Después del sorteo del Mundial, usted dijo que nadie quiere enfrentar a Uruguay. Pero desde que se fue, ¿quién, más allá de algunos pases muy precisos de Carlos Sánchez, ha habilitado bien a esas dos bestias del área que son Suárez y Cavani?

—Creo que ha rendido muy bien De Arrascaeta y que en el medio campo hay jugadores de muy buen pie que pueden llegar a asistir bien a nuestros dos delanteros, como Valverde, Vecino y Bentancur. Habrá que ver el sistema que utilice el Maestro, pero tenemos muy buenos jugadores. La diferencia con el caso mío es que yo soy delantero, pero me gustaba bajar. De todas maneras, los dos, Edi y Suárez, bajan, Edi con mayor despliegue físico y Luis con mayor capacidad para asistir. Me parece que en el Barcelona se dan goles entre todos, y que Luis ha crecido mucho como jugador. Y pienso que esa responsabilidad de habilitar a los delanteros no hay que ponerla en un jugador sino dejar que decante sola y esperar, de acuerdo al equipo que Tabárez ponga y a la función que tenga cada futbolista. No te digo que haya pases perfectos al estilo Riquelme o Aimar. Pero tenés jugadores por afuera, como Nández, que va y viene y es un toro, tenés a otros por adentro, y a la vez a Luis y a Edi que se abren, generan espacios y también asisten. No es un tema que me saque la tranquilidad, porque depende del sistema y porque hay muy buenos futbolistas. Sin tener el jugador clave que diera esos pases, en las Eliminatorias nos fue muy bien.

—¿Quién es Luis Suárez más allá de los flashes?

—Un tipo muy tranquilo y muy buena gente, un pibe sencillo y familiero que disfruta lo que hace y con quien tenemos la misma relación que cuando nos conocimos. El es Luis y yo soy Diego, ya está: no hay ni Forlán ni Suárez.

—¿Quién es Forlán más allá de los flashes?

—Forlán no: Diego. Yo soy una persona que disfruta jugar al fútbol, que hizo su carrera así como profesionalmente otros se decidieron a hacer otras cosas y que en lo personal se siente realizado. Es mucho más de lo que imaginé. Pero en el día a día, soy Diego. Y los que me conocen lo saben.

—¿A veces lo abruma el contacto con la gente común?

—En general, no, al revés: es una satisfacción y lo disfruto. Que gente que no conocés te reconozca con tanto cariño, o que pibitos de 14 o 15 años acá en el club te griten “¿qué haces, Dieguito?”, es espectacular. Si voy a un lugar masivo, obviamente no la paso bien, pero no porque no me guste sino porque va a haber mucha gente pidiéndote fotos y autógrafos. No me molesta, pero al final no disfruto aquello para lo que fui. Por supuesto, depende mucho del lugar y de la cantidad y el tipo de gente que haya. A veces, uno deja de ser una novedad (risas). Pero por más que sepa las cosas positivas y negativas que tiene, lo disfruto y soy un agradecido de que la gente me reconozca o me pida una foto en diferentes partes del mundo.